miércoles, 23 de julio de 2025

hipocampo de perfil (y 2)

«Aparte en un tarro de especias vacío guarda un mechón de pelo.
Un espeso y oscuro cadejo de color indefinido como el humo de los trenes
cuando se pierde entre los eucaliptos».
Álvaro Mutis

La piel recolecta aniversarios como ratón hembra suburbios en los ovarios cuando huye disfrazado de gata para ofrendarse a los machos. La piel, sí, la piel recolecta verbos y calendarios y acomoda fechas entre los pliegues que le talla el tiempo como vislumbres de El Dorado en las pupilas de Aguirre cuando la cólera de dios. Werner Herzog y los sudarios en que quedaron acribillados los músculos previos del Cristo crucificado, los de aquellos indígenas masacrados como estos cantos tribales míos, aún felices aunque visiblemente desmejorados.

El tiempo es una apuesta sin trampas, y pasa y la piel respira arena inundándose de lorquianas acequias en que hacen cántaro de esquina todos los espejos que retienen vuelos del Atlántico al Cantábrico, de la cama al cuarto de baño, tal vez a la cocina antes de abrir las ventanas de una terraza que siempre da a aquella mar que contemplara Aute cuando aún chiquillo, y después cuando ya adulto porque como turista de verano patrio caracol portaba su hogar en la piel y en cada uno de sus reductos la memoria, como en la mía habitan todos los cumpleaños.

Así el vello de mis muslos tormenta bajo la que cruje una fecundidad de papilas gustativas fecundadas por el universo del que brota el recuerdo exacto del Big Bang. Y el verbo.

Así mi triángulo de Scarpa dictando brailles al milagro en que amasan panes los peces del vino nunca derramado más allá de los límites de una copa mordida voraz. Se hizo carne.

No en el pensamiento, ni en la obra. No en la omisión, sino en la piel palimpsesto todos los pecados cometidos como memoria del porvenir que me habita enjaulando locos grillos cricri entre nubes que juegan a ser escualos sólo porque han podido asomarse a un perímetro de piel que logró escapar las celdas incendiadas del verano. Una dicción de dragón a la hora de esa manicura tras la que sus llamas quedarán estéticamente afiladas, dispuestas a desguazar la mejor ración de una rata que voltea calendarios sobre brasas orientales henchidas de silencio y aromas descalzos. En el hipocampo cerebral se desembrida un caballito de mar que viene a salvarnos si lo aprendemos a pronunciar. 

martes, 22 de julio de 2025

hipocampo de perfil

«Aparte en un tarro de especias vacío guarda un mechón de pelo».
Álvaro Mutis

La piel es asignatura tardía que consideramos aprendida antes de pisar el aula. Creemos salir de clase con agasajo cum laude. Pero nadie abandona la piel. Jamás, hasta el último compás. Cuando comprendemos que la vida no es una posibilidad la mordemos con rabia y nos guardamos la última bala. Ay, cuando comprendemos que nos dejamos una enciclopedia a la mitad. Porque la piel es lenguaje que no se regenera si seguimos las normas. Cárceles de Piranesi cuando el llanto acequia en nuestros párpados y mudos los labios, bocas de mar, carne procesada recién extirpada al maullido de sirenas que a tantos marinos desordenaron el pensar. Ellos atesoraban el verbo. 

Vivir no es importante, navegar sí, pero es que al fin es lo mismo y nunca navegante de costa domeñada construyó ningún abecedario. Son los océanos quienes renuevan los diptongos mareando la brava marejada de la carne amada, ese verbo que repta, como virus, bajo la piel de la palabra. La mar, como la piel, es lenguaje vivo que no aprendemos a escuchar. Soñamos vestirnos el paladar con infinitivos sin fecha de caducidad. Conocemos las trampas sintácticas y les erigimos laberintos de dientes como muros de coral. Intentamos atrapar la sal para delinear el perfil en que quedó atrapada la esposa de Lot cuando miró hacia atrás. Ahí, tallada, nuestra batalla con la palabra, como piel cincelada por Bernini, en el mejor de los casos. Aprendimos demasiado aprisa a decir papá y mamá. Luego dejamos de jugar con ellos, tartamudeando al conjugar el verbo más bello. 

