domingo, 29 de junio de 2014

hay otras músicas...

Trasiego a diario como un elixir de difícil digestión la metralla de ritmos supuestamente caribeños y macho con que me embadurnan, creo que sin desearlo siquiera, los conductores de los trufis cochabambinos, y ahora te pego y te pego y tu palabra es mi duelo y no puedo vivir sin tus caricias que me excitan y me llevan al cielo mi amor hazme tuya te necesito a mi lado y en este plan, ad nauseam, la misma cantinela perpetrada por polichinelas de la moneda, el ritmo hueco y el vocoder... moda obliga, imperio coloniza, y latrocinio de arpegios campa a sus anchas en gran parte (demasiado grande) de América del Sur.

Unos dicen que vienen del centro del continente, estos "ritmos" de sabrosura sin sabor y calentura impostada, cumbia, remoloneo, humedad seca de las palabras que nada dicen más que tiéndete a mi lado mi linda que te enseñará lo que es gozar... 

Yo no sé, tampoco me apetece averiguar, sólo intuyo que flaco favor hacen a la cultura boliviana las réplicas de ausencia de las canciones de moda. Y es que acá, en tierras donde debiese ubicarse El Dorado, el único brillo es el que desgajan trompetas de funesta y ebria festividad que celebran muertos y borracheras y etílicos comentarios de barra de bar encubierta. En plazas, boliches y cementerios se desgranan dolores de cueca ebria, balde de chicha alimentando lágrimas que se niegan a rodar y se transforman en despecho orgulloso acordonado al pecho con latidos de acordeón y zurcido de guitarra, chacareras de simiente tenebrosa en que anida el cuchillo que ha de aniquilar al amado. Hay otras músicas, sí, y también están en esta tierra, por más que se empeñe la carencia de curiosidad, ni siquiera por lo propio (aunque, al fin, sea también ajeno), en demostrar.


Hacen gala los bolivianos, a la mínima oportunidad, de nacionalismo inquebrantable, de respeto a las tradiciones, y celebran danzas y fanfarrias muy alejadas de lo que pretenden en su defensa de lo ancestral y anticolonialista. Como ejemplo, los caporales, creados en fecha tan poco ancestral como 1969. Otro ejemplo, la morenada, diseñada para denigrar al esclavo negro que los colonizadores traían de África para sustraer plata a las entrañas del Cerro Rico. Mientras tanto olvidan o aniquilan la tradición de rock boliviano que el país inició en fechas no muy lejanas, por moderno, por poco indígena, por aglutinante de sonoridades norteamericanas, mientras se embadurnan de los sonidos que los menos arraigados de entre sus hermanos centroamericanos esparcen cual bomba de racimo sobre los oídos de millones de hispanoparlantes radicados en los USA.

La música, al fin, se demuestra cada día más una rama del show business, la rama menos florida, la más delicada al peso del verdadero genio. Y el citado show business por muy yanqui que sea, parece ser nuevo El Dorado para los habitantes de estas tierras. Eso, el dólar, la ganancia urgente, el pisar al de al lado por un puñado de monedas, el medrar a costa de la ignorancia ajena, ya me entienden.

Afortunadamente, en plazas y calles de pueblos sin luz eléctrica y sin ansias de medrar, en boliches, chicherías y senderos de campo agreste sembrados de verdadera devoción por la tierra, la voz desgarrada de un perdedor de la lucha del amor puede escucharse al pintar de dolor el cielo de la medianoche andina.

Hoy, la Cochabamba más guerrera, pintadas sus fauces de rímel y cardados sus peinados de futuro, celebra la marcha del orgullo gay, sea eso lo que sea, y suena Raphael ignorando su pasado fascista e hispano, así como sus dádivas al régimen franquista. Al fin y al cabo, hay otras músicas, y si el futuro ha de ser de alguien, hoy, en Bolivia, y en el mundo, es de aquellos que enfrentan su sensación de ser humano a los corsés antropológicos del poder establecido. Afortunadamente, hay otras músicas, aunque sean las mismas.
 
                                  

domingo, 8 de junio de 2014

fronteras


Vacas de ubre volcánica mascullando la inercia de avenidas en que se pierde el polvo de los días con forma de melena que no se ocupó de recoger el viento. Y mis pasos de nada recomponiendo vergeles de hormigón recién nacido.

Paseo los alrededores de la casa por no perder el rumbo en el interior de frío y niebla de sus paredes anónimas. Surco el fragor de vientos embriagados y pasto moribundo de la montaña, y allá, a lo lejos, como un diamante falso o una taberna sin clientes, la ciudad.

La ciudad: tan igual a aquellas otras, tan distinta a aquella mía, tan otra, tan extraña, tan ciudad con sus vergeles de neón y sus desaguaderos de orín y carcajada.

Subo a la montaña por ver si me encuentro o, al menos, hallo en sus senderos de almizcle y matorral, la frontera que aún me resta por cruzar.

Nada. Apenas el murmullo del aldeano que recompone su mirada perdida ante el perdido claqué moroso de mis zapatos.

Allá, en España, dicen que hay un nuevo rey. Yo, aquí, en las breves alturas, derramando ladera abajo mi corona de río marchito. Y ahí, a lo lejos: la ciudad.

De fondo (maldita música) la voz de espejo reventado de Diego Vasallo