domingo, 10 de diciembre de 2023

Munay es Amor

en ocasiones te cruje la mirada un ventanal de tristeza al que no quiero asomarme por no ver si me refleja... 

pero también un vendaval de carcajada, fronteras de viento, entre los párpados rizando equívocos para prestigiarles de acierto... 

un vergel de dedos que me enredan los excursionismos del sueño para brotarlos tan ella como sin el desgarro del tiempo... 

un carnaval de fierezas y sonrisa voraz en tu edificar futuros con piezas de Lego que nunca suspendieron asignatura en la escuela del daño... 

diez vueltas de reloj como diez años... 

diez versos, únicamente diez, para apuntalar la Alquimia a la que me amarro 



miércoles, 29 de noviembre de 2023

hemisferios y arterias

Tu portátil ausente
César Vallejo

Tu ahora tan futuro impresente y

tu parpadeo cicatriz vuelo inconstante del maullido del león: tigre o cabello mi brida a la que, amarrado, compongo sinfonías en clave menor

cuando acorde exacto los astros con que disfrazas tu pecho. 

No hay dos iguales. Simpar y

sin igual paseo por un norte imaginado en que esmeralda enmudece la revolución con un tajo de verbo incluso cuando no se atreve y yo hinco plegarias:

ahora, tú, cuando yo, no enloquezcas, no te ausentes.





domingo, 26 de noviembre de 2023

florilegio de lumbre

dame un alambre y te regalo un funambulista 

dame un alambre y te regalo un faquir si el alambre 
está bien afilado en sus extremos,
si florece como estambre cuando lame
la pulpa de aquellos verbos
hechos primavera que se confiesa aprendiz de bruja 
cuando no riela escobas la escarcha 
de tus muslos ensalivados en amaneceres ebrios

dame una gota, un insulto de sangre y no edifiques 
diques al milagro

vístete de nuevo el disfraz de hambre, y recolecta 
con tu lengua, voraz, sucios de ti, 
breves de este yo cuando dices mí, 
los extremos del alambre

un rostro, el mío, un suponer, 
exprimido como cítrico entre las manos jardín
de la esperanza, cruel balanza, 
quijotesca pugna
del martirio de no poder 
asomarme de nuevo 
por siempre y sin descanso 
al regato en que tu garganta
atraganta la luz 
configurándole pajaritas 
a cualquier tragedia suburbana, 
tendida como restos de ropa cotidiana 
en su malabar de carnes a medio hacer

ponte de nuevo las gafas de no ver el sol 
para no deslumbrarte 
en el estallido fragata 
de tu piel cuando me surcas el mañana

y horas después ruja motores un avión y kilómetros 
y nubes como noches de edredón norteño que ayer
 
pero siempre la temperatura cuando,
como fuego en la cueva,
depositas en el cuenco de mis manos
el regalo de tu paladar hecho nube
y azúcar de cada cumpleaños

jueves, 26 de octubre de 2023

lo épico es sobrevivir

Tal vez viva soñándome vivir eternamente acunado bajo la cúpula atroz de tu vientre porque es real capilla en que ofrecer mis preces y enjugar mis lágrimas por esta realidad que tanto me duele.

Espero, agazapado en tu saliva, el momento en que se exhiban las voces de los poetas martirizándose hasta la siguiente efeméride.

Tal vez yo no comprenda nada y tú seas la realidad que ni tú misma deseas afrontar. El animal herido en el talón con un vidrio roto rescatado de la penúltima reyerta en el puerto o en el malecón, tal vez en un búnker hecho de campo abierto y carreteras rotas por el ciclismo de los déspotas que no te inquietan pero te quiebran el quehacer cotidiano. Tal vez el alcohol no consumido más que en botellas labio de sierpe que nunca serán, más que en mi mente, ingeniería de Molotov

Escuchad todas las balas
que jamás disteis en el blanco:
un montón de gargantas están creciendo 
en cuellos de camisa abiertos
como botellas de leche congelada
en una calle a las cinco de la madrugada
gargantas que esperan
cicatrices de mordiscos
pero que aceptarían agujeros de bala
Vosotras inquietas balas
perdidas en enjambres
procedentes de guerras no decididas
aferraos
a estas desnudas gargantas
que necesitan algo 
de decoración
Yo ya he hecho mi trabajo:
tenía tres joyas
nada más
y las he colocado
sobre mis elecciones
joyas
aunque se comportaban como
balas:
un instante de rubí
antes de que las manos
se alzaran
para detener la sangría
Y tú la de allá
mi pequeña acróbata:
gira rápido
Tras de mí
no hay cuidado
y el aire
está armado hasta los dientes
y tiene 
una puntería enloquecida

algo así aullaba Leonard Cohen y yo lo leo y me abismo en el vértigo y siento tu temperatura y todo se escarcha sin tu tacto y todo es Bacon ejerciendo suturas sobre un lienzo de pura carne herida y me pregunto:

¿Qué sabréis los poetas?
¿Qué sabremos quienes no lo somos y jugamos a la poesía cuando jugamos con Ella?
¿Qué los dedos niños sin piezas de despedida?
¿Qué de las piezas de la risa cercenada?
¿Qué sabréis los poetas más allá de la frase exacta que despierta la rabia, la llama dubitativa que incendia la calma?
¿Qué sabréis quienes os llamáis poetas y perdéis la esencia de esa guerra sin bandos en que hay que tomar partido para salir bien en la foto finish del final de fiesta?

Exhibirse como víctima es la mejor estrategia para asesinar sin que lo parezca.

Eran cerca de las once. Dije adiós a la madre y a la hermana. Estaban preparando, una para su hijo, otra para su marido, la comida de la tarde y de la noche siguiente. Y como lo que ahora diré forma parte de mis recuerdos de 1970, tengo que escribirlo: en el retrete de esa casita palestina fue donde aprendí a prescindir de papel higiénico y a utilizar con limpieza la botella de agua. Puesto que había bebido y comido en la casa, mi intimidad con ella fue total.