Costumbre y soldadura, barreras de coral. Aves o conejos o venados masacrados contra las líneas de fuga del vehículo que ruge en aras del día a día para alcanzar un fin de mes que es inicio del siguiente y no lleva a ningún lugar. Matraces nuestros cuerpos en locomoción de sílabas, salvia y saliva. Pareciera imposible aprender, de nuevo, a vocalizar. A respirar. 

Adiestramos nuestros dedos en el acorde gimnástico del teclado, una tras otra letras conformando sílabas a las que asomar incendios de paladar. Desvelos con que tatuarnos tibias en el pecho, aullidos alargando un abrazo terminal, rugidos de tigre siempre y una calavera pirata nacida del occipital. Salvamos para el álbum fotográfico de nuestra dermis todas las licantropías en que no nos llegamos a saciar. Y la palabra dónde. Dónde el duende del diccionario enloqueciendo las páginas para inaugurar el nuevo lenguaje como Cronenberg la nueva carne. Conocemos tantas de sus múltiples escenografías que, en ocasiones, nos aterra seguir con vida. 

Es hora de hablar, desenfundar los tendones, desmaquillar los colmillos. Es hora de hablar y ya va siendo momento de calzarse las alas del verbo, aunque aparenten radiografía de faquir. Mejor así. Hora de lamer el llanto con lengua tiznada de kohl, momento de hablar con los párpados. Hasta que no lo hagamos seguiremos arrastrando por el barro el mismo idioma vacuo, expresándonos con códigos de antaño, sueños violados en el Valhalla bastardo de los noticiarios. 

¿Cómo te llamabas? ¿Cómo se arrastró tu nombre entre los otros nutrientes anclados a los caninos? Perro frío de lluvia, perro del infierno. ¿Cómo te pronunciabas con tan sólo dos sílabas? ¿Lo recuerdas? ¿En posesivo? También. ¿Lo recuerdas? Si es así, recítalo. Pronúncialo. Respira y da la bienvenida al nuevo lenguaje, a la nueva carne. Abre las puertas de casa a la lengua que todo lo arrasa y no deja títere con cabeza en esta danza de carnaval adelantado en que los peces roen los tuétanos al pasado para llevarlo de nuevo a la mar y ponerlo a bailar un dos espera un momento ya vuelvo quédate ahí estate quieto.

El nuevo lenguaje. El que se forja en la tregua. El vals lorquiano del lirio, la carne, el filo del muslo, la memoria y la piel. En el hipocampo cerebral se desembrida un caballito de mar que viene a salvarnos si lo aprendemos a pronunciar. 

miércoles, 9 de julio de 2025

pesadilla de Hamlet

Lou Reed escucha «Danger bird» derrumbado en el epicentro de un salón que, para quien no sepa mirar, podría parecer un ring. Lorca seduce el vuelo de un colibrí cuando ebrio declamando entre sus cejas ese poema que te cruje las costillas con un solo cuerno. Gritan quedo melodías amartillando el martillo de una orejita en que vierte hormigas BuñuelCristo pasea llagas por el empedrado del Albaicín mientras Rachid Taha tatúa su piel con licores de extrarradio torpemente escanciados sobre las pistas de un asesinato. Neil Young esculpe una sinfonía de huesos metacarpianos sobre la barra del bar Ruiz mientras ordeña una yegua y ordena otra cerveza. César Vallejo le juega todo visto a la parca en una nueva ronda por rescatar tendones con que escribirte una oda. Ginsberg desenreda madejas en su garganta para aullarte noches en que saboreabas el no querer dormir ya que ellas no te dormían a ti. Umbral teclea tu mirada para mejor tejerse una nueva bufanda.

