«Las secciones rítmicas son criaturas muy sensibles»
John Paul Jones
No hay más copa que la del sostén de los pechos del verbo. Todo lo demás es literatura y, por tanto, engaño.
«Las secciones rítmicas son criaturas muy sensibles»
John Paul Jones
Caer para volverse a levantar y levantarse sabiendo que la próxima caída está más cerca y que quizá no la soporten tus rodillas. Creer y soñar que el simple acto de creer logrará salvarte de la realidad. Construirte un palacio mental de poemas y temblores, referencias y estertores, clarividencias y soflamas que será mejor te ahorres. Pero no lo haces, y declamas y clamas ante un público que, bajo la arena, mastica las raíces secas del poema. Urdir con mimbre los sueños a la espera de que una incendiaria secta los convierta en pasto para estos que, a través de la pantalla, nos proclamamos, alegremente, humanos.
No olvidaré, nunca, que gracias a Vicente, como tantos, no me avergüenzo de escribir. No lo olvidaré y hoy lo dejo por escrito ya que, parece, es lo único que medianamente sé hacer. Mientras tanto, me sumerjo de nuevo en el ritmo furioso de los tiempos que el bardo, desde hace años, nos ha venido narrando con su voz de rapsoda alucinado.
Esto, sí, es sólo un pedazo de su noche en la tierra (me repito, lo sé, pero, cuando vivo y todo sangre, recuerdo que en la repetición habitan todos los mundos que soñamos aprehender). A quien se asome a su vértigo de manos que abrazan el vacío y huesos que abrazan el abrazo corresponde comprender si la noche acaba cada mañana o simplemente se alarga en una lánguida y hermosa deflagración de piel contra piel cuando bien regulados todos los termostatos.
Este volumen es un delicioso mordisco propinado a tantos sueños que, por no atrevernos a hacer realidad, decidimos aniquilarnos. Leer es un verbo zafio cuando abres estas páginas, y siempre preferiré hablar del sentir que te provoca comprender que, como tan bien cantase mi amado Rafa Berrio, «Sísifo releva a Sísifo en cada cima».
Gracias, siempre, hermanito, mi drugo, por esta nueva cima que me empujas a alcanzar. Ya, de regreso, nos vemos abajo. Tu abrazo nunca se cansa de esperar. He ahí la Poesía. Ya, de nuevo abajo, me recompongo y cuento hasta mil para seguir subiendo hasta la siguiente cima, con tu pulso de poeta recordándome que soy «humano demasiado humano».
Todo noche los intentos que nos fracasaron. Todo luz el envés cuando los masticábamos pulcros de errores y erróneos de acantilados. Dúctil seda acompasando la tibieza sucia de la madrugada.
Contemplo tu mirada apuñalada por la luz cuando criminal cobarde tras la ventana. Tu piel ebria geografía, mapa en que pierden coordenadas la ingrávida Guayaquil, la escindida isla de Juan Fernández y el flujo severo del río Urubamba. Tus labios origen de todas las dicciones que parieron los diccionarios, del latín al cirílico y vuelta al extrarradio, y mis pasos mejor cuando junto a los tuyos descalzos.
Todo es noche a pesar de esta huelga de nubes en el exabrupto continuo del barrio en día sábado que bien podría ser efeméride de algo. Mis dedos ensayan danza de lluvia que invoca húmeda sal del último baño atlántico. Trenzando la arena, caballos salvajes disfrazados de bisontes disfrazados de tormenta disfrazada de baile disfrazado de fin de fiesta que se ignora a sí misma haciéndose canción que simula apagarse y sólo retrotrae, como tanino de Syrah, Cabernet Sauvignon, Malbec, Petit Verdot, Tempranillo y Merlot, al largo paladar de la media tarde. Rotundo vendaval de frescor que abre senderos, entre tomillos secos y madera quemada, hacia la fábrica de chocolate que heredó Charlie. Cuánta elegancia anida este gusto a milagro desde lo más hondo del sabor que naufragó la carne para enseñarle a Jesucristo qué cosas son los milagros. Trocar el agua en vino estuvo bien. Pero atrévete a trocar en mantequilla el daño cuando se fisura una costilla, que eso poco sucede y de ello poco se dice y para qué, si no es necesario. Han muerto demasiados calendarios y nadie, después, lo ha vuelto a intentar. Ha pasado el tiempo. Hemos aprendido a nombrarlo y ya existe como memoria del porvenir y aun sin saber qué hacemos con él no dejamos de inventarlo.
