miércoles, 23 de julio de 2025

hipocampo de perfil (y 2)

«Aparte en un tarro de especias vacío guarda un mechón de pelo.
Un espeso y oscuro cadejo de color indefinido como el humo de los trenes
cuando se pierde entre los eucaliptos».
Álvaro Mutis

La piel recolecta aniversarios como ratón hembra suburbios en los ovarios cuando huye disfrazado de gata para ofrendarse a los machos. La piel, sí, la piel recolecta verbos y calendarios y acomoda fechas entre los pliegues que le talla el tiempo como vislumbres de El Dorado en las pupilas de Aguirre cuando la cólera de dios. Werner Herzog y los sudarios en que quedaron acribillados los músculos previos del Cristo crucificado, los de aquellos indígenas masacrados como estos cantos tribales míos, aún felices aunque visiblemente desmejorados.

El tiempo es una apuesta sin trampas, y pasa y la piel respira arena inundándose de lorquianas acequias en que hacen cántaro de esquina todos los espejos que retienen vuelos del Atlántico al Cantábrico, de la cama al cuarto de baño, tal vez a la cocina antes de abrir las ventanas de una terraza que siempre da a aquella mar que contemplara Aute cuando aún chiquillo, y después cuando ya adulto porque como turista de verano patrio caracol portaba su hogar en la piel y en cada uno de sus reductos la memoria, como en la mía habitan todos los cumpleaños.

Así el vello de mis muslos tormenta bajo la que cruje una fecundidad de papilas gustativas fecundadas por el universo del que brota el recuerdo exacto del Big Bang. Y el verbo.

Así mi triángulo de Scarpa dictando brailles al milagro en que amasan panes los peces del vino nunca derramado más allá de los límites de una copa mordida voraz. Se hizo carne.

No en el pensamiento, ni en la obra. No en la omisión, sino en la piel palimpsesto todos los pecados cometidos como memoria del porvenir que me habita enjaulando locos grillos cricri entre nubes que juegan a ser escualos sólo porque han podido asomarse a un perímetro de piel que logró escapar las celdas incendiadas del verano. Una dicción de dragón a la hora de esa manicura tras la que sus llamas quedarán estéticamente afiladas, dispuestas a desguazar la mejor ración de una rata que voltea calendarios sobre brasas orientales henchidas de silencio y aromas descalzos. En el hipocampo cerebral se desembrida un caballito de mar que viene a salvarnos si lo aprendemos a pronunciar. 

martes, 22 de julio de 2025

hipocampo de perfil

«Aparte en un tarro de especias vacío guarda un mechón de pelo».
Álvaro Mutis

La piel es asignatura tardía que consideramos aprendida antes de pisar el aula. Creemos salir de clase con agasajo cum laude. Pero nadie abandona la piel. Jamás, hasta el último compás. Cuando comprendemos que la vida no es una posibilidad la mordemos con rabia y nos guardamos la última bala. Ay, cuando comprendemos que nos dejamos una enciclopedia a la mitad. Porque la piel es lenguaje que no se regenera si seguimos las normas. Cárceles de Piranesi cuando el llanto acequia en nuestros párpados y mudos los labios, bocas de mar, carne procesada recién extirpada al maullido de sirenas que a tantos marinos desordenaron el pensar. Ellos atesoraban el verbo. 

Vivir no es importante, navegar sí, pero es que al fin es lo mismo y nunca navegante de costa domeñada construyó ningún abecedario. Son los océanos quienes renuevan los diptongos mareando la brava marejada de la carne amada, ese verbo que repta, como virus, bajo la piel de la palabra. La mar, como la piel, es lenguaje vivo que no aprendemos a escuchar. Soñamos vestirnos el paladar con infinitivos sin fecha de caducidad. Conocemos las trampas sintácticas y les erigimos laberintos de dientes como muros de coral. Intentamos atrapar la sal para delinear el perfil en que quedó atrapada la esposa de Lot cuando miró hacia atrás. Ahí, tallada, nuestra batalla con la palabra, como piel cincelada por Bernini, en el mejor de los casos. Aprendimos demasiado aprisa a decir papá y mamá. Luego dejamos de jugar con ellos, tartamudeando al conjugar el verbo más bello. 