Jean Genet lo tenía claro, pero yo aún me pregunto qué sabréis los poetas mientras muero por invadirte, carnívoro, cuchillo magma magnético, el vientre y ni siquiera lo intuyes y todo es opaco cuando no te viertes invadiéndome los flancos, cuando no hay retaguardia y el momento es exacto si hay niños obligados a aprender qué es el fósforo blanco.

¿Qué sabréis los poetas?





sábado, 7 de octubre de 2023

«todes», término internacional

¿Qué pasaría si nunca muero
y no tuviera la oportunidad de nacer de nuevo?
Control Machete

un arrebol de inciertos carmesíes y un puñado de rupias bengalíes, cuando la noche que no precisa de ocasos fotografiables ni de memorias fulgurantes, a lo Borges, recordando que todo es un ayer que ya se fue y sólo fue hace una semana pero ya parece un año... sangre y rictus de azul cobalto para los dinosaurios del turismo que ya estaban allí, sombras imposibles para Kali, challar a mayor gloria de la pachamama, esperma usada para infectar vientres con églogas acobardadas en seminarios de sierpe... pupilas dilatadas, como esfínteres del alma, para la danza febril del fin de semana de los acobardados que anudaron sus tobillos para evitar el salto y, simplemente, caer cual bestias en la cochiquera travestida en flor de otro puñado de monedas sin acuñar... rasguños en los nudillos: de pelear paredes, latas de cerveza o vientres desacompasados en ese baile de lo marchito que aún desprende aroma: a eso se aferra el olfato... vientre: cadera: cabellos: piel: vello: brazo: bazo: intestino: sonrisa: amianto y te robaría el bolso para seguir desperdiciando monedas en los recovecos infectos de cualquier bar sin cervezas ni carreteras que le añadan kilometraje al daño... el dolor es una espátula hincada en las pupilas casi cemento del pusilánime... el dolor es que no mires lo que no desearías contemplar por más que, a lo Alex, querido drugo, te sujetaran los párpados... el dolor es sesiones de electroshock en la piel del animal invertebrado cuando se hace cuerda de violín con la que rebanarte el pescuezo y, de paso, el pasado... duele la realidad: duele si te acercas a ella como perro patilargo mugiendo bujías de arroz exterminado entre las piernas asiáticas del todo a cien y el trago largo... la Belleza es un bisturí que siempre maneja otro al que siempre odio y no he de explicarme más porque no al bisturí sino al daño


hay personas que pierden años en cada despedida, y otras que hacen de su vientre abrebotellas para los fans de las aerolíneas... las hay que pierden la vida al doblar cualquier esquina y otras que se la juegan en cada disparo cuando disparar sólo es la apuesta en la próxima partida: partir: busca en la RAE o en la wikipedia si no entiendes las siglas 

no hables: asómate y mira

domingo, 1 de octubre de 2023

errar la Belleza y nunca errar

Abriremos el paquete de algo nuevo,
no me daré por vencido.
Ya caí en todos los cebos.
Diego Vasallo

aguzarte el corazón en un tintero de mitologías que asesinen en crudo cualquier cirugía... escribir en granate los verbos importantes... hacerle un torniquete a los versos que no tengan aún textura de labio

Si has de ser genocidio, aprende a elegir los daños colaterales

vomitar hacia adentro las altas gradaciones del intento... suturar en seco los párpados que niegan la existencia al sueño... tatuarte en el hombro un infinito que atesore las esquinas de todos los senderos

Si has de ser cuchillo, no escuches nunca el llamado del afilador

zurcir versos como pupilas en los bordes de manteles que eternicen todas las madrugadas... dactilografíar el deseo para hacer de la caligrafía un poema que pueda ser tienda de campaña

Si has de ser error, traga barro como si no existiese la Belleza







sábado, 16 de septiembre de 2023

carne cruda

Hay a quien le espanta y a quien le fascina. Por mi parte, he de declararme, sin titubeo, entre los segundos. Me fascina la carne cruda: su sabor y, sobre todo, su textura. Porque el sabor es retenido en la cárcel brava en que también languidece el olvido. Pero la textura es cosa que nunca se olvida. 

Así los relatos de Pepe Pereza. Tal cual, como carne cruda. Del lector depende si decide hacer de ellos banquete o apartar el plato por miedo, desconfianza o asco.

Decía Julio Cortázar que el cuento, el relato, es una esfera cerrada y sólo es perfecto cuando se aproxima a esa forma en que no puede sobrar nada y en la que cada uno de los puntos exteriores está a idéntica distancia del centro. Pues así los cuentos para no dormir de Pepe Pereza. Así sus relatos y así esa manera que tiene de envolverlos en otra esfera más grande que es un todo. Porque sus relatos no sólo son esféricos, a lo Cortázar, sino que se agrupan en volúmenes que tienen sentido por sí solos. Como debería ser un poemario, ahora que tanto se lleva eso de juntar «poemas» u ocurrencias segmentadas en un volumen y llamarlo poemario. 

No proliferan los volúmenes de relatos acariciados por una misma idea que les dé forma pero no los deforme. No existe la palabra «relatario», todo queda en «cuentos de», «relatos de» o, ya puestos a ensuciar el fango, «los mejores relatos de» o «cuentos completos». No así en el caso de Pepe Pereza. Él escribe al dictado de una idea que agrupa y sincroniza un tropel de barbaries vividas o simplemente advertidas. Porque Pepe observa la realidad circundante, esa que otros llaman sucia sin advertir que simplemente es sucio lo que la rodea. Pepe observa, bebe, degusta, traga y macera en el aparato digestivo de sus dedos como teclas toda la realidad que a otros nos anega. Y después la escupe. Y no por revestida de esputo es sucia. Sucia, a la realidad, la hacen los que ni siquiera la circundan. Los que viven apoltronados en su diván de almohadillados sueños de grandeza. Los que de la literatura no tienen noticia ni de la vida certeza.

