lunes, 17 de abril de 2023

aúlla ciego el poema

Dicen que no es posible vestir de noche la mañana de un sábado que cruje primaveras con aromas de sándalo. Que no hay desayuno sin costumbre ni acorde que no torne humo cuando muerde la lumbre. Dicen que no hay telón que todo lo abarque pero sí velo que cualquier minucia puede ocultar: un desperfecto, una arruga, un puñal. Tal vez un escalpelo que te saja la mirada para empujarte a saltar, pleno y descontrolado, a los brazos de la nada. A la nada de tus miedos. Al redil en que se alimentan de vino agrio tus fantasmas. Pero dicen, también, que los poetas regalan noches de escarcha y gruñidos de voz de pantano capaces de remover las ciénagas en que algún día chapoteaste feliz y absurdo, tal vez ligeramente borracho. Dicen que los poetas pueden, lo pueden: hacerte caer a lo hondo de unas sábanas negras iluminadas por luces en que desorbita el vicio como corcel tabernario. Dicen, y tal vez no se equivoquen, que con una pausa, un taconeo, un susurro que es gruñido y una melodía turbia pueden contrariar el rugido de los días. Dicen, también, que pueden acompañar, vestidos de negro estricto, todas tus horas de duelo por el sol en retroceso, invitarte a una mesa de bar en capital de provincia y escarbarle neuronas y arterias al sinsabor de una despedida: vestirla de fiesta y bailarle todos los valses en que enloquece un fulgor recién amartillado contra el yunque de los sueños rotos. Dicen que los poetas saben instalar la noche en el epicentro de ese temblor que desconocías hasta que acaeció y deseaste fuese por siempre tu guarida. Eso dicen, quienes escuchan y sienten la voz de los poetas. Ignoran que los propios poetas visten harapo de vena escalpelo y se embadurnan de aullido las vértebras a la espera del puñal que las separe para prepararlas, bien dispuestas, sobre el mantel de un domingo que grita espumas como hélices que nadie ve, ni siquiera quienes se desplazan a lomos de aeronave como videntes dispuestos a escupirte todas las verdades. Dicen, quienes no saben, que los poetas todo lo saben porque pulsan la tecla exacta de ese piano nocturno sobre el que sangras ausencias que nunca se acaban. Dicen y no saben. Qué sabrán de los poetas. Qué de su recorrido truncado, sus kilómetros apenas dormitados al calor de un triángulo inguinal, su grito domesticado en la cerveza que no sabe crepitar y sus ojos por siempre vendados. Muchos dicen y, sin saberlo, acotan lo que los poetas maldicen pisoteando todas las flores muertas.









sábado, 8 de abril de 2023

placenta a flor de labio


¿conoces, acaso, a ese animal 
con el hocico ensangrentado?
paloma blanca del pañal robado y
cordón umbilical 
como filete 
tierno y brevemente
desgajado, seccionado, 
milimétricamente despedazado
¿y la sonrisa, esa sierpe
enredada a las arterias
desbocadas del calendario?
la sonrisa que no es 
de a diario santísima trinidad
del orgasmo trinitario
tronchado contra 
las mareas rotas
del apabullir desdecentado
¿sabes de los desayunos fríos 
y las pupilas hechas 
mermelada de naranja amarga 
contra el crujir de tu costado
cuando el boca 
a boca 
del sueño
troca por lunas que no
lo que en tu tráquea era broca
mientras en la mía cincel 
de Bernini exacerbado?
qué sabrá la santa 
del dardo en el pecho
y la sangre sin orilla 
cuando su mirada 
detenía la piedra
con un latido de mármol
¿podremos desplegar los mapas
que aún estamos 
estudiando para medir
la raíz y la distancia 
en saltos?