Costumbre y soldadura, barreras de coral. Aves o conejos o venados masacrados contra las líneas de fuga del vehículo que ruge en aras del día a día para alcanzar un fin de mes que es inicio del siguiente y no lleva a ningún lugar. Matraces nuestros cuerpos en locomoción de sílabas, salvia y saliva. Pareciera imposible aprender, de nuevo, a vocalizar. A respirar. 

Adiestramos nuestros dedos en el acorde gimnástico del teclado, una tras otra letras conformando sílabas a las que asomar incendios de paladar. Desvelos con que tatuarnos tibias en el pecho, aullidos alargando un abrazo terminal, rugidos de tigre siempre y una calavera pirata nacida del occipital. Salvamos para el álbum fotográfico de nuestra dermis todas las licantropías en que no nos llegamos a saciar. Y la palabra dónde. Dónde el duende del diccionario enloqueciendo las páginas para inaugurar el nuevo lenguaje como Cronenberg la nueva carne. Conocemos tantas de sus múltiples escenografías que, en ocasiones, nos aterra seguir con vida. 

Es hora de hablar, desenfundar los tendones, desmaquillar los colmillos. Es hora de hablar y ya va siendo momento de calzarse las alas del verbo, aunque aparenten radiografía de faquir. Mejor así. Hora de lamer el llanto con lengua tiznada de kohl, momento de hablar con los párpados. Hasta que no lo hagamos seguiremos arrastrando por el barro el mismo idioma vacuo, expresándonos con códigos de antaño, sueños violados en el Valhalla bastardo de los noticiarios. 

¿Cómo te llamabas? ¿Cómo se arrastró tu nombre entre los otros nutrientes anclados a los caninos? Perro frío de lluvia, perro del infierno. ¿Cómo te pronunciabas con tan sólo dos sílabas? ¿Lo recuerdas? ¿En posesivo? También. ¿Lo recuerdas? Si es así, recítalo. Pronúncialo. Respira y da la bienvenida al nuevo lenguaje, a la nueva carne. Abre las puertas de casa a la lengua que todo lo arrasa y no deja títere con cabeza en esta danza de carnaval adelantado en que los peces roen los tuétanos al pasado para llevarlo de nuevo a la mar y ponerlo a bailar un dos espera un momento ya vuelvo quédate ahí estate quieto.

El nuevo lenguaje. El que se forja en la tregua. El vals lorquiano del lirio, la carne, el filo del muslo, la memoria y la piel. En el hipocampo cerebral se desembrida un caballito de mar que viene a salvarnos si lo aprendemos a pronunciar. 

miércoles, 9 de julio de 2025

pesadilla de Hamlet

Lou Reed escucha «Danger bird» derrumbado en el epicentro de un salón que, para quien no sepa mirar, podría parecer un ring. Lorca seduce el vuelo de un colibrí cuando ebrio declamando entre sus cejas ese poema que te cruje las costillas con un solo cuerno. Gritan quedo melodías amartillando el martillo de una orejita en que vierte hormigas BuñuelCristo pasea llagas por el empedrado del Albaicín mientras Rachid Taha tatúa su piel con licores de extrarradio torpemente escanciados sobre las pistas de un asesinato. Neil Young esculpe una sinfonía de huesos metacarpianos sobre la barra del bar Ruiz mientras ordeña una yegua y ordena otra cerveza. César Vallejo le juega todo visto a la parca en una nueva ronda por rescatar tendones con que escribirte una oda. Ginsberg desenreda madejas en su garganta para aullarte noches en que saboreabas el no querer dormir ya que ellas no te dormían a ti. Umbral teclea tu mirada para mejor tejerse una nueva bufanda.

