viernes, 10 de enero de 2020

Madrid nos mira (Gazzano&Cerezal)


¿Crees en dios?

Su voz no resuena. Ni siquiera suena en exceso. Casi repta. Es una voz afilada por años veloces y mañanas de domingo sin lustre, remolona de acequias en que construye cauce un vino bravo y barato, compungida de verdades que nadie se atreve a contrariar. 

¿Sabes quién era Jesús?

No es una pregunta, él lo sabe. También el camarero que, deslizando una bayeta hecha de nada sobre la vitrina bajo la que descansan patatas revenidas y salsas sin nombre, le mira y, con acopio de carcajada infeliz, espeta sí, claro, el presidente aquel del atleti.

La tarde acuchilla con filos de luz moribunda el adoquinado de una calle en que los hijos del extrarradio afilan sus cuchillas de ritmo hueco y droga blanda mientras la navidad se sucede como suceden los días laborables, sin dejar muescas, sin nada reseñable salvo, tal vez, lo que él intenta explicar cuando se ve obligado a salir del bar para dar fuego y luz al enésimo cigarrillo y explicar que Jesús era el dios de los judíos y que la navidad era su nacimiento y su palabra, que la navidad era un incendio de fraternidad en que los viejos que todo lo hemos visto y todo lo hemos luchado no teníamos que fumar en la puta calle, que si no a ver de qué vive este, tanto quejarse de los malos humos, que si la ley, que si el tabaco mata, pero no me deja de servir veneno de ese que tan bien se cobra, y a mí, fíjate, me gusta la copita con el piti, qué cosas...

Mira mis manos.

Manos trabajadas. Manos gastadas en pieles que ya son deposición de larva. manos que acarician vidrios por reverdecerles orgasmos que le esculpan el paladar de recuerdos erróneos y sueños desbaratados. Manos útiles porque inútiles salvo para sujetar un chato de vino o un cigarrillo. manos que incineran recuerdos.

Con estas manos defendí Carabanchel de los fascistas. Con estas manos... Y ahora, mira... ¡A fumar, a la calle!

La tarde se viste de navidad andrógina y las farolas bostezan un timbre de sudor proletario en que tañen campanas a mayor gloria del dios de los judíos, ahí al lado, al doblar la siguiente esquina, en la iglesia más cercana. La tarde se viste de luces baratas allí donde los presupuestos municipales sólo llegan para iluminar las luces de los autos policiales. La tarde apunta maneras de noche sin tregua y él tira la colilla al suelo, masculla venga, a la iglesia de nuevo y reingresa al bar como quien reingresa en presidio, insultando entre bromas y veras a un carcelero que hoy es camarero dispensador de pinchos de tortilla con sabor a bayeta y hastío.

¡Y otra copita!