martes, 3 de noviembre de 2015

¿dónde está la Revolución?

Dice Alex Aillón que una mujer recorre mis palabras, y yo le envidio, no porque no me ocurra idéntico, sino por no haberlo sabido expresar igual. 

Me molesta comenzar así esta entrada, porque de la envidia, como el inmortal Krahe, no tengo ni noticia, parece un poco raro, pero es cierto, y es así, pero queda bien en un escrito envidiar los textos de otros. Así que me contradigo -bendita contradicción que me hace sentir aún vivo- sólo para afirmar que leer la Poesía de Aillón me provoca más pasión, amor y delirio que rechazo por deseo insatisfecho de lo que me alegro de carecer: la verbalidad del sentimiento, la sensibilidad del verbo que, en este Poeta boliviano es fulgor que ilumina las noches del animal para reconciliarlo con el ser humano. 

Y es que el hermano Aillón reinventa la misericordia cosiéndole las costuras con fiererza de agujas de trapo, reinventa la Revolución en la matriz vertiginosa de la madre hembra y de la madre tierra (que son lo mismo), y sabe, al fin, acostar en su lecho a la Belleza para intentar remodelarle el perfil con esas palabras que inventamos los hombres para dejar de sentir la opresión de estar solos en el Universo. 
Revolución es el nombre de su último poemario de prosas líricas y versos fugaces... una virguería de sensaciones esculpidas con exactitud en los pliegues de este tiempo que desechamos sin pararnos a pensar por qué nos ha sido regalado... si no lo merecíamos... como la Poesía, como la Revolución, como la Belleza, como esta breve porción de Universo que deambulamos.

Lean, y no dejen de leer, a Alex Aillón, prócer de la Revolución de comenzar a vivir de nuevo.


LOS TRABAJOS INÚTILES

Hace tiempo me jubilé de los trabajos útiles —de esos que generan ganancia y tarjetas
de presentación y angustia y soledad. Ahora me dedico con mucha paciencia a cultivar
jardines inaprensibles como nubes, abecedarios elusivos como ratones, palabras mal
habladas, majaderas. Es maravilloso el privilegio de desperdiciar la vida en estos
trabajos inútiles, mientras veo cómo el reloj avanza y el mundo se diluye bajo el manto
de los días grises y su maquinaria nebulosa y perfecta.

Alex Aillón