Un reguero de sudor detiene en violenta redada fotogramas de pupila por la espalda al filo de un coxis que escu(l)pe erecciones a aquel y este verano. Sueño tantas veces soñado. Crimen tan clamorosamente perpetrado. Masaje truncado. Cabellos aprisionados y un caballo sin doma a lomos de jinete que perdió el norte en el sur de todos tus extrarradios. Un sueño siempre es maroma costera, pasado, pretil o posibilidad. Una sábana forjada en santidad desgarrada por la mordida de tu perfil. Incisiva y canina como perro de la noche. Decisiva y felina como el maullido más febril.



lunes, 9 de junio de 2025

Sísifo, alcánzame el piolet

«No hay pasión sin lucha».
Albert Camus

ahí fuimos porque así nos dimos cerca del cielo como torpes gerifaltes de una dictadura de verbo y carne en que tendones tallaban tigres de nieve en la embocadura del desastre

aullido, sutura, incertidumbre y la altura de todas las neuronas que nos mordimos, masticada ya la yugular y ensalivado el cauce hacia una vita nuova portento de seda y recelo de maroma

señuelo de alambre que pasear, cordel frágil y un rítmico compás deambulando con ebriedad salival pupilas pasto galopadas por el trote desmesurado de un pulso coronado de espinas

por las esquinas el riesgo sanguíneo como único capital, el cebo y en el bocado las arterias hechas mar inverso cuando la talla griega sufre los minutos infligidos por un escoplo de hielo

alcánzame el piolet, no temas, o sí, tan probable que con disfuncionalidad muscular acabe hincándolo entre mis vértebras que aún no piedra, sólo renglón de humano poco mercadeado

tal vez no pero, sea lo que sea, no te dejaré caer escucho y hago espejo, que saber es sabor de sílabas primordiales en el pareado que, aún niños, pulsó como ala de colibrí nuestros párpados

ahí fuimos y ahí seremos cuando vencido el miedo y si no, igualmente, vencidos por siempre y siempre eternos porque nunca olvidamos que ascender es más posibilidad que sueño






martes, 27 de mayo de 2025

mordía la luz queriendo morder grieta

«Acaba de ponerme (no hay primera)
su segunda aflixión en plenos lomos
y su tercer sudor en plena lágrima».
César Vallejo

bajo la quieta mordida insomne de la sierpe breve en que luna se infarta gritan cítaras y carne se mercadea en lonjas de porvenires que mutan cual grillos aprendiendo a martirizar escoplo en mano la noche que afila el tequila de todos los infartos

dame el limón de tu labio cuando desgaja melodías como cuchillos neumáticos

dame el envés de tu revés y permíteme deletrearlo

reescribiré en lo hondo rupestres encefalogramas de niños y miocardios

danza cherokee de la lluvia recién mugida por tu vientre cuando la deflagración

balido operístico de bisonte tráquea cuando desafina tus cuerdas vocales mi corazón

nudo gordiano del amanecer adelantado

desenlace húmedo, escueto, locuaz y absurdo de la noche solitaria en que tu voz escenifica todas las esquinas del día para regalarles ciencia sin raíces y elixir puro nervio de conexiones sinápticas en estallido de orquídea que enfrenta espadas al trazo



lunes, 12 de mayo de 2025

la policía del perfume (un sueño)

Alargo los brazos nadando en un acuario en que comprimen latido pulpitos fluorescentes, medusas, mejillones y jamelgos de mar. Cabriolan corrientes de marianas fosas que prefieren detenerse, parada y fonda, en el instante Instagram. Me trepa y trepana la columna vertebral un incendio de memorias travestidas de fotografía tomada en el año cero.

No sé dónde esconderme, y ¿para qué? No lo pretendo. Me siento bien aquí, detenido en postura vergonzante. Al fin estoy quieto. Me estudian alumnos con vocación de bisturí.

Mira, susurra a su compañera una lolita de piel cuasitáctil vertebrada en pinturas tribales de tinta casi rupestre que no logran inquietar caverna alguna en mi cripta de carne recién detenida. Lo que contemplan ambas, al fin, es esa cicatriz que me repta desde la nuca al esfínter anal deteniéndose el tiempo preciso en el músculo cordial. 

