miércoles, 10 de julio de 2024

ecuación de polvo y barro

Arrastramos los sueños como niños descalzos los pulgares en busca de rastros de hambre. Los situamos a uno y otro lado del espejo para que enfrenten su acné y su carencia de sueño mientras soñamos dormir sin reloj ni daño. Pero brota un sarpullido erizado de disonancia, un acorde menor con delirios de grandeza y un vergel de detritus masticado por palomas asmáticas que se quieren pavo real de los que antaño merodeaban parques, líricas de savia deliciosa y pluma sabia. 

Dejamos rodar los sueños sobre la arena de una playa huérfana de bañistas y de aquello que estos hacen con el baño. Somos el filo, la cobardía y la arista en que se enardece el horizonte truncado. La partida perdida entre meteorologías de baraja trucada, al amanecer, por cartografías de orín, herrumbre, veleidad, instante, mordedura, eternidad y fracaso. 

Decididamente, secciono mis dedos jugando a imaginar pactos de sangre de jardín de infancia. 

Decididamente, secciono mis dedos para que se sueñen salmones prestos a desovar certezas funámbulas en lo más profundo de ese alambre que recorre los días como seguridad y guarida.

Decididamente, secciono mis dedos para que puedan, libérrimos, teclear incendios contra el cielo de cada noche en que la luna riela nubes tan hermosas que parecen inventadas.

Rimbaud boquea versos cercenados mientras abre como tijeras mis cauces coronarios. Dale agua al sediento, decían, amor cristiano. Prefiero regalar sangre en párrafos absurdos que me salven de lo cierto. Vergel de la cicatriz, traqueteo de la lengua deletreando cada renglón de saliva, y la certeza de saber que nos estrellamos contra esta vida para alimentarnos y comer, ser alimento y alimentar la danza coleóptera de la miel cuando es promesa de pan de mañana, garganta sana y plato sobre la mesa.

De Rimbaud, ya te hablo otro día, y de su corazón cuando ruede fortuna sin error numérico y nos lo merendemos juntos como en rebanada de pan correoso de la niñez que nos conformó deformes para que a pesar de Cronos la sigamos recordando. La memoria, al fin, ese puñado de dedos cercenados intentando apresar en rodajas minutos que danzan sobre el teclado.



jueves, 27 de junio de 2024

paladar de leche recién mugida

Envenenada mordedura del alcohol cuando sólo ansías otra dentadura. Qué fácil abandonarse a la derrota, sentarse a ver girar las herraduras saludando desde el balcón a la dúctil tropa de la melancolía y ensalivar de sal otra copa sin tequila, masticar otro vidrio como permitiendo el paso, de rondón, a escarchas de carmín que cristalizaron en todo el vino que ya no. 

La derrota es un páramo en que se parapetan los cuerpos de todos los ejecutados.

Ya ningún asesino puede engrandecer su arte con el cable de un teléfono.

Pero hay ondas, también radiales y, ambas, unidas, se ensartan violentadas en el postrer gemido que queda reverberando córneas cuando la noche nos convoca. Ondas radiales y ondinas desgarrando las fechorías que aún nos prometemos cometer. A ellas me agarro. En su engreída belleza me daño.

¡Ánimo, exploradores!

lunes, 17 de junio de 2024

ocaso es un reptil sin verbo

Quiero vivir con una chica canela con ella podría ser feliz el resto de mi vida, canta Neil Young y todo es suburbio en mi paladar, extrarradio de una cosecha en que la luna envidia piernas de matemática imposible, compás a lo Da Vinci, aritmética de lo eterno soñado por escolapios y otros feligreses del encierro que, recluidos, empitonaban su mundano deseo de fiesta de pueblo. Rezaban al murmullo azul de las ciudades que rehuyeron. Y a nosotros todas las ciudades se nos antojan universo que languidece pequeño, sí, pequeño que también puede ser un nombre, un hombre, pero pequeño para regalarle el eco de una carcajada que no hiere a nadie pero amortaja la farsa en que otros sueñan realidad mientras yo la pronuncio infierno. Que siempre son los otros, lo dijo alguien infinitamente más sabio que uno mismo. Que la vida no es bella ni noble ni sagrada, Federico y, de serlo, sólo en las catedrales a las que salvaron tus pupilas del incendio en que habrían estallado los cristales de sus vidrieras de haber decidido verlas desde dentro. Cristales como esos que sostenemos entre los dientes para eviscerar el dormir que no importa porque ya perdió el reloj cuando Alicia desorientó al conejo, olvidando su chistera y su chaleco. Que la vida no es bella, Federico, y el tiempo corre que te corre te corretea mientras otros que no saben de alas aseguran que vuela. Luna de cosecha, te canta Neil entre los muslos mientras otro sol de ayer incendia las esquinas en que los edificios se hacen perfil de colmena y yo sólo deseo vivir con una chica canela. Perversiones de la música popular. Cuchilladas del poema. Alfileres rescatados del vertedero de páginas en que naufrago olvidando el tocón de madera hinchada como cuerpo a la deriva porque una sirena me canta y es más válida su voz que la de las mil vírgenes lascivas ante las que se harían cruces los y las abanderadas de los tiempos modernos. Decapito entre mis dedos otro sueño en que todo es charco sin sentido, y cruje un chapoteo mientras sueño y recuerdo que no lo estoy, porque sueño.