Realismo sucio. Bukowski y el resto de icónicos iconos que pueblan las redes y los noticiarios a lo Che Guevara after ZARA. Más sesudos los hay: hablan de Carver y sus renglones como puñaladas. Aun, más robustos en su sapiencia, otros: mentan a Cortázar sin haber pisado una línea de sus rayuelas oxidadas de saliva y espina.

Pepe Pereza habita el anonimato, y sólo desperdicia referencias compartiendo vandalismos o pasiones en su muro de Facebook, muy de tanto en tanto, sin molestar ni referir ni agradecer ni aplaudir. Pero luego, en su día a día, contempla la vida con ojos de gato descreído, regresa al hogar, se asoma al teclado y permite que sus dedos comiencen a ametrallar a un sinfín de personajes que ya venían heridos de fábrica. De sus dedos brota la vida real, con todo su catálogo de desdichas y toda su vulgaridad. Detiene, por un instante, el ritmo, y fuma, profundo y certero, inhala THC o nicotina, comprende que sus personajes pueden aparentar sucios, ruines, hoscos o desagradables al lector, y les devuelve la hondura que les pertenece, la ternura de que no adolecen, esa que les han usurpado los mandamases del día a día.

La química del color, el último, hasta la fecha, «relatario» de Pepe Pereza, es otro catálogo de esferas perfectas, en lo literario, y vidas maltrechas de horror y ternura, en lo humano. Los colores como leit motiv que ordena el ritmo de su prosa exacta, el de los pasos hacia el vacío que dan todos los personajes que lo pueblan, incluido él mismo, de quien hace personaje para acercarnos como merecemos al sufrimiento y el pánico que puebla la vida de este ser que llamamos humano. Incluido él mismo de tal manera que, sin aún haberlo hecho, deseo mucho más que años atrás el abrazo que nos debemos. Su prosa afilada y rítmica nos regala personajes que nada tienen de inventados. Durante la lectura, tras hacer del riesgo sutura, podemos abrazarles el daño saboreando la textura de esa cicatriz que todos anidamos pero ellos dejan a la vista por obra y gracia de una sabiduría literaria que ya quisieran tantos adalides del realismo sucio sin vida y los poemarios sin poesía.

Finalizo la lectura de tan delicioso volumen y, una vez más, sueño con atragantarme de carne cruda. Sueño en mi garganta su textura.




jueves, 7 de septiembre de 2023

el camino del exceso

Traigo el verbo y el exceso, la obsesión por el agua en lo más recóndito del más olvidado desierto. No he visto aún, ni pretendo, el palacio de la sabiduría. Discúlpame William Blake, pero sigo a pies juntillas tus consejos. Te escuché bramar que quien desea pero no actúa, cría la peste. Por eso, heme aquí, con una nervadura tallada a escoplo, vertiente de todos los torrentes, y una dioptría feroz en que se despiezan los engranajes de la belleza.

El cielo está dentro de uno, cantaba Atahualpa, y está el infierno también, mientras recorría los cerros como fauces del altiplano y, en sueños, me desayunaba anchoas del Cantábrico. También chile poblano, para ensordecer el desánimo. Una estaca en la mochila para cuando el vampiro me arremetía y sólo ansiaba hincarte caninos ebrios de melodías que anoche cantabas antes de hacerte una con el bulto que en el túmulo te advierte, para que lo ignores, que la muerte será el final. Eso cantaban, también, ebrios de pisco y chelas, allende el presente, por aquellas tierras. La sombra era yo.

Traigo el reloj de arena volcado y deflagraciones de dados. Siempre pierdo y no sé nunca lo que gano, más allá de seguir amancebando los pies a esta tierra que también me sostenía cuando, latina, me frotaba el vicio y el daño en un canto de suburbio desentrañado por mis botas de siete leguas. Gulliver incauto. Pies pequeños, pecho escueto y un artilugio envenenado abriéndome las puertas del paraíso entre las acequias en que te vertías como salida de un sueño de mayo.

Llévame al corazón, susurraba no sé quién emulando al Flaco Jiménez. Y todo eran acordeones robados a la dueña del boliche de la esquina. En las esquinas de mi piel, tus versos. Y a tus pies mis labios reinventándote las uñas. Pero mi memoria se hacía mirada ladina, nada judía, Leonard Cohen nunca fue culpable de cómo aprendí a amarte. Tu nariz lo es todo menos hebrea, y sabe afilar cuchillos entre los labios. Y otra copa, otro orgasmo, otro garfio. Y de aquellos lodos estos barros que me cubren cada noche, más muerto que en el mar aquel en que flotan los turistas que quieren sentirse modernos a pesar de chapotear la más antigua cochiquera de este reino que no es de ningún dios si nunca será nuestro.

Traigo las manos gastadas de caricias mal dichas, y los labios agrietados de cierzos como misiles de la guerra fría, o como sopas de mendigo a las cuatro y cuarto de la madrugada, cuando despachan descargo de culpas los voluntarios de la nada. Me despierta un aullido, y es mi sangre. O es tu piel. Recupero el sueño como antídoto para la picadura de esa sierpe que me invita, cada noche, a desaparecer. Que me lleve la tristeza... y todo lo que sigue, cantaban a horas que conocí y a las que logré sobrevivir. 

Y en el último trago nos vamos, José Alfredo, pero enciende una vela, que lo lloraba mejor Chavela. Y yo traigo la gana siempre inacabada de acabarlo.







lunes, 28 de agosto de 2023

dices mientras clavas en mi pupila tu pupila

Traigo una caja de ritmos en el pecho que sólo se desencaja cuando le clavan una escala.