No perciben, o lo entienden mal, que aún muevo estas piernas mías o no tanto que un día ensalivadas por otros pulpos, cefalópodos dígitos, lengua henchida de lágrimas de mar. Que mis piernas aún recuerdan cuando intentaban aprender a caminar. Y los brazos se me enredan pretendiendo explicarse como en onda radiofónica sin frecuencia. 

Piel a la que, aunque ya no mía nunca más (mi cadáver cual clase de anatomía a lo Rembrandt), sigo perteneciendo. 

Escuchen cómo el maestro grita, mientras sujeta un puñal entre las garras, mirad lo serio que está, ni que le hubiesen arrebatado la vida. Y ¡zas! ¡zas! me extirpa una sonrisa que hace a mis oídos sentirse fuera de lugar. 

Braceo. O sea, que alargo mis brazos intentando regalarles armonía, movimiento. Nataciono las piernas, enhiesto el cambio de hora en el metrónomo de mi sexo, y abro bien los ojos para no perderme ni un segundo de la respiración que aún me anima aunque ni alumnos ni alumnas hayan sabido comprenderlo.

Intento nadar en un acuario en que comprimen latido pulpitos fluorescentes, medusas, mejillones y jamelgos de mar. Y sólo pienso que, al fin, daré bien en la foto del aprendiz que llegó hasta aquí guiado sólo por su olfato. Llegó hasta aquí por vocación, y eso es digno de aplauso.


sábado, 26 de abril de 2025

hipnagogia

And close your eyes
And don't you make a sound
There's no worries now
There's no one else around
To hear you cry
Yourself asleep again tonight
Micah P. Hinson

Expongo mi escueto bíceps derecho mientras me ejercita el rostro una caricatura de teatro clásico. Me inyectan la duda del mañana queriendo paliar una realidad de sudor enfebrecido huérfana de lo estipulado. Aúlla lascivia un coyote, retuerzo el espinazo y los hospitales son clamor de tinta simpática con que los enfermos dictan cartas de amor al bisturí como el albañil a la espátula. En el gimnasio del barrio un Fidias subnormal esculpe pantomimas extirpándole mordiscos a la vida, malvendiendo una meta en que lombrices orondas se niegan a dejar propina. 

Sobre mi plexo solar taconean autopistas lácteas mientras Lorca crepita lirios sin raíz de metáfora. En sus adentros, dígitos hurtan huríes al piano que Tom Waits aporrea cada madrugada. Desnudan la melodía hasta el último perfil, que es el único y apunta maneras de diosa griega antes de la talla. Traigo un vértigo de olimpíada tatuado entre los muslos. Camino el borde de una azotea incendiada. Querubines de Chagall me invitan a una partida de dados en su féretro inverso de vuelos que estupran nimbos dictando cartas ingrávidas al firmamento. Como el aviador poeta y terrorista de Bolaño. La faz de Ícaro ensombrece un prado en que almuerzan caballos que, herrados de libertad, vierten galope hacia la mar. Sueñan alcanzarla antes de que alguien la nombre y la inscriba en la oficina de patentes donde los sueños aprenden a claudicar. 

Me sienta bien el bozal, y la mediocridad no se aprende en ninguna escuela. La soledad es vidrio sin cartel que advierta su fragilidad. Maelström de mi cordura. Desde cualquier terraza prende fuego a una aeronave un niño que, de árboles caídos, la acaba de confeccionar. Que no estamos locos y somos humanos y queremos amar y alguien debe perdonarnos por los caminos que tomamos para hacerlo, dejó escrito Leonard Cohen. Hundan la aguja un poco más mientras la vida se derrocha. No hay segunda dosis. Y tampoco importa.



miércoles, 2 de abril de 2025

fatigar el verbo (variación desde la relatividad del tiempo)

Salvaje crin de yegua amortiguada por los atropellos del tiempo. Relojes blandos en su fertilidad de secundarios escribas del verbo cuando hecho carne y aliento. Mi cuerpo es campo de batalla infecto de minas que tú has esquivado, poema, también excavado. Y donde mire, te encuentro. En la mirada sepia de la pescadera y en la ojiva selvática de la oliva a punto de ser deglutida. En la reseca mojama redundando el puerto cuando mira hacia otro lado en que sólo refulgen salitres y mareas de entretiempo. En las ropas desvestidas de sudor. En el caminar monte abajo del anciano vecino del sexto y en la lavandería de barrio, poema, tus pupilas más vivas que esas pestañas parábolas de lo incierto incineradas en plasma para mejor perder el tiempo. 


