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Gala/Dalí revisitada/os por Munay |
vislumbres de El Dorado
miércoles, 1 de octubre de 2025
voz de ti o la cara oculta de la gravedad
sábado, 6 de septiembre de 2025
sueño de arena
Antaño, sí, antaño, mi vida fue un festín en que los corazones latían ebrios de vino tinto como un latido de saliva recién molida. Antaño senté a la Belleza en mis rodillas y, al contrario que aquel íncubo de Charleville, no la encontré amarga ni la injurié. Al contrario, ya digo, a sus pies, mientras acorde de piano curdo sus dedos surcando mi lengua, imploré sólo para descubrirme siervo de un fondo de armario para ella recién confeccionado. Porque la Belleza, querido Satán, no es innúmera y encuentra cauces como berbiquí que talla pastos entre floresta de párpados olvidados de qué cosa es el yacer. Un, dos y ya está. Cayó el telón y brotó el teatro bajo la arena mientras El Público aplaude hacia adentro. Y en arena se arruinaron mis párpados mientras la Belleza me recorría invitándome al sueño, como quien camina un Sahara todo espejismo, sudor y ligamento. Antaño, sí, antaño mi vida fue un festín y aún entre mis colmillos todos los pedazos resistiéndose a la dentrifición del esmalte que ya no, a la sonrisa mascando bordes de espejo en que todo es reflejo de la inapelable cremación. Libertad, piensas mientras la piel de un padre se desprende para asomarnos a su carne y descubrir en ella el nuevo lenguaje. Como en Makarnika Ghat. Sólo en la India saben apreciar los rescoldos antes de lanzarlos a surcar esas aguas en que nunca te bañarás. ¿Dan a la mar? Y pensé, como aquel, en la caridad como llave que me abriese de nuevo las puertas del antiguo festín. Comprendí las ciudades sin sueño, ahítas de deambulares exhaustos sobre las cenizas de los esparcidos al viento. Y dejé la puerta cerrada. Nada merezco, pero siendo menos que nada jamás clamé por caridad. Y ya sólo quiero caminar sabiendo que olvidé los pasos. Pero más necesito volverte a ver caminar serena y exacta. Cuando aparente agotado el festín sólo tu, Belleza, sabrás si se puede reiniciar. Mis rodillas, aun mordidas por la intemperie y el asfalto, aquí están.
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© Seisdedos |
miércoles, 23 de julio de 2025
hipocampo de perfil (y 2)
Un espeso y oscuro cadejo de color indefinido como el humo de los trenes
cuando se pierde entre los eucaliptos».
La piel recolecta aniversarios como ratón hembra suburbios en los ovarios cuando huye disfrazado de gata para ofrendarse a los machos. La piel, sí, la piel recolecta verbos y calendarios y acomoda fechas entre los pliegues que le talla el tiempo como vislumbres de El Dorado en las pupilas de Aguirre cuando la cólera de dios. Werner Herzog y los sudarios en que quedaron acribillados los músculos previos del Cristo crucificado, los de aquellos indígenas masacrados como estos cantos tribales míos, aún felices aunque visiblemente desmejorados.
El tiempo es una apuesta sin trampas, y pasa y la piel respira arena inundándose de lorquianas acequias en que hacen cántaro de esquina todos los espejos que retienen vuelos del Atlántico al Cantábrico, de la cama al cuarto de baño, tal vez a la cocina antes de abrir las ventanas de una terraza que siempre da a aquella mar que contemplara Aute cuando aún chiquillo, y después cuando ya adulto porque como turista de verano patrio caracol portaba su hogar en la piel y en cada uno de sus reductos la memoria, como en la mía habitan todos los cumpleaños.
Así el vello de mis muslos tormenta bajo la que cruje una fecundidad de papilas gustativas fecundadas por el universo del que brota el recuerdo exacto del Big Bang. Y el verbo.