Un reguero de sudor detiene en violenta redada fotogramas de pupila por la espalda al filo de un coxis que escu(l)pe erecciones a aquel y este verano. Sueño tantas veces soñado. Crimen tan clamorosamente perpetrado. Masaje truncado. Cabellos aprisionados y un caballo sin doma a lomos de jinete que perdió el norte en el sur de todos tus extrarradios. Un sueño siempre es maroma costera, pasado, pretil o posibilidad. Una sábana forjada en santidad desgarrada por la mordida de tu perfil. Incisiva y canina como perro de la noche. Decisiva y felina como el maullido más febril.



lunes, 9 de junio de 2025

Sísifo, alcánzame el piolet

«No hay pasión sin lucha».
Albert Camus

ahí fuimos porque así nos dimos cerca del cielo como torpes gerifaltes de una dictadura de verbo y carne en que tendones tallaban tigres de nieve en la embocadura del desastre

aullido, sutura, incertidumbre y la altura de todas las neuronas que nos mordimos, masticada ya la yugular y ensalivado el cauce hacia una vita nuova portento de seda y recelo de maroma

señuelo de alambre que pasear, cordel frágil y un rítmico compás deambulando con ebriedad salival pupilas pasto galopadas por el trote desmesurado de un pulso coronado de espinas

por las esquinas el riesgo sanguíneo como único capital, el cebo y en el bocado las arterias hechas mar inverso cuando la talla griega sufre los minutos infligidos por un escoplo de hielo

alcánzame el piolet, no temas, o sí, tan probable que con disfuncionalidad muscular acabe hincándolo entre mis vértebras que aún no piedra, sólo renglón de humano poco mercadeado

tal vez no pero, sea lo que sea, no te dejaré caer escucho y hago espejo, que saber es sabor de sílabas primordiales en el pareado que, aún niños, pulsó como ala de colibrí nuestros párpados

ahí fuimos y ahí seremos cuando vencido el miedo y si no, igualmente, vencidos por siempre y siempre eternos porque nunca olvidamos que ascender es más posibilidad que sueño






martes, 27 de mayo de 2025

mordía la luz queriendo morder grieta

«Acaba de ponerme (no hay primera)
su segunda aflixión en plenos lomos
y su tercer sudor en plena lágrima».
César Vallejo

bajo la quieta mordida insomne de la sierpe breve en que luna se infarta gritan cítaras y carne se mercadea en lonjas de porvenires que mutan cual grillos aprendiendo a martirizar escoplo en mano la noche que afila el tequila de todos los infartos

dame el limón de tu labio cuando desgaja melodías como cuchillos neumáticos

dame el envés de tu revés y permíteme deletrearlo

reescribiré en lo hondo rupestres encefalogramas de niños y miocardios

danza cherokee de la lluvia recién mugida por tu vientre cuando la deflagración

balido operístico de bisonte tráquea cuando desafina tus cuerdas vocales mi corazón

nudo gordiano del amanecer adelantado

desenlace húmedo, escueto, locuaz y absurdo de la noche solitaria en que tu voz escenifica todas las esquinas del día para regalarles ciencia sin raíces y elixir puro nervio de conexiones sinápticas en estallido de orquídea que enfrenta espadas al trazo



lunes, 12 de mayo de 2025

la policía del perfume (un sueño)

Alargo los brazos nadando en un acuario en que comprimen latido pulpitos fluorescentes, medusas, mejillones y jamelgos de mar. Cabriolan corrientes de marianas fosas que prefieren detenerse, parada y fonda, en el instante Instagram. Me trepa y trepana la columna vertebral un incendio de memorias travestidas de fotografía tomada en el año cero.

No sé dónde esconderme, y ¿para qué? No lo pretendo. Me siento bien aquí, detenido en postura vergonzante. Al fin estoy quieto. Me estudian alumnos con vocación de bisturí.

Mira, susurra a su compañera una lolita de piel cuasitáctil vertebrada en pinturas tribales de tinta casi rupestre que no logran inquietar caverna alguna en mi cripta de carne recién detenida. Lo que contemplan ambas, al fin, es esa cicatriz que me repta desde la nuca al esfínter anal deteniéndose el tiempo preciso en el músculo cordial. 

No perciben, o lo entienden mal, que aún muevo estas piernas mías o no tanto que un día ensalivadas por otros pulpos, cefalópodos dígitos, lengua henchida de lágrimas de mar. Que mis piernas aún recuerdan cuando intentaban aprender a caminar. Y los brazos se me enredan pretendiendo explicarse como en onda radiofónica sin frecuencia. 

Piel a la que, aunque ya no mía nunca más (mi cadáver cual clase de anatomía a lo Rembrandt), sigo perteneciendo. 

