domingo, 10 de noviembre de 2024

lo que le ocurre al corazón

In the prision of the gifted I was friendly with my guards
So I never had to witness what happens to the heart
Leonard Cohen

2014 boqueando y ya definitivamente huido de un país al que hui para desconocerme un poco más, perderme en chicherías, riesgo, arena, lodo y sonrisas niña en malabar de espuma como mar jugando peces contra sus esquinas y ya 2024, cuando los bares deciden echar el cierre, increpados por los camareros salimos despacio, sin haber pagado, cargando una maleta de sonrisas como futuros que nos reptan la médula espinal. Y otra verde, esquiva y translúcida cuando vacía de palabras. Ya disponemos esta enciclopedia de ansia que nos regalamos al ritmo al que desperdiciamos caricias carentes del silencio que requiere simplemente contemplar, ese en que una vida entera podría anidar. Caricias minusválidas y miradas insertas en la base occipital de nuestro desvelado soñar. 

Para qué palabras si ya nos regalamos casi todas… casi todas, porque aún nos restan párrafos que descorchar, ganas de expresarnos y mordiscos que albergamos en la rueda de reconocimiento en que, recluido, un universo escabulle su sopor tras un fade out perpetrado por Neil Young

Y bajo el silencio, cual ofidios, los pasillos del cielo venidero. Abandoné Cochabamba en vuelo y siempre el desvelo, ya dejé escrito que odio los aeropuertos, su mnemotécnica inviable de filigranas que se sueñan continentes en las pupilas bovinas de viajeros prestos al chascar dedos con que el negrero les regala tiempo para soñarse viajando, recorriendo mundo, expandiendo el conocimiento. 

Uno de los objetos de ensueño de
Man Ray

Y aún de viaje desde que en 2014, tinta rugiéndome las venas, me decía cuántas historias que contar, tanto por escribir y hoy, 2024, nada que sea importante dejé escrito a pesar de haber escrito todo ya. Sólo repito la misma historia, la vieja historia dirán quienes no me lean o no tengan historia que contar. El tiempo no descansa. Como el óxido atrapa todo lo que de valor pueda habitar el interior incauto de un conglomerado de poleas y engranajes que urgen émbolos porque se saben fugaces, mortales. El tiempo, infartando conductos que nunca imaginaste pudieran ser violentados con un furor tan asquerosamente macho. El tiempo, ronroneando verdades que no deseas enfrentar pero arañan mientras juegas a ignorarlas, enquista en tus pasos esquirlas de fragilidad. Piel de reptil, osamenta exógena de cristal. ¿Cómo no seccionarte la tráquea con los bordes de un calendario? 
...

Sé que tomarías otra cerveza calma y yo, egoísta, sólo ansío contemplarte enhebrada al sueño mientras la espuma sin horizonte mastica el miedo a enfrentarlo yerto en su orgasmo de constelaciones, inmóvil salvo en el desgaste de tu aliento y en tus músculos más incautos, esos que fotografío para una posteridad que no llegará. Sí, claro que quiero, deseo, necesito beber contigo despacio pero más beberte suave hasta la embriaguez de ese sueño en que sólo se escuche el latir á la Rimbaud de un único corazón. Pero turbinas me anidan y émbolos (máquina soy) fuerzan mecanismos y máquina es producción y cosecha pero sobre todo siega, por mucho que sea incalculablemente minuciosa cuando he de yacer contigo, sangre obliga, nacer dentro de ti para sajar la madrugada y prometerle que nunca llegarán las horas bajas. 

Y es que es preciso descansar o, en su defecto, eso que llaman dormir. 

Dispara te digo, mientras tus labios entreabiertos hacen acopio de noche y la luna se llena de ti para envidia de astrólogos y pavor de vecinas que buscan por los rincones arañas a las que contemplar en su teje que teje el día de mañana. El tiempo pasa. El tiempo y la luna tricotan delicados redobles de nieve sobre una piel de tambor aborigen cuando tu vientre ignora a quién le nace la respiración. 