domingo, 2 de junio de 2024

curándose con sal

a Nacho García
que aún se atreve a presentarse como el último hombre sobre la tierra

Paseo, desnortado, mediodías norteños. Acunado por la melodía industrial de una ría que se carcajea de mis pasos, contemplo una estación de tren de cercanías. Y una estación de autobuses en cuyos urinarios regurgitan lascivia bocas que se sueñan soñadas por Duchamp. Aún acribillado por las miradas de quien nada mira más allá de su propia ilusión de mañana, por más que carezca de latido y sonría, aplaudiendo, al lanzador de cuchillos de este circo que llamamos vida. Algo sangra en mí. Pero sangra hacia dentro, y la brisa me regala apósitos de sal.

Un filo de sonrisa a medio hornear me saja la soledad y me conduce por vías que ya no regresarán, mientras patas de centollo juegan al te quiere no te quiere quién te quiere devorar. Asfalto roto por las raíces con que el sol regala herrumbre a los vigías del futuro que ya es hoy y a la sinrazón de la meteorología. Una cantata ebria de voces que se llaman a otro trago mientras miedos de fin de mes les llaman al tajo. Orfeón de botellas al medio día, marcando el compás de las horas perdidas mientras yo las gano y al desorden, en un brindis, amigo, le ganamos la partida.

Después, en el tren, saco fuerzas, me armo y me afilo, soy consciente, se aproxima el frío. Los vagones como corredor de hospital y yo deseando que sus lumbares sientan el calor de mi vientre incendiado. Que no despierten eco a las baldosas sus pasos de madrugada. Que la lágrima, cuando fea, permanezca funámbula en la turbia belleza del párpado. Que la sonrisa amanezca como niebla tramontana, pesarosa pero presta a agasajar las calles con el ritmo imperceptible de un innumerable caminar. Que siga siendo sueño, caricia y hogar. 

En el vagón bar las cervezas inventan espumas al ritmo trepidante de montañas que quedan atrás. Y el primer trago, siempre, como dedicatoria en la primera página de un libro que dista de ser el mejor pero es el que has decidido leer. Dan ganas de pedirle otra a ese barman que ejerce de oficial. Y otra nueva, y otra más. 

Afuera las ciudades, corriendo en sentido inverso, como corceles que nunca aprendieron a navegar. Los caballos locos, de la espuma, sólo entienden la mar cuando es tinta que sabe sangrar. Nosotros, del día a día, sólo rescatamos el abrazo, el pulso, la fiebre y también, sí, claro, la adicción que otros llaman enfermedad.



martes, 14 de mayo de 2024

palabra la roja

Si te dejo pasar
todo acabará mal,
te llevarás
las cosas más bellas
Sergio Algora

Te abrí la puerta y todo fue celebración de mordisco y selva. Poesía, tú, bienvenida, con las pupilas desgañitándome el páncreas. Y en el dorso de las manos el jazmín de tus muslos, tu latido de labio seccionado. Un papel es una cuchilla. Una vela sin cumpleaños. Un estigma oculto bajo los párpados. La espuma de los días o esa en que pierde dactilografías el barbero. Sweeney Todd y el amor que no se afila en el crecer barba como escarcha crecen los días. El ojo de la vaca que pierde la luna antes de ser degollada.

