Un fantasma de pura niebla aletea en mi cerebelo, ese pedazo de víscera que logra machiembrar locomociones sensitivas y motoras. Y, puestos a batir, cuando la noche, mejor alas que huevos, bien sean aquellas de murciélago. La música, hoy, está despedida, desacreditada, en barbecho. La necesito, pero mi cabeza tricotada por centígrados y dolores extiende una manta de fiebre por toda esta casa que ayer fue hogar y hoy sólo martillo de olímpico herrero ansioso por reinventarle un eco y una respiración. No hay maña humana que pueda reinventar la calma, le digo.
Y ahí hace nido el fantasma. 38º, temperatura exterior, y la mía interna, por muy poco, a la zaga. Sueño con golpes de espuma enhiestos, atlánticos, supinos. Pero todo es superfluo cuando el disparate de recomponer sobre una manta de fiebre piezas de un Lego que se sabe sierpe.
Mi rostro no es el de ayer. Nunca lo es, por más que se empeñe en no dejar de creerlo. Y está bien que así sea, y es bueno. Nada de Dorian Grays guardados en este armario tan desnudo y escueto como uno mismo. Sólo el declive del tiempo. No hay música, ya digo, pero Micah P. Hinson se desgañita cantando Patience en el micro amplificado al que mi mente dibuja cotiledones sónicos para florecer el muérdago de otra navidad que advierte que se adelantará a su tiempo.
Afuera aúlla la jauría de otra noche sin dormir. Y los jóvenes buscan drogas. Y yo me fumo, sobre plata, la fiebre mientras sueño con la aurora.
cortesía de «la red» |
Muy bueno, Pablo. El final es inmejorable. Qué intensidad.
ResponderEliminarGran final para un gran texto!
ResponderEliminarNi Apolo (sección poetica), escribiria tanta belleza para decir el calorazo de Madrid. Abrazos maestro amigo.
ResponderEliminarPalabras y bisturí, qué belleza compleja
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