Dispara te digo, y yerras el tiro porque ya lo equivoqué yo, y sangro y duele y no hay antídoto que me consuele porque el cuerpo es tacto infectado y es tiempo y sonrisa que, contra el espejo, espanta de oscuridad cada una de sus grietas. Pero más aterra contemplarte desde tan abajo y, tan lejos, recordar 2014 y quererte reptar más allá de 2024. Muslos, relojes y cielos. Fuego cruzado. Miembros de cristal. Sonrisas de payaso, ya no el triste ni el rival. Diez dedos para contar diez años o jugar a restar. Locomoción, el camino por delante y un conejo al que el reloj siempre advierte que está llegando tarde a su caverna de inventar sueños que bien podrían ser pero se crucifican, a lo Poe, en pesadillas que mienten ¡jamás!

miércoles, 23 de octubre de 2024

esquejes de plasma

hasta dónde tus cartílagos hasta dónde tú y tu duende y los campos de exterminio y la pólvora y los caninos escarbando rótulas y los cultivos de amapola y el knock out de la adormidera y la piel cuando enredadera y la saliva cuando muesca y los cumpleaños marcados en la empuñadura de un sudario pistón cargado de rifle bajo sombrero atrapamoscas o sendero esquivando horcas sin cuerpo como cavernas sin piel y cicatrices sin sal que aliñe el despertar a otro día que aún fue ayer por discreto inmenso inacabable en la lazada verdiañil de tus alveolos pulmonares cuando la noche y la calma y el latir acompasado crujen suave costillas que nunca sin ti se argamasan y jamás a este ritmo prófugo y sabio al no encadenarse nunca más siquiera a un mañana

Fresco de José Clemente Orozco en el Museo Cabañas (Guadalajara, México), cortesía de Joseph Gazzano



jueves, 17 de octubre de 2024

practicando el barro

Algo roto y las fascinantes dactilografías de la saliva ajena. Dicción que sana esas verbenas en que, vertiginosos, se afilan nuestros ligamentos cuando la hendidura todo lo revienta. Ya tengo el jarrón completo, recuperadas todas sus piezas. Sí, contiene cicatrices. Incluso el barro se duele, no miento. Pero ya tengo el jarrón completo. Muchos japoneses aún practican el kintsugi sabiendo que un desgarro puede alumbrar una obra de arte. Busco. Busco en mi árbol genealógico y ni en lo más recóndito encuentro raigón oriental que me incite a tanta inmovilidad. Pero estoy erigiendo, despacio, en mi derrumbe un ánfora prieta de primaveras que, aun mordiendo otoño sus bridas, se acabarán comprendiendo hiedra. Más que un jardín de pusilánimes brotes, un jolgorio de trópico deletreado en el galope que el tiempo decide ejercernos sobre el pecho cuando sólo es escueta memoria de lo inmenso. En las orillas la piel, envejeciendo con redundancia de oleaje masacrado por tu crin. Y para cada nueva rotura una nueva arteria de polvo de oro a lo Klimt. El barro es dúctil cuando no se desea simple molécula. Podrás hacer con su voluble rompecabezas lo que más te lata, pero ya luz muerde las grietas a esa cerámica caverna en que te recluyeron el deseo. La adhesión es la respuesta, o algo así, me labró en las sienes a fuerza de insistencia alguien a quien aún quiero. Y sé que no se equivocaba. También que porque sueño no lo estoy, y aunque lo estuviese no pienso desaparecerme en la demora y seguiré adelante cual montura solidaria de aquel zagal que con embestidas hembra supo violentar el Poema. Con o sin luz, el barro palpita en sus grietas.