Traigo un hueco intercostal en que hace eco mi voz cuando deletreo V-I-D-A, y un espumillón de esperma retenido por la menudencia de los días.

Poesía es quebrar la sutura del sol en la tarde. Una intersección de tijeras que se soñaron piernas de alambre. Una fatiga, un labio loco, la nervadura del estambre de un lirio, la desfiguración de la carne y el sosiego de una palabra mundana que es verso fertilizado al calor de una jungla de sábanas que juegan a enredarse en los matices de tu sangre. 

Poesía es quebrarte cuando te quebrantan, y un aleteo ahíto de huesos que se hace escarcha en el ochomil de las miradas.

Poesía es no saber dónde clavar la pica, cuando está tan lejos Flandes que bien pareciese el cuento con que te desean dormido los padres. Es picarte de dolencias y sajarte los párpados en noches de analgésicos inconstantes, susurrar bendito Bécquer, benditas sus dudas y benditas todas las que de su laceración hicieron sangre.

Traigo un frío norteño y un polo vacío de hielo, sulfatado de vidas que le pueblan para equivocarle el ritmo.

Traigo las horas que me restan para saber a qué jugarme la vida.

Poesía es agarrar un quizás y retorcerle el cuello hasta que cante.


martes, 22 de agosto de 2023

cuando la fiebre mala

Un fantasma de pura niebla aletea en mi cerebelo, ese pedazo de víscera que logra machiembrar locomociones sensitivas y motoras. Y, puestos a batir, cuando la noche, mejor alas que huevos, bien sean aquellas de murciélago. La música, hoy, está despedida, desacreditada, en barbecho. La necesito, pero mi cabeza tricotada por centígrados y dolores extiende una manta de fiebre por toda esta casa que ayer fue hogar y hoy sólo martillo de olímpico herrero ansioso por reinventarle un eco y una respiración. No hay maña humana que pueda reinventar la calma, le digo. 

Y ahí hace nido el fantasma. 38º, temperatura exterior, y la mía interna, por muy poco, a la zaga. Sueño con golpes de espuma enhiestos, atlánticos, supinos. Pero todo es superfluo cuando el disparate de recomponer sobre una manta de fiebre piezas de un Lego que se sabe sierpe. 

Mi rostro no es el de ayer. Nunca lo es, por más que se empeñe en no dejar de creerlo. Y está bien que así sea, y es bueno. Nada de Dorian Grays guardados en este armario tan desnudo y escueto como uno mismo. Sólo el declive del tiempo. No hay música, ya digo, pero Micah P. Hinson se desgañita cantando Patience en el micro amplificado al que mi mente dibuja cotiledones sónicos para florecer el muérdago de otra navidad que advierte que se adelantará a su tiempo.

Afuera aúlla la jauría de otra noche sin dormir. Y los jóvenes buscan drogas. Y yo me fumo, sobre plata, la fiebre mientras sueño con la aurora.

cortesía de «la red»


martes, 1 de agosto de 2023

nómbralo

que me alumbre un diablo, que me alumbre
que me alumbre un santo, que me alumbre
Chinoy

Ese espacio tiempo oriental que abandonas consciente de hacerlo sin solución de continuidad. 

Ese partir en un velero amordazado por el viento del ayer, del allá lejos. Ese embarcarte en una canción para recordar momentos en que te sentiste mejor, casi bien, tal vez pleno.

Es un verso que recuerdas para recordarte que no te dejarán regresar a su fonética de dicción certera ni a su ritmo de reloj bipolar deshecho en segundos como timbre de amanecer enredadera.

Es aquel poema que te quebró aunque no te recitase a ti. O tu poesía cantada por otro. Un instante, un latido, un puñal, lo mismo da. 

Es detenerte a pensar antes de arrancarte a desperdiciar sangre de cactus hermoso entre la selva mnemotécnica y frondosa del sollozo casi aullido. 

Tal vez sea el pasado de otros y nunca el tuyo. Sólo el que te arrebataron. Lo tuyo es presente y duele. Porque soñar con apósitos es tal que opositar al futuro funcionario y jugarle a lo incierto una partida de dados. 

Puede ser que sólo sea ese mordisco que hizo botín de plasma en tu triángulo de Scarpa.

Lo llaman melancolía. Pero, de serlo, no podría escribir, y mi testa languidecería calma frente a la guillotina amortiguada por las plumas de la nada. Yo prefiero llamarlo saudade, que hiere más hondo y resuena más atlántico. 

Dime, tú, que todo lo sabes nombrar, cómo puedo llamarlo.



domingo, 23 de julio de 2023

masticar la bruma


la noche, hoy: este ángel decapitado en los centígrados de que hacen fermento todos los festivales musicales del verano, desconociendo el riesgo de bisturí que anida en algunas canciones
mis alas talladas a base de deglutir, en los banquetes de la vida moderna, ancas de anfibio que surfea acordes para, luego, descubrirse desplumadas en carne escueta y piel de ave cuando el invierno les viste melodías de música que no lo es
pero todo vuela, qué cosas, así es la fuerza gravitacional cuando incomprende sus propias reglas: 
marra de miradas que se enredaron en junglas sin más agua que el regadío saliva que, antes de irrigarte tajos de espiga, tricotó redes marineras en mi estómago, ansioso por parirle peces a tus falanges tal como inventaban, marinos de estanque, dragones a las cartografías de la mar que desconocía su cabotaje
porque los límites son políticas, familias, cotidianías que arraciman la costumbre a riberas y becerros de la nada coyuntando con la urna, la copa adulterada, el ya llego y el hoy es un mañana acostumbrado al vuelve a ser ayer, mientras aúlla la música sin alma, el lamento, el ya se verá, la sonrisa de la costumbre y el beso al otro que la repetición elige, y tan lejos y allá, en algún paraje norteño, pastan ovejas huérfanas de pupilas, intentando rememorar tanta luz de fronda en ese germen que araña sonrisas roturándole el latido a todo el rebaño
todo viaja y yo emprendo singladuras de gin y café espeso, y me saben las arterias a curry de las indias mientras desprecio la mirada asiática que no te supo mirar porque no terminaba de estallarte el iris la fruta que te deseaba ofrendar: desventrada y expuesta, cual disección de mis arterias, pero muy otra, siempre tan ajena como un extranjero que turistea sin saber dónde tiene el pie derecho
y a la sal le permito engalanar el oleaje de este tequila añejo que no comprende ningún viaje sin tu jauría de sonrisas como manada de caballos mordiendo rodajas de mí, rodajas de mi cabello acobardado contra el paredón de la nada, tal vez en blanco y negro, que da bien en la fotos de otro tiempo y otro rato
y sé que equivoco el paso bailando siempre a destiempo, que sin decir mal digo error o ausencia, que tampoco sé bailar porque tus caderas moribundan balbuceos a mis piernas
pero no me culpes: 
es el reloj, funcionario que contabiliza todos mis desaciertos llevándole la contraria a esta heroicidad cotidiana de esparcir migajas sobre el mantel milagro de tu cuerpo soñado cuando el hambre, cuando la danza del silencio, cuando siempre, aunque siempre tarde y a destiempo