Así mi triángulo de Scarpa dictando brailles al milagro en que amasan panes los peces del vino nunca derramado más allá de los límites de una copa mordida voraz. Se hizo carne.
No en el pensamiento, ni en la obra. No en la omisión, sino en la piel palimpsesto todos los pecados cometidos como memoria del porvenir que me habita enjaulando locos grillos cricri entre nubes que juegan a ser escualos sólo porque han podido asomarse a un perímetro de piel que logró escapar las celdas incendiadas del verano. Una dicción de dragón a la hora de esa manicura tras la que sus llamas quedarán estéticamente afiladas, dispuestas a desguazar la mejor ración de una rata que voltea calendarios sobre brasas orientales henchidas de silencio y aromas descalzos. En el hipocampo cerebral se desembrida un caballito de mar que viene a salvarnos si lo aprendemos a pronunciar.
martes, 22 de julio de 2025
hipocampo de perfil
Álvaro Mutis
La piel es asignatura tardía que consideramos aprendida antes de pisar el aula. Creemos salir de clase con agasajo cum laude. Pero nadie abandona la piel. Jamás, hasta el último compás. Cuando comprendemos que la vida no es una posibilidad la mordemos con rabia y nos guardamos la última bala. Ay, cuando comprendemos que nos dejamos una enciclopedia a la mitad. Porque la piel es lenguaje que no se regenera si seguimos las normas. Cárceles de Piranesi cuando el llanto acequia en nuestros párpados y mudos los labios, bocas de mar, carne procesada recién extirpada al maullido de sirenas que a tantos marinos desordenaron el pensar. Ellos atesoraban el verbo.
Vivir no es importante, navegar sí, pero es que al fin es lo mismo y nunca navegante de costa domeñada construyó ningún abecedario. Son los océanos quienes renuevan los diptongos mareando la brava marejada de la carne amada, ese verbo que repta, como virus, bajo la piel de la palabra. La mar, como la piel, es lenguaje vivo que no aprendemos a escuchar. Soñamos vestirnos el paladar con infinitivos sin fecha de caducidad. Conocemos las trampas sintácticas y les erigimos laberintos de dientes como muros de coral. Intentamos atrapar la sal para delinear el perfil en que quedó atrapada la esposa de Lot cuando miró hacia atrás. Ahí, tallada, nuestra batalla con la palabra, como piel cincelada por Bernini, en el mejor de los casos. Aprendimos demasiado aprisa a decir papá y mamá. Luego dejamos de jugar con ellos, tartamudeando al conjugar el verbo más bello.
Costumbre y soldadura, barreras de coral. Aves o conejos o venados masacrados contra las líneas de fuga del vehículo que ruge en aras del día a día para alcanzar un fin de mes que es inicio del siguiente y no lleva a ningún lugar. Matraces nuestros cuerpos en locomoción de sílabas, salvia y saliva. Pareciera imposible aprender, de nuevo, a vocalizar. A respirar.
Adiestramos nuestros dedos en el acorde gimnástico del teclado, una tras otra letras conformando sílabas a las que asomar incendios de paladar. Desvelos con que tatuarnos tibias en el pecho, aullidos alargando un abrazo terminal, rugidos de tigre siempre y una calavera pirata nacida del occipital. Salvamos para el álbum fotográfico de nuestra dermis todas las licantropías en que no nos llegamos a saciar. Y la palabra dónde. Dónde el duende del diccionario enloqueciendo las páginas para inaugurar el nuevo lenguaje como Cronenberg la nueva carne. Conocemos tantas de sus múltiples escenografías que, en ocasiones, nos aterra seguir con vida.
Es hora de hablar, desenfundar los tendones, desmaquillar los colmillos. Es hora de hablar y ya va siendo momento de calzarse las alas del verbo, aunque aparenten radiografía de faquir. Mejor así. Hora de lamer el llanto con lengua tiznada de kohl, momento de hablar con los párpados. Hasta que no lo hagamos seguiremos arrastrando por el barro el mismo idioma vacuo, expresándonos con códigos de antaño, sueños violados en el Valhalla bastardo de los noticiarios.