Hey baby, there's something in your eyes
Trying to say to me
That I'm gonna be alright if I believe in you
It's all I want to do
Tom Petty

lunes, 16 de septiembre de 2024

inmediatez del verbo recreado

dijiste que no alcanzaba a comprender o no escuchaba, tal vez no quisiese hacerlo, que nadie desea escuchar ciertos toques de campana, 

que el mañana era una alfombra de pétalos eviscerados y la premonición de un desgarro en el muslo, que la felicidad breve como pecho no ejercitado y que las copas de vino saben a mezcal porque la realidad siempre es mexicana, que la escapada nueva ola y su espuma mastica peces como fritura turística aliñada por las noches que no se duermen en calma, que las metas elipsis de futuro y sólo importa estar siempre en el camino buscándose los pies para masticarlos con dientes de gitano húngaro huérfano de violín y metal bien timbrado, que los ríos dan a algún puerto cuando los mástiles danzan marea calma al albur de la carne tensa y tan afilada y escueta como caníbal entre las esquirlas de barriles de ron o vientre de vidrio desangrado por la media tarde, que el baile está esperando su propia defunción para verte dervichear (eso no lo dijiste, yo lo confirmo) entre velas inciensos candiles y pupilas ya perdido el color que nunca tuvieron tal que escabechadas junto a una voz que ansía desgajar arterias al vientre de un furgón policial de atraco inverso, 

que la duda enrosca su piel ofidia al tobillo roto de la madrugada, dijiste murmullo cuando la noche era un ciempiés y todo lo oscuro tronaba





domingo, 1 de septiembre de 2024

trote cúrcuma y canela

a Sendoa BilbaoVíctor García Álvarez

Seguimos en la cocina, como ayer, disponiendo en cirugía inversa los alimentos. También música lo es. Se puede masticar toda vez que esté cocinada para embridar. Cabellos, decía anoche. Caballos cabalgamos hoy por más que les añoremos el lomo y su envés. Ambos se dejan recorrer mientras galopan humedales asiáticos y monzones caribes. Ambos contemplan las dunas del Sahara desde su mirada girostática como fermentada en el altiplano. Allá donde el oxígeno escasea porque se lo robaron unas pupilas para hacer con él figuritas de barro. Como el caudal de las esperanzas entre la dactilografía alfarera de una pitonisa que cruza los dedos antes de hundirlos en lo más profundo del sueño anhelando ver cómo sangra. Fugaz sabiduría del futuro añorado, no por futuro, sino por certero y exacto, aunque sólo durase un instante. Hacerlo suyo, pretende. Provocarme la punción del teclado aun sabiendo que mi carne ya se duele de herradura con el envés tatuado. 

Caballos cabalgamos y cabellos mezclamos con cúrcuma y canela que los anestesie de daño. Hemos preparado, con delicadeza y brutalidad, el banquete del que no quedará resto si lo decidimos devorar.

Desde lejos, venciendo mareas, perforando firmamentos, metálicas aves de paso que no desean pasar de largo ante nuestro ágape de fiebre, seda y puñal. Caballos que se sueñan calmos en la hora de abrevar los pastos de un futuro que, no por incierto, deja de sentirse real. Hoy es ayer y necesito repetirlo hasta la insaciable saciedad. En esto creo. Esta es mi realidad.



sábado, 31 de agosto de 2024

carnage

Las temperaturas otorgan tregua a los silentes escribas del sudor que, de tanto en tanto, temen desfallecer. No es climatología lo que les derrumba. El sudor es aprendizaje de largo aliento, locomoción que se fragua en playlist etérea y paréntesis de silencio.

En la cocina, disponemos los cuchillos, las tijeras, los dientes sin mordida del tenedor y todos aquellos libros que dejamos abandonados a las lecturas del horno. Los porteadores del cafetal amanecerán, mañana, aún con legañas cuando les despintes de rímel las pestañas preguntándote si ya llegó a ebullición. Y no te das cuenta de que todo bulle y apabulle y que la piel es despensa de aquello que decidimos dejar olvidado en el vientre de esa urbe deconstruida que llamamos memoria. 