sábado, 10 de junio de 2023

Estambul era una fiesta

Cortázar sí sabía que los unicornios escancian leche y vino y allá el que tenga la suerte de poder elegir, a la par, de entre ambos, tu elixir mirífico. Vientre agradecido. Tambor en silencio de esta mañana acunada únicamente por pupilas como tamborileros. ¿Dónde los dedos? En Madrid, barrios nobles, 2018, buen trago inmejorablemente acompañado. Pero siempre la refriega y el regresar al extrarradio, tal vez de París, quizás en Clichy, acariciando cualquier banco mugriento de vino de cartón y paseo al amanecer hacia el desierto: para que te descerrajen un tiro en la nuca. 

Miller paseaba Clichy de la mano que, en su escroto intacto, le esculpía Anaïs. Nunca el silencio. Sólo el silencio.

Sabes que vengo a que me derrotes, a derrotarme en ti, a derrotar este mundo en que jamás creí. Otro trago, aunque nos acaben reclamando mazmorra los carceleros. El barman ni es man ni es de bar y aun ni siquiera sabe o quiere llamar un taxi que venga presto a prestarnos kilómetros y un rondón de Chivas Regal.

En este mundo nunca existí. Me existió la irrealidad, decían los poemas, los ritmos, las pinceladas, el cráneo de los ciervos. Y el proletariado cercado por la alambrada de una pantalla me embadurnó el desaliento. Pero dónde mi aliento. No lo sé. Tan sólo sé que caminar el cierzo es su terreno, y es suyo el pútrido aliento que apunta la cerviz del ciervo. 

Rifles con mirilla no existen, pero rifles les miran a ellos. Por eso caminan suave. Por eso obstruyen las puertas del Metro y me obstruyen tu voz cuando es diafragma y diámetro en que te escucho pero no te encuentro. 

Dime tú, que sin raíces hebreas sabes transmutar en áureo eterno el metal. 

Dime tú, que sabes que mañana es sólo un día menos o un día más. Relojera suiza ensartada por los bigotes de Dalí. Acupuntura exacta en los dedos de Chagall. Desaparición del arte en el iris arco de Duchamp: bicicletas sin radios ready made y la voz de esa mujer que te alarga los horarios de la tarde en que no tallas latido a mis párpados. Es el celofán, es la ambrosía, es el regalo que te anida, sólo para locos, no para cualquiera: como esa puerta que te invita a pasar y vendarte los ojos para poder escuchar. Tu aliento, esa música, esa musa, Nina Simone y la ruina de tus tobillos disfrazados de tamborileros pupum. Piel de tambor, ya te lo dije: despedazas todos los diques. Y aquí el náufrago y aquí el ahogado: azul de luz, invertebrado, empalmado en el estertor de un desierto a lo el bueno el feo y el malo, apolillado de insectos que danzan corpúsculos a la velocidad sin grado militar de tu verbo. 

¿Te he dicho ya que Cortázar no sólo sabía de cronopios y famas? ¿Que también sabía, cómo no, de unicornios inversos pura castración para la castidad de los sin remedio? Vientre agradecido, voraz de semillero maltrecho, el que enciende la llama primigenia rotando ramas que palpitan en eterno frotarse para regalarnos el fuego. 

Blanco, el fuego, sobre negro, aquí, ahora, en tu lecho de recién parida recién nacida recién descubriendo que acabas de inventarte un universo hondo hasta la expansión. Hondo más allá de todos mis desperfectos.



domingo, 4 de junio de 2023

quizás desmejorado

y volver a los placeres
prohibidos o privados 
para los necesitados
Enrique Bunbury

Quizás la tarde de un domingo que se pretende verano. Y las nubes estrellándose contra el asfalto a 120 kilómetros hora, como en los anuncios que sufragan los noticiarios, por más que cambies de canal como en canal abre el vientre a la res la caricia del charcutero.

Quizás un hilillo de voz como un estertor de fiesta mal organizada, y todas las luces del día como deflagraciones de escarcha. La noche, con su maletín de sombras como adjetivos que no llegan a decirte. La tarde, como el recuerdo de tu perfil apedreando al vecindario.

Quizás I love you, honeybear aunque la duda ofenda y, desde un siempre que es ayer, entre mis manos se desgañite la miel gritándote proteínas cuando te me desayunas los párpados. Pestañas como acequias en que vierten jugoso vaivén todos los ritmos de la galaxia.

Quizás los espejos a que asoman ojeras las noches ganadas cuando en nuestra carne vencemos la mortalidad. Cual recordatorio de funeral inverso este fotograma de la diosa con piernas como coleópteros que huyeron el ámbar astillando a dentelladas los marcos de un calendario. 

