domingo, 31 de marzo de 2024

inventario de desaciertos

Soy el trazo marcado a navaja contra la corteza de un árbol. Tiene forma de corazón. Desbarata el amor que se sueña intacto.

He abierto senderos y me he perdido en caminos que no se hacen al andar. Tal vez al llorarlos como a la última posibilidad de una vida que merezca todos los tropiezos comprendidos al despertar.

Hay una chichería en Cochabamba que atesora mi bilis de horas de más, minutos sin ti, entre sus baldosas. Y un trasiego de dudas esparcidas como cayena molida sobre antiguos mapas asiáticos.

Soy el sin rumbo, ahora que nadie quiere marcarlo. Y abro la navaja. Y busco otro árbol. Uno que no muera. No me basta saber que me sobrevivirá al menos cien años.

Mucho sur, demasiado este, algún oeste sin vaqueros pero henchido de bisontes bifrontes, y este norte que hoy vislumbro peinando cantábricos como tus dedos espumas, ayer, al Atlántico. Los míos se enredan, todavía, en estúpida cartomancia que acaricia el filo de esta navaja. Que no te escandalice la sangre. Los hematomas, como los sueños, nacen hacia dentro. Los sueños, como los peces, mueren hacia arriba, buscando la superficie: como una escala, una Venus de hielo en primavera o la trayectoria errónea de una bala.

Hay una cebichería en Arequipa que mantiene intactos, contra sus manteles de cuadros mal recortados, mis ansias de pescado crudo. Y un mercado de sal en Jeju que jóvenes desconocidos, con toda la vida por delante, recorren afilando pupilas que no encuentran entre sus corredores la cartografía errónea de mis pasos.

Están el altiplano y el Sahara. Como remiendos de ejecutados contra la contrariedad enladrillada de mis zapatos. Un té al anochecer, entre Sabra y Chatila. Un trago largo en Salvador de Bahía. Y entre mis dedos infantes esta navaja, como jauría de mordiscos que sólo hacen presa en bosques que atesoran silbidos de viento sin norte. En ocasiones me siento árbol de corteza escueta esperando el traspiés de otra navaja. Una que haya recorrido Vallecas en busca de reyerta.

En la Cantinha da Aida disimulan que me añoran cuando sólo esperan de regreso la telequinética magia con que tus labios despertaban pirotecnias a la espuma del primer trago de cerveza. Y tengo mucha sed, pero soy mis errores, que ahora caminan con las manos para contemplar el mundo más bello incluso que cuando soñado. Del revés sólo del revés se puede contemplar la realidad. Pero así es imposible siquiera intentar propinarle un trago. Y tengo mucha sed.



viernes, 22 de marzo de 2024

mordiscos y verbos

Tengo una atmósfera propia en tu aliento
Vicente Huidobro

Vengo con la boca manchada de palabras que no dicen nada. Pero atragantan. 

Me golpea la mecánica de los asteroides. Y la aritmética del eclipse bajo el desfile atroz de tus pestañas. Dispuestas a batallar hasta darle jaque mate a la cara elefantiásica de la luna. 

Y yo con una bombilla entre los dientes. Pequeña como el sueño de una luciérnaga que se sueña labio. Y entre los dedos una premonición de abecedarios soñándose verso. Soñándose injerto que dilata tu tráquea como un infarto o un incendio. 

Vengo con la boca manchada de palabras que no dicen nada. Y ahora me dispongo a desentonar cuarenta y ocho versos que dejaron escritos un puñado de amigos muertos.


sábado, 16 de marzo de 2024

de corceles y distancias

Herraduras tiznadas de mordisco y cúrcuma. Silencios de sábana tan negra como huérfana. La rotura del derviche tatuada en el tobillo de todas las noches en que un aliento de digestiones certeras hizo nido a contrapelo. Un suburbano de maletas henchidas de papel balbuciente y un suburbio en que juega pelota y futuro por llegar la sonrisa de los duendes. El deambular voraz de una paloma extirpada al minuto 89 de un filme apocalíptico y el sigilo de puntillas pespunteando los pliegues de esta noche que no acaba. El incienso que no llega a ser porque se rasgó el olfato soñando la llegada del caminar exacto.

Soy el tormento multiplicado por diez, el jaguar en cuyo pelaje Borges intuyó al tigre de William Blake. Soy la aquiescencia del tiempo que desconoce las estatuas de sal. El que mira de frente para reventarse los dientes con cada limón extirpado a un cenagal de milagros delicadamente lubricados. Soy la sal en las pupilas que le sajaron las sirenas a la mar.

Cuando la sangre, entre tus colmillos, es carcajada la luna olvida mentir palabras y te las regala para que en ellas injertes mordiscos que nunca aprenderé a decir. 

Convergen en dioptría los fantasmas. Soy el aullido y la calma. Soy la debacle. Soy, y ser seré por siempre, el ensayo de este prólogo que congrega la explosión de tu carne tejiendo bandera pirata con mi plasma. 

© Ralph Eugene Meatyard, cortesía de la red