Disponer sobre la encimera los aparejos, como en día de pesca, y deleitarte una vez alcanzado el punto de ebullición. Momento de morder y dar a morder el anzuelo mientras contemplas todo una jungla de festividades abrazadas en la carne que, antes de ser masticada, desmenuza la tuya en degollinas de fiesta.

Celebración de la carne cruda ya caduco el carnaval. Espasmos del vientre de corza y mordidas benévolas en las pestañas del pez que aún se sabe vivo de nataciones y fosas. Golpe en la cerviz que contradice la tradición funesta en que desperdigan preces los conejos. Sus ojos enloquecidos en locomociones del viejo oeste, película de la tarde, patio de luces desde el que flechas te rizan las sienes mientras los indios pierden una nueva batalla. Pedazos de carne cruda y un cuchillo ambidiestro regalando muescas a ese momento en que habitamos lo eterno, tras morder toda la luz que pierde sentido cuando proyectada sobre una masacre de pupilas desorbitadas, émbolos espirituales y fogata de cabellos.

Como los antiguos druidas, entre las vísceras buscamos la respuesta.




domingo, 25 de agosto de 2024

Sofronia, un cut-up

estambres de ceguera, tu mirada espuela y mi cabalgar desbocado en enjambres de abejas armadas de garras todo miel para el sur de tus costuras cuando germina batallas o trigales arrasados por los noticiarios del napalm 

como bayonetas tus ojos haciendo del hasta luego futuro en retirada

después consejo de guerra, agachar la cerviz y esparcir el verdugo mareas de calma chicha ante los sembradíos glotones de tus pupilas como bastiones de la fe viral en que relincho abriendo puertas a esa Edad Media que solloza todas las calles en las que aún no nos hemos perdido

qué son esas luces, preguntas

los astros que contabilizo cuando ya no hay mascarada bovina evadiendo la memoria de tu pecho ni la nariz de tu espalda plena de espliego y tullida de lavanda

Sofronia como urbe paciente esperando el plegarse definitivo de los mapas

insomne ciudad de latidos negros en que pesadillas flamencas palmean ecos cuando sin amanecer lo que la completa regalando realidad a sus calles y acequias que no, el circo instalado en la plaza que ayer, los volatineros del cielo nunca, las burras de carga del futuro inconsciente, el humo imberbe de los taxis sin cliente, los brindis al sol del perfil Edison y, siempre, sus muslos como nervios masticados a la luz de ninguna lumbre




miércoles, 10 de julio de 2024

ecuación de polvo y barro

Arrastramos los sueños como niños descalzos los pulgares en busca de rastros de hambre. Los situamos a uno y otro lado del espejo para que enfrenten su acné y su carencia de sueño mientras soñamos dormir sin reloj ni daño. Pero brota un sarpullido erizado de disonancia, un acorde menor con delirios de grandeza y un vergel de detritus masticado por palomas asmáticas que se quieren pavo real de los que antaño merodeaban parques, líricas de savia deliciosa y pluma sabia. 

Dejamos rodar los sueños sobre la arena de una playa huérfana de bañistas y de aquello que estos hacen con el baño. Somos el filo, la cobardía y la arista en que se enardece el horizonte truncado. La partida perdida entre meteorologías de baraja trucada, al amanecer, por cartografías de orín, herrumbre, veleidad, instante, mordedura, eternidad y fracaso. 

Decididamente, secciono mis dedos jugando a imaginar pactos de sangre de jardín de infancia. 

Decididamente, secciono mis dedos para que se sueñen salmones prestos a desovar certezas funámbulas en lo más profundo de ese alambre que recorre los días como seguridad y guarida.

Decididamente, secciono mis dedos para que puedan, libérrimos, teclear incendios contra el cielo de cada noche en que la luna riela nubes tan hermosas que parecen inventadas.

