domingo, 4 de junio de 2023

quizás desmejorado

y volver a los placeres
prohibidos o privados 
para los necesitados
Enrique Bunbury

Quizás la tarde de un domingo que se pretende verano. Y las nubes estrellándose contra el asfalto a 120 kilómetros hora, como en los anuncios que sufragan los noticiarios, por más que cambies de canal como en canal abre el vientre a la res la caricia del charcutero.

Quizás un hilillo de voz como un estertor de fiesta mal organizada, y todas las luces del día como deflagraciones de escarcha. La noche, con su maletín de sombras como adjetivos que no llegan a decirte. La tarde, como el recuerdo de tu perfil apedreando al vecindario.

Quizás I love you, honeybear aunque la duda ofenda y, desde un siempre que es ayer, entre mis manos se desgañite la miel gritándote proteínas cuando te me desayunas los párpados. Pestañas como acequias en que vierten jugoso vaivén todos los ritmos de la galaxia.

Quizás los espejos a que asoman ojeras las noches ganadas cuando en nuestra carne vencemos la mortalidad. Cual recordatorio de funeral inverso este fotograma de la diosa con piernas como coleópteros que huyeron el ámbar astillando a dentelladas los marcos de un calendario. 

Quizás sólo sea aprender que tropezar es cuestión de método. Y hacerlo con estilo, la piel bien planchada y el dobladillo del corazón milimetrado en el daño, los zapatos de las horas en ti bien abrillantados, para mejor reflejar los charcos que les has perfilado.

Quizás también sea domingo en cualquier otro punto del globo terráqueo, allende las nubes que te despintan sonrisas tiznadas de uva feroz perpetrando todos tus arrebatos. En otro punto del globo terráqueo, tal vez más cerca, quizás más ayer, puede ser que más náufrago. 

Quizás como un mariachi desorientado en su galaxia portátil de vientos, despechos y tragos. Plaza Garibaldi y el susurro anciano de un temblor que te escarba con ánimo de arrancarte el corazón para, después, devorarlo. Falta ají. La música ha terminado.

© Joseph Gazzano


lunes, 29 de mayo de 2023

orgullo de barrio

No importa lo lejos que vayas
No importa de donde vengas
Esperarán para cuando vuelvas
buzones llenos de propaganda
Quique González

Vallecas no duerme. Vallecas se diluye en extrarradio mientras la espuma de cerveza le recorta los labios y poetas que nadie quiere hacen hogar entre sus brazos de vidrio 25 cl. y sus besos moribundos cual en boca de quien se sabe más tajo cada vez que amanece con la obligación de ir al tajo.

Vallecas es el hermano que no tuviste y es el orgullo de barrio. Es una librería atrincherada tras la corona de espinas de un futuro que fue pasado y por el que pasé sin temer mancharme los pies de barro. Un poema mal dicho y un gorjeo de pájaros redundantes, un volumen asimétrico que se hace uno en tu mirada cuando no la escabulle el miedo y las miradas ajenas no la aplacan.

Vengo tarde, como siempre, de recitar insensateces en la noche vallecana, de moldear con labios fuertes el nudo de las miradas anudadas en la sed de todos los grifos que ya se duelen de tu distancia. Vengo de recorrer desiertos en que te soñaba duna acribillada en húmedo, como manglar o tormenta, por las yemas de mis dedos cuando tortilla de garras.

Vallecas es el ardor, como la Ada de Nabokov, y un sinfín de vidrios verde hueco en que se afilan tierno todas las miradas en eterno. Un colofón de terraza sin sillas siquiera de plástico, un velero sin quilla, un vendaval de caricias como pupilas vertidas en ese volumen de gata que diseña, tras doblar una esquina, todas las aristas de la melancolía.

Vallecas es abrazo partido dentro de la urna en que ansían acumular ceniza de porvenir esas alimañas que edifican futuros adosados al ayer de una historia que, como rancios propietarios, siguen considerando propia.

Vengo tarde, ya lo sé, pero vengo y no me vengo sino de todo aquello que no amarré entre los dientes, de todas las caricias, de todos los adioses que son hasta mañana y hasta siempre, de todos los senderos que nos surcamos en la piel soñando que aún queda tiempo para recorrerlos aun certeros de ser tan sólo el tiempo en lo más hondo del recuerdo. 

Allí donde anidan las ratas que me traes para evadir telequinesis de caverna cuerpo retruécano, ciega y dura de ausencia, soplada su longitudinal oscuridad como velas de un cumpleaños que se apaga en milagro. 

Y te paseo maltratando empedrados maltrechos solo por sentirme en casa, como allá en los juegos del parvulario. Pulso de todo lo que es mío, músculo de todos los mitos, sonrío hasta la mueca del cretino, me siento rodeado de ti y no entiendo de qué me río.

