cuatro años, ya, del momento "fotografiado" en este extracto de "Breve historia del circo"
Amaneces al invierno feroz de este mundo despejando las dudas de un
anochecer incauto, y tu voz desgarra los fulgores
de estrellas que no se atreven a brillar para no asustar al cielo.
El hospital despereza el
sudor de heridas y lamentos de un día perdido entre vendajes, sondas, goteos y suturas que no quieren
decir su nombre.
Y tú describes tu presencia con la metáfora
quieta del llanto primero.
Yo, aletargado por el cínico festival de luces de la sala de partos, asisto
a tu nacimiento.
Surges de un naufragio de
vísceras como pétalos de rosas que nunca germinaron espinas, reclamando tu pequeño espacio en un
mundo que se precia de regalar a cada uno el suyo. Tu madre te regala el punzón incierto de un dolor de siglos con el
que tú decides
coser celofanes de regalo y pajaritas
de tiempo.
Afuera, los voceros del apocalipsis continúan su prédica huérfana de
esperanza y podrida de futu- ros que no llegan. Yo, dentro, embadurnado de la asepsia azul cobalto del paritorio, asisto al apocalipsis de vida y milagro de tu
nacimiento, hijo, mientras tu madre se
desmadeja en arrumacos de lágrima y desvanecimientos de emoción que nadie ya,
salvo tú, podrá reverdecer en el
pasto breve de las pupilas.
Nos has nacido, hijo. Lo has logrado.
Has estrechado tu osamenta
de río para verterte en el cau- dal de ternura de nuestras vidas,
aquí afuera, donde la luz, hoy, es
milagro que abreva en tus labios de beso y futuro.
Y ya no somos más una mujer y un hombre. Porque, al rugir la alarma benévola de tu
llanto, hemos acudido prestos al incendio de una nueva vida.
Nos has nacido, Munay, hijo, ya digo.
Y vida...
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