Te abrí la puerta y huyeron todos los invitados a los que nunca dejé entrar. Te tumbé en un sofá tirando a granate con la única intención de tirar sobre ti mi pellejo, despistar para mejor devorarte. Sabía que no sangrarías. De ahí la disposición arterial del escenario, puro Hannibal Lecter. Pero te mordí y condecoré de incisivos un sueño de curare, flechas fugaces entre la selva esmeralda. Tu vientre me escupió tinta en los labios. Sabor a mar mientras los calamares, en su pecera, intentaban recordar el primer trazo, cuando aún ni verso.

Te abrí la puerta. Planeta microbio recomponiéndome universos dactilares, y la casa no casaba con nada que no oliese a lupanar. Palabras, deshechas en trémolo azul por un bardo canadiense. Malditos párrafos sin ciencia. Desbarajustes de alabastro en los domingos clausurados a la conciencia popular de otro fin de semana destinado a eyacular los retazos del hogar que violentaste un jueves que ignoraba su futuro de viernes y poema niño. Y qué más da el día si todo, hoy, es tinta.

Otra página. Los dedos ensalivados y el mugido sepia de tu vientre tiznándome los párpados. Vlad Tepes de tu melodía flamenca mientras hileras de hormigas cepillan menta entre las encías al filo de una tonada de extrarradio que, tarde o temprano, reventará el asfalto o tarareará ajorcas en el delirio más acolchado. Ay, tarara loca, ay de mis dedos soñándose cirujanos.

Asomé panoramas, córneas y barajas, a la fosa abisal de tu garganta mientras pasaba páginas intentando deflagrar, con las yemas de los dedos, este sanatorio en que trocaste todo lo que hasta entonces no se supo hogar. Al fondo la Alhambra, roja de incendio, o un caballito en el crepúsculo trotando heridas hacia la mar.

Te abrí la puerta y decidiste quedarte a vivir. Ay, tus versos, haciendo de mis muñecas crímenes gemelos, pespunteando contra el teclado la sinrazón de tu carne cuando sólo era verbo. Ay, maldito temblor, fantasía del ansia, perfil de fusilamiento al atardecer. Por maricón, y por rojo mientras la iguana inquietaba las esquinas en que herrumbran orín los perros que ignoran las alcantarillas. 

Todo fluye. Pero siempre y sólo hacia dentro. Ahí me esperas. En lo hondo de la pesadilla o en la piel del sueño. Enroscada a los capiteles corintios de la noche más espesa, maldita luz, maldito verbo. Mientras tanto, te escribo y persigo sabiendo que nunca te daré alcance, poesía.

lunes, 29 de abril de 2024

nouvelle vague

Como personajes de la nouvelle vague nos asomamos a un oleaje imperativo mientras Godard salta al vacío gritando que al final de la escapada no encontraremos nada. De ahí que sea obligación morder la vida, cada día. Habitarla para evadir el horror, en un continuo driblar eso que los circundantes llaman realidad. Lo que entre los dientes sangra, no escapa.
Truffaut ya advirtió que frente a la mar los dedos se hacen pupilas a las que nadie desearía atrapar. Allá los de la pesca de arrastre, perdidos en frondosidad de algas amputadas, pescaderías sin mañana y martirios de coral. 
Antoine Doinel de nosotros mismos volteamos la mirada para encontrarnos con la verdadera mar, cámara o pupila en mano pretendiendo inquietar la arena y sabiendo que no va a claudicar en su ronroneo de trazos exactos que darán en instantánea turística, mañana, para los súbditos de Instagram.
Travelling. Fuga. Mordisco en el bíceps. Vuelo. Velo, Aleteo y tus Branquias diseccionando intervalos, florilegiando espumas como migas de certezas o migajas de ostia recién consagrada al perdón de los pecados que jamás cometimos. Esa plenitud que me cercena la tráquea. Y también, o más, tú y tu deslizarte como esquiador de año nuevo entre faquires erróneos que te llaman a su cruz de escarcha cuando el tiempo detiene su danza. Mis manos libres de clavos, tal vez agujereadas de tanto inquietarse las sienes ante el espejo azul de la mañana cuando grita derrotas sin sangre por la lejanía en que abrevan sonrisas como horizontes de plasma. Amanecer. Atardecer. Qué más da. 
Y no sentirme obligación. Pero respirar asfixiando palabras en el masticar versos anticipo del féretro en que no amanecen fiestas ni oleaje cada mañana. 


