sábado, 10 de junio de 2023

Estambul era una fiesta

Cortázar sí sabía que los unicornios escancian leche y vino y allá el que tenga la suerte de poder elegir, a la par, de entre ambos, tu elixir mirífico. Vientre agradecido. Tambor en silencio de esta mañana acunada únicamente por pupilas como tamborileros. ¿Dónde los dedos? En Madrid, barrios nobles, 2018, buen trago inmejorablemente acompañado. Pero siempre la refriega y el regresar al extrarradio, tal vez de París, quizás en Clichy, acariciando cualquier banco mugriento de vino de cartón y paseo al amanecer hacia el desierto: para que te descerrajen un tiro en la nuca. 

Miller paseaba Clichy de la mano que, en su escroto intacto, le esculpía Anaïs. Nunca el silencio. Sólo el silencio.

Sabes que vengo a que me derrotes, a derrotarme en ti, a derrotar este mundo en que jamás creí. Otro trago, aunque nos acaben reclamando mazmorra los carceleros. El barman ni es man ni es de bar y aun ni siquiera sabe o quiere llamar un taxi que venga presto a prestarnos kilómetros y un rondón de Chivas Regal.

En este mundo nunca existí. Me existió la irrealidad, decían los poemas, los ritmos, las pinceladas, el cráneo de los ciervos. Y el proletariado cercado por la alambrada de una pantalla me embadurnó el desaliento. Pero dónde mi aliento. No lo sé. Tan sólo sé que caminar el cierzo es su terreno, y es suyo el pútrido aliento que apunta la cerviz del ciervo. 

Rifles con mirilla no existen, pero rifles les miran a ellos. Por eso caminan suave. Por eso obstruyen las puertas del Metro y me obstruyen tu voz cuando es diafragma y diámetro en que te escucho pero no te encuentro. 

Dime tú, que sin raíces hebreas sabes transmutar en áureo eterno el metal. 

Dime tú, que sabes que mañana es sólo un día menos o un día más. Relojera suiza ensartada por los bigotes de Dalí. Acupuntura exacta en los dedos de Chagall. Desaparición del arte en el iris arco de Duchamp: bicicletas sin radios ready made y la voz de esa mujer que te alarga los horarios de la tarde en que no tallas latido a mis párpados. Es el celofán, es la ambrosía, es el regalo que te anida, sólo para locos, no para cualquiera: como esa puerta que te invita a pasar y vendarte los ojos para poder escuchar. Tu aliento, esa música, esa musa, Nina Simone y la ruina de tus tobillos disfrazados de tamborileros pupum. Piel de tambor, ya te lo dije: despedazas todos los diques. Y aquí el náufrago y aquí el ahogado: azul de luz, invertebrado, empalmado en el estertor de un desierto a lo el bueno el feo y el malo, apolillado de insectos que danzan corpúsculos a la velocidad sin grado militar de tu verbo. 

¿Te he dicho ya que Cortázar no sólo sabía de cronopios y famas? ¿Que también sabía, cómo no, de unicornios inversos pura castración para la castidad de los sin remedio? Vientre agradecido, voraz de semillero maltrecho, el que enciende la llama primigenia rotando ramas que palpitan en eterno frotarse para regalarnos el fuego. 

Blanco, el fuego, sobre negro, aquí, ahora, en tu lecho de recién parida recién nacida recién descubriendo que acabas de inventarte un universo hondo hasta la expansión. Hondo más allá de todos mis desperfectos.



domingo, 4 de junio de 2023

quizás desmejorado

y volver a los placeres
prohibidos o privados 
para los necesitados
Enrique Bunbury

Quizás la tarde de un domingo que se pretende verano. Y las nubes estrellándose contra el asfalto a 120 kilómetros hora, como en los anuncios que sufragan los noticiarios, por más que cambies de canal como en canal abre el vientre a la res la caricia del charcutero.

Quizás un hilillo de voz como un estertor de fiesta mal organizada, y todas las luces del día como deflagraciones de escarcha. La noche, con su maletín de sombras como adjetivos que no llegan a decirte. La tarde, como el recuerdo de tu perfil apedreando al vecindario.

Quizás I love you, honeybear aunque la duda ofenda y, desde un siempre que es ayer, entre mis manos se desgañite la miel gritándote proteínas cuando te me desayunas los párpados. Pestañas como acequias en que vierten jugoso vaivén todos los ritmos de la galaxia.

Quizás los espejos a que asoman ojeras las noches ganadas cuando en nuestra carne vencemos la mortalidad. Cual recordatorio de funeral inverso este fotograma de la diosa con piernas como coleópteros que huyeron el ámbar astillando a dentelladas los marcos de un calendario. 

Quizás sólo sea aprender que tropezar es cuestión de método. Y hacerlo con estilo, la piel bien planchada y el dobladillo del corazón milimetrado en el daño, los zapatos de las horas en ti bien abrillantados, para mejor reflejar los charcos que les has perfilado.

Quizás también sea domingo en cualquier otro punto del globo terráqueo, allende las nubes que te despintan sonrisas tiznadas de uva feroz perpetrando todos tus arrebatos. En otro punto del globo terráqueo, tal vez más cerca, quizás más ayer, puede ser que más náufrago. 

Quizás como un mariachi desorientado en su galaxia portátil de vientos, despechos y tragos. Plaza Garibaldi y el susurro anciano de un temblor que te escarba con ánimo de arrancarte el corazón para, después, devorarlo. Falta ají. La música ha terminado.

© Joseph Gazzano