miércoles, 30 de enero de 2013

aberraciones gastronómicas

Me comentan que la FAO, que es renombradísima organización dedicada en cuerpo y alma a la salvaguarda del derecho a una alimentación digna y sana del que se hace beneficiario cualquier ser humano por el simple hecho de nacer (eso dicen), ha decidido nombrar el recién inaugurado año 2013, como Año Internacional de la Quinua.

Y se preguntará alguno de ustedes qué se supone que es la tal quinua. Aquí, en Bolivia, nadie se cuestiona acerca del origen y propiedades de tan célebre cereal. Sería imposible tratándose del país que se erige, en la actualidad, en productor número uno (hablamos de volúmenes y porcentajes, ya me entienden) de quinua: un tipo de cereal (pseudocereal según wikipedia, pueden comprobarlo, pero yo lo ignoro, no soy amigo del prefijo pseudo, las cosas son o no son) originario de los Andes y que se caracteriza por su rico sabor, por contener los que se consideran 8 aminoácidos esenciales (saben Dios, Belcebú, los científicos o los lectores de muy interesante qué significará el palabro), y por citarlo aquellos que habitan las andinas alturas y la mundial ignominia con el nombre de kiuna (es lo que tiene atesorar el quechua como lengua materna, no haber cedido a la lógica de la espada y el arcabuz y no haber pisado en la vida los pasillos de una escuela).

Gratificante labor la de la FAO. Quizás gracias a ella, aumente el número de población boliviana que pueda proceder a la alimentación perfecta sirviéndose del citado cereal. Porque a día de hoy, la quinua es uno de los más caros de entre los productos con que nos provee la Madre Tierra (si desean conocer el motivo vengan a Bolivia en vez de invertir catastróficas sumas económicas en asépticos paseos por el caribe o éxoticas travesías de todo incluido por asiáticos parajes), y de todos es sabido que la economía bolivianano no se caracteriza por ser puntera en los festivales de cifras que inaugura, cada día, en Wall Street o lugares del estilo, el alarido encorbatado de un pseudoeconomista (perdón: olvidé mis desavenencias con el prefijo pseudo). Quiero explicar con esto que no, que la quinua no es producto de primera necesidad ni elevado consumo en estas tierras, más bien escaso, residual o reservado a quienes gozan de saneadas cuentas corrientes forjadas en negocios de turbio desenlace. Lo dicho, ahora que la FAO lo advierte quizás comience a abundar la quinua en las mesas del pueblo llano. Aunque me temo el efecto contrario.

A la par que conozco este recién inaugurada efeméride descubro, oculta tras la pixelada tipografía de uno de esos periódicos que acostumbraba leer cuando aún habitaba en la Península Ibérica, una inquietante noticia: cierto renombrado laboratorio dedicado no sólo a salvaguardar nuestra salud mientras menoscaba nuestra economía y capacidad de raciocinio, sino también a proveer a nuestros caducos físicos de brebajes, afeites, potingues que ayuden a aparentar más juveniles y lozanos, ha descubierto que la quinua abunda en ciertas enzimas, proteínas, cosas con las que podrán producir productos (valga la redundancia) que serán, sin duda, mercadeados a gran precio en la feria de las vanidades occidental debido a su gran potencial cosmético, sea eso lo que diablos sea. Todo bien hasta aquí, eso también lo saben algunas ancianas cholitas de las que viven en lo más agreste de las cumbres andinas, y es por ello que lo utilizan desde tiempos inmemoriales para mejor ocultar el galopante avejentamiento que provoca la vida pseudosalvaje (de nuevo el dichoso prefijo, al final le tomaré cariño). El problema, vayamos al grano (de quinua), es que el citado laboratorio ha decidido patentar el uso cosmético del cereal, y cualquiera que decida usarlo sin su consentimiento puede ser penado por las legislación mercantil internacional. Saquen sus propias conclusiones.

 
Se caracteriza la cocina boliviana por la abundancia y el gusto. Abundancia porque no es poco lo que se come en este país. Gusto porque las verduras, legumbres, frutas, carne, pescado (sí, hay ríos en Bolivia) gozan de algo que el paladar occidental ha perdido hace tiempo, las últimas generaciones incluso antes de nacer: el sabor, el aroma...no impera aquí, aún, la experimentación genética orientada a la excesiva producción y más excesiva ganancia. Y digo aún porque también conozco a través de la prensa (en este caso impresa y de origen boliviano) que el estado plurinacional ha perdido ya cerca de 88 tipos de papa (patata, al otro lado del Atlántico) de entre las cerca de 2.000 que nacen en sus tierras (sí, la papa es de origen latinoamericano, no brota de la cocina de McDonalds, lamento informarles). Y se han perdido estas variedades porque su aspecto rugoso, desagradable al tacto, irregular, agujereado, no era del gusto de los gerifaltes de los nuevos hipermercados que comienzan a germinar idiocia en estas tierras. Parece ser que a los que de fuera vinimos no nos gustan más agujeros que los que hoy decoran el Cerro Rico de Potosí, ese monstruo de piedra y (antaño) preciado metal que los ancestros hispanos decidieron esquilmar para mejor sufragar los excesos de La Corona y saldar las deudas con la ídem de la Gran Bretaña. Acudan a wikipedia si lo desean, yo ya estoy cansado de escribir párrafos que pocos querrán leer hasta su fin. Tengo mejores cuestiones en que entretener el tiempo. Por ejemplo: una botella de vino barato y una bolsa de quinua de fácil y rápida preparación...pura aberración, lo sé, pero la quinua seguro desdibuja los nocivos fósiles que el alcohol pueda querer imprimir en mi hígado.

2 comentarios:

  1. Divertido (por la ironía que esgrimes), crítico, un punto ácido, y más de lo mismo que todos sabemos que ocurre en los distintos mundos de este glorioso planeta, algunos se salvan aunque tristemente pagan un precio. La globalización, para bien o para mal ( a veces suma y a veces resta) expande sus largos, largos dedos sobre La Tierra.

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  2. Bueno Pablo, yo que me muevo día a día en el mundo de los alimentos, se cuanto se han mudado nuestros gustos por estos lados, sobre todo en aquellos donde tenemos tanta influencia de los turistas, comenzamos por complacerlos y terminan desapareciendo. Hasta los nombres tenemos que cambiarlos, y nuestros hijos nunca han probado, ni probablemente probaran, los deliciosos manjares de nuestras tierras. Creo que es una triste realidad.

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te escucho...