miércoles, 25 de septiembre de 2013

breve biografía no autorizada de La Belleza

Pues sí, así entro hoy, con el cuchillo amoldado a las encías y la epidermis erecta de sensación y palabra. Y lo hago sin pedir permiso a aquellos a quienes gloso y que son los párrafos tartamudos que conforman las páginas más gloriosas de la creatividad hispana, sí, de España: ese retazo de cuero que hiede a descomposición de laboratorio, ese agujero negro de egoísmo sin espejo y moneda mal prensada, ese serpentín que oscurece de temperatura cerveza agria y vermú barato, esa componenda de retazos de mastuerzos que se esfuerzan por medrar a costa de los de al lado....España. 

Pero, afortunadamente, también, aparte muertos en vida sin protagonismo más allá del de la hora de la cena recalentada, y ridículos magnates de la nada y el expolio que en Nada desean convertir al ser humano, España acuna, al ritmo de nanas que suenan a blues de ajenjo y rabia, a las mejores mentes de mi generación. Y éstas no se perderán junto a las que glosara Ginsberg en su demoledor Aullido contra la inercia grisácea de los tiempos modernos.

España: cobijo de sabandijas, erial de bondad, autopsia de cercanía, todo en aras de la sacrosanta e imbécil quimera de la individualidad y el provecho propio.

España: guarida de equlibristas de la palabra, panal al que se acercan los revuelos ebrios de la mirada certera, recreo de funambulistas de la Belleza....sí, eso también es España, y su contradicción la anima a seguir en pie aunque los pies de otros pidan turno para comenzar a pisotearla.

Quiero decir, entre otras muchas cosas que no alcanzaré a pronunciar, que la Asamblea Fantasma del Quinceeme y la Uniformada Policía de lo Correcto: uniformada de Zara, pero, eso sí, con corbata, que no parezca que esta ropa la hacen unos niños chinos entre paliza y golpiza, repito, quiero decir que tales grupúsculos de náusea y sudor y cerveza recalentada al aire de soflamas antiimperialistas marcadas a fuego en la parte trasera del cuello de la camiseta vintage...me pierdo, así que resumo: la verdadera Asamblea a que todos aquellos que aún atesoran un ápice de decencia pueden aspirar se haya injertada sin remedio en lo que me gusta llamar La Cofradía de la Santa Palabra. Y especifico: es sólo un ejemplo, porque sí: existen otras redes de personas enredadas a la dulce tarea de no hacer nada por cambiar el mundo más allá de lo que saben pueden hacer. La Palabra, La Obra, El Trazo, La Mirada, qué más da. Sólo importa que cada traspiés propinado por la estulticia del Tiempo del Hombre Muerto no nos lleve a unirnos a él. Ya digo: no hay que cambiar el mundo. Basta con ser consecuente con las palabras que traza ese remolino de hueca verborrea que amenenaza gangrenarnos la garganta.

Días sin huella, más allá de la baba con que el caracol no puede solventar nuestras ansias de una vida larga, longeva, casi eterna conectados al imbécil estallido de luz falsa de la computadora y la teleserie de éxito capital y capital creciente. Pero, aún así, los hay que imprimen el paso glorioso de su asimetría sensorial en los senderos que aún deja libres la devastación del hormigón y el beneficio a toda costa (¿dije costa?, ¿es que acaso rima con hormigón? Tal vez).

Y no son muchos. No, ni siquiera llegan a 26, más les valdría, ya tendrán tiempo. Cualquiera diría que andan Perdidos, pensando, como el que se rebana el sentimiento ante una fotografía en blanco y negro y le susurra al amigo que le acompaña: "¿puedes sentir la luz?".

Lo que quiero decir es que no sé lo que quiero decir. Quizás tan sólo que la verdadera Revolución está en el corazón de aquellos que deciden abrir las puertas al de los demás.

Y sí: aunque os parezca pueril, esto es algo así como vislumbrar El Dorado que no existe...o tal vez sí. Hasta aquí tuve que llegar para saber que El Dorado no es un chalé adosado, de cocina alicatada en monedas, ubicado en el centro marchito de un vergel de oro y plata. Tal vez, El Dorado, sólo sea la fugacidad dolorosa de una caricia y la salvaje simetría de un beso con maneras de abrazo. Quizás sea no más que un caudal breve de camaradería y sensación a flor de latido. Yo he descubierto, en Bolivia, quién me quiere y me extraña...eso ya es mucho...mucho más de lo que muchos soñarían lograr en mil vidas. Así que, a pesar de todo: ¡feliz de vivir en Bolivia y enraizarme a la Pacha Mama!