Quizás sólo sea aprender que tropezar es cuestión de método. Y hacerlo con estilo, la piel bien planchada y el dobladillo del corazón milimetrado en el daño, los zapatos de las horas en ti bien abrillantados, para mejor reflejar los charcos que les has perfilado.

Quizás también sea domingo en cualquier otro punto del globo terráqueo, allende las nubes que te despintan sonrisas tiznadas de uva feroz perpetrando todos tus arrebatos. En otro punto del globo terráqueo, tal vez más cerca, quizás más ayer, puede ser que más náufrago. 

Quizás como un mariachi desorientado en su galaxia portátil de vientos, despechos y tragos. Plaza Garibaldi y el susurro anciano de un temblor que te escarba con ánimo de arrancarte el corazón para, después, devorarlo. Falta ají. La música ha terminado.

© Joseph Gazzano


lunes, 29 de mayo de 2023

orgullo de barrio

No importa lo lejos que vayas
No importa de donde vengas
Esperarán para cuando vuelvas
buzones llenos de propaganda
Quique González

Vallecas no duerme. Vallecas se diluye en extrarradio mientras la espuma de cerveza le recorta los labios y poetas que nadie quiere hacen hogar entre sus brazos de vidrio 25 cl. y sus besos moribundos cual en boca de quien se sabe más tajo cada vez que amanece con la obligación de ir al tajo.

Vallecas es el hermano que no tuviste y es el orgullo de barrio. Es una librería atrincherada tras la corona de espinas de un futuro que fue pasado y por el que pasé sin temer mancharme los pies de barro. Un poema mal dicho y un gorjeo de pájaros redundantes, un volumen asimétrico que se hace uno en tu mirada cuando no la escabulle el miedo y las miradas ajenas no la aplacan.

Vengo tarde, como siempre, de recitar insensateces en la noche vallecana, de moldear con labios fuertes el nudo de las miradas anudadas en la sed de todos los grifos que ya se duelen de tu distancia. Vengo de recorrer desiertos en que te soñaba duna acribillada en húmedo, como manglar o tormenta, por las yemas de mis dedos cuando tortilla de garras.

Vallecas es el ardor, como la Ada de Nabokov, y un sinfín de vidrios verde hueco en que se afilan tierno todas las miradas en eterno. Un colofón de terraza sin sillas siquiera de plástico, un velero sin quilla, un vendaval de caricias como pupilas vertidas en ese volumen de gata que diseña, tras doblar una esquina, todas las aristas de la melancolía.

Vallecas es abrazo partido dentro de la urna en que ansían acumular ceniza de porvenir esas alimañas que edifican futuros adosados al ayer de una historia que, como rancios propietarios, siguen considerando propia.

Vengo tarde, ya lo sé, pero vengo y no me vengo sino de todo aquello que no amarré entre los dientes, de todas las caricias, de todos los adioses que son hasta mañana y hasta siempre, de todos los senderos que nos surcamos en la piel soñando que aún queda tiempo para recorrerlos aun certeros de ser tan sólo el tiempo en lo más hondo del recuerdo. 

Allí donde anidan las ratas que me traes para evadir telequinesis de caverna cuerpo retruécano, ciega y dura de ausencia, soplada su longitudinal oscuridad como velas de un cumpleaños que se apaga en milagro. 

Y te paseo maltratando empedrados maltrechos solo por sentirme en casa, como allá en los juegos del parvulario. Pulso de todo lo que es mío, músculo de todos los mitos, sonrío hasta la mueca del cretino, me siento rodeado de ti y no entiendo de qué me río.

Y mi corazón, palpitando en cualquier esquina, no importa el mapa ni el daño. Por eso soplo las velas, en Vallecas, en ti, de un nuevo cumpleaños. Y eso es latido, y eso es orgullo de barrio.




jueves, 25 de mayo de 2023

epicúreo y blasfemo

no encuentro la promesa de un despertar cuando entre los bolsillos de las costillas me busco y solo se me manchan los nervios con la costra que tus garfios como dedos perpetraron a la orilla del silencio de esta habitación casi de hospital en que se retuercen mis dientes llorando los golpes que les propinó tu nombre

es hora de acariciarme, tu lengua dactilar mi huella, me digo, y escupir a esa octavilla de gimnasta cristiano que me mira alucinada de bailes hasta el final del amor golpeando el retrovisor del taxi que me retrotrajo a la gruta en que hizo jauría de ti mi saliva

me gozo y te inflijo el más cruel de los acertijos, ese que me regalaste, ese al que no encuentro respuesta mientras maldigo todos los domingos en que trocas las veinticuatro horas que dejas rotas de ducha recién planchada y mirada como lirio que ya quisiera Lorca, loca... ¿de amor?

no sé escribir con los dedos vueltos del revés, no me lo tengas en cuenta, sanguinolenta dactilografía del panal de tu sonrisa, de la hiel de tu espalda desorientada entre mnemotecnias turísticas que ya no son mis falanges queriendo inventarte masajes y ruinas, tal vez improperios que lanzo a un dios cobarde al que aplastaría el cráneo, una y otra vez, para soñarle bien esparcido su líquido cefalorraquídeo engreído

y miro la bacanal, y me río y le grito que solo agita esperma apesadumbrado por no poder verterse sobre este vientre que ahora, aquí mismo, en esta cama de hospital, lames y creces y pronuncias para que yo me abandone al absoluto desastre de amarte absolutamente antes de disolverme



sábado, 6 de mayo de 2023

te cavaré una tumba

La poesía es un puñado de albañiles regando de cemento ebrio las arquitecturas del temblor. Un puñado de artificieros del verbo que no necesitan mirar más que hacia dentro para descubrirle esquinas sanguíneas al riego. 

