martes, 22 de enero de 2013

mercado de tormentas

Prólogo innecesario

el mercado de La Cancha, en Cochabamba (Bolivia), se autovanagloria de ser el mayor centro comercial al aire libre de todo Latinoamérica. A sus pasillos irregulares acuden los habitantes de la ciudad (y sus inmediaciones)  para proveerse de todo tipo de productos, desde alimentos a ingenios electrónicos, pasando por artículos orientados a ejercer la brujería y ropa de segunda mano. La venta en dicho mercado es tan irregular y poco reglamentada que en él pueden encontrarse también todo tipo de productos robados y los precios bailan al albur de las habilidades negociadoras de comprador y vendedor. Su estructura y su actividad se hallan en las antípodas de lo que cualquier ciudadano "occidental" podría considerar un centro comercial, y se asemeja más a esos imperfectos mercados inmejorables que son los zocos de las ciudades musulmanas

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Los senderos mal asfaltados que recorren el puzzle de La Cancha se retuercen avasallados por el frescor salvaje de una lluvia que parece no querer morir en esta tierra. Entre los charcos, como naúfragos desvencijados, danzan muñones de verdura y caparazones de sucio plástico que amenazan con obstruir alcantarillas, zapatos y negocios.

Es día de feria y La Cancha, a pesar del desastre meteorológico de un cielo huérfano de luces, se puebla de miradas, paseos, trueques, ofertas, cambalaches que han de llegar a buen puerto, atravesando esta marea de húmeda suciedad en que han mutado sus laberínticos pasillos. El puerto en que, cual grumetes hambrientos, aguarda la ordalía festiva de la prole subalimentada. 

Y llegará la madre cargada de bolsas embarazadas de arroz y pasta, pedazos de carne decorados con fósiles de moscas desafortunadas y sangre sin vida, plásticas inutilidades orientadas a facilitar la batalla gastronómica, verduras como junglas desprestigiadas de verdor, descoloridos ropajes en peligro de extinción...porque La Cancha es feroz proveedor de todo lo que la subsistencia pueda precisar, porque en La Cancha florece el musgo de la segunda mano en todo lo necesario para seguir adelante, batallando, en esta cruel existencia reservada a quienes dejaron de soñar, ya antes de nacer, con la rutilancia fragante del lujo y la codicia.

Amanecen los charcos a la luz de los farolillos, ejecutan su danza milenaria e inversa los goterones extirpados de los tejados de uralita...agua que espera el pistoletazo de salida para correr los cien metros lisos hacia una meta que no existe o anda desorientada entre el tráfago de suciedades y despojos que amordaza el grito suave las alcantarillas, espejo de caminantes desorientados y compradores indecisos, desastre de nubes rollizas en festín de tormenta y lujuria...y la ciudad toda paseando su necesidad de viandas, útiles, vestimentas entre las resfriadas callejas de este ovillo de hojalata y mugre que ha perdido su rutilante esplendor a la luz ciega de un día de lluvia que engendra ríos que no, no dan a la mar.

La amenazante combustión de los carros, micros, trufis, taxis y motocicletas, redecora la atmósfera con su brochazo de polución congelada, acercando el cielo, reproduciendo el mal presagio de la tormenta que arrecia, aquí, a la vereda del adoquinado inexacto de estas calles inundadas de negocio y trapicheo en que los recortes exactos de los pies de los carteristas dibujan expresiones de sorpresa en la boca muda de los bolsillos mientras los puestos de comida exhalan su niebla de especias y giran de nuevo su cruel ruleta de hambre atrasada y sabor indefinido, a la orilla, ya digo, de una confusión de arroyos salvajes que en ninguna bahía desembocan.

Pasear el caos por entre la anarquía húmeda de La Cancha, en día de feria que también es de lluvia, y abandonarse al flujo efervescente de la vida que fermenta en las irregulares bolsas de la compra, en los ajados tenderetes de las brujas, en las turbias miradas de los bandidos, en los improvisados puestos ambulantes, en el baile mendigo de las cholitas niñas, en el desorientado caminar de los turistas, en la antediluviana superficie de los billetes, en el sonoro asedio de los charlatanes...pasear tan sólo y envenenar los pies de lluvia sucia...y el pensamiento de gozosa ausencia.

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Epílogo superfluo

el mercado de La Cancha nunca duerme, siempre bulle de vida y comercio y, a pesar de los firmes pasos con que la dictadura del mercadeo indecente ha comenzado a caminar en tierras bolivianas, sobrevive aún con las reglas del precio justo como única ley no escrita. El mercado no es paseo de oropel falso creado para engañar las conciencias del comprador adinerado, sino un lugar de encuentro más cercano al antiguo trueque al que acude la casi totalidad de la ciudadanía cochabambina, independientemente de su condición económica. Todos los día, ya digo, La Cancha funciona, pero es en los días de feria (miércoles y sábado) que sus callejas se sobrepueblan de productos y personas. Ni la lluvia ni ningún otro fenómeno meteorológico, independientemente de la incomodidad que puedan añadir al ya de por sí incómodo deambular por sus inacabables senderos de lata, barro, polvo, piedra y mugre, frenan la actividad de La Cancha

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Publireportaje

a continuación un documento audiovisual excesivamente amable manufacturado por algún ente turístico de la ciudad de Cochabamba...si bien su visión no es desdeñable recomiendo al lector curioso emprender pesquisas en "la red"...en esta ocasión les ahorraré mi versión fotográfica...quizás en otro momento

                             

1 comentario:

  1. Me quedo, sin duda, con tu recorrido, lleno de olores, sabores e imágenes. Radiografía del alma de La Cancha, con esa "lluvia que engendra ríos que no, no dan a la mar".

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te escucho...