Ya lo advertían hace años, cuando la cultura parecía esculpir los días de muchos españoles recién salidos del horno crematorio de la dictadura, unos jóvenes Golpes Bajos
Parece que la advertencia devino profecía y, más que aquellas son, éstas que vivimos, nefastas temporadas que afianzan al Poeta como vidente...sí, hablo de aquél que así se autoproclamó en enfebrecida epístola...estamos pasando Una Temporada en el Infierno, y parece no importarnos en exceso.
Me refiero a la tierra que me vió nacer pero hago extensivo el comentario al Occidente todo, ese absurdo estado mental que hemos querido acotar con fronteras de miedo y falso bienestar que hoy nos asfixian.
En Bolivia se acaba de inaugurar el Registro de Artistas para que todos aquellos que viven, o lo pretenden, de la ejecución de cualquier disciplina que, desde la literatura a la confección de artesanías, pueda ser considerada Arte, queden entre otras cosas exentos de impuestos. Un pequeño paso, un mínimo avance en una sociedad aguijoneada por el inmisericorde ataque de aquellos (muchos) que pretenden eternizar su ausencia de horizonte.
Tras el expolio llegó la burla. Primero saqueamos y robamos, apropiándonos de tierras minerales fosfatos gases petróleos. Después adoctrinamos en el oscurantismo culpable de la Gran Cruz el cilicio los apóstoles las prédicas las imágenes los altares. Ahora hacemos pública mofa de su supuesto retraso, tan lejos andan ellos de tener iPads BMWs SAMSUNGs, VERSACEs Ray-Bans, amarrados a una moda de vintage hortera y carente de estilo, a un paúperrimo tipo de vida en que la comodidad brilla por su ausencia...
Eso parece: el progreso se resiste a asentar sus posaderas en Bolivia, y América del Sur toda.
Pero resulta que, de repente, sin previo aviso, los Artistas bolivianos tienen derecho a mejor poder llegar a fin de mes, y en ciudades y pueblos se celebran festivales y eventos de marcado cariz cultural. Cierto: la tradición es arboleda de feroz raíz en esta tierra, y salirse de la norma y la costumbre no es tarea fácil. Pero hay disidentes que desean dar libre paso al cauce de belleza y expresión viva que les habita. Y desde las esferas de la autoridad se dictan normas que buscan obtener de la generalidad del pueblo el respeto al Artista. Se otorga a éste el derecho a manifestarse de forma libre y variada. Se le facilita el que pueda, algún día, vivir de sus creaciones.
Aún queda largo camino, no nos engañemos. El pasado es pesado granito en las espaldas de una cultura herida de muerte desde su más tierna infancia.
Porque no sólo quemaron libros los feligreses de la Cruz Gamada, no. También lo hicieron los acólitos de esa otra Cruz que arribó a tierras americanas con apostólicas y destructivas pretensiones, esa Cruz en que fueron colgados, cual muñecos, todos aquellos indígenas que no supieron aprender su literatura de castigo y escarmiento. Hablo, por ejemplo, del Arzobispo de Yucatán que, para mejor desaparecer las llamas del infierno en que vivían los mayas, decidió vestir de fuego su literatura toda, la totalidad de los libros, códices, tratados, que tan milenaria cultura había escrito a lo largo de los años...Auto de Fe de Maní, dió en llamarse tan refulguente fogata en que perdimos irremediablemente todo el catálogo cultural de una raza, recién inaugurada la conquista, mediado aún el siglo XVI.
Hay más, no se preocupen (no pretendo hacer de la anécdota Verdad Suprema). Como aquel gerifalte del Ejército argentino que, dispuesto a reordenar la nación y las mentes de los nacionales, allá cuando el golpe de estado del 76, decidió la colectiva incineración de toda obra escrita por Vargas Llosa, Galeano, Cortázar, Neruda y un largo etecé que suponían, a ojos del citado general, "perniciosa documentación que afecta a nuestra manera de ser cristiana". Largo exilio el de las letras que partieron hacia otras latitudes por no seguir enfrentando el asesinato sumario, la desaparición irremediable, el clandestino suicidio de toda una cultura. Y vuelta a empezar, con retraso de cicatrices mal curadas, el truncado camino de la sociedad argentina hacia la plenitud cultural.