Escuchen cómo el maestro grita, mientras sujeta un puñal entre las garras, mirad lo serio que está, ni que le hubiesen arrebatado la vida. Y ¡zas! ¡zas! me extirpa una sonrisa que hace a mis oídos sentirse fuera de lugar. 

Braceo. O sea, que alargo mis brazos intentando regalarles armonía, movimiento. Nataciono las piernas, enhiesto el cambio de hora en el metrónomo de mi sexo, y abro bien los ojos para no perderme ni un segundo de la respiración que aún me anima aunque ni alumnos ni alumnas hayan sabido comprenderlo.

Intento nadar en un acuario en que comprimen latido pulpitos fluorescentes, medusas, mejillones y jamelgos de mar. Y sólo pienso que, al fin, daré bien en la foto del aprendiz que llegó hasta aquí guiado sólo por su olfato. Llegó hasta aquí por vocación, y eso es digno de aplauso.


sábado, 26 de abril de 2025

hipnagogia

And close your eyes
And don't you make a sound
There's no worries now
There's no one else around
To hear you cry
Yourself asleep again tonight
Micah P. Hinson

Expongo mi escueto bíceps derecho mientras me ejercita el rostro una caricatura de teatro clásico. Me inyectan la duda del mañana queriendo paliar una realidad de sudor enfebrecido huérfana de lo estipulado. Aúlla lascivia un coyote, retuerzo el espinazo y los hospitales son clamor de tinta simpática con que los enfermos dictan cartas de amor al bisturí como el albañil a la espátula. En el gimnasio del barrio un Fidias subnormal esculpe pantomimas extirpándole mordiscos a la vida, malvendiendo una meta en que lombrices orondas se niegan a dejar propina. 

Sobre mi plexo solar taconean autopistas lácteas mientras Lorca crepita lirios sin raíz de metáfora. En sus adentros, dígitos hurtan huríes al piano que Tom Waits aporrea cada madrugada. Desnudan la melodía hasta el último perfil, que es el único y apunta maneras de diosa griega antes de la talla. Traigo un vértigo de olimpíada tatuado entre los muslos. Camino el borde de una azotea incendiada. Querubines de Chagall me invitan a una partida de dados en su féretro inverso de vuelos que estupran nimbos dictando cartas ingrávidas al firmamento. Como el aviador poeta y terrorista de Bolaño. La faz de Ícaro ensombrece un prado en que almuerzan caballos que, herrados de libertad, vierten galope hacia la mar. Sueñan alcanzarla antes de que alguien la nombre y la inscriba en la oficina de patentes donde los sueños aprenden a claudicar. 

Me sienta bien el bozal, y la mediocridad no se aprende en ninguna escuela. La soledad es vidrio sin cartel que advierta su fragilidad. Maelström de mi cordura. Desde cualquier terraza prende fuego a una aeronave un niño que, de árboles caídos, la acaba de confeccionar. Que no estamos locos y somos humanos y queremos amar y alguien debe perdonarnos por los caminos que tomamos para hacerlo, dejó escrito Leonard Cohen. Hundan la aguja un poco más mientras la vida se derrocha. No hay segunda dosis. Y tampoco importa.



miércoles, 2 de abril de 2025

fatigar el verbo (variación desde la relatividad del tiempo)

Salvaje crin de yegua amortiguada por los atropellos del tiempo. Relojes blandos en su fertilidad de secundarios escribas del verbo cuando hecho carne y aliento. Mi cuerpo es campo de batalla infecto de minas que tú has esquivado, poema, también excavado. Y donde mire, te encuentro. En la mirada sepia de la pescadera y en la ojiva selvática de la oliva a punto de ser deglutida. En la reseca mojama redundando el puerto cuando mira hacia otro lado en que sólo refulgen salitres y mareas de entretiempo. En las ropas desvestidas de sudor. En el caminar monte abajo del anciano vecino del sexto y en la lavandería de barrio, poema, tus pupilas más vivas que esas pestañas parábolas de lo incierto incineradas en plasma para mejor perder el tiempo. 


