martes, 18 de abril de 2017

descendiendo a la piel

Cantaba por ahí, en otro tiempo en otro lugar (José Ignacio Lapido, poeta, dixit), un Enrique Bunbury que anhelaba restañar viejas heridas, algo así como 

entre una cosa y otra
la vida parece tan hermosa,
pero en cambio y al final
superficial como la piel

pura antinomia, o sea... porque nada más profundo que la piel cuando es esta la que recibe los latigazos y elucubra los escalofríos. De ahí que la vida sea superficial como la piel. De ahí que lo más hondo a lo pueda ascenderse sea el surco que deja la azada de memorias y agravios sobre la siembra breve y perecedera de la piel humana. De ahí que el Poeta Javier Vayá titulase su último poemario (¿aún no lo tienen?... sigue a la venta) Descendiendo a lo hondo.

No voy esta noche a regalarles ni un maldito poema de tan magna obra (prologa un tal Álex Portero, alquimista, por cierto... ¿tampoco les suena?, ¡qué perdidos les veo!). Decía que no quiero regalarles ni un sólo verso del poemario en cuestión. Ni quiero, ni me apetece, ni debo. Pasen por una puta librería... sí, esos lugares en que venden páginas encuadernadas con tinta libre de lugares de cuyo nombre no quiero acordarme (véase Don Quijote, en wikipedia) y de más de esos lugares comunes que nos hacen más acordes con el común de los mortales (véase bestseller, en su más amplia extensión, igualmente en wikipedia... falso y vacuo, pero limpio y rápido). Además, les aseguro, el precio es menor que el de un gin-tonic con orgasmos de enhebro... ¿o eran bayas, Vayá, hermano, tú que edificas las palabras? No sé, dudo de todo, hace tiempo decidí instalarme en la duda como refugio único y último, ustedes me sabrán disculpar.

A lo que iba... que muchos aún me preguntan por qué amo a Javier Vayá. La respuesta acertada es sencilla: pura vacuidad de saberme amigo de una de las mejores voces poéticas de estos tiempos que malvivimos. Pero, hoy, ahora, esta noche, diré que es porque Vayá, amén su poemario (a la venta, insisto), regala, demasiado a menudo, estremeciemientos de azufre envueltos en celofán de verso... como el que sigue


POESÍA URGENTE

"...porque no oculta
la desesperada distancia
que lo separa de la gente."
Sam Sheppard

Decidme pues
como puedo hacer de la poesía
algo urgente.
Yo que habito la desesperada distancia.
Ahora que los hombres son llamados a filas y fobias.
Ahora que las mujeres elogian la ablación de las sirenas.
Solo veo comprensión en los pies
que se balancean colgando de los puentes.
Solo veo hermanos en los ojos enajenados de los caballos.
Solo son mis hijos los hijos de perra.
Solo mis madres las zorras y rameras.
Yo que habito la desesperada distancia.
Decidme pues
como puedo hacer de la poesía
algo urgente.
Algo que lama un instante la espina dorsal
de los arrodillados.
Algo que endulce el vino robado en los urinarios
de los supermercados.
Algo que extirpe de raíz los penes en misión humanitaria
de los soldados.
Poesía urgente y airada rayo de tierra puntería certera
en la frente justo entre los ojos de los santos
de los corderos degollados y sus monturas de plata y oro
si ellos son los buenos nosotros los malos y locos.
Poesía urgente para que jamás se sientan a salvo
los poderosos machos
cada letra hormiga en su mugrienta boca
mordiendo la excrecencia de su legado.
Poesía urgente que porte el escalofrío último
hasta el más infecto cubil en el reverso del tiempo.
Que devore la palabra y escupa hasta sus cimientos
y se alce con ella todavía palpitando
como un corazón eviscerado
todavía caliente.
Decidme pues como puedo hacerlo;
poesía urgente que desaparezca de inmediato
que no deje rastro huella pistas
como el más hermoso y perfecto de los crímenes perfectos.
Sin refugio sin papeles negro en la orilla del gran blanco.
La posteridad es el onanismo del espectro.
Y yo tan solo habito la desesperada distancia.

 Javier Vayá