Escribo estas palabras desde el Hafa. Quienes me seguís me entendéis. Sabéis dónde está el Hafa. Aquí nos encontramos, envueltos en el humo que desprende el elixir de los dioses y amarrados al abrazo sincero de la amistad y lo íntegro.

Salud, hermanos y ... siempre adelante!


mi eterno agradecimiento a quien tuvo la acertada certeza de tomar esta instantánea (seas quien seas)

sábado, 21 de septiembre de 2013

poemas de la quietud (paseando con Brel y Bowie las playas de Bolivia)

(OJO: esta entrada tiene música, como siempre, al final...y es buena memorable inolvidable...así que no es preciso leer...escuchar, en este caso, será más productivo)

Aseguran los bolivianos que, cuando la pleamar de la borrachera amenaza con descubrirles náufragos de ojos como globos y oculares globos de alcohol, pueden lamentarse sin control y sentirse, llorosos de ebriedad, ebrios de pena, cual supervivientes únicos de un naufragio de sangre a la orilla de una isla desierta: la que no acuna las olas al costado de las costas que no existen en Bolivia.

Hubo una vez un belga que logró que los mejillones de las cocinas de sus compatriotas abriesen la boca por siempre y que éstos decidieran cerrarla definitivamente para ni parecer que pretendían hacerle sombra, al hablar. Jacques Brel lloró con chubascos de garganta y timbre las miserias de un anciano pescador que paseaba el puerto de Amsterdam al ritmo de su propia resaca de mareas y licores. David Bowie, años más tarde, encogió la voz de Brel y ladró a la luna de los melancólicos que se pretendían andróginos y los machos que se quisieron borrachos, pidiendo más pescado, más pez, más oscuro, más llanto .... y yo una vez más me abandono a su fraseo enfermizo y delicado llorando y gritando y, añorando el mar que no puedo divisar desde las costas inversas del altiplano, solicito al menos un océano de cartón piedra en que hundirme ... para no seguir llorando. Es entonces que comprendo lo que siempre he llamado "la absurda petición de mar por parte de los bolivianos".

Al final, creo, Brel sólo venía a decir esto: el mar no es más que el desagüe de las esperanzas fracturadas

soñé una explosión de espumas
un fragor rojo tormenta
coral sangre azul bravura
que me encendiese la líbido
antes que la pérfida edad
la declarase caduca
(a pesar del alma)

hoy desfilo esquivos senderos
de polvoriento almizcle y grava
donde el deseo es sólo sueño
y la vida trazas de tumba
en que se enredan las costras
de expolio y fe de esta tierra
en cuyas ausentes costas
redundan las olas de un mar
que reclama su tributo
de dolor
sangre
y espuma
 
y al otro lado
(siempre al otro lado)

me espera la ilusión
de seguir adelante
a pesar de las furias
los ruidos
los años
los besos
y beberme cada noche
el mar que no he digerido

mi naufragio de impotencia

mi corona de salitre

mi pleamar de chiste

mi soledad de alga fresca

                  

lunes, 9 de septiembre de 2013

desacreditados

Abandonaba, hace ya más de un año, un Madrid infartado de quinceemes y moribundo de esperanzas. Un Madrid que asemejaba la cartografía errónea de un navegante ebrio. Una ciudad calcinada por el termómetro gris de un agosto al que amenazaban tormentas de piedra que quedaron tan sólo en chaparrones de conveniencia.

Llegué a Cochabamba, en Bolivia, con el rumbo a la deriva y los sueños en barbecho, esperanzado por vislumbrar El Dorado sin monedas de una vida que pudiese ganarse el honor de portar tal nombre. Afortunadamente, antes de abandonar la ciudad de los rascacielos de mugre y lástima de Madrid, el tenaz y certero poeta Vicente Muñoz Álvarez me otorgaba el honor de formar parte de lo que prometía ser un volumen literario memorable. Una obra en que diversos autores otorgarían su particular homenaje (o su público agravio) a un escritor que supo (aunque no lo pretendiese) remover los cimientos de la vieja literatura para colaborar a su definitiva y necesaria demolición. De las páginas que sangrase Louis-Ferdinand Céline, surgirían los latidos de un nuevo ritmo literario que ya, a muchos, no nos abandonaría. Claro, el citado genio había pasado, hace tiempo, a ocupar las ominosas páginas del general descrédito debido a sus veleidades nazis. Nadie es perfecto. Nadie puede asegurar qué cosa es la perfección.