Imprescindible ser tigre o caballo, da igual, y levantar la mano con seguridad cuando llamen a filas quienes no desean más batalla que la que ofrece la palabra hecha de víscera y de todas las certezas que proporciona la huida de eso que llaman tantos tontos, tantas tarantas sin gracia, tantas taradas que trepanan lo hondo, tantos oficinistas del escombro, realidad.

Y un cuchillo entre tus piernas dispuesto a viviseccionar el ritmo de una respiración y un eje locomotor extraviado entre engranajes de salvia y saliva mientras ametrallas dicciones como ciclones en la cuna acústica en que brota el panteón con que mis oídos soñaran edificar la gloria y el ritmo de un dios todopoderoso que es múltiples registros de tus pliegues, dedos y facciones.

Y la palabra bien dicha. Y el reptil y la escolopendra.

Y las migajas de un sueño solidificadas sobre la arista en que afilaste tu lengua antes de proclamarme el desvelo, tal vez deseo inacabado, quizás aliento dislocado, quejumbroso, desguarnecido sin tu verbo, huérfano de la rima que evitas cuando prefieres evitarte como poema y erigirte en Poesía.

Así que yo, con las falanges jugando a la inversa, te cavaré una tumba, oh, poema. Y entre sábanas negras florecerá tu carne, como una rosa punzante de dientes y esperma, para que rimes la noche que no acaba con el tartamudo titilar que contabiliza el sol cuando no asimila que ni alcanza a ser madrugada. 

Que de las tumbas que otros labran crecen mordiscos escuetos para amortiguar el daño y recorrerle senderos al tiempo. Poema que no quieres ser, te lo perdono. Pero el barro, como el óxido y el amor, no descansa, y emerge la Poesía que me quemará los labios: 

como exequias de luz amordazándome los párpados.



lunes, 17 de abril de 2023

aúlla ciego el poema

Dicen que no es posible vestir de noche la mañana de un sábado que cruje primaveras con aromas de sándalo. Que no hay desayuno sin costumbre ni acorde que no torne humo cuando muerde la lumbre. Dicen que no hay telón que todo lo abarque pero sí velo que cualquier minucia puede ocultar: un desperfecto, una arruga, un puñal. Tal vez un escalpelo que te saja la mirada para empujarte a saltar, pleno y descontrolado, a los brazos de la nada. A la nada de tus miedos. Al redil en que se alimentan de vino agrio tus fantasmas. Pero dicen, también, que los poetas regalan noches de escarcha y gruñidos de voz de pantano capaces de remover las ciénagas en que algún día chapoteaste feliz y absurdo, tal vez ligeramente borracho. Dicen que los poetas pueden, lo pueden: hacerte caer a lo hondo de unas sábanas negras iluminadas por luces en que desorbita el vicio como corcel tabernario. Dicen, y tal vez no se equivoquen, que con una pausa, un taconeo, un susurro que es gruñido y una melodía turbia pueden contrariar el rugido de los días. Dicen, también, que pueden acompañar, vestidos de negro estricto, todas tus horas de duelo por el sol en retroceso, invitarte a una mesa de bar en capital de provincia y escarbarle neuronas y arterias al sinsabor de una despedida: vestirla de fiesta y bailarle todos los valses en que enloquece un fulgor recién amartillado contra el yunque de los sueños rotos. Dicen que los poetas saben instalar la noche en el epicentro de ese temblor que desconocías hasta que acaeció y deseaste fuese por siempre tu guarida. Eso dicen, quienes escuchan y sienten la voz de los poetas. Ignoran que los propios poetas visten harapo de vena escalpelo y se embadurnan de aullido las vértebras a la espera del puñal que las separe para prepararlas, bien dispuestas, sobre el mantel de un domingo que grita espumas como hélices que nadie ve, ni siquiera quienes se desplazan a lomos de aeronave como videntes dispuestos a escupirte todas las verdades. Dicen, quienes no saben, que los poetas todo lo saben porque pulsan la tecla exacta de ese piano nocturno sobre el que sangras ausencias que nunca se acaban. Dicen y no saben. Qué sabrán de los poetas. Qué de su recorrido truncado, sus kilómetros apenas dormitados al calor de un triángulo inguinal, su grito domesticado en la cerveza que no sabe crepitar y sus ojos por siempre vendados. Muchos dicen y, sin saberlo, acotan lo que los poetas maldicen pisoteando todas las flores muertas.









sábado, 8 de abril de 2023

placenta a flor de labio


¿conoces, acaso, a ese animal 
con el hocico ensangrentado?
paloma blanca del pañal robado y
cordón umbilical 
como filete 
tierno y brevemente
desgajado, seccionado, 
milimétricamente despedazado
¿y la sonrisa, esa sierpe
enredada a las arterias
desbocadas del calendario?
la sonrisa que no es 
de a diario santísima trinidad
del orgasmo trinitario
tronchado contra 
las mareas rotas
del apabullir desdecentado
¿sabes de los desayunos fríos 
y las pupilas hechas 
mermelada de naranja amarga 
contra el crujir de tu costado
cuando el boca 
a boca 
del sueño
troca por lunas que no
lo que en tu tráquea era broca
mientras en la mía cincel 
de Bernini exacerbado?
qué sabrá la santa 
del dardo en el pecho
y la sangre sin orilla 
cuando su mirada 
detenía la piedra
con un latido de mármol
¿podremos desplegar los mapas
que aún estamos 
estudiando para medir
la raíz y la distancia 
en saltos?