¿Cómo te llamabas? ¿Cómo se arrastró tu nombre entre los otros nutrientes anclados a los caninos? Perro frío de lluvia, perro del infierno. ¿Cómo te pronunciabas con tan sólo dos sílabas? ¿Lo recuerdas? ¿En posesivo? También. ¿Lo recuerdas? Si es así, recítalo. Pronúncialo. Respira y da la bienvenida al nuevo lenguaje, a la nueva carne. Abre las puertas de casa a la lengua que todo lo arrasa y no deja títere con cabeza en esta danza de carnaval adelantado en que los peces roen los tuétanos al pasado para llevarlo de nuevo a la mar y ponerlo a bailar un dos espera un momento ya vuelvo quédate ahí estate quieto.
El nuevo lenguaje. El que se forja en la tregua. El vals lorquiano del lirio, la carne, el filo del muslo, la memoria y la piel. En el hipocampo cerebral se desembrida un caballito de mar que viene a salvarnos si lo aprendemos a pronunciar.
miércoles, 9 de julio de 2025
pesadilla de Hamlet
Lou Reed escucha «Danger bird» derrumbado en el epicentro de un salón que, para quien no sepa mirar, podría parecer un ring. Lorca seduce el vuelo de un colibrí cuando ebrio declamando entre sus cejas ese poema que te cruje las costillas con un solo cuerno. Gritan quedo melodías amartillando el martillo de una orejita en que vierte hormigas Buñuel. Cristo pasea llagas por el empedrado del Albaicín mientras Rachid Taha tatúa su piel con licores de extrarradio torpemente escanciados sobre las pistas de un asesinato. Neil Young esculpe una sinfonía de huesos metacarpianos sobre la barra del bar Ruiz mientras ordeña una yegua y ordena otra cerveza. César Vallejo le juega todo visto a la parca en una nueva ronda por rescatar tendones con que escribirte una oda. Ginsberg desenreda madejas en su garganta para aullarte noches en que saboreabas el no querer dormir ya que ellas no te dormían a ti. Umbral teclea tu mirada para mejor tejerse una nueva bufanda.
Un reguero de sudor detiene en violenta redada fotogramas de pupila por la espalda al filo de un coxis que escu(l)pe erecciones a aquel y este verano. Sueño tantas veces soñado. Crimen tan clamorosamente perpetrado. Masaje truncado. Cabellos aprisionados y un caballo sin doma a lomos de jinete que perdió el norte en el sur de todos tus extrarradios. Un sueño siempre es maroma costera, pasado, pretil o posibilidad. Una sábana forjada en santidad desgarrada por la mordida de tu perfil. Incisiva y canina como perro de la noche. Decisiva y felina como el maullido más febril.
lunes, 9 de junio de 2025
Sísifo, alcánzame el piolet
martes, 27 de mayo de 2025
mordía la luz queriendo morder grieta
bajo la quieta mordida insomne de la sierpe breve en que luna se infarta gritan cítaras y carne se mercadea en lonjas de porvenires que mutan cual grillos aprendiendo a martirizar escoplo en mano la noche que afila el tequila de todos los infartos
dame el limón de tu labio cuando desgaja melodías como cuchillos neumáticos
dame el envés de tu revés y permíteme deletrearlo
reescribiré en lo hondo rupestres encefalogramas de niños y miocardios
danza cherokee de la lluvia recién mugida por tu vientre cuando la deflagración
balido operístico de bisonte tráquea cuando desafina tus cuerdas vocales mi corazón
nudo gordiano del amanecer adelantado
desenlace húmedo, escueto, locuaz y absurdo de la noche solitaria en que tu voz escenifica todas las esquinas del día para regalarles ciencia sin raíces y elixir puro nervio de conexiones sinápticas en estallido de orquídea que enfrenta espadas al trazo
lunes, 12 de mayo de 2025
la policía del perfume (un sueño)
Alargo los brazos nadando en un acuario en que comprimen latido pulpitos fluorescentes, medusas, mejillones y jamelgos de mar. Cabriolan corrientes de marianas fosas que prefieren detenerse, parada y fonda, en el instante Instagram. Me trepa y trepana la columna vertebral un incendio de memorias travestidas de fotografía tomada en el año cero.