Todo es noche cuando arrecia el ansia de cópula en que se enzarzan los gatos. Saltamos, como ellos, desde la terraza pero hacia arriba, para alcanzar tejados sobre los que, bien sobrados de mandíbula y canto, comprendemos no haber llegado más alto. Más ya no es posible que como cuando abajo y tan adentro. Lo demás es literatura de centro comercial y galardón zafio, esa que contradice los latidos enhebrados junto a un nuevo entramado ferroviario. Extinta ya la secular separación entre carne y alma descubrimos que retorna la noche cuando todo es partir. Pero blancos nuestros pies aún, masticados de luz, reptando grietas horadadas en nuestro enloquecido vals de peonza que se robó las falanges.
Todo es noche, todo es piel, todo es
luz y tú la muerdes. Como intentar aprender cómo aprehender el poema por
siempre.
patio de butacas de un teatro ciego que cree en los milagros, voz que rasga el misterio, divinidad del tiempo cuando diapasón que entierra todas las bombillas huidas del escenario mirad
la revelación, una plegaria aquella tropa de sillas desperdigadas bajo la arena que durmió los ojos al público las pupilas apagadas, un surco las papilas, un incendio de saliva la voz encendida, linterna de acordes este
bendito murmullo de falanges dictando el recorrido del bíceps que anida en mi brazo derecho este alarido de miel nombrando con sigilo todos los antaños en que me arrodillé por dentro una y otra vez y otra
renovada sabiduría en la derrota, fe en la palabra cuando dibuja el verbo más bello es caricia, cansancio que sonríe, sendero de voz que edifica ciudades al empedrado ritmo detenido en gargantas que no saben tañer a muerto
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| Gala/Dalí revisitada/os por Munay |
Antaño, sí, antaño, mi vida fue un festín en que los corazones latían ebrios de vino tinto como un latido de saliva recién molida. Antaño senté a la Belleza en mis rodillas y, al contrario que aquel íncubo de Charleville, no la encontré amarga ni la injurié. Al contrario, ya digo, a sus pies, mientras acorde de piano curdo sus dedos surcando mi lengua, imploré sólo para descubrirme siervo de un fondo de armario para ella recién confeccionado. Porque la Belleza, querido Satán, no es innúmera y encuentra cauces como berbiquí que talla pastos entre floresta de párpados olvidados de qué cosa es el yacer. Un, dos y ya está. Cayó el telón y brotó el teatro bajo la arena mientras El Público aplaude hacia adentro. Y en arena se arruinaron mis párpados mientras la Belleza me recorría invitándome al sueño, como quien camina un Sahara todo espejismo, sudor y ligamento. Antaño, sí, antaño mi vida fue un festín y aún entre mis colmillos todos los pedazos resistiéndose a la dentrifición del esmalte que ya no, a la sonrisa mascando bordes de espejo en que todo es reflejo de la inapelable cremación. Libertad, piensas mientras la piel de un padre se desprende para asomarnos a su carne y descubrir en ella el nuevo lenguaje. Como en Makarnika Ghat. Sólo en la India saben apreciar los rescoldos antes de lanzarlos a surcar esas aguas en que nunca te bañarás. ¿Dan a la mar? Y pensé, como aquel, en la caridad como llave que me abriese de nuevo las puertas del antiguo festín. Comprendí las ciudades sin sueño, ahítas de deambulares exhaustos sobre las cenizas de los esparcidos al viento. Y dejé la puerta cerrada. Nada merezco, pero siendo menos que nada jamás clamé por caridad. Y ya sólo quiero caminar sabiendo que olvidé los pasos. Pero más necesito volverte a ver caminar serena y exacta. Cuando aparente agotado el festín sólo tu, Belleza, sabrás si se puede reiniciar. Mis rodillas, aun mordidas por la intemperie y el asfalto, aquí están.