Δt’ = Δt / √1-v2/c2 


Calendario que regalaste a mi piel. Ánfora del temblor. Aún se aferra a él. Aún vibra como pellejo de tambor. Como el tuyo remedo de melocotón, perdona la metáfora parvularia. Pero es que hasta en lo simple me delatas, poema. Cutículas de hambre retardado abortándome los dedos. Quebradas las uñas me pregunto si será falta de hierro, proteína, vitamina o alimento. ¿Tal vez teclado en exceso? Aunque disfuncional aún de letras, y por tanto me pregunto cómo he llegado a esto. O sea que te imploro haz nido, ya que me trajiste hasta aquí. Espacio escueto, me hago cargo, sí, como de que existencia sin víscera es sanguinidad sin riego. Por eso te intento aún escribir, poema. Por eso me tartamudea el sexo mientras te respira desde Abisinia sin métrica ni rima.




domingo, 23 de marzo de 2025

reverso y espejo del poema

qué barbarie de prolegómenos
nos trajo el verbo, qué reptil
de fósforo jugando a lo eterno

qué cosecha de versos que nadie entiende,
perdida su rima en nuestras lindes
cuando yuxtapuestos

qué ensayo de Frankenstein este
desmembrarnos entre las encías
por nacernos hacia dentro

qué atropello de taxidermia
en la mirada, qué deflagración de aullidos
mordiéndole los labios al estruendo

qué conjugación lisiada, con este 
múltiplo de probabilidades en que maridamos respiración,
logramos extirparle al tiempo



jueves, 20 de marzo de 2025

sobre mojado danzan párpados

Los días se deslizan como patinador inexperto. Tropo en que oficiamos quienes aspiramos al sustento. La melodía, como la procesión y siempre afilada.
Bisontes rumian los cielos. Climatología invertebrada. Una hoz como cucaña a la que amarrarse aun a sabiendas de que tus falanges quedaran cercenadas antes de alcanzar el premio. 
Prefiero soñar con caballos que pastan el clamor de tus pupilas a orillas de una playa aún no inventada.
¿Dónde el premio tras arrastrar por el fango todo lo que somos para comprender que no formamos parte de este negociado?
Días de borrasca. Tormentas agitando la nieve que nunca peiné más que entre tus dedos. Y las ideas aullando humedades contra la garganta voraz del alcantarillado. Sigue lloviendo. Algo crecerá en algún momento. Humedad es vida y aún atesoro precipitaciones entre las vísceras cuando ametrallan la memoria sobre la dactilografía infausta del teclado. 
Temporal ingrato para estados de ánimo infectados de melancolía y futuro truncado. 
Leprechaun, gnomo, duende que viene a recordarme el mañana con felina detonación de savia y sonrisa. Aprenderemos, juntos, a domesticarlo.
Y un aguacero de voz callada en la distancia. 
Repasaste el manual, una y otra vez, olvidando que quien lo escribió no había siquiera palpado la vida. Pulpa que comprendiste, como hirió el poeta, iba en serio.
Sigue lloviendo y 
«Me gustaría leer
uno de los poemas
que me arrastraron a la poesía.
No recuerdo ni una sola línea,
ni siquiera sé dónde buscar. 
Lo mismo 
me ha pasado con el dinero,
las mujeres y las charlas a última hora de la tarde.
Dónde están los poemas
que me alejaron
de todo lo que amaba
para llegar a donde estoy
desnudo con la idea de encontrarte».
Leonard Cohen

domingo, 16 de marzo de 2025

voz de arpegio

a Sendoa Bilbao, que danza timbres vocales para rimar ritmos arteriales


Dancen clarinetes y somnolencias en la desordenada Ciudad Lineal. O en la esquina de la 49 con Guadalajara, que no por inexistente es menos cierta ni deja de mentir sentencias de grafiti contra la herrumbre de orín en que el último perro vivo perdió su hocico buscándote. Noches de marzo que ya dobló el calendario y se retrasa porque aún no aprendió a danzar los dedos. 

¿Suena? Si no suena cuando caminas o tecleas, si no incendia las orillas de los adoquines bajo los que habitan las playas, si no derriba a la Rimbaud (Van Morrison mediante) un muslo británico tipo Birkin ni alas de colibrí amazónico inmortalizan las pestañas es que aún no lo has logrado. 

