El sudor es un caballo loco y desbocado que tiende dunas de fiebre sobre la piel del ajusticiado. Unas fauces de bisonte adragonado entre los resquicios del llanto.
El sudor no miente cuando, como el óxido, sabe que no habita su naturaleza el descanso. El sudor te rasga las pestañas y te anida esos pliegues que el reloj cincela incansable, como larva, en el mapa de autobuses en sentido contrario que recompone tu piel cuando arrecian las tormentas costureras de los labios.
El sudor es una premonición de arritmia, un cuadernillo escolar en que pierden corona los reyes y se hacen mortales los héroes que supieron exponer a la cirugía del tiempo un tobillo de espuma de mar o una carótida infartada de susurro neandertal.
El sudor tiene maneras de Atlántico domesticado en los picos de gaviotas que olvidaron demarcarse la raya de los ojos antes de salir a cenar en compañía de otras aves que desconocen el error en que el mundo se quiebra cada noche que no suda nombres que son mantra y no pecado.
El sudor es, hoy, herido de muerte el verano más largo, lacre con que sellar las cartas que no escribo para no descubrir en tus pupilas cómo y de qué manera suda el llanto.
El sudor te contempla desde todas las ventanas de aquello que dimos en llamar «el otro lado»: de la realidad, de la calle, de los ríos y las avenidas o los suburbanos.
Bajan las temperaturas, y aun así imploro que sirva para enjuagar tus lágrimas mi sudor enajenado.
Y aun así: sudo y sangro.
* de «Tratado del sudor», work in progress
No hay comentarios:
Publicar un comentario
te escucho...