lunes, 27 de febrero de 2023

la raíz mordida del verbo

Qué barbarie de prolegómenos nos trajo el verbo, qué reptil de fósforo jugando a lo eterno. Que la vida es eso que acabamos de inventar hace un período de tiempo que no sabemos descifrar porque, entre nuestros labios, lo rompemos a mordiscos y nos los remendamos con besos. Qué síncope de aladas hadas envidiosas de los unicornios. Qué baile de una sola tonada que va y viene como el temor de un cangrejo que enfrenta por vez primera la atlántica marea del mañana es ahora y el futuro no existe porque se hizo punk cortándose a tijeretazos el cabello para conservarlo cómo insecto en el ámbar de un bote de azafrán que desea botar todos los barcos y abandonar todos los puertos. Que la vida es eso que se escurre hasta los dedos desde los labios cuando han lamido el sol procaz que te mira antes de nacer por ver si puede nacerte desde o hacia adentro. Qué cosecha de versos que nadie entiende porque les falta la rima que perdieron en todos los extremos del camino en que nacía una grieta para nacerles la luz y tatuártela en los párpados cuando son dedos que acarician una canción de cuna rota por una rotura de la electricidad que anima a lo Frankenstein nuestros cuerpos: derrotados, vencidos, desmembrados entre las encías, supurando hemoglobina y gloriosamente vivos cual bifronte Prometeo. Qué atropello de taxidermia nuestras miradas, qué escándalo vecinal de transeúntes muertos contra las escarchas de nuestras voces cantando a la australiana o comiéndose los labios a mordiscos de silencio para mantener el orden establecido y que nadie pueda escuchar lo que sin articular palabra nos decimos.




sábado, 4 de febrero de 2023

nos cuidamos

No me cuides de la realidad, que todo lo que de ella intuyo ya lo conozco y es feo y erróneo y lo que no conozco será igual o más destrozo. Que vine a edificar, no a derruir, ni siquiera a mí mismo. Si de verdad lo deseas, cuídame de los días en que la luz se niega a hacer acto de presencia, de esos calendarios que son noche tiritando sin el termostato de tus vértebras y cascabelean cadenas que desprecian la luz estallando en tus tobillos para amarrarse a los pies de todos los fantasmas disfrazados de perros del averno. Cuídame de los fantasmas, amor, que la realidad acecha como una jungla de flechas sin punta mojada en curare. Cuídame de los espectros del salón sin luz de fiesta, y extiende ante mí el universo para que este niño huérfano de cumpleaños juegue otra vez a desmontar el Lego en que danzan frenéticos todos los planetas que se saben estrellas aunque se nieguen a serlo. Cuídame del cordero disfrazado de duda contoneando caderas de interrogación que nunca se desnuda. No me cuides de la realidad, que esa ya la conozco, y hoy la conozco más, y es como los noticiarios y decidí hace tiempo que no me interesa.

Durante el rodaje de «Madrid-Cochabamba» (José Ramón da Cruz)


sábado, 14 de enero de 2023

alpinismos de pánico y silencio

Contra el silencio este manto de monarca giboso y desterrado que no sabe morder las esquinas de su reino exhausto: como una canción de amor tartamuda de oídos y dígitos. Un envoltorio celofán y una arritmia cúrcuma destreza destrozada contra el delantal. 

de Naufragio en el Gálata
Contempla el estandarte de la tarde rindiendo filas frente al interregno de la noche, mordidos sus talones por denticiones de tequila o ginebra recién parida, cítrica, como la mano de Nick Cave cuando usurpa memorias para regalar caricias huérfanas de esquina o taconeos de barra de pan recién hecho mentira con que alimentar nuestra ansia de filos, navajazos de maná, cuchilladas de esperma y regadíos de saliva. Como rastro en arenas atlánticas que se desean ser siendo cangrejos de plasma. Como mórbidos lunares mofándose del beso azul de todo aquel que pasea los calendarios sintiéndose muerto. Como la piel cuando es bisel de espejos y deflagración de panela voraz de café que tiende riendas a las velas que olvidamos encendidas, ayer, mientras un pastiche de miga tornaba hogaza artesana entre tus dedos demiurgos de macetas en que se regodeen de charco los bisturís en que se me muerden los dedos, los besos, y tal vez, incluso, los versos que aún no te sé escribir.

Y el silencio ya nunca más y ya nunca más el miedo, te escucho, mientras hacen redil de arteria estas rodillas que le escarban al parqué maneras de madre tierra.

Mira, escucha: mira, te digo, mira cómo se retuerce el frío ahí afuera. Será, acaso, que busca tus músculos cuando con ellos tañes las cuerdas de todos los ocasos. Melodía de sierpe. Recorrido de notas rotas que brotas entre mis dientes. Muerde. Araña. Escupe. Vierte todos los silencios para que hagan caudal en que se reconduzca mi suerte. Es más que un deseo. Porque, como dijo el Poeta, me va la vida en ello.

Pero aun así, a pesar de las evidencias, tengo planes para abril como tienen planes de caudal lluvia serena profusa verde imposible rendida los brotes y esquejes de la brisa antigua que naces para saberte existir. Así, mis arritmias ya brotan raíces de sueño en que abril sea buen momento para celebrar el nacer del Universo mientras desenvuelvo un paquete de regalo bajo el que alguien sabio escribió que ya no hay necesidad de cercenar el tiempo.

Lo que hay en mis oídos me va a enloquecer... aquí, en la sed mortal

domingo, 1 de enero de 2023

el corazón es un órgano bivalvo

Como esos mejillones que naufragaron a su habitante entre las festividades lejanas de todos los mares. Como todas las travesías que duplican la ruta porque ignoran el timón. Como las advertencias de los oradores ninguneadas por el crepitar intacto en que estallan las flores. Como palabras talladas con urgencia contra una pantalla que nos embauca para sentirnos cerca. Como ese hablar a destiempo cuando las horas de menos te restan el aliento. Como una encrucijada que despliega sus dos alas para que decidas con cual de ellas estrellarte o alcanzar las estrellas. 

Como un año que se va y otro que llega. Solo un período de tiempo: a un lado el de las almendras al otro el de las cerezas. Solo un período de tiempo cuando camino a ciegas tropezándome medio corazón entre las piernas. Porque hoy en este limbo de años he descubierto que mi corazón es un órgano bivalvo.