sábado, 26 de abril de 2025

hipnagogia

And close your eyes
And don't you make a sound
There's no worries now
There's no one else around
To hear you cry
Yourself asleep again tonight
Micah P. Hinson

Expongo mi escueto bíceps derecho mientras me ejercita el rostro una caricatura de teatro clásico. Me inyectan la duda del mañana queriendo paliar una realidad de sudor enfebrecido huérfana de lo estipulado. Aúlla lascivia un coyote, retuerzo el espinazo y los hospitales son clamor de tinta simpática con que los enfermos dictan cartas de amor al bisturí como el albañil a la espátula. En el gimnasio del barrio un Fidias subnormal esculpe pantomimas extirpándole mordiscos a la vida, malvendiendo una meta en que lombrices orondas se niegan a dejar propina. 

Sobre mi plexo solar taconean autopistas lácteas mientras Lorca crepita lirios sin raíz de metáfora. En sus adentros, dígitos hurtan huríes al piano que Tom Waits aporrea cada madrugada. Desnudan la melodía hasta el último perfil, que es el único y apunta maneras de diosa griega antes de la talla. Traigo un vértigo de olimpíada tatuado entre los muslos. Camino el borde de una azotea incendiada. Querubines de Chagall me invitan a una partida de dados en su féretro inverso de vuelos que estupran nimbos dictando cartas ingrávidas al firmamento. Como el aviador poeta y terrorista de Bolaño. La faz de Ícaro ensombrece un prado en que almuerzan caballos que, herrados de libertad, vierten galope hacia la mar. Sueñan alcanzarla antes de que alguien la nombre y la inscriba en la oficina de patentes donde los sueños aprenden a claudicar. 

Me sienta bien el bozal, y la mediocridad no se aprende en ninguna escuela. La soledad es vidrio sin cartel que advierta su fragilidad. Maelström de mi cordura. Desde cualquier terraza prende fuego a una aeronave un niño que, de árboles caídos, la acaba de confeccionar. Que no estamos locos y somos humanos y queremos amar y alguien debe perdonarnos por los caminos que tomamos para hacerlo, dejó escrito Leonard Cohen. Hundan la aguja un poco más mientras la vida se derrocha. No hay segunda dosis. Y tampoco importa.



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