Te abrí la puerta y todo fue celebración de mordisco y selva. Poesía, tú, bienvenida, con las pupilas desgañitándome el páncreas. Y en el dorso de las manos el jazmín de tus muslos, tu latido de labio seccionado. Un papel es una cuchilla. Una vela sin cumpleaños. Un estigma oculto bajo los párpados. La espuma de los días o esa en que pierde dactilografías el barbero. Sweeney Todd y el amor que no se afila en el crecer barba como escarcha crecen los días. El ojo de la vaca que pierde la luna antes de ser degollada.
Te abrí la puerta y huyeron todos los invitados a los que nunca dejé entrar. Te tumbé en un sofá tirando a granate con la única intención de tirar sobre ti mi pellejo, despistar para mejor devorarte. Sabía que no sangrarías. De ahí la disposición arterial del escenario, puro Hannibal Lecter. Pero te mordí y condecoré de incisivos un sueño de curare, flechas fugaces entre la selva esmeralda. Tu vientre me escupió tinta en los labios. Sabor a mar mientras los calamares, en su pecera, intentaban recordar el primer trazo, cuando aún ni verso.
Te abrí la puerta. Planeta microbio recomponiéndome universos dactilares, y la casa no casaba con nada que no oliese a lupanar. Palabras, deshechas en trémolo azul por un bardo canadiense. Malditos párrafos sin ciencia. Desbarajustes de alabastro en los domingos clausurados a la conciencia popular de otro fin de semana destinado a eyacular los retazos del hogar que violentaste un jueves que ignoraba su futuro de viernes y poema niño. Y qué más da el día si todo, hoy, es tinta.
Otra página. Los dedos ensalivados y el mugido sepia de tu vientre tiznándome los párpados. Vlad Tepes de tu melodía flamenca mientras hileras de hormigas cepillan menta entre las encías al filo de una tonada de extrarradio que, tarde o temprano, reventará el asfalto o tarareará ajorcas en el delirio más acolchado. Ay, tarara loca, ay de mis dedos soñándose cirujanos.
Asomé panoramas, córneas y barajas, a la fosa abisal de tu garganta mientras pasaba páginas intentando deflagrar, con las yemas de los dedos, este sanatorio en que trocaste todo lo que hasta entonces no se supo hogar. Al fondo la Alhambra, roja de incendio, o un caballito en el crepúsculo trotando heridas hacia la mar.
Te abrí la puerta y decidiste quedarte a vivir. Ay, tus versos, haciendo de mis muñecas crímenes gemelos, pespunteando contra el teclado la sinrazón de tu carne cuando sólo era verbo. Ay, maldito temblor, fantasía del ansia, perfil de fusilamiento al atardecer. Por maricón, y por rojo mientras la iguana inquietaba las esquinas en que herrumbran orín los perros que ignoran las alcantarillas.
Todo fluye. Pero siempre y sólo hacia dentro. Ahí me esperas. En lo hondo de la pesadilla o en la piel del sueño. Enroscada a los capiteles corintios de la noche más espesa, maldita luz, maldito verbo. Mientras tanto, te escribo y persigo sabiendo que nunca te daré alcance, poesía.