¿Carencia? Pregúntale al yonqui. Pregúntale a Burroughs cómo diseccionaba los párrafos. Pregúntale a Bowie cómo lograba emularlo. Pregúntale a un dios disfuncional por qué se disfraza de beatitud nada beatnik tras comprobar cómo el mundo que intentó inventar queda en trazo. Pregunta sin intención de hallar respuesta y danza sobre el escenario de un teatro que perdió la orquesta como aquella estrella de mar un brazo. Vuelve a crecer, dicen. Eso aseguran. Quizá sea leyenda urbana. Quizá nadie sepa de la sal tallando sílabas a una escollera cuando los operarios se ven obligados a ocluir esclusas.

Driblamos el espanto aun sabiendo que quedaríamos tullidos. Este rincón es tu espacio. Aprende, despacio, a recuperarlo.

miércoles, 12 de marzo de 2025

... y lo que se escribe no se deja de recordar

a Juamba d'Estroso (Lõbison)

Vierto inviernos entre mis manos estigmatizado por una instantánea sepia. Contemplo como venado en pánico la trampa de mi mano izquierda. Me desgajo las pupilas y las coloco en una bandeja de piel, frente al espejo en que todo se relata. La longitudinal presencia de un ayer hace nido en las sombras que se sueñan los párpados cuando, hinchados, esculpen ojeras. Para qué invocar al miedo si ya terror es tu envés y los picapedreros del salario incierto te desgajan los omoplatos a ritmo de despeñadero. 

Vierto inviernos entre mis dedos. 

Primavera es el apellido de todos los sueños. Y pronto torna verano para elogio de cuervos y cementerios. Siempre acaba mal prensado en pasaportes y en los calendarios de las estaciones que tienden a derramarse hacia el país de cuando jamás. Como una lágrima en pleno estallido de hipertensión arterial.

Primavera se apellida el deseo.

Ascendí Machu Picchu y mis falanges sembraron, entre los matorrales, garabatos de plasma tritón. Tiritón ante la premonición del frío contemplé el Illimani y mis pupilas se escanciaron en copas de barro. Esquivé el gargajo de la llama andina y olvidé las manos intentando no despeñarme montaña abajo. Regalé églogas a diosas con rímel de sangre en los párpados y quise hacer de un saludo oriental todo un vendaval de excesos que quedaron en la cuneta inventada de una playa brasilera curtida en turismos de espanto. Paseé el extrarradio y agoté alcohol adulterado en todos los bares que cerraban pestañas para que la policía no lograra amenazarnos. Dentro sólo los ritmos mudos del serrín, el timbre de una botella balbuceando el destino, la premonición de otra noche sin tinta y la mirada rota del camarero.

Ascendí carótidas insomnes en/sueños.

Ya no sé escribir, y qué más da si un día pude tiznar con mis dedos el titular que todos los noticiarios soñarían publicar. Aún las sílabas enjalbegando de saliva contorsionista mi paladar. Aún el martirio, el aspa, la madera, los clavos y los huesos recién tronchados por la presencia de un teclado que aún duerme a mi lado respirando un, dos... y es así que, sin embargo, se mueve. 

Siempre viva la escritura aun si no.

Olvidado el escalpelo. Bajo la almohada. Como el picahielo en aquella película que pretendía escandalizar sin saber que aún estaba por llegar el escándalo de las ropas llevadas y traídas, de las estancias impregnadas de aromas que se mastican, de las terrazas que dan a la mar, de las pupilas que lodazal cuando garganta las balbucea, de los brindis alados y las copas prietas, de la sonrisa punto de ebullición, de la música, siempre, y de la bomba de racimo virgen extra que emascula el corazón.

Perdido entre las sábanas el escalpelo.



domingo, 2 de marzo de 2025

donde encuentres un hogar


Aguza la mirada incinerando en cautela las esquinas curvilíneas de la casa. 
Aprendiendo a comprenderlas.
Learning to fly.
Intentando verbalizar hogar aquí, donde sólo late un remiendo fugaz de su existencia. 
Me asomo a sus pupilas soñando leer su mirada como un libro abierto.