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| © Seisdedos |
La piel recolecta aniversarios como ratón hembra suburbios en los ovarios cuando huye disfrazado de gata para ofrendarse a los machos. La piel, sí, la piel recolecta verbos y calendarios y acomoda fechas entre los pliegues que le talla el tiempo como vislumbres de El Dorado en las pupilas de Aguirre cuando la cólera de dios. Werner Herzog y los sudarios en que quedaron acribillados los músculos previos del Cristo crucificado, los de aquellos indígenas masacrados como estos cantos tribales míos, aún felices aunque visiblemente desmejorados.
El tiempo es una apuesta sin trampas, y pasa y la piel respira arena inundándose de lorquianas acequias en que hacen cántaro de esquina todos los espejos que retienen vuelos del Atlántico al Cantábrico, de la cama al cuarto de baño, tal vez a la cocina antes de abrir las ventanas de una terraza que siempre da a aquella mar que contemplara Aute cuando aún chiquillo, y después cuando ya adulto porque como turista de verano patrio caracol portaba su hogar en la piel y en cada uno de sus reductos la memoria, como en la mía habitan todos los cumpleaños.
Así el vello de mis muslos tormenta bajo la que cruje una fecundidad de papilas gustativas fecundadas por el universo del que brota el recuerdo exacto del Big Bang. Y el verbo.
Así mi triángulo de Scarpa dictando brailles al milagro en que amasan panes los peces del vino nunca derramado más allá de los límites de una copa mordida voraz. Se hizo carne.
No en el pensamiento, ni en la obra. No en la omisión, sino en la piel palimpsesto todos los pecados cometidos como memoria del porvenir que me habita enjaulando locos grillos cricri entre nubes que juegan a ser escualos sólo porque han podido asomarse a un perímetro de piel que logró escapar las celdas incendiadas del verano. Una dicción de dragón a la hora de esa manicura tras la que sus llamas quedarán estéticamente afiladas, dispuestas a desguazar la mejor ración de una rata que voltea calendarios sobre brasas orientales henchidas de silencio y aromas descalzos. En el hipocampo cerebral se desembrida un caballito de mar que viene a salvarnos si lo aprendemos a pronunciar.
La piel es asignatura tardía que consideramos aprendida antes de pisar el aula. Creemos salir de clase con agasajo cum laude. Pero nadie abandona la piel. Jamás, hasta el último compás. Cuando comprendemos que la vida no es una posibilidad la mordemos con rabia y nos guardamos la última bala. Ay, cuando comprendemos que nos dejamos una enciclopedia a la mitad. Porque la piel es lenguaje que no se regenera si seguimos las normas. Cárceles de Piranesi cuando el llanto acequia en nuestros párpados y mudos los labios, bocas de mar, carne procesada recién extirpada al maullido de sirenas que a tantos marinos desordenaron el pensar. Ellos atesoraban el verbo.
Vivir no es importante, navegar sí, pero es que al fin es lo mismo y nunca navegante de costa domeñada construyó ningún abecedario. Son los océanos quienes renuevan los diptongos mareando la brava marejada de la carne amada, ese verbo que repta, como virus, bajo la piel de la palabra. La mar, como la piel, es lenguaje vivo que no aprendemos a escuchar. Soñamos vestirnos el paladar con infinitivos sin fecha de caducidad. Conocemos las trampas sintácticas y les erigimos laberintos de dientes como muros de coral. Intentamos atrapar la sal para delinear el perfil en que quedó atrapada la esposa de Lot cuando miró hacia atrás. Ahí, tallada, nuestra batalla con la palabra, como piel cincelada por Bernini, en el mejor de los casos. Aprendimos demasiado aprisa a decir papá y mamá. Luego dejamos de jugar con ellos, tartamudeando al conjugar el verbo más bello.
