domingo, 2 de junio de 2024

curándose con sal

a Nacho García
que aún se atreve a presentarse como el último hombre sobre la tierra

Paseo, desnortado, mediodías norteños. Acunado por la melodía industrial de una ría que se carcajea de mis pasos, contemplo una estación de tren de cercanías. Y una estación de autobuses en cuyos urinarios regurgitan lascivia bocas que se sueñan soñadas por Duchamp. Aún acribillado por las miradas de quien nada mira más allá de su propia ilusión de mañana, por más que carezca de latido y sonría, aplaudiendo, al lanzador de cuchillos de este circo que llamamos vida. Algo sangra en mí. Pero sangra hacia dentro, y la brisa me regala apósitos de sal.

Un filo de sonrisa a medio hornear me saja la soledad y me conduce por vías que ya no regresarán, mientras patas de centollo juegan al te quiere no te quiere quién te quiere devorar. Asfalto roto por las raíces con que el sol regala herrumbre a los vigías del futuro que ya es hoy y a la sinrazón de la meteorología. Una cantata ebria de voces que se llaman a otro trago mientras miedos de fin de mes les llaman al tajo. Orfeón de botellas al medio día, marcando el compás de las horas perdidas mientras yo las gano y al desorden, en un brindis, amigo, le ganamos la partida.

Después, en el tren, saco fuerzas, me armo y me afilo, soy consciente, se aproxima el frío. Los vagones como corredor de hospital y yo deseando que sus lumbares sientan el calor de mi vientre incendiado. Que no despierten eco a las baldosas sus pasos de madrugada. Que la lágrima, cuando fea, permanezca funámbula en la turbia belleza del párpado. Que la sonrisa amanezca como niebla tramontana, pesarosa pero presta a agasajar las calles con el ritmo imperceptible de un innumerable caminar. Que siga siendo sueño, caricia y hogar. 

En el vagón bar las cervezas inventan espumas al ritmo trepidante de montañas que quedan atrás. Y el primer trago, siempre, como dedicatoria en la primera página de un libro que dista de ser el mejor pero es el que has decidido leer. Dan ganas de pedirle otra a ese barman que ejerce de oficial. Y otra nueva, y otra más. 

Afuera las ciudades, corriendo en sentido inverso, como corceles que nunca aprendieron a navegar. Los caballos locos, de la espuma, sólo entienden la mar cuando es tinta que sabe sangrar. Nosotros, del día a día, sólo rescatamos el abrazo, el pulso, la fiebre y también, sí, claro, la adicción que otros llaman enfermedad.



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