Rimbaud boquea versos cercenados mientras abre como tijeras mis cauces coronarios. Dale agua al sediento, decían, amor cristiano. Prefiero regalar sangre en párrafos absurdos que me salven de lo cierto. Vergel de la cicatriz, traqueteo de la lengua deletreando cada renglón de saliva, y la certeza de saber que nos estrellamos contra esta vida para alimentarnos y comer, ser alimento y alimentar la danza coleóptera de la miel cuando es promesa de pan de mañana, garganta sana y plato sobre la mesa.

De Rimbaud, ya te hablo otro día, y de su corazón cuando ruede fortuna sin error numérico y nos lo merendemos juntos como en rebanada de pan correoso de la niñez que nos conformó deformes para que a pesar de Cronos la sigamos recordando. La memoria, al fin, ese puñado de dedos cercenados intentando apresar en rodajas minutos que danzan sobre el teclado.



jueves, 27 de junio de 2024

paladar de leche recién mugida

Envenenada mordedura del alcohol cuando sólo ansías otra dentadura. Qué fácil abandonarse a la derrota, sentarse a ver girar las herraduras saludando desde el balcón a la dúctil tropa de la melancolía y ensalivar de sal otra copa sin tequila, masticar otro vidrio como permitiendo el paso, de rondón, a escarchas de carmín que cristalizaron en todo el vino que ya no. 

La derrota es un páramo en que se parapetan los cuerpos de todos los ejecutados.

Ya ningún asesino puede engrandecer su arte con el cable de un teléfono.

Pero hay ondas, también radiales y, ambas, unidas, se ensartan violentadas en el postrer gemido que queda reverberando córneas cuando la noche nos convoca. Ondas radiales y ondinas desgarrando las fechorías que aún nos prometemos cometer. A ellas me agarro. En su engreída belleza me daño.

¡Ánimo, exploradores!

lunes, 17 de junio de 2024

ocaso es un reptil sin verbo

Quiero vivir con una chica canela con ella podría ser feliz el resto de mi vida, canta Neil Young y todo es suburbio en mi paladar, extrarradio de una cosecha en que la luna envidia piernas de matemática imposible, compás a lo Da Vinci, aritmética de lo eterno soñado por escolapios y otros feligreses del encierro que, recluidos, empitonaban su mundano deseo de fiesta de pueblo. Rezaban al murmullo azul de las ciudades que rehuyeron. Y a nosotros todas las ciudades se nos antojan universo que languidece pequeño, sí, pequeño que también puede ser un nombre, un hombre, pero pequeño para regalarle el eco de una carcajada que no hiere a nadie pero amortaja la farsa en que otros sueñan realidad mientras yo la pronuncio infierno. Que siempre son los otros, lo dijo alguien infinitamente más sabio que uno mismo. Que la vida no es bella ni noble ni sagrada, Federico y, de serlo, sólo en las catedrales a las que salvaron tus pupilas del incendio en que habrían estallado los cristales de sus vidrieras de haber decidido verlas desde dentro. Cristales como esos que sostenemos entre los dientes para eviscerar el dormir que no importa porque ya perdió el reloj cuando Alicia desorientó al conejo, olvidando su chistera y su chaleco. Que la vida no es bella, Federico, y el tiempo corre que te corre te corretea mientras otros que no saben de alas aseguran que vuela. Luna de cosecha, te canta Neil entre los muslos mientras otro sol de ayer incendia las esquinas en que los edificios se hacen perfil de colmena y yo sólo deseo vivir con una chica canela. Perversiones de la música popular. Cuchilladas del poema. Alfileres rescatados del vertedero de páginas en que naufrago olvidando el tocón de madera hinchada como cuerpo a la deriva porque una sirena me canta y es más válida su voz que la de las mil vírgenes lascivas ante las que se harían cruces los y las abanderadas de los tiempos modernos. Decapito entre mis dedos otro sueño en que todo es charco sin sentido, y cruje un chapoteo mientras sueño y recuerdo que no lo estoy, porque sueño.