No sé dónde esconderme, y ¿para qué? No lo pretendo. Me siento bien aquí, detenido en postura vergonzante. Al fin estoy quieto. Me estudian alumnos con vocación de bisturí.
Mira, susurra a su compañera una lolita de piel cuasitáctil vertebrada en pinturas tribales de tinta casi rupestre que no logran inquietar caverna alguna en mi cripta de carne recién detenida. Lo que contemplan ambas, al fin, es esa cicatriz que me repta desde la nuca al esfínter anal deteniéndose el tiempo preciso en el músculo cordial.
No perciben, o lo entienden mal, que aún muevo estas piernas mías o no tanto que un día ensalivadas por otros pulpos, cefalópodos dígitos, lengua henchida de lágrimas de mar. Que mis piernas aún recuerdan cuando intentaban aprender a caminar. Y los brazos se me enredan pretendiendo explicarse como en onda radiofónica sin frecuencia.
Piel a la que, aunque ya no mía nunca más (mi cadáver cual clase de anatomía a lo Rembrandt), sigo perteneciendo.
Escuchen cómo el maestro grita, mientras sujeta un puñal entre las garras, mirad lo serio que está, ni que le hubiesen arrebatado la vida. Y ¡zas! ¡zas! me extirpa una sonrisa que hace a mis oídos sentirse fuera de lugar.
Braceo. O sea, que alargo mis brazos intentando regalarles armonía, movimiento. Nataciono las piernas, enhiesto el cambio de hora en el metrónomo de mi sexo, y abro bien los ojos para no perderme ni un segundo de la respiración que aún me anima aunque ni alumnos ni alumnas hayan sabido comprenderlo.
sábado, 26 de abril de 2025
hipnagogia
miércoles, 2 de abril de 2025
fatigar el verbo (variación desde la relatividad del tiempo)
Salvaje crin de yegua amortiguada por los atropellos del tiempo. Relojes blandos en su fertilidad de secundarios escribas del verbo cuando hecho carne y aliento. Mi cuerpo es campo de batalla infecto de minas que tú has esquivado, poema, también excavado. Y donde mire, te encuentro. En la mirada sepia de la pescadera y en la ojiva selvática de la oliva a punto de ser deglutida. En la reseca mojama redundando el puerto cuando mira hacia otro lado en que sólo refulgen salitres y mareas de entretiempo. En las ropas desvestidas de sudor. En el caminar monte abajo del anciano vecino del sexto y en la lavandería de barrio, poema, tus pupilas más vivas que esas pestañas parábolas de lo incierto incineradas en plasma para mejor perder el tiempo.
Δt’ = Δt / √1-v2/c2
Calendario que regalaste a mi piel. Ánfora del temblor. Aún se aferra a él. Aún vibra como pellejo de tambor. Como el tuyo remedo de melocotón, perdona la metáfora parvularia. Pero es que hasta en lo simple me delatas, poema. Cutículas de hambre retardado abortándome los dedos. Quebradas las uñas me pregunto si será falta de hierro, proteína, vitamina o alimento. ¿Tal vez teclado en exceso? Aunque disfuncional aún de letras, y por tanto me pregunto cómo he llegado a esto. O sea que te imploro haz nido, ya que me trajiste hasta aquí. Espacio escueto, me hago cargo, sí, como de que existencia sin víscera es sanguinidad sin riego. Por eso te intento aún escribir, poema. Por eso me tartamudea el sexo mientras te respira desde Abisinia sin métrica ni rima.