Quizás por ese historial de infamias le resulte más ardua, al ciudadano americano, la labor de culturizarse. Quizás por ello los gobiernos deciden facilitar el camino al artista liberándole del pago de impuestos. Tal vez no sea casualidad que un ciudadano también americano, un poeta de la palabra y la carne, el genial Henry Miller, proclamase, hace apenas unas décadas, que una nación sólo podría ser fuerte y poderosa si, de forma gratuita y con absoluta convicción, alimentaba y disponía medios a los artistas para que mejor pudiesen desarrollar sus talentos, para que también de manera gratuita llegasen estos al pueblo, para que así sin desembolso alguno para ninguna de las partes pudiese la población toda "cultivarse" y alimentar el espíritu. ¿Utopía? Tal vez, quién sabe. Pero es posible que en algún lugar del mundo, por ejemplo en Bolivia, se esté poniendo el primer ladrillo para construir muros de palabra y verso, que no de ladrillo u hormigón culminados de alambre de espino.
Mientras, al otro lado del atlántico, la cultura es producto de consumo al que se grava con obscenos impuestos que impidan al pueblo su acceso a la misma, a la par que condenan al artista a empeñar sus esfuerzos en labores más productivas, menos etéreas...se acabó aquello de "mamá quiero ser artista" y ahora es tiempo de "hijo, estudia, lábrate un futuro".
Afortunadamente, aún no se queman libros aunque...¿quién los lee?, ¿quién puede permitirse escribirlos?
Hace unos días he utilizado las redes sociales para promocionar la venta directa de mi novela, Los Cuadernos del Hafa, por intentar escabullir, en un puñado de ejemplares, la lacra mercantil del bochornoso porcentaje de ganancia para el autor: ese mísero 10% con que se etiqueta el esforzado consumo de horas y descansos a la luz de una bombilla hastiada, frente a un teclado alucinado de golpes dactilares, etre otros desvelos. Ha de ser casualidad, pero la tibia respuesta ha sido porcentualmente mayor en este lado del Atlántico en que hoy habito. O sea, que más americanos que europeos se han interesado en leer mi novela sin importarles tanto el desembolsar un precio inflado por el elevado monto de los gastos de envío desde España. Gracias doy a unos y otros, a todos, pero certifico...
Tras el expolio llegó la burla. Primero saqueamos y robamos, apropiándonos de tierras minerales fosfatos gases petróleos. Después adoctrinamos en el oscurantismo culpable de la Gran Cruz el cilicio los apóstoles las prédicas las imágenes los altares. Ahora hacemos pública mofa de su supuesto retraso, tan lejos andan ellos de tener iPads BMWs SAMSUNGs, VERSACEs Ray-Bans, amarrados a una moda de vintage hortera y carente de estilo, a un paúperrimo tipo de vida en que la comodidad brilla por su ausencia...
Eso parece: el progreso se resiste a asentar sus posaderas en Bolivia, y América del Sur toda.
Pero resulta que, de repente, sin previo aviso, los Artistas bolivianos tienen derecho a mejor poder llegar a fin de mes, y en ciudades y pueblos se celebran festivales y eventos de marcado cariz cultural. Cierto: la tradición es arboleda de feroz raíz en esta tierra, y salirse de la norma y la costumbre no es tarea fácil. Pero hay disidentes que desean dar libre paso al cauce de belleza y expresión viva que les habita. Y desde las esferas de la autoridad se dictan normas que buscan obtener de la generalidad del pueblo el respeto al Artista. Se otorga a éste el derecho a manifestarse de forma libre y variada. Se le facilita el que pueda, algún día, vivir de sus creaciones.
Aún queda largo camino, no nos engañemos. El pasado es pesado granito en las espaldas de una cultura herida de muerte desde su más tierna infancia.
Una cultura que se extiende del Golfo de México a Tierra de Fuego
Porque no sólo quemaron libros los feligreses de la Cruz Gamada, no. También lo hicieron los acólitos de esa otra Cruz que arribó a tierras americanas con apostólicas y destructivas pretensiones, esa Cruz en que fueron colgados, cual muñecos, todos aquellos indígenas que no supieron aprender su literatura de castigo y escarmiento. Hablo, por ejemplo, del Arzobispo de Yucatán que, para mejor desaparecer las llamas del infierno en que vivían los mayas, decidió vestir de fuego su literatura toda, la totalidad de los libros, códices, tratados, que tan milenaria cultura había escrito a lo largo de los años...Auto de Fe de Maní, dió en llamarse tan refulguente fogata en que perdimos irremediablemente todo el catálogo cultural de una raza, recién inaugurada la conquista, mediado aún el siglo XVI.