Angiebook







domingo, 23 de febrero de 2025

ligeramente desenfocado

Para subsistir sin sentirse una especie de otra galaxia. Insecto del vértigo, gusano remendando la seda falsa de unas sábanas en el exacto extracto bruno en que la luz afilaba las papilas gustativas. Epicentro del incendio.
Apurar este calmo crujido que respira tan en lo hondo y tan desde adentro.
Cuando todo existe nada se quiebra. Pespuntes de vermú para tricotar el certificado del corazón que no resiste una vida comprimida en horas de a 1 gramo la pieza.
Tampoco los cuchillos carecen jamás de filo. Aunque ajados y antiguos e incapaces de cortar fueron los primeros de la clase aprendiendo a desgarrar.
Carne.

Un escondite sin guarida 
en que recitar sílabas
que pronuncias como 
te pronuncia el respirar.
Un aguijón.
Una posibilidad.

Todo cambia, y cuando quieres regresar al espejo ya no estás o permaneces ligeramente desenfocado, a lo Capa pero como Gerda Taro.
Vampirizado por el ayer que es el ya siempre. Coágulo en tu vientre y una jungla danzando pupilas como maromas sin atar cabos, soñando poder echar la vista atrás para dilucidar una grieta en el armario que nunca se quiso cerrar. Por algún mordisco deberá entrar la luz en jirón, ya va siendo hora, en algún momento manifestarse la poesía.
Azul de gas alumbra este silencio, y pies que no encuentran la rima al baile en que gritábamos sabiendo que no era en balde aquella forma de respirar e inexistir los pulmones cuando embriagados de aliento.
Gastado.

© Marion Post Wolcott

jueves, 16 de enero de 2025

perder el oído

Anoche soñé con una carretera perdida. Un cangrejo desordenaba faquires en mi tráquea. Anoche soñé con lo raro. Anoche soñé con Lost Highway y con Laura Palmer. Con cordilleras gemelas que tal vez coronen San Francisco con un beat, con un asesinato invertebrado entre las falanges del ser amado y una oreja recién seccionada para mejor erigirse en manjar de hormigas y en silencio ante el estruendo de la distancia y el aliento gastado. Anoche soñé, y un señor de crespón blanco como cabello mal peinado me desgranó el parte meteorológico mientras susurraba que mis canas sólo son subterfugio del crecimiento hacia lo hondo, hacia dentro del tiempo bien empleado. Después sonrió y David Bowie aulló «cruise me blond, cruise me babe» mientras yo me dejaba naufragar a tu costado renovando lo ya acariciado como en un sueño Hollywood a lo Nick Cave del que sólo se salva el sagrado murmullo de tu respirar calmo. Fue fugaz, pero me acompañó hasta un despertar en que me vi aprehendiendo los movimientos faciales de un duende partido en dos o una pesadilla que no sabe de daños. Anoche pesadilla fue fulgor. Anoche te soñé, y respirabas descanso a mi lado fulgiendo en tu costillar, como en el caparazón de la tortuga a la que Momo persiguió reptando, todo es mentira, yo no me he ido, estoy a tu lado.

Vengo de visitar un solar, solitario y desparejo, de revisitar un sueño, y la realidad me golpea con otro martillazo de contrariedad. Vengo de pasear un parque persiguiendo a un pavo real. Vengo de abismarme en el manotazo brutal de sus alas como pupilas que escarban la irrealidad y me sorprendes tú, sí, siempre cerca, con la máxima irrefutable del ocaso que será siempre amanecer porque te intuye. Todo punto final es un punto y aparte y todo es realidad cuando la Belleza se esparce. Al poeta. A los poetas sólo puedo susurrarles, al oído, lamiéndoles ese lóbulo en que las voces se hacen grandes, un susurro que me recuerda que la realidad es mundo y aparte. Un punto tras el que, aparte, me puedo apartar del ruido y la quebrada sinrazón, ver caminando a la realidad descalza mientras lamo los dedos de sus pies. Ahora sólo escucho el parte meteorológico y muerdo una oreja y el mundo se quiebra y todo es mentira porque te siento latir a mi lado.

