sábado, 13 de febrero de 2016

la noche más oscura

Resulta que hay noches que parecen haber nacido para devorar la luz de todos los días que fueron y serán. Noches en que acontece la vida como el desfile de muertos que siempre quiso ser. Noches que te embadurnan de lágrima y desprestigio. Noches que esconden tu rostro de ventríloquo mudo y rellenan la copa de la madrugada deseando que el amanecer se te atragante con su mezcla de frío como hielo y hiel como ginebra. 

Resulta que hay noches con redundancia de anoche. Noches como la de anoche -redundo- en que decido escuchar, en bucle y sin solución de continuidad, esa canción, My death, que escribiese e inmortalizase Jacques Brel. Pero la escucho en sus distintas versiones: desde la del inolvidable belga, pasando por la del demiurgo Scott Walker, hasta naufragar en la de mi añorado David Bowie... ¡maldita orfandad!

En noches así no hay alcohol que suture las cicatrices, ni flama que incinere los pesares. Son noches de my death, de morir y no querer descubrir que incluso la muerte es una broma de mal gusto. 

Pero cuando se supera la muerte de morir escuchando a Brel/Walker/Bowie y fallecer añorando la caricia que ya nunca, cuando el día viene a recordarte que la resaca sólo es un síndrome de abstinencia sometido a la mansedumbre del calendario, cuando el día se saca el sombrero y te invita a invadir sus equívocos aposentos, es que decides morir de nuevo y no lo haces porque, sencillamente, falta la banda sonora. 

Luego, el día, disfrazado de esperanza, te regala la voz de Emilio Losada enredando tu prosa absurda a la perfección en que se tensan las cuerdas de su guitarra. Y Javier Vayá te recuerda que el Poeta lo es por algo, incinerando tu memoria en las brasas azul de su verso inmortal. Lloras. Bebes de nuevo, te tatúas Rimbaud en el pecho y piensas, como aquel, que no hay más muerte ni suicidio ni opción que seguir adelante, aunque tu tatuaje se mire del revés en la enrevesada lente fotográfica y te sorprendas tú mismo de tan gillipollas

empuñando el martillo, cribemos  
todo cuanto aprendimos: luego, Hermano, ¡adelante!


Lo que anoche cantó Emilio, ese poeta, mi hermano, he de callarlo. Pero no lo que escribió esta mañana Javier, ese poeta, mi hermano... gilipolleces como esta:

MY DEATH
Ya saben como funciona esto; te levantas por la mañana, te lavas las legañas y en el rectángulo ese de enfrente, salvo casos de vampirismo súbito, ensayo de ceguera o criminal resaca, deberías ver tu rostro. Deforme y ojerosa, asimétrica y pálida, pero al menos es tu jodida cara, y el resto del cuerpo que no desmerece el conjunto y la acompaña.
Pues resulta que no. Que ya hace demasiado tiempo que por más que mire y busque no me encuentro. Ni tan siquiera un resquicio borroso de ese algo que antes estaba allí, para mal o para bien. Un reflejo de perpetua derrota, la constatación cotidiana y rigurosa del más estrepitoso fracaso, y los putos ojos de sapo que fue todo lo que me dejó mi padre antes de largarse a por tabaco. Y con todo un yo al que aferrarse como estúpido clavo ardiendo. Un por supuesto ahora desvanecido.
Todos mis ahoras se van desdibujando en pasados.
Si la fe mueve montañas, la desesperanza hace danzar galaxias.

Quien sabe. Tal vez como leí ayer al magistral Vicente alguien mató algo. El caso es que ese alguien estaba tan tranquilo y yo le puse el arma en la mano, tiré de su dedo sobre el gatillo y apunté a mi pecho. Víctima y verdugo del crimen perfecto. Por lo visto millones de daños colaterales se toman justa venganza planeada en la última reunión de la comunidad de vecinos del infierno.
Merecido.

Quien sabe. Tal vez como escribe el genio de Pablo, me he dado cuenta de que todos estamos muertos. Quizá se acercó, un día de lluvia que no recuerdo, a dejar sobre mi tumba "un ramo de rosas negras de esas que solo existen en los sueños de los poetas". Y el pobre Iván deba recitar solo el miércoles que viene. Menuda putada, bro, ya conoces lo inoportuno que soy.
Si es eso, si me he muerto, tengo la sensación exacta de que se trata de algo intermedio entre lo mejor que podía pasar y una gran faena.
Pero bueno, ya conocen mi tendencia a la afectación y el dramatismo.
Tal vez deba aprovechar que no existo y hacerme el duro. Escribir algo sobre el cadáver de cupido flotando sobre el río Hudson y los interventores de El Corte Inglés de luto. Estas cosas suelen quedar muy bien y dan prestigio para el competido puesto de heredero de Bukowski, siempre que jamás hayas leído a Bukowski, claro.
Esas cosas que escriben todos ustedes descojonándose del amor una víspera de San Valentín. Hasta que claro, un buen día una boca (y el resto del hermoso conjunto que por dentro y afuera no desmerecen y acompañan) se les queda atravesado en la garganta como un trozo de pollo. Y entonces se ahogan y dejan de encontrarse en el espejo.
Y escriben gilipolleces.
Javier Vayá Albert

Gracias: Emilio, Javier, hermanos, también Iván Rojo y Vicente Muñoz Álvarez, ídem, de siempre, por estar cerca sin saber lo cerca que podéis llegar a estar. Yo, para rematar el día, escucharé a Tindersticks.

P.S: para quien desee ahondar en el tema, que ya viene de lejos: mi muerte