jueves, 7 de noviembre de 2013

¡arde Cochabamba! / ¡arde Madrid!

...como ya acostumbro (aunque intuyo ser ignorado), aviso que lo mejor de esta entrada es la música que, nuevamente, se encuentra al final (a ver si así alguien me lee)...

Cochabamba esconde en sus bolsillos de escarnio y propaganda monedas de basura y billetes de podredumbre, con que poder adquirir una salteña de saldo y una entrepierna de uso y abuso. Pasear ciertas calles de la ciudad, al albur de las farolas en huelga y los horarios ingratos descubre un tropel de desperdicios que difícilmente puedan desaparecer antes del día siguiente, cuando las caseras  inicien la danza somnolienta del adecentamiento. Cuando el gallo aún no sabe que lo es y las prostitutas sumergen en la turbulencia gélida de una ducha apresurada los lodos de sus cien batallas. Será entonces que el mercado comenzará a tomar forma del barro en que quedó desecho la noche anterior, cuando los despojos y el estiércol apócrifo amenazaban con sumergirlo todo en una marea de abrazos de mugre y adioses mal suspirados.

Arde Cochabamba, podría pensar el inexistente lector de estas líneas retorcidas en regueros de cochambre. O quizás no. Porque, de primeras, es difícil imaginar la basura que ya forma parte del pavimento y el caminar ciudadano ardiendo en pira funeraria de suciedades y melancolías. La basura, cuando es parte del paisaje, caso de arder, sólo logrará desmantelar la ciudad y eso no, no lo deseamos los que en ella habitamos.

Pero tampoco deseamos conservar la basura en nuestras casas. Mejor su descanso dominical de barrenderos en huelga y gatos famélicos.


Es, ahora que el regreso, temporal pero inminente, a Madrid me muerde los talones, que gusto de gastar los de mis zapatos contracturados por los meandros de suciedad y abandono de la ciudad de Cochabamba. Marearme en el hedor de estiércol y verdura sin sentido de La Cancha, al anochecer, y navegar su brillo de navajas calcinadas y vísceras a medio fermentar, como aquel navío ebrio de Rimbaud en la epopeya del sexo y la celebración de los oponentes. Olfateo cual lobuno engendro los efluvios de la chicha desperdiciada en marea de vómitos que amenazan con naufragar las calles más sureñas de este Planeta Sur que hoy me habita, aquí, en Cochabamba, perdido en el laberinto de cerrojos oxidados y miradas ídem del Mercado de La Cancha, más bien del tropel de mercados que dan vida a este monstruo multiforme que los cochabambinos que no lo pisan se enorgullecen de cacarear como el más grande de toda Latinoamérica... yo no lo sé, sólo lo paseo en la penumbra del riesgo y la anochecida que nos ha de tragar a todos.

Y todo podría arder, en confetti o desperdicio, esta noche sin más luna que la del ojo de cristal del mendigo borracho que pretende amancebarme a su conversación de chicha putrefacta y harapo deslumbrante.

Pero no arde, no, y un Madrid en que la basura sí comienza a calcinarse al amparo de la revolución mínima de unos barrenderos, operarios de la limpieza ajena, que ven peligrar sus puestos de trabajo de sobras e inmundicia. Porque el Ayuntamiento de la capital de esa España que sepultó en los Andes que hoy me rodean los huevos putrefactos de la cruz y el látigo, ha decidido que están de más un buen puñado de esas personas que se encargan de limpiar el culo a la ciudad mientras sus habitantes duermen. Y ellos, cansados, con su aroma a sardina descompuesta como única bandera pirata y revolucionaria de una revolución fracasada de antemano, han decidido incendiar en basura las calles de la ciudad: incendiar su basura.

Al fin, creo, no se me hará tan patente como temía el cambio de continente. Pero, para no olvidar las pequeñas diferencias e inapreciables concomitancias, acompañará mi viaje el velero glorioso de la prosa quebrada y prístina de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, que me ha reconciliado con la literatura en estos días de paseos desmemoriados y memoria equívoca en que me pierdo por lo más perdido de la ciudad que, durante año y medio, he habitado sin darme cuenta de hasta qué punto me habitaba ella a mí.

Regreso, en breve, a "casa", a enmendar el dictado pornográfico de los periódicos con mis onanismos de guerrillero absurdo y perdido. Pero, sobre todo, regreso para zambullirme en la basura sentimental del abrazo amigo y el beso fraterno mientras la basura real, la que despreciamos y otros nos recogen, arde en las calles de un Madrid que se me hará, seguro, desconocido e incierto. Como Cochabamba, como Bolivia, Latinoamérica y ese El Dorado que algunos vinieron a buscar antes que yo y del que, lo lamento, pocos vislumbres he podido registrar. De momento, porque... volveremos.

Madrid, sí, eso ya lo sé: nunca volverá a ser lo mismo. Afortunadamente, como dijese el Poeta: queda la música...