Dicen que, en 2022, la hora en que la rata es afortunada transcurre entre las 11 de la noche y la una de la madrugada... ya se me pasó, se descorcharon las botellas como degollinas de tinta tan china como el calendario del que extraen funestas premoniciones los becarios de la prensa que no existe ni por rosa ni por prensa ni por ser capaz ni una sola vez de prensar los cabellos a las noches que no acaban. ¿Sólo dos horas de gloria entre las veinticuatro que acumula, como niños seccionados, el temible hombre del saco?
El dragón, sin embargo, es más afortunado, porque comenzó 2022 sabiendo que es un año en que mudará de piel para dejar paso a un nuevo reptil goloso de luces de amanecer y ahíto de pieles al borde (o, tal vez, debajo) del volcán (Mr. Firmin, usted, si aún vive, bien sabrá)
De años chinos y de calendarios. De funestas corcheas que apuñalan ventanas de extrarradio. De colchones maltratados y dioses que hocican deseos entre las fauces de un can dolorido y exhausto. 2022, primer aniversario del vuelo hecho lumbre entre los dedos gitanos de cualquier princesa expulsada del barrio. 2022 como baraja de números que tuercen el cuello al croupier que anota cifras contabilizando deseos al borde de nuestros labios.
Dicen que en 2022 fallecerán tantos famosos que no daremos a basto, que las redes insociales se disociarán en membrillo de plañideras trocadas viñeta en que desangrar vítores como monederos falsos. Después llegarán los lamentos, y entre tus dedos de dos por cinco milagros enredarán las pupilas sus ansias por seguir despiertas para acunarte ronquidos y acaramelar ese corazón que, entre las piernas, crece torpe soñándose dardo.
La habitación se ha vuelto infinitamente más habitable desde que he descubierto que la luz puede ser manipulada, le escribió Miller a Anaïs cuando el vientre del dragón portuario había ya devorado a la rata que abandonó el Bronx presta a corretear las bodegas de barcos que zarpaban como ciudadanos europeos recién inventados. La habitación es, hoy, noche, luz apócrifa, temperatura mediana, escueta osamenta, un vertedero de anémonas que me reclaman desde las cifras incomprensibles de todos los calendarios.
2022, año chino de sabidurías inconexas y aullidos como flechas clavadas en costillas que no existen más que para lamentar la ausencia de un hueso como plasma seminal titilando al fondo de esas pupilas en que no deja de alumbrar la hierba.
Y una cabeza de toro, que no sé si es bestia de zodiaco oriental, despertando entre los muslos el silencio más crujido y la rabia más animal.
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