Costumbre y soldadura, barreras de coral. Aves o conejos o venados masacrados contra las líneas de fuga del vehículo que ruge en aras del día a día para alcanzar un fin de mes que es inicio del siguiente y no lleva a ningún lugar. Matraces nuestros cuerpos en locomoción de sílabas, salvia y saliva. Pareciera imposible aprender, de nuevo, a vocalizar. A respirar.
Adiestramos nuestros dedos en el acorde gimnástico del teclado, una tras otra letras conformando sílabas a las que asomar incendios de paladar. Desvelos con que tatuarnos tibias en el pecho, aullidos alargando un abrazo terminal, rugidos de tigre siempre y una calavera pirata nacida del occipital. Salvamos para el álbum fotográfico de nuestra dermis todas las licantropías en que no nos llegamos a saciar. Y la palabra dónde. Dónde el duende del diccionario enloqueciendo las páginas para inaugurar el nuevo lenguaje como Cronenberg la nueva carne. Conocemos tantas de sus múltiples escenografías que, en ocasiones, nos aterra seguir con vida.
Es hora de hablar, desenfundar los tendones, desmaquillar los colmillos. Es hora de hablar y ya va siendo momento de calzarse las alas del verbo, aunque aparenten radiografía de faquir. Mejor así. Hora de lamer el llanto con lengua tiznada de kohl, momento de hablar con los párpados. Hasta que no lo hagamos seguiremos arrastrando por el barro el mismo idioma vacuo, expresándonos con códigos de antaño, sueños violados en el Valhalla bastardo de los noticiarios.
¿Cómo te llamabas? ¿Cómo se arrastró tu nombre entre los otros nutrientes anclados a los caninos? Perro frío de lluvia, perro del infierno. ¿Cómo te pronunciabas con tan sólo dos sílabas? ¿Lo recuerdas? ¿En posesivo? También. ¿Lo recuerdas? Si es así, recítalo. Pronúncialo. Respira y da la bienvenida al nuevo lenguaje, a la nueva carne. Abre las puertas de casa a la lengua que todo lo arrasa y no deja títere con cabeza en esta danza de carnaval adelantado en que los peces roen los tuétanos al pasado para llevarlo de nuevo a la mar y ponerlo a bailar un dos espera un momento ya vuelvo quédate ahí estate quieto.
El nuevo lenguaje. El que se forja en la tregua. El vals lorquiano del lirio, la carne, el filo del muslo, la memoria y la piel. En el hipocampo cerebral se desembrida un caballito de mar que viene a salvarnos si lo aprendemos a pronunciar.
Lou Reed escucha «Danger bird» derrumbado en el epicentro de un salón que, para quien no sepa mirar, podría parecer un ring. Lorca seduce el vuelo de un colibrí cuando ebrio declamando entre sus cejas ese poema que te cruje las costillas con un solo cuerno. Gritan quedo melodías amartillando el martillo de una orejita en que vierte hormigas Buñuel. Cristo pasea llagas por el empedrado del Albaicín mientras Rachid Taha tatúa su piel con licores de extrarradio torpemente escanciados sobre las pistas de un asesinato. Neil Young esculpe una sinfonía de huesos metacarpianos sobre la barra del bar Ruiz mientras ordeña una yegua y ordena otra cerveza. César Vallejo le juega todo visto a la parca en una nueva ronda por rescatar tendones con que escribirte una oda. Ginsberg desenreda madejas en su garganta para aullarte noches en que saboreabas el no querer dormir ya que ellas no te dormían a ti. Umbral teclea tu mirada para mejor tejerse una nueva bufanda.
Un reguero de sudor detiene en violenta redada fotogramas de pupila por la espalda al filo de un coxis que escu(l)pe erecciones a aquel y este verano. Sueño tantas veces soñado. Crimen tan clamorosamente perpetrado. Masaje truncado. Cabellos aprisionados y un caballo sin doma a lomos de jinete que perdió el norte en el sur de todos tus extrarradios. Un sueño siempre es maroma costera, pasado, pretil o posibilidad. Una sábana forjada en santidad desgarrada por la mordida de tu perfil. Incisiva y canina como perro de la noche. Decisiva y felina como el maullido más febril.