Rohmer, cual Zeus rabioso, registra el rayo verde de una mirada que aniquila noches americanas puro baile a la sombra de crustáceos que sueñan desvestirse tules previos a la cena de gala, desanudarse cada uno de los estigmas que Mater Marea les infligió en las patas. La siguiente ronda está pagada.
Y un rondar de cultura ambulante y un atardecer de empedrados y una luna que se desorienta en danza de velos sin Salomé. Oscar Wilde y la guarida del espía de uno mismo y lo sagrado y lo roto y un aleluya escarbado en la tráquea con punzón de arena y sombra chinesca contra la pared en que incubó raíz de sangre Pierrot el loco.
Todo es vandalismo en los subterráneos de esta vida que nos labramos con besos de saliva exacta soñándonos Caravaggio. Todo es afonía entre las nubes que disfrazan de otoño el callejero de las tropelías que languidecieron peces sin natación, vislumbres indómitos del anzuelo.
Travelling. Fuga. Velo y también velcro allí donde se afila un bajo vientre para que otro, en sus profundidades de Nemo doliente, le regale túneles en que alumbrarán milagros los enanos de los cuentos, bien que no sean siete. Y siete cientos de ciempiés marinos adheridos a los músculos del cuello. También a los lumbares. Peso infinito en las dorsales que no nos marcaron con numeración alguna antes de lanzarnos a la mar por ver si la alcanzamos. Aún así, gana la tinta de tattoo tribal cuando la cabila de la repetición de los días danza alrededor dispuesta a devorarte comenzando por la tajada mejor. Tal vez los pies. Para que no dancen. 
Los dedos duelen. Será el teclado. Y no es francés, pero suena como Jeff Buckley al sonreír Je n'en connais pas la fin mientras sube el café que se sabe vertido exacto y bien aprendido, aprehendido en el papel calco de mi recuerdo de ti antes de que todo torne nero. Como el sueño en que se desangra un calamar. Como la avaricia de minutos del enfermo. Como Nappoli cuando comienza a temblar porque la cantas tú en un recuerdo con máscara de avant vue. Y de la envidia ni noticia, dije, pero resulta que sí.
Los dedos duelen. Será el teclado francés que esta noche, bajo las uñas, tortura china, me han injertado. O tal vez sólo sea una película. Sí, una de esas en que desearías quedarte a vivir. Tus pupilas, tan dilatadas. Pero una película. Otra película francesa, de las de antaño, al fin.

domingo, 31 de marzo de 2024

inventario de desaciertos

Soy el trazo marcado a navaja contra la corteza de un árbol. Tiene forma de corazón. Desbarata el amor que se sueña intacto.

He abierto senderos y me he perdido en caminos que no se hacen al andar. Tal vez al llorarlos como a la última posibilidad de una vida que merezca todos los tropiezos comprendidos al despertar.

Hay una chichería en Cochabamba que atesora mi bilis de horas de más, minutos sin ti, entre sus baldosas. Y un trasiego de dudas esparcidas como cayena molida sobre antiguos mapas asiáticos.

Soy el sin rumbo, ahora que nadie quiere marcarlo. Y abro la navaja. Y busco otro árbol. Uno que no muera. No me basta saber que me sobrevivirá al menos cien años.

Mucho sur, demasiado este, algún oeste sin vaqueros pero henchido de bisontes bifrontes, y este norte que hoy vislumbro peinando cantábricos como tus dedos espumas, ayer, al Atlántico. Los míos se enredan, todavía, en estúpida cartomancia que acaricia el filo de esta navaja. Que no te escandalice la sangre. Los hematomas, como los sueños, nacen hacia dentro. Los sueños, como los peces, mueren hacia arriba, buscando la superficie: como una escala, una Venus de hielo en primavera o la trayectoria errónea de una bala.

Hay una cebichería en Arequipa que mantiene intactos, contra sus manteles de cuadros mal recortados, mis ansias de pescado crudo. Y un mercado de sal en Jeju que jóvenes desconocidos, con toda la vida por delante, recorren afilando pupilas que no encuentran entre sus corredores la cartografía errónea de mis pasos.

Están el altiplano y el Sahara. Como remiendos de ejecutados contra la contrariedad enladrillada de mis zapatos. Un té al anochecer, entre Sabra y Chatila. Un trago largo en Salvador de Bahía. Y entre mis dedos infantes esta navaja, como jauría de mordiscos que sólo hacen presa en bosques que atesoran silbidos de viento sin norte. En ocasiones me siento árbol de corteza escueta esperando el traspiés de otra navaja. Una que haya recorrido Vallecas en busca de reyerta.

