miércoles, 28 de septiembre de 2022

el hábitat y el calendario (y 2)

Hay una habitación encalada en salitre y fado del que te excava el hombro sin hacerte daño. Un pareo queriendo ser pareado poético de los vientos atlánticos. Y el fantasma de un ocaso con maneras de ternura prendiendo poemarios para disolver las mañanas en eterno remover cucharas que ansían morderte los labios.

Hay un aullido que añora, entre estas cuatro paredes, delicadamente emparedar la huella de un crimen rubricado en tus cabellos cuando modelan las noches en que mis falanges escupen barro. Una habitación que sangra vino y llora ebriedad de extrarradio en la cima del mundo, tan cerca los aviones, tan abajo y tan hondo el ritmo exacto.

Hay una orfandad de telares tímidos y temperaturas inciertas afilándose ente nuestros cuerpos cuando todos los racimos distantes corren para reordenar, por siempre, cada día en una fiesta. Hay un vino sin petiscos y una red de Metro huérfana de pantallas táctiles reordenando el tacto de todos nuestros extrarradios.

Hay el aullido de un perro sobrevolando las vías del tren solo por perseguir tu aliento. Una misericordia de autorretratos cuando el sol decide caer para fulminar, exacto, el vergel en que agrandas pupilas ansiosas de caminar otros barrios.

Hay la manera de no encontrar la manera de encontrarte, perdida y terminal como las ropas de un olvidadizo sastre. Un desastre en orgía de panes y peces multiplicando las maneras de amarte.

Hay una cocina recién aprendida, como recién encendida la llama de la primera y olímpica prensa del día cuando taconea el silencio para despertarle incendios al desayuno del que eres vitamina necesaria en todos mis días.

Hay códigos y cifras que olvido en la jeroglafía granate de un papel que sobrevuela mareas ansioso de hacerse ovillo y sílaba entre tus piernas. Un descenso a lomos de caballos cercados por la locura poco freudiana de quererte fotografiar las pupilas, y una subida haciendo autostop en el redil de tus muslos todo esquina.

Hay un par de cervezas breves esperando un tren sin hora ni billete de ida, naufragando las iras del atardecer y las telecomedias coreanas en que tu sonrisa gusta de inventar, para el mundo, la sonrisa. Un llanto apedreando pupilas africanas y otro volcado hacia adentros de rabia en rama.

Hay un sueño hecho de años de insomnio, y un mapache desquiciado huyendo de algún trampero norteamericano. Una ruta 66 desordenando mitos en cada curva de tu cuerpo. 

Hay una lágrima devorando las mías, y un dolor que no puedo enjuagar y una tristeza fría reclamando un termostato o un regreso a la caverna de la que no debí salir para no airear el daño.

Hay un ay, por más que me rebalse la herida, cosiéndome los labios. Un negativo escueto implorando positivar, en el cuarto oscuro, la luz de tus diarios.

Hay un ay y jirones de piel, entre el hábitat y el calendario.

jueves, 22 de septiembre de 2022

el teclado ebrio

Y una o dos copas de vino que a pesar de la syrah no deja de excavar amargos en  mi paladar. Y un acorde que se disfraza para gozar las vacantes venecianas. Y una tierra que perdí en una trifulca de filos jugados y enjuagados a la coreana. 

Poco es tanto cuando poco necesitas, cantaba alguien que no conocía tu nombre o solo lo había leído en el archipiélago fluorescente de algún lodazal de verbos con maneras de libro no asimilado por más que aplaudido o vilipendiado:

Joyce, T. S. Elliot, Proust, Cortázar, Miller, Aragon o César Vallejo:

¿de qué hablan estos tipos? ¿a qué incendio, decía Cocteau, me pertenezco? ¿acaso Klein inventó el YKB para que lo naufragasen estos reptiles que acribillan mis vértebras soñándose versos? ¿soñándote enmudecer una ordalía de espumas con maneras de caballo loco a pesar de viejo? Que la mar es sabia no por eterna sino porque comprende la aritmética de tu cuerpo cuando entre sus manos como rabias de sal mal procesada se hace verso. Eso te digo, aunque no sé siquiera si yo lo comprendo.

Acaso tal vez sí ya lo sabes es evidente y apunta mal pero quiere disparar este teclado embriagado que hoy ha decidido beber por mí mientras escuchaba a Tom Waits arañándole jirones a una garganta que será flauta de Pan o pincel con que Van Gogh deshilacha nubarrones que no descargan porque prefieren hacer nido en mi/tu mente/vientre. Acaso quizás es posible pueda ser que el teclado haya estado bebiendo y no yo. Que no todo son navíos, amado Rimbaud.

«No sé lo que espero de ti, pero es algo parecido a un milagro. Te voy a exigir todo, hasta lo imposible, porque me animas a ello»... ya no recuerdo si lo escribió Miller a Nin o Nin a Miller, porque ya solo sé que el teclado está ebrio, que no soy yo, que solo me dejo llevar por su ritmo de taumaturgia febril y sus maneras de diosa dispuesta a despedazarme las noches susurrándome: produce.