Partí hacia Bolivia, por tanto, esperanzado en poder contemplar, algún día, mis balbuceos como páginas rodeados por las memorables proclamas de un nutrido grupo de genios de la literatura. Aún no ha llegado el momento pero, afortunadamente, ya está cerca.

banner cortesía del gran Pepe Pereza

Encontré, en esta tierra sometida por la temperatura y el pretérito, un enrevesado vergel de contradicciones en que perderme, a gusto, durante un caudal de tiempo lúbrico y promiscuo. En Bolivia me esperaban un puñado de niños famélicos de esperanza y hambrientos de futuro. Niños que a edades en que otros, en mi tierra de origen, aún sólo saben escribir con signos en las pantallas de sus smartphones última generación, ensucian la tinta fresca de los días limpiando zapatos, enjabonando autos o, simplemente, ofreciendo a los conductores, durante la muerte breve del semáforo en rojo, diminutos números acrobáticos orientados a lograr el favor de unas monedas. Niños que acarician la frontera de una juventud que se niega a hacer acto de presencia. Niños que aspiran desconsuelo de roídos frascos de pegamento. Niños cuyo rostro exhibe las cicatrices de la ignominia y, también, ¡ay!, el descrédito. Y a ellos no pueden acusarles, como a Céline, de filia nazi.

Al otro lado del mundo, en aquella tierra que abandoné a la deriva del egoísmo y la burla, las revoluciones latinoamericanas se glorifican o se denigran, a partes iguales. Desde allá se lanzan salvas a la muerte del Comandante Chávez, o se celebra su deceso con descorches de cerebro y champán. Allá se hace mofa y escarnio de los rasgos indígenas del Presidente Evo Morales, o se celebra su incansable lucha contra el imperialismo occidental. Ni unos ni otros, me temo, han pisado nunca más tierra que aquella en que se les asegura que sus zapatos no queden manchados por el barro de la Historia. Latinoamérica es, de nuevo, utilizada como entelequia con que rellenar charlas huecas que a ningún futuro conducen. Anarquistas de salón de belleza. Liberales de cartón piedra. Latinoamérica como ensayo mal escrito al que cualquiera puede corregir las líneas. Latinoamérica sumida en el descrédito de quien sólo pretende seguir absorto en la visión de su propio ombligo.

Es aquí, en Cochabamba (Bolivia), donde tengo la fortuna de estrechar la mano a Miguel Sánchez-Ostiz, literato irrefutable y persona, a pesar de todo, de más mirar que escribir, de más callar, sonreír o torcer el gesto que de hablar para no decir nada. Miguel, que hoy sufre las torpes embestidas de aquellos a quienes sus palabras atemorizan, el descrédito de los gerifaltes de la imprenta que, por igual, edita literatura que no lo es y papel moneda que envejece los sueños. Miguel es sólo uno de los maestros de la palabra que acompañaron el viaje de Céline y me acompañan a mí en este viaje desacreditado de antemano que Vicente Muñoz Álvarez ha querido emprender con el puñado de páginas en que pretendemos rescatar de la ignominia la prosa desmedida y fulgurante del denostado autor francés. Porque sé, me consta, que no ha sido fácil para el poeta leonés, encontrar un editor dispuesto a rescatar la palabra y figura de Céline. Andan todos más ocupados buscando su propio El Dorado de billetes y ventas millonarias. Y si para ello es necesario manipular el gusto del lector o impedirle el acceso a lo que desearía leer...¡sea!

Afortunadamente, la intrincada carrera de obstáculos emprendida por Vicente junto a Julio César Álvarez, otro genio de la palabra y el desconcierto, arriba ya a las librerías, en breve, por mucho que tantos hayan pretendido desacreditar su periplo. Los responsables de la Editorial Lupercalia han hecho acopio de eso mismo: responsabilidad, para ofrecer al lector el alimento que los mercados desean sustraerle.

En nombre del sacrosanto individuo, naufragamos en realidades ficticias, nos entregamos a egoísmos como amantes, olvidamos lo que un día fuimos y celebramos el nuevo hombre: carente de ideales, preferencias, opiniones, reflexiones, criterios propios, a mayor gloria de la vacuidad del Imperio que une con el cemento del egoísmo los últimos ladrillos de este nuevo muro con que separar a los disidentes: el descrédito.

Desacreditado Céline. Desacreditada solidaridad. Desacreditada Latinoamérica. Desacreditado Muñoz Álvarez. Desacreditado Sánchez-Ostiz. Desacreditado todo aquello que ponga en peligro nuestro viaje hacia La Nada. A todos ellos, individuos y conceptos, desde aquí, doy las gracias por comprender que aún hay quienes nos negamos a ser devorados por la pantalla de plasma de 42 pulgadas y preferimos, a pesar de todo, continuar nuestro particular viaje al fin de la noche...

...aquí comienza comienza el periplo:

http://eldescreditoviajes.blogspot.com.es/