En la Cantinha da Aida disimulan que me añoran cuando sólo esperan de regreso la telequinética magia con que tus labios despertaban pirotecnias a la espuma del primer trago de cerveza. Y tengo mucha sed, pero soy mis errores, que ahora caminan con las manos para contemplar el mundo más bello incluso que cuando soñado. Del revés sólo del revés se puede contemplar la realidad. Pero así es imposible siquiera intentar propinarle un trago. Y tengo mucha sed.



viernes, 22 de marzo de 2024

mordiscos y verbos

Tengo una atmósfera propia en tu aliento
Vicente Huidobro

Vengo con la boca manchada de palabras que no dicen nada. Pero atragantan. 

Me golpea la mecánica de los asteroides. Y la aritmética del eclipse bajo el desfile atroz de tus pestañas. Dispuestas a batallar hasta darle jaque mate a la cara elefantiásica de la luna. 

Y yo con una bombilla entre los dientes. Pequeña como el sueño de una luciérnaga que se sueña labio. Y entre los dedos una premonición de abecedarios soñándose verso. Soñándose injerto que dilata tu tráquea como un infarto o un incendio. 

Vengo con la boca manchada de palabras que no dicen nada. Y ahora me dispongo a desentonar cuarenta y ocho versos que dejaron escritos un puñado de amigos muertos.


sábado, 16 de marzo de 2024

de corceles y distancias

Herraduras tiznadas de mordisco y cúrcuma. Silencios de sábana tan negra como huérfana. La rotura del derviche tatuada en el tobillo de todas las noches en que un aliento de digestiones certeras hizo nido a contrapelo. Un suburbano de maletas henchidas de papel balbuciente y un suburbio en que juega pelota y futuro por llegar la sonrisa de los duendes. El deambular voraz de una paloma extirpada al minuto 89 de un filme apocalíptico y el sigilo de puntillas pespunteando los pliegues de esta noche que no acaba. El incienso que no llega a ser porque se rasgó el olfato soñando la llegada del caminar exacto.

Soy el tormento multiplicado por diez, el jaguar en cuyo pelaje Borges intuyó al tigre de William Blake. Soy la aquiescencia del tiempo que desconoce las estatuas de sal. El que mira de frente para reventarse los dientes con cada limón extirpado a un cenagal de milagros delicadamente lubricados. Soy la sal en las pupilas que le sajaron las sirenas a la mar.

Cuando la sangre, entre tus colmillos, es carcajada la luna olvida mentir palabras y te las regala para que en ellas injertes mordiscos que nunca aprenderé a decir. 

Convergen en dioptría los fantasmas. Soy el aullido y la calma. Soy la debacle. Soy, y ser seré por siempre, el ensayo de este prólogo que congrega la explosión de tu carne tejiendo bandera pirata con mi plasma. 

© Ralph Eugene Meatyard, cortesía de la red


domingo, 7 de enero de 2024

Caravaggio secuestrado

Quise robar un Caravaggio, pero despertaba sospechas. No yo, el Caravaggio. Y ahora languidece su perfil ébano blues sobre una mesa de disección a la que demasiadas veces me he asomado intentando discernirme el futuro entre las vísceras. 

Me miras desde la pared y se duele una sombra. Todo es luz y tu pupila se sincera hablándome de sueños que te riegan por dentro y más allá te crecen. Intuición de enredadera. Coraza el milagro de tu cuerpo inmolado en la exacerbación del pecado. Frontera tu piel para todos los anhelos a los que ni siquiera permites acudir al frente. Todo queda acomodado en eterno cuando la pausa lacerante de la tregua, cuando enmudecidos los tambores de guerra sólo hay vencidos y un faquir impúber entrena indolencias en mi lengua.

Hoy hasta las nubes se apellidan domingo. Intuyen que en algún momento han de finalizar su danza huérfana de vuelos que tú no has dormido. Las nubes son doctas en desconciertos. Y comprendo que yo tenía una vida más allá del hampa a que no pertenezco. Que la sal viene de lejos y soy hipotenso. Que le sigue faltando un prólogo a mi latido y por eso tiemblo ensayando un fallo al descolgar el milagro.

¿Cómo sentir el sentirse pieza defectuosa de un engranaje erróneo? Émbolo del sintagma que no se desea verbo. Hacer, ser, florecer, desfallecer. Sentirse aleteo y saber que, aun así, volvería a poner en riesgo mis huesos por robar un lienzo.