martes, 14 de abril de 2015

palabras amordazadas

... justifico, con reservas, la escopeta
es horrible pero era previsible...
nacimos desorientados
y nos educaron como tarados...
Andrés Calamaro

La lucha sigue, proclaman en ciertos foros que no alcanzan ni a los vecinos de un par de bloques de viviendas. La lucha sigue. ¿Qué lucha? Ha de tratarse de la de las consignas partidistas (de cualquier bando), de la del café de media tarde y la copa de orujo, de la de identidades multiplicadas en un espejo de vanidades en que se regodean las efigies del Ché y el negro color de la anarquía que nadie comprende pero muchos utilizan como santo y seña de diseño vanguardista, corte de pelo al descuido, y batucada los domingos. No sé, ya, sinceramente, a qué lucha se refieren algunos. Porque aquí los únicos que luchan visten corbata en el hemiciclo y camisa en los mítines y los paseos barriales de recolección electoral saludando al pescadero y dejándose tomar fotos con las manos manchadas de espina y escama, aunque haya que reprimir la cara de asquito. Ellos sí luchan: por mantenerse en la cresta de la ola del surf de la vergüenza y mantener a los suyos en lo alto de la pista de ski suiza del crimen. Los demás, el resto, al bar, que es donde se fraguan las revoluciones que no acaban en nada.

Ya estamos todos silenciados... pero la lucha sigue, y ahora que nos secuestraron la voz, luchan por arrancarnos las manos, como hacían en ciertas dictaduras apoyadas por muchos de los que aún nos gobiernan: rómpele las manos al guitarrista...

Afortunadamente hay autores, escritores, literatos, artistas, que no se doblegan y hacen de su frase y su vida una lucha constante contra el oprobio y la ignominia. Les quieren silenciar la voz pero aún les quedan las manos. Y todos sabemos que con ellas se escribe, y que sólo hacen falta lectores... ¿dónde están? Malos tiempos para la lírica, sobre todo si viene escrita, que hoy la revolución se hace gritando en bares, estadios y tertulias televisivas, o susurrando en código morse de 140 caracteres.

Ya está: ya nos taparon la boca. De ahí a tratarnos como a esos negros que apalean antes de mandar "al otro lado" sólo hay un paso. O un golpe de porra, o una pelota de goma disparada a velocidad certera... claro, que a nosotros no nos echarán al otro lado, que al fin y al cabo nos necesitan en este para seguir engordando. Así que, a encajar los palos, que parece que no hay otra. Y, además, no es tan grave, que ya sólo queda un año para la próxima Semana Santa, y la Virgen es lo más grande, y el fútbol, ya, ni te cuento, y de eso tenemos todo el año, ¡bravo!

Afortunadamente nos queda, a algunos, la voz que no cesa, la conciencia que no se doblega, el artista que hace de sus días una denuncia y de sus denuncias una sangría de honestidad y belleza. Devoro, estos días, A trancas y barrancas, el nuevo dietario del irrepetible Miguel Sánchez-Ostiz (irrepetible como literato y como persona, que eso ya no es tan fácil, oiga), y comprendo que aún es posible retorcerle el cuello a los poderes establecidos con la soga crepitante del verbo. Tal vez sólo haya que decir, hablar, y pronunciar "asesinos" cuando otros dicen "gobernantes", o "reptiles" cuando otros susurran "mercados", o "ratas" cuando todos decimos "esforzados empresarios"... tal vez, no sé, no tengo la respuesta, pero tengo (eso sí) la fortuna de que el buen Miguel siga logrando que me haga preguntas. Él sigue escribiendo, contra viento y marea, denunciando y lanzando consignas como metáforas y alaridos como alegorías mientras nosotros nos dolemos porque murió Eduardo Galeano, que tan bien decía los desmanes del poder y la sombra de los ofendidos, el mismo día en que falleció Günter Grass, que tan bien afrontaba la vergüenza de haber pertenecido a un pasado ignominioso que tantos pretenden sepultar junto a los huesos de los asesinados. Pero quizás debiésemos tomar conciencia, de una maldita vez, que hoy cualquiera de nosotros podría ser el Galeano o el Grass que estos tiempos necesitan, tomar su testigo y denunciar, denunciar, y no dejarse enmudecer por mordazas que tan bien parecen sentar a nuestro rostro de indiferencia y sueldo fijo, a juego con el traje de los domingos de tapas y cañas.

Uno mismo, lo reconozco, sin ir más lejos, debería comenzar a hablar sin tapujos...

Miguel no se resigna a consignar tan sólo el miedo patrio y los desmanes gubernamentales de este bendito terruño. Él sabe  que las alimañas tienen amplio fondo de armario en que guarecer, junto a los cortes más finos de la moda de vanguardia, su eterno surtido de disfraces. Encuentro, escrito en este grandioso dietario que, a la par, es obra literaria de largo aliento, lo siguiente: 

Almuerzo con Sabah y Pablo Cerezal que están metidos en un buen lío por cuenta de la ONG en la que trabajaban y que les ha dejado en la calle, y gracias a Inmigración que, al margen de no renovarles los papeles de residencia, les ha multado por estancia ilegal en el país. Ahora tienen que salir de aquí y no pueden. Se les van los días en broncas con la policía de inmigración que los marea todo lo que puede: o pagar el multazo que les han puesto o que les expulsen del país, y eso tampoco resulta tan fácil.
De estas cosas no se habla, ni de esas ONG que son auténticos negocios, por no decir mafias, ni del sueldo de los cooperantes –no me extraña que los haya profesionales- ni de la calidad de estos.
Miguel Sánchez-Ostiz, “A trancas y barrancas” (Pamiela, 2015) página 237 

Tal vez sea hora de hablar. Debo hacerlo, Miguel, lo sé, te lo debo... te lo debemos. Sólo espero que, cuando me decida, quede alguien con gana de escuchar.