Y mi corazón, palpitando en cualquier esquina, no importa el mapa ni el daño. Por eso soplo las velas, en Vallecas, en ti, de un nuevo cumpleaños. Y eso es latido, y eso es orgullo de barrio.




jueves, 25 de mayo de 2023

epicúreo y blasfemo

no encuentro la promesa de un despertar cuando entre los bolsillos de las costillas me busco y solo se me manchan los nervios con la costra que tus garfios como dedos perpetraron a la orilla del silencio de esta habitación casi de hospital en que se retuercen mis dientes llorando los golpes que les propinó tu nombre

es hora de acariciarme, tu lengua dactilar mi huella, me digo, y escupir a esa octavilla de gimnasta cristiano que me mira alucinada de bailes hasta el final del amor golpeando el retrovisor del taxi que me retrotrajo a la gruta en que hizo jauría de ti mi saliva

me gozo y te inflijo el más cruel de los acertijos, ese que me regalaste, ese al que no encuentro respuesta mientras maldigo todos los domingos en que trocas las veinticuatro horas que dejas rotas de ducha recién planchada y mirada como lirio que ya quisiera Lorca, loca... ¿de amor?

no sé escribir con los dedos vueltos del revés, no me lo tengas en cuenta, sanguinolenta dactilografía del panal de tu sonrisa, de la hiel de tu espalda desorientada entre mnemotecnias turísticas que ya no son mis falanges queriendo inventarte masajes y ruinas, tal vez improperios que lanzo a un dios cobarde al que aplastaría el cráneo, una y otra vez, para soñarle bien esparcido su líquido cefalorraquídeo engreído

y miro la bacanal, y me río y le grito que solo agita esperma apesadumbrado por no poder verterse sobre este vientre que ahora, aquí mismo, en esta cama de hospital, lames y creces y pronuncias para que yo me abandone al absoluto desastre de amarte absolutamente antes de disolverme



sábado, 6 de mayo de 2023

te cavaré una tumba

La poesía es un puñado de albañiles regando de cemento ebrio las arquitecturas del temblor. Un puñado de artificieros del verbo que no necesitan mirar más que hacia dentro para descubrirle esquinas sanguíneas al riego. 

Imprescindible ser tigre o caballo, da igual, y levantar la mano con seguridad cuando llamen a filas quienes no desean más batalla que la que ofrece la palabra hecha de víscera y de todas las certezas que proporciona la huida de eso que llaman tantos tontos, tantas tarantas sin gracia, tantas taradas que trepanan lo hondo, tantos oficinistas del escombro, realidad.

Y un cuchillo entre tus piernas dispuesto a viviseccionar el ritmo de una respiración y un eje locomotor extraviado entre engranajes de salvia y saliva mientras ametrallas dicciones como ciclones en la cuna acústica en que brota el panteón con que mis oídos soñaran edificar la gloria y el ritmo de un dios todopoderoso que es múltiples registros de tus pliegues, dedos y facciones.

Y la palabra bien dicha. Y el reptil y la escolopendra.

Y las migajas de un sueño solidificadas sobre la arista en que afilaste tu lengua antes de proclamarme el desvelo, tal vez deseo inacabado, quizás aliento dislocado, quejumbroso, desguarnecido sin tu verbo, huérfano de la rima que evitas cuando prefieres evitarte como poema y erigirte en Poesía.

Así que yo, con las falanges jugando a la inversa, te cavaré una tumba, oh, poema. Y entre sábanas negras florecerá tu carne, como una rosa punzante de dientes y esperma, para que rimes la noche que no acaba con el tartamudo titilar que contabiliza el sol cuando no asimila que ni alcanza a ser madrugada. 

Que de las tumbas que otros labran crecen mordiscos escuetos para amortiguar el daño y recorrerle senderos al tiempo. Poema que no quieres ser, te lo perdono. Pero el barro, como el óxido y el amor, no descansa, y emerge la Poesía que me quemará los labios: 

como exequias de luz amordazándome los párpados.