Δt’ = Δt / √1-v2/c2 


Calendario que regalaste a mi piel. Ánfora del temblor. Aún se aferra a él. Aún vibra como pellejo de tambor. Como el tuyo remedo de melocotón, perdona la metáfora parvularia. Pero es que hasta en lo simple me delatas, poema. Cutículas de hambre retardado abortándome los dedos. Quebradas las uñas me pregunto si será falta de hierro, proteína, vitamina o alimento. ¿Tal vez teclado en exceso? Aunque disfuncional aún de letras, y por tanto me pregunto cómo he llegado a esto. O sea que te imploro haz nido, ya que me trajiste hasta aquí. Espacio escueto, me hago cargo, sí, como de que existencia sin víscera es sanguinidad sin riego. Por eso te intento aún escribir, poema. Por eso me tartamudea el sexo mientras te respira desde Abisinia sin métrica ni rima.




domingo, 23 de marzo de 2025

reverso y espejo del poema

qué barbarie de prolegómenos
nos trajo el verbo, qué reptil
de fósforo jugando a lo eterno

qué cosecha de versos que nadie entiende,
perdida su rima en nuestras lindes
cuando yuxtapuestos

qué ensayo de Frankenstein este
desmembrarnos entre las encías
por nacernos hacia dentro

qué atropello de taxidermia
en la mirada, qué deflagración de aullidos
mordiéndole los labios al estruendo

qué conjugación lisiada, con este 
múltiplo de probabilidades en que maridamos respiración,
logramos extirparle al tiempo



jueves, 20 de marzo de 2025

sobre mojado danzan párpados

Los días se deslizan como patinador inexperto. Tropo en que oficiamos quienes aspiramos al sustento. La melodía, como la procesión y siempre afilada.
Bisontes rumian los cielos. Climatología invertebrada. Una hoz como cucaña a la que amarrarse aun a sabiendas de que tus falanges quedaran cercenadas antes de alcanzar el premio. 
Prefiero soñar con caballos que pastan el clamor de tus pupilas a orillas de una playa aún no inventada.
¿Dónde el premio tras arrastrar por el fango todo lo que somos para comprender que no formamos parte de este negociado?
Días de borrasca. Tormentas agitando la nieve que nunca peiné más que entre tus dedos. Y las ideas aullando humedades contra la garganta voraz del alcantarillado. Sigue lloviendo. Algo crecerá en algún momento. Humedad es vida y aún atesoro precipitaciones entre las vísceras cuando ametrallan la memoria sobre la dactilografía infausta del teclado. 
Temporal ingrato para estados de ánimo infectados de melancolía y futuro truncado. 
Leprechaun, gnomo, duende que viene a recordarme el mañana con felina detonación de savia y sonrisa. Aprenderemos, juntos, a domesticarlo.
Y un aguacero de voz callada en la distancia. 
Repasaste el manual, una y otra vez, olvidando que quien lo escribió no había siquiera palpado la vida. Pulpa que comprendiste, como hirió el poeta, iba en serio.
Sigue lloviendo y 
«Me gustaría leer
uno de los poemas
que me arrastraron a la poesía.
No recuerdo ni una sola línea,
ni siquiera sé dónde buscar. 
Lo mismo 
me ha pasado con el dinero,
las mujeres y las charlas a última hora de la tarde.
Dónde están los poemas
que me alejaron
de todo lo que amaba
para llegar a donde estoy
desnudo con la idea de encontrarte».
Leonard Cohen