Hay más, no se preocupen (no pretendo hacer de la anécdota Verdad Suprema). Como aquel gerifalte del Ejército argentino que, dispuesto a reordenar la nación y las mentes de los nacionales, allá cuando el golpe de estado del 76, decidió la colectiva incineración de toda obra escrita por Vargas Llosa, Galeano, Cortázar, Neruda y un largo etecé que suponían, a ojos del citado general, "perniciosa documentación que afecta a nuestra manera de ser cristiana". Largo exilio el de las letras que partieron hacia otras latitudes por no seguir enfrentando el asesinato sumario, la desaparición irremediable, el clandestino suicidio de toda una cultura. Y vuelta a empezar, con retraso de cicatrices mal curadas, el truncado camino de la sociedad argentina hacia la plenitud cultural.
Quizás por ese historial de infamias le resulte más ardua, al ciudadano americano, la labor de culturizarse. Quizás por ello los gobiernos deciden facilitar el camino al artista liberándole del pago de impuestos. Tal vez no sea casualidad que un ciudadano también americano, un poeta de la palabra y la carne, el genial Henry Miller, proclamase, hace apenas unas décadas, que una nación sólo podría ser fuerte y poderosa si, de forma gratuita y con absoluta convicción, alimentaba y disponía medios a los artistas para que mejor pudiesen desarrollar sus talentos, para que también de manera gratuita llegasen estos al pueblo, para que así sin desembolso alguno para ninguna de las partes pudiese la población toda "cultivarse" y alimentar el espíritu. ¿Utopía? Tal vez, quién sabe. Pero es posible que en algún lugar del mundo, por ejemplo en Bolivia, se esté poniendo el primer ladrillo para construir muros de palabra y verso, que no de ladrillo u hormigón culminados de alambre de espino.
Mientras, al otro lado del atlántico, la cultura es producto de consumo al que se grava con obscenos impuestos que impidan al pueblo su acceso a la misma, a la par que condenan al artista a empeñar sus esfuerzos en labores más productivas, menos etéreas...se acabó aquello de "mamá quiero ser artista" y ahora es tiempo de "hijo, estudia, lábrate un futuro".
Afortunadamente, aún no se queman libros aunque...¿quién los lee?, ¿quién puede permitirse escribirlos?
Hace unos días he utilizado las redes sociales para promocionar la venta directa de mi novela, Los Cuadernos del Hafa, por intentar escabullir, en un puñado de ejemplares, la lacra mercantil del bochornoso porcentaje de ganancia para el autor: ese mísero 10% con que se etiqueta el esforzado consumo de horas y descansos a la luz de una bombilla hastiada, frente a un teclado alucinado de golpes dactilares, etre otros desvelos. Ha de ser casualidad, pero la tibia respuesta ha sido porcentualmente mayor en este lado del Atlántico en que hoy habito. O sea, que más americanos que europeos se han interesado en leer mi novela sin importarles tanto el desembolsar un precio inflado por el elevado monto de los gastos de envío desde España. Gracias doy a unos y otros, a todos, pero certifico...
...malos tiempos para la lírica
Escribimos para entregar y entregarnos, Pablo, esa es la realidad. Salvo las obras que "hacen" ( digo hacen porque supongo que sabes como se "confeccionan" algunas, casi sin el autor, algunas grandes editoriales con el propósito de "crear" best sellers ( tienen la distribución asegurada y emplean sus aparatos para poner los libros en todas partes) escribir es casi un via crucis. No lo es porque el mero hecho de hacerlo y ver impresas nuestras obras, cuando lo conseguimos, ya permite un rincón interior de felicidad. Incluso un rincón que se amplía cuando algunos amigos, conocidos y algún otro desconocido, decide incorporar un libro nuestro a su patrimonio cultural particular. Dices tantas cosas en este artículo, crónica, ensayo ( cómo me gusta la fusión en Literatura, amigo) que podría escribir yo, a mi vez, otro de réplica o mejor dicho, de consecuencia. Pero no lo hago. Basta leer lo que dices para saber que se trata de una magnífica reflexión, una ayuda más que nos ofreces en el camino y que, como sabes, algunos agradecemos profundamente.
ResponderEliminarAhora, de momento, no se queman libros, no hace falta. Ya se encargan aquellos que tienen un miedo aberrante al Arte y la Cultura de por un lado vilipendiar a aquél que osa dedicarse a esto y, por otro, de gravar con leyes todo acto cultural de modo que al ciudadano de a pie le resulte más barato alienarse frente a la televisión que leer un libro o ir al cine. Doble labor que va consiguiendo sus frutos en el concepto que gran parte de la población (de este lado del océano) tiene del artista. Excelente reflexión, querido Pablo y triste por lo que tiene de certera. Me veo en unos años volviendo a aquellos tiempos que describía Fernando Fernán Gómez en El viaje a ninguna parte, mendigando por los pueblos un rincón en el que ofrecer una actuación, leer unos versos o entonar una canción.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.