lunes, 17 de abril de 2023

aúlla ciego el poema

Dicen que no es posible vestir de noche la mañana de un sábado que cruje primaveras con aromas de sándalo. Que no hay desayuno sin costumbre ni acorde que no torne humo cuando muerde la lumbre. Dicen que no hay telón que todo lo abarque pero sí velo que cualquier minucia puede ocultar: un desperfecto, una arruga, un puñal. Tal vez un escalpelo que te saja la mirada para empujarte a saltar, pleno y descontrolado, a los brazos de la nada. A la nada de tus miedos. Al redil en que se alimentan de vino agrio tus fantasmas. Pero dicen, también, que los poetas regalan noches de escarcha y gruñidos de voz de pantano capaces de remover las ciénagas en que algún día chapoteaste feliz y absurdo, tal vez ligeramente borracho. Dicen que los poetas pueden, lo pueden: hacerte caer a lo hondo de unas sábanas negras iluminadas por luces en que desorbita el vicio como corcel tabernario. Dicen, y tal vez no se equivoquen, que con una pausa, un taconeo, un susurro que es gruñido y una melodía turbia pueden contrariar el rugido de los días. Dicen, también, que pueden acompañar, vestidos de negro estricto, todas tus horas de duelo por el sol en retroceso, invitarte a una mesa de bar en capital de provincia y escarbarle neuronas y arterias al sinsabor de una despedida: vestirla de fiesta y bailarle todos los valses en que enloquece un fulgor recién amartillado contra el yunque de los sueños rotos. Dicen que los poetas saben instalar la noche en el epicentro de ese temblor que desconocías hasta que acaeció y deseaste fuese por siempre tu guarida. Eso dicen, quienes escuchan y sienten la voz de los poetas. Ignoran que los propios poetas visten harapo de vena escalpelo y se embadurnan de aullido las vértebras a la espera del puñal que las separe para prepararlas, bien dispuestas, sobre el mantel de un domingo que grita espumas como hélices que nadie ve, ni siquiera quienes se desplazan a lomos de aeronave como videntes dispuestos a escupirte todas las verdades. Dicen, quienes no saben, que los poetas todo lo saben porque pulsan la tecla exacta de ese piano nocturno sobre el que sangras ausencias que nunca se acaban. Dicen y no saben. Qué sabrán de los poetas. Qué de su recorrido truncado, sus kilómetros apenas dormitados al calor de un triángulo inguinal, su grito domesticado en la cerveza que no sabe crepitar y sus ojos por siempre vendados. Muchos dicen y, sin saberlo, acotan lo que los poetas maldicen pisoteando todas las flores muertas.







sábado, 8 de abril de 2023

placenta a flor de labio


¿conoces, acaso, a ese animal 
con el hocico ensangrentado?
paloma blanca del pañal robado y
cordón umbilical 
como filete 
tierno y brevemente
desgajado, seccionado, 
milimétricamente despedazado
¿y la sonrisa, esa sierpe
enredada a las arterias
desbocadas del calendario?
la sonrisa que no es 
de a diario santísima trinidad
del orgasmo trinitario
tronchado contra 
las mareas rotas
del apabullir desdecentado
¿sabes de los desayunos fríos 
y las pupilas hechas 
mermelada de naranja amarga 
contra el crujir de tu costado
cuando el boca 
a boca 
del sueño
troca por lunas que no
lo que en tu tráquea era broca
mientras en la mía cincel 
de Bernini exacerbado?
qué sabrá la santa 
del dardo en el pecho
y la sangre sin orilla 
cuando su mirada 
detenía la piedra
con un latido de mármol
¿podremos desplegar los mapas
que aún estamos 
estudiando para medir
la raíz y la distancia 
en saltos?



lunes, 27 de febrero de 2023

la raíz mordida del verbo

Qué barbarie de prolegómenos nos trajo el verbo, qué reptil de fósforo jugando a lo eterno. Que la vida es eso que acabamos de inventar hace un período de tiempo que no sabemos descifrar porque, entre nuestros labios, lo rompemos a mordiscos y nos los remendamos con besos. Qué síncope de aladas hadas envidiosas de los unicornios. Qué baile de una sola tonada que va y viene como el temor de un cangrejo que enfrenta por vez primera la atlántica marea del mañana es ahora y el futuro no existe porque se hizo punk cortándose a tijeretazos el cabello para conservarlo cómo insecto en el ámbar de un bote de azafrán que desea botar todos los barcos y abandonar todos los puertos. Que la vida es eso que se escurre hasta los dedos desde los labios cuando han lamido el sol procaz que te mira antes de nacer por ver si puede nacerte desde o hacia adentro. Qué cosecha de versos que nadie entiende porque les falta la rima que perdieron en todos los extremos del camino en que nacía una grieta para nacerles la luz y tatuártela en los párpados cuando son dedos que acarician una canción de cuna rota por una rotura de la electricidad que anima a lo Frankenstein nuestros cuerpos: derrotados, vencidos, desmembrados entre las encías, supurando hemoglobina y gloriosamente vivos cual bifronte Prometeo. Qué atropello de taxidermia nuestras miradas, qué escándalo vecinal de transeúntes muertos contra las escarchas de nuestras voces cantando a la australiana o comiéndose los labios a mordiscos de silencio para mantener el orden establecido y que nadie pueda escuchar lo que sin articular palabra nos decimos.




