miércoles, 2 de abril de 2025

fatigar el verbo

Salvaje crin de yegua amortiguada por los atropellos del tiempo. Relojes blandos en su fertilidad de secundarios escribas del verbo cuando hecho carne y aliento. Mi cuerpo es campo de batalla infecto de minas que tú has esquivado, poema. Y donde mire, te encuentro. En la mirada sepia de la pescadera y en la ojiva selvática de la oliva a punto de ser deglutida. En la reseca mojama del puerto cuando mira hacia otro lado en que sólo refulgen salitres y mareas de entretiempo. En el caminar monte abajo del anciano vecino del sexto y en la lavandería de barrio, poema, tus pupilas más vivas que esas pestañas parábolas de lo incierto incineradas en plasma para mejor perder el tiempo. 


Tiempo. 


Calendario que regalaste a mi piel. Ánfora del temblor. Aún se aferra a él. Aún vibra como pellejo de tambor. Como el tuyo remedo de melocotón, perdona la metáfora parvularia. Pero es que hasta en lo simple me delatas, poema. Cutículas de hambre retardado naciéndole a mis dedos. Quebradas las uñas me pregunto si será falta de hierro, proteína, vitamina o alimento. ¿Tal vez teclado excesivo? Aunque disfuncional aún de letras y me pregunto cómo he llegado a esto. Y te imploro haz nido, ya que me trajiste hasta aquí. Espacio escueto, me hago cargo, sí, como de que existencia sin víscera es sanguinidad sin riego. Por eso te intento aún escribir, poema. Por eso me tartamudea el sexo.


Abrazo mi silencio porque sigue 
buscando, incluso apabullado por 
el eco de tu estruendo, poema.