jueves, 16 de enero de 2025

perder el oído

Anoche soñé con una carretera perdida. Un cangrejo desordenaba faquires en mi tráquea. Anoche soñé con lo raro. Anoche soñé con Lost Highway y con Laura Palmer. Con cordilleras gemelas que tal vez coronen San Francisco con un beat, con un asesinato invertebrado entre las falanges del ser amado y una oreja recién seccionada para mejor erigirse en manjar de hormigas y en silencio ante el estruendo de la distancia y el aliento gastado. Anoche soñé, y un señor de crespón blanco como cabello mal peinado me desgranó el parte meteorológico mientras susurraba que mis canas sólo son subterfugio del crecimiento hacia lo hondo, hacia dentro del tiempo bien empleado. Después sonrió y David Bowie aulló «cruise me blond, cruise me babe» mientras yo me dejaba naufragar a tu costado renovando lo ya acariciado como en un sueño Hollywood a lo Nick Cave del que sólo se salva el sagrado murmullo de tu respirar calmo. Fue fugaz, pero me acompañó hasta un despertar en que me vi aprehendiendo los movimientos faciales de un duende partido en dos o una pesadilla que no sabe de daños. Anoche pesadilla fue fulgor. Anoche te soñé, y respirabas descanso a mi lado fulgiendo en tu costillar, como en el caparazón de la tortuga a la que Momo persiguió reptando, todo es mentira, yo no me he ido, estoy a tu lado.

Vengo de visitar un solar, solitario y desparejo, de revisitar un sueño, y la realidad me golpea con otro martillazo de contrariedad. Vengo de pasear un parque persiguiendo a un pavo real. Vengo de abismarme en el manotazo brutal de sus alas como pupilas que escarban la irrealidad y me sorprendes tú, sí, siempre cerca, con la máxima irrefutable del ocaso que será siempre amanecer porque te intuye. Todo punto final es un punto y aparte y todo es realidad cuando la Belleza se esparce. Al poeta. A los poetas sólo puedo susurrarles, al oído, lamiéndoles ese lóbulo en que las voces se hacen grandes, un susurro que me recuerda que la realidad es mundo y aparte. Un punto tras el que, aparte, me puedo apartar del ruido y la quebrada sinrazón, ver caminando a la realidad descalza mientras lamo los dedos de sus pies. Ahora sólo escucho el parte meteorológico y muerdo una oreja y el mundo se quiebra y todo es mentira porque te siento latir a mi lado.

Hay un solar y hay un martillo. Hay un amanecer en que esparcen versos los invertebrados grillos de la ausencia que no puedo celebrar contigo brindando con copas vacías y licores recién exprimidos. Todo es una carretera perdida que siempre va hacia ninguna parte. David Lynch que, junto a todos los poetas, estás en el fango de mi paladar: te muerdo y nunca dejaré de hacerlo porque a pesar de que sueño y, por eso, no lo estoy.

Pero te escucho. Y ojalá me escuches cuando te digo es mentira. Es, todo, un sueño y después sólo queda un solar vacío y un saber que todo es mentira y un preguntarse qué hacemos con tanto ruido en las pupilas.



martes, 7 de enero de 2025

brújula no es una palabra


«En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios».
Evangelio según San Juan

La distancia entre mis clavículas y mis rodillas contiene todo lo que aprendí hasta hoy. Porque justamente hasta hoy todo lo medí en inviernos voraces de abriles que se soñaban excavándole poemas a mi piel. Algo harían mis pies, sí, lo sé.

Hasta hoy, que descubro perdí la métrica y el paso. Bailo desnudo y descalzo en mitad del salón. Bochorno para la pantalla apagada del televisor. No me salen los versos ni encuentro ritmo a mis textos. Ni siquiera acaricio la cintura al verbo y ya equivoco los pasos. Mido las palabras que contengo sólo por instinto. Por eso y porque la música sigue sonando mientras escribo. Como si me recorriese este cuerpo que ya ni siquiera me acaricia ni acaricio porque no comprendo mío y para nada habrá de servir así. Simplemente lo contemplo envejecer danzando sábanas Canterville. O creciendo hacia adentro, que es lo hondo y no es lo mismo.

Hace años comencé a medir mi cuerpo en versos creyendo que entre mis vísceras anidaban todos los verbos. Hasta que descubrí que no me pertenecía y las metáforas equivocaron el ritmo. Beat. Beat. Los encabalgamientos perdieron la montura y los sinónimos embarraron el verbo. El beat.

¿Cómo mido ahora la distancia entre mis clavículas y mis rodillas?

Comenzar a reescribir el propio cuerpo no es un acto gratuito. Encontrar de nuevo las palabras que juegan escondite en el propio pulso. En la femoral, el tintero. Y la pluma entre qué dedos. Aprenderse para de nuevo aprender a escribir.

Habitan un cisma mi cuerpo y mi diccionario: a un lado los órganos que pronuncian milagros, al otro aquellos que se tildan mortales e imperfectos. Así también se funda una religión, pero de misal disfuncional que no invita a cantar ni me permite escribir, caminar, bailar.

¿Y el verbo?

Una coreografía de libélulas danzando escalpelo como pañuelo largo entre mis pestañas. Tu mirada y las grietas por las que se desliza el poema. La noche giróvaga alrededor de las horas muertas hechas grumo Dalí al filo de mis madrugadas. La quietud y la nada como náusea sartreana o vodevil de picaportes que chirrían tu nombre. Un aguijón en el costado y tus dedos, coleóptera costumbre de mi memoria, panal de abismos y milagros y grados de más para la temperatura que sólo tú sabes calibrar. Cianotipias de mi barba en mediodía reptándole ocasos al plumaje de tus muslos. Relojes sin calendario. Tiempo de escayola y musgo. Una goleta con su ebriedad de espuma. Aquel naufragio entre tus párpados. La tormenta excavándome las vértebras y tú vertebrando el ayer, deconstruyendo el hoy qué día es. Cuántos ya, aquí, arrullado por la mortaja en que sábanas como lienzos de cierzo me soplan tu ausencia entre los dedos. Hubo un tiempo en que fuimos y está aquel otro en que mordidos por la vorágine de esta telaraña sin embozo seremos y no me contradigas, al menos de viva voz, poesía. Soñémonos de nuevo capitanes de todos los puertos y extrarradios por los que arrastramos nuestra hambre de piel, un buen pescado y un trago lento. Soñemos de nuevo la posibilidad del verbo.

¿Y las palabras?

«Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan».
Oliverio Girondo

Se aman, entonces, y no están gastadas. Desde mis clavículas hasta mis rodillas un desfiladero de aristas entre las que aprender a recolectar palabras.