lunes, 28 de agosto de 2023

dices mientras clavas en mi pupila tu pupila

Traigo una caja de ritmos en el pecho que sólo se desencaja cuando le clavan una escala.

Traigo un hueco intercostal en que hace eco mi voz cuando deletreo V-I-D-A, y un espumillón de esperma retenido por la menudencia de los días.

Poesía es quebrar la sutura del sol en la tarde. Una intersección de tijeras que se soñaron piernas de alambre. Una fatiga, un labio loco, la nervadura del estambre de un lirio, la desfiguración de la carne y el sosiego de una palabra mundana que es verso fertilizado al calor de una jungla de sábanas que juegan a enredarse en los matices de tu sangre. 

Poesía es quebrarte cuando te quebrantan, y un aleteo ahíto de huesos que se hace escarcha en el ochomil de las miradas.

Poesía es no saber dónde clavar la pica, cuando está tan lejos Flandes que bien pareciese el cuento con que te desean dormido los padres. Es picarte de dolencias y sajarte los párpados en noches de analgésicos inconstantes, susurrar bendito Bécquer, benditas sus dudas y benditas todas las que de su laceración hicieron sangre.

Traigo un frío norteño y un polo vacío de hielo, sulfatado de vidas que le pueblan para equivocarle el ritmo.

Traigo las horas que me restan para saber a qué jugarme la vida.

Poesía es agarrar un quizás y retorcerle el cuello hasta que cante.


martes, 22 de agosto de 2023

cuando la fiebre mala

Un fantasma de pura niebla aletea en mi cerebelo, ese pedazo de víscera que logra machiembrar locomociones sensitivas y motoras. Y, puestos a batir, cuando la noche, mejor alas que huevos, bien sean aquellas de murciélago. La música, hoy, está despedida, desacreditada, en barbecho. La necesito, pero mi cabeza tricotada por centígrados y dolores extiende una manta de fiebre por toda esta casa que ayer fue hogar y hoy sólo martillo de olímpico herrero ansioso por reinventarle un eco y una respiración. No hay maña humana que pueda reinventar la calma, le digo. 

Y ahí hace nido el fantasma. 38º, temperatura exterior, y la mía interna, por muy poco, a la zaga. Sueño con golpes de espuma enhiestos, atlánticos, supinos. Pero todo es superfluo cuando el disparate de recomponer sobre una manta de fiebre piezas de un Lego que se sabe sierpe. 

Mi rostro no es el de ayer. Nunca lo es, por más que se empeñe en no dejar de creerlo. Y está bien que así sea, y es bueno. Nada de Dorian Grays guardados en este armario tan desnudo y escueto como uno mismo. Sólo el declive del tiempo. No hay música, ya digo, pero Micah P. Hinson se desgañita cantando Patience en el micro amplificado al que mi mente dibuja cotiledones sónicos para florecer el muérdago de otra navidad que advierte que se adelantará a su tiempo.

Afuera aúlla la jauría de otra noche sin dormir. Y los jóvenes buscan drogas. Y yo me fumo, sobre plata, la fiebre mientras sueño con la aurora.

cortesía de «la red»


martes, 1 de agosto de 2023

nómbralo

que me alumbre un diablo, que me alumbre
que me alumbre un santo, que me alumbre
Chinoy

Ese espacio tiempo oriental que abandonas consciente de hacerlo sin solución de continuidad. 

Ese partir en un velero amordazado por el viento del ayer, del allá lejos. Ese embarcarte en una canción para recordar momentos en que te sentiste mejor, casi bien, tal vez pleno.

Es un verso que recuerdas para recordarte que no te dejarán regresar a su fonética de dicción certera ni a su ritmo de reloj bipolar deshecho en segundos como timbre de amanecer enredadera.

Es aquel poema que te quebró aunque no te recitase a ti. O tu poesía cantada por otro. Un instante, un latido, un puñal, lo mismo da. 

Es detenerte a pensar antes de arrancarte a desperdiciar sangre de cactus hermoso entre la selva mnemotécnica y frondosa del sollozo casi aullido. 

Tal vez sea el pasado de otros y nunca el tuyo. Sólo el que te arrebataron. Lo tuyo es presente y duele. Porque soñar con apósitos es tal que opositar al futuro funcionario y jugarle a lo incierto una partida de dados. 

Puede ser que sólo sea ese mordisco que hizo botín de plasma en tu triángulo de Scarpa.

Lo llaman melancolía. Pero, de serlo, no podría escribir, y mi testa languidecería calma frente a la guillotina amortiguada por las plumas de la nada. Yo prefiero llamarlo saudade, que hiere más hondo y resuena más atlántico. 

Dime, tú, que todo lo sabes nombrar, cómo puedo llamarlo.