sábado, 4 de febrero de 2023

nos cuidamos

No me cuides de la realidad, que todo lo que de ella intuyo ya lo conozco y es feo y erróneo y lo que no conozco será igual o más destrozo. Que vine a edificar, no a derruir, ni siquiera a mí mismo. Si de verdad lo deseas, cuídame de los días en que la luz se niega a hacer acto de presencia, de esos calendarios que son noche tiritando sin el termostato de tus vértebras y cascabelean cadenas que desprecian la luz estallando en tus tobillos para amarrarse a los pies de todos los fantasmas disfrazados de perros del averno. Cuídame de los fantasmas, amor, que la realidad acecha como una jungla de flechas sin punta mojada en curare. Cuídame de los espectros del salón sin luz de fiesta, y extiende ante mí el universo para que este niño huérfano de cumpleaños juegue otra vez a desmontar el Lego en que danzan frenéticos todos los planetas que se saben estrellas aunque se nieguen a serlo. Cuídame del cordero disfrazado de duda contoneando caderas de interrogación que nunca se desnuda. No me cuides de la realidad, que esa ya la conozco, y hoy la conozco más, y es como los noticiarios y decidí hace tiempo que no me interesa.

Durante el rodaje de «Madrid-Cochabamba» (José Ramón da Cruz)


sábado, 14 de enero de 2023

alpinismos de pánico y silencio

Contra el silencio este manto de monarca giboso y desterrado que no sabe morder las esquinas de su reino exhausto: como una canción de amor tartamuda de oídos y dígitos. Un envoltorio celofán y una arritmia cúrcuma destreza destrozada contra el delantal. 

de Naufragio en el Gálata
Contempla el estandarte de la tarde rindiendo filas frente al interregno de la noche, mordidos sus talones por denticiones de tequila o ginebra recién parida, cítrica, como la mano de Nick Cave cuando usurpa memorias para regalar caricias huérfanas de esquina o taconeos de barra de pan recién hecho mentira con que alimentar nuestra ansia de filos, navajazos de maná, cuchilladas de esperma y regadíos de saliva. Como rastro en arenas atlánticas que se desean ser siendo cangrejos de plasma. Como mórbidos lunares mofándose del beso azul de todo aquel que pasea los calendarios sintiéndose muerto. Como la piel cuando es bisel de espejos y deflagración de panela voraz de café que tiende riendas a las velas que olvidamos encendidas, ayer, mientras un pastiche de miga tornaba hogaza artesana entre tus dedos demiurgos de macetas en que se regodeen de charco los bisturís en que se me muerden los dedos, los besos, y tal vez, incluso, los versos que aún no te sé escribir.

Y el silencio ya nunca más y ya nunca más el miedo, te escucho, mientras hacen redil de arteria estas rodillas que le escarban al parqué maneras de madre tierra.

Mira, escucha: mira, te digo, mira cómo se retuerce el frío ahí afuera. Será, acaso, que busca tus músculos cuando con ellos tañes las cuerdas de todos los ocasos. Melodía de sierpe. Recorrido de notas rotas que brotas entre mis dientes. Muerde. Araña. Escupe. Vierte todos los silencios para que hagan caudal en que se reconduzca mi suerte. Es más que un deseo. Porque, como dijo el Poeta, me va la vida en ello.

Pero aun así, a pesar de las evidencias, tengo planes para abril como tienen planes de caudal lluvia serena profusa verde imposible rendida los brotes y esquejes de la brisa antigua que naces para saberte existir. Así, mis arritmias ya brotan raíces de sueño en que abril sea buen momento para celebrar el nacer del Universo mientras desenvuelvo un paquete de regalo bajo el que alguien sabio escribió que ya no hay necesidad de cercenar el tiempo.

Lo que hay en mis oídos me va a enloquecer... aquí, en la sed mortal

domingo, 1 de enero de 2023

el corazón es un órgano bivalvo

Como esos mejillones que naufragaron a su habitante entre las festividades lejanas de todos los mares. Como todas las travesías que duplican la ruta porque ignoran el timón. Como las advertencias de los oradores ninguneadas por el crepitar intacto en que estallan las flores. Como palabras talladas con urgencia contra una pantalla que nos embauca para sentirnos cerca. Como ese hablar a destiempo cuando las horas de menos te restan el aliento. Como una encrucijada que despliega sus dos alas para que decidas con cual de ellas estrellarte o alcanzar las estrellas. 

Como un año que se va y otro que llega. Solo un período de tiempo: a un lado el de las almendras al otro el de las cerezas. Solo un período de tiempo cuando camino a ciegas tropezándome medio corazón entre las piernas. Porque hoy en este limbo de años he descubierto que mi corazón es un órgano bivalvo.