Hay un solar y hay un martillo. Hay un amanecer en que esparcen versos los invertebrados grillos de la ausencia que no puedo celebrar contigo brindando con copas vacías y licores recién exprimidos. Todo es una carretera perdida que siempre va hacia ninguna parte. David Lynch que, junto a todos los poetas, estás en el fango de mi paladar: te muerdo y nunca dejaré de hacerlo porque a pesar de que sueño y, por eso, no lo estoy.

Pero te escucho. Y ojalá me escuches cuando te digo es mentira. Es, todo, un sueño y después sólo queda un solar vacío y un saber que todo es mentira y un preguntarse qué hacemos con tanto ruido en las pupilas.



martes, 7 de enero de 2025

brújula no es una palabra


«En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios».
Evangelio según San Juan

La distancia entre mis clavículas y mis rodillas contiene todo lo que aprendí hasta hoy. Porque justamente hasta hoy todo lo medí en inviernos voraces de abriles que se soñaban excavándole poemas a mi piel. Algo harían mis pies, sí, lo sé.

Hasta hoy, que descubro perdí la métrica y el paso. Bailo desnudo y descalzo en mitad del salón. Bochorno para la pantalla apagada del televisor. No me salen los versos ni encuentro ritmo a mis textos. Ni siquiera acaricio la cintura al verbo y ya equivoco los pasos. Mido las palabras que contengo sólo por instinto. Por eso y porque la música sigue sonando mientras escribo. Como si me recorriese este cuerpo que ya ni siquiera me acaricia ni acaricio porque no comprendo mío y para nada habrá de servir así. Simplemente lo contemplo envejecer danzando sábanas Canterville. O creciendo hacia adentro, que es lo hondo y no es lo mismo.

Hace años comencé a medir mi cuerpo en versos creyendo que entre mis vísceras anidaban todos los verbos. Hasta que descubrí que no me pertenecía y las metáforas equivocaron el ritmo. Beat. Beat. Los encabalgamientos perdieron la montura y los sinónimos embarraron el verbo. El beat.

¿Cómo mido ahora la distancia entre mis clavículas y mis rodillas?

Comenzar a reescribir el propio cuerpo no es un acto gratuito. Encontrar de nuevo las palabras que juegan escondite en el propio pulso. En la femoral, el tintero. Y la pluma entre qué dedos. Aprenderse para de nuevo aprender a escribir.

Habitan un cisma mi cuerpo y mi diccionario: a un lado los órganos que pronuncian milagros, al otro aquellos que se tildan mortales e imperfectos. Así también se funda una religión, pero de misal disfuncional que no invita a cantar ni me permite escribir, caminar, bailar.

¿Y el verbo?

Una coreografía de libélulas danzando escalpelo como pañuelo largo entre mis pestañas. Tu mirada y las grietas por las que se desliza el poema. La noche giróvaga alrededor de las horas muertas hechas grumo Dalí al filo de mis madrugadas. La quietud y la nada como náusea sartreana o vodevil de picaportes que chirrían tu nombre. Un aguijón en el costado y tus dedos, coleóptera costumbre de mi memoria, panal de abismos y milagros y grados de más para la temperatura que sólo tú sabes calibrar. Cianotipias de mi barba en mediodía reptándole ocasos al plumaje de tus muslos. Relojes sin calendario. Tiempo de escayola y musgo. Una goleta con su ebriedad de espuma. Aquel naufragio entre tus párpados. La tormenta excavándome las vértebras y tú vertebrando el ayer, deconstruyendo el hoy qué día es. Cuántos ya, aquí, arrullado por la mortaja en que sábanas como lienzos de cierzo me soplan tu ausencia entre los dedos. Hubo un tiempo en que fuimos y está aquel otro en que mordidos por la vorágine de esta telaraña sin embozo seremos y no me contradigas, al menos de viva voz, poesía. Soñémonos de nuevo capitanes de todos los puertos y extrarradios por los que arrastramos nuestra hambre de piel, buen pescado y trago lento. Soñemos de nuevo la posibilidad del verbo.

¿Y las palabras?

«Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan».
Oliverio Girondo

Se aman, entonces, y no están gastadas. Desde mis clavículas hasta mis rodillas un desfiladero de aristas entre las que aprender a recolectar palabras.