lunes, 29 de abril de 2024

nouvelle vague

Como personajes de la nouvelle vague nos asomamos a un oleaje imperativo mientras Godard salta al vacío gritando que al final de la escapada no encontraremos nada. De ahí que sea obligación morder la vida, cada día. Habitarla para evadir el horror, en un continuo driblar eso que los circundantes llaman realidad. Lo que entre los dientes sangra, no escapa.
Truffaut ya advirtió que frente a la mar los dedos se hacen pupilas a las que nadie desearía atrapar. Allá los de la pesca de arrastre, perdidos en frondosidad de algas amputadas, pescaderías sin mañana y martirios de coral. 
Antoine Doinel de nosotros mismos volteamos la mirada para encontrarnos con la verdadera mar, cámara o pupila en mano pretendiendo inquietar la arena y sabiendo que no va a claudicar en su ronroneo de trazos exactos que darán en instantánea turística, mañana, para los súbditos de Instagram.
Travelling. Fuga. Mordisco en el bíceps. Vuelo. Velo, Aleteo y tus Branquias diseccionando intervalos, florilegiando espumas como migas de certezas o migajas de ostia recién consagrada al perdón de los pecados que jamás cometimos. Esa plenitud que me cercena la tráquea. Y también, o más, tú y tu deslizarte como esquiador de año nuevo entre faquires erróneos que te llaman a su cruz de escarcha cuando el tiempo detiene su danza. Mis manos libres de clavos, tal vez agujereadas de tanto inquietarse las sienes ante el espejo azul de la mañana cuando grita derrotas sin sangre por la lejanía en que abrevan sonrisas como horizontes de plasma. Amanecer. Atardecer. Qué más da. 
Y no sentirme obligación. Pero respirar asfixiando palabras en el masticar versos anticipo del féretro en que no amanecen fiestas ni oleaje cada mañana. 


Rohmer, cual Zeus rabioso, registra el rayo verde de una mirada que aniquila noches americanas puro baile a la sombra de crustáceos que sueñan desvestirse tules previos a la cena de gala, desanudarse cada uno de los estigmas que Mater Marea les infligió en las patas. La siguiente ronda está pagada.
Y un rondar de cultura ambulante y un atardecer de empedrados y una luna que se desorienta en danza de velos sin Salomé. Oscar Wilde y la guarida del espía de uno mismo y lo sagrado y lo roto y un aleluya escarbado en la tráquea con punzón de arena y sombra chinesca contra la pared en que incubó raíz de sangre Pierrot el loco.
Todo es vandalismo en los subterráneos de esta vida que nos labramos con besos de saliva exacta soñándonos Caravaggio. Todo es afonía entre las nubes que disfrazan de otoño el callejero de las tropelías que languidecieron peces sin natación, vislumbres indómitos del anzuelo.
Travelling. Fuga. Velo y también velcro allí donde se afila un bajo vientre para que otro, en sus profundidades de Nemo doliente, le regale túneles en que alumbrarán milagros los enanos de los cuentos, bien que no sean siete. Y siete cientos de ciempiés marinos adheridos a los músculos del cuello. También a los lumbares. Peso infinito en las dorsales que no nos marcaron con numeración alguna antes de lanzarnos a la mar por ver si la alcanzamos. Aún así, gana la tinta de tattoo tribal cuando la cabila de la repetición de los días danza alrededor dispuesta a devorarte comenzando por la tajada mejor. Tal vez los pies. Para que no dancen. 
Los dedos duelen. Será el teclado. Y no es francés, pero suena como Jeff Buckley al sonreír Je n'en connais pas la fin mientras sube el café que se sabe vertido exacto y bien aprendido, aprehendido en el papel calco de mi recuerdo de ti antes de que todo torne nero. Como el sueño en que se desangra un calamar. Como la avaricia de minutos del enfermo. Como Nappoli cuando comienza a temblar porque la cantas tú en un recuerdo con máscara de avant vue. Y de la envidia ni noticia, dije, pero resulta que sí.
Los dedos duelen. Será el teclado francés que esta noche, bajo las uñas, tortura china, me han injertado. O tal vez sólo sea una película. Sí, una de esas en que desearías quedarte a vivir. Tus pupilas, tan dilatadas. Pero una película. Otra película francesa, de las de antaño, al fin.

1 comentario:

te escucho...