Afuera, contra las ventanas nuevas, avejentándolas, las luces. Y dentro las prendas que te dejas como sin querer pero afilando las certezas, colgadas de los marcos de esos cuadros que quiebran en aullido el silencio de todos mis ocasos. Y las letras que deslizas bajo los barrotes del infarto en que cada noche batallan, dispuestos a perder el control en su voracidad de barro, los sueños más húmedos y ebrios de este beodo teclado.

Y la luz ahí afuera: caminada tan lejos y tan cerca taconeando.

domingo, 18 de septiembre de 2022

este no es el año de la rata

Dicen que, en 2022, la hora en que la rata es afortunada transcurre entre las 11 de la noche y la una de la madrugada... ya se me pasó, se descorcharon las botellas como degollinas de tinta tan china como el calendario del que extraen funestas premoniciones los becarios de la prensa que no existe ni por rosa ni por prensa ni por ser capaz ni una sola vez de prensar los cabellos a las noches que no acaban. ¿Sólo dos horas de gloria entre las veinticuatro que acumula, como niños seccionados, el temible  hombre del saco?

El dragón, sin embargo, es más afortunado, porque comenzó 2022 sabiendo que es un año en que mudará de piel para dejar paso a un nuevo reptil goloso de luces de amanecer y ahíto de pieles al borde (o, tal vez, debajo) del volcán (Mr. Firmin, usted, si aún vive, bien sabrá)

De años chinos y de calendarios. De funestas corcheas que apuñalan ventanas de extrarradio. De colchones maltratados y dioses que hocican deseos entre las fauces de un can dolorido y exhausto. 2022, primer aniversario del vuelo hecho lumbre entre los dedos gitanos de cualquier princesa expulsada del barrio. 2022 como baraja de números que tuercen el cuello al croupier que anota cifras contabilizando deseos al borde de nuestros labios.

Dicen que en 2022 fallecerán tantos famosos que no daremos a basto, que las redes insociales se disociarán en membrillo de plañideras trocadas viñeta en que desangrar vítores como monederos falsos. Después llegarán los lamentos, y entre tus dedos de dos por cinco milagros enredarán las pupilas sus ansias por seguir despiertas para acunarte ronquidos y acaramelar ese corazón que, entre las piernas, crece torpe soñándose dardo.

La habitación se ha vuelto infinitamente más habitable desde que he descubierto que la luz puede ser manipulada, le escribió Miller a Anaïs cuando el vientre del dragón portuario había ya devorado a la rata que abandonó el Bronx presta a corretear las bodegas de barcos que zarpaban como ciudadanos europeos recién inventados. La habitación es, hoy, noche, luz apócrifa, temperatura mediana, escueta osamenta, un vertedero de anémonas que me reclaman desde las cifras incomprensibles de todos los calendarios.

2022, año chino de sabidurías inconexas y aullidos como flechas clavadas en costillas que no existen más que para lamentar la ausencia de un hueso como plasma seminal titilando al fondo de esas pupilas en que no deja de alumbrar la hierba. 

Y una cabeza de toro, que no sé si es bestia de zodiaco oriental, despertando entre los muslos el silencio más crujido y la rabia más animal.




lunes, 12 de septiembre de 2022

el sudor es un caballo loco


And I'm by your side and I'm holding your hand
Bright horses of wonder springning from your burning hand
Nick Cave

El sudor es un caballo loco y desbocado que tiende dunas de fiebre sobre la piel del ajusticiado. Unas fauces de bisonte adragonado entre los resquicios del llanto. 

El sudor no miente cuando, como el óxido, sabe que no habita su naturaleza el descanso. El sudor te rasga las pestañas y te anida esos pliegues que el reloj cincela incansable, como larva, en el mapa de autobuses en sentido contrario que recompone tu piel cuando arrecian las tormentas costureras de los labios.

El sudor es una premonición de arritmia, un cuadernillo escolar en que pierden corona los reyes y se hacen mortales los héroes que supieron exponer a la cirugía del tiempo un tobillo de espuma de mar o una carótida infartada de susurro neandertal. 

El sudor tiene maneras de Atlántico domesticado en los picos de gaviotas que olvidaron demarcarse la raya de los ojos antes de salir a cenar en compañía de otras aves que desconocen el error en que el mundo se quiebra cada noche que no suda nombres que son mantra y no pecado.

El sudor es, hoy, herido de muerte el verano más largo, lacre con que sellar las cartas que no escribo para no descubrir en tus pupilas cómo y de qué manera suda el llanto.

El sudor te contempla desde todas las ventanas de aquello que dimos en llamar «el otro lado»: de la realidad, de la calle, de los ríos y las avenidas o los suburbanos.

Bajan las temperaturas, y aun así imploro que sirva para enjuagar tus lágrimas mi sudor enajenado.

Y aun así: sudo y sangro.



* de «Tratado del sudor», work in progress