Informan no sin cierta cautela, los tabloides, de la reciente visita de Su Majestad la Reina de España al Estado Plurinacional de Bolivia. Según los redactores el viaje ha sido un éxito y Doña Sofía ha podido comprobar in situ los solidarios avances sociales que la ayuda española para cooperación al desarrollo ha logrado en distintas provincias andinas. ¿Una noticia del pasado? No, fíjense, hablo del Estado Plurinacionesl de Bolivia y no de la "Real Audiencia de Charcas" (tal era el engalanado apodo con que los egregios conquistadores españoles de mediados del siglo XV denominaron la zona geográfica incardinada en la cordillera de los Andes y que hoy habitan los ciudadanos bolivianas). Por otra parte a nadie se le escapa que los actos de nuestros aguerridos conquistadores no podría ser denominado "cooperación al desarrollo", salvo si pretendiésemos hacer gala de gruesa ironía.
Hablo, pues, de hoy y ahora, más bien hace unos días. Hablo de la actualidad, esa víbora insidiosa que nos envenena el futuro. Y en la actualidad la Reina de España ha visitado Bolivia en viaje de negocios (perdón: de representación) para poder observar de cerca el provecho con que utiliza el dinero de los más solidarios de entre los ciudadanos españoles.
Lástima. Me cogió de improviso. Andaba yo preparando los diferentes cachivaches que se utilizan en una actuación de circo a la que asistirían apenas una docenas de transeúntes. Afortunada la reina que, por lo leído, parece que estuvo acompañada en todo momento por un séquito de más de 30 personas (incluidos los orgullosos indígenas que hoy hacen las veces de mandatarios en el país andino). En la actuación circense que ayudé a preparar participaban al menos 20 niños/artistas, mientras que el público acompañante no pasaba, ya digo, de la docena.
De haberlo sabido hubiese variado mi estrategia del día y, en vez de acompañar a los niños a la plaza principal, hubiese invertido mi tiempo en acompañar a la reina en un agradable paseo por Bolivia.
De haber podido, hubiese dirigido los pasos de la real y sumisa comitiva hacia el Mercado de la Cancha, en Cochabamba, donde de seguro hubiese disfrutado Su Alteza con el indígena exotismo de los mil y un comerciantes que, llegados de las montañas cercanas en busca de más factible oportunidad de desarrollo, extienden por el enrevesado entramado de callejas y soportales de lata sus no menos enrevesados entramados de prendas textiles usadas, cachivaches electrónicos desgastados por el paso del tiempo, irregularmente geométricos baldes y cuencos de plástico de la peor calidad, lustrosos y aromáticos ramilletes de frutas y verduras, y un largo etcétera de productos de primera o postrera necesidad. Bien es cierto que hubiesen quedado los majestuosos zapatos de la reina algo desmejorados por el zarpazo anacrónico de charcos milenarios y restos orgánicos de dudosa procedencia, pero podría haberlos cambiado por unas cómodas zapatillas de pura goma, usadas, sí, pero a años luz en cuanto a precio de lo que los lacayos de Su Majestad habrán desembolsado por los zapatos originarios de su jefa.
Pasear por La Cancha es cansado, no lo niego, y de seguro que no está la musculatura de la homenajeada acostumbrada a tamañas maratones. Por tanto me hubiese permitido invitarla, para reponer fuerzas, a devorar un suculento pedazo de carne en alguna de las innumerables churrasquerías de la ciudad. En ella hubiésemos podido departir al hilo de la calma y la gastronomía, y ella habría exihibido, ante su séquito, las numerosas baratijas que a tan exiguo precio, sin duda, a pesar de su delator acento extranjero, habría adquirido en el Mercado, y alabaría, de seguro, la fastuosa técnica a las cuerdas del charango de ese cantante cuya voz atrona el ambiente de humo y trago de la churrasquería. Evidentemente estará, Su Majestad, más acostumbrada a finos filetes de solomillo que a opulentos cortes de chuletón pero no me hubiese importado rebanar en pedazos su pieza para mejorar su deglución, y haber sido taimado con el uso de la llajua (1) para evitar una incómoda digestión Real o cualquier otra desavenencia culinaria que pudiese provocar malestar en la invitada. Cierto es que, al día siguiente, Doña Sofía hubiese precisado renovar su tocado glamrock para desprenderlo de aromas a leña y lírica ebria, pero eso le habría posibilitado gozar de un tumultuoso baño de espuma, supongo.
Para evitar la incomodidad del paseo tras tan opípara pitanza hubiese invitado a la Soberana a un viaje en taxi por la ciudad. Aunque soy consciente de que no precisa ella de portar dinero, ni metálico ni plástico, tampoco dudo de la versatilidad económica de su séquito, por lo que hubiésemos tomado un taxi sólo para nosotros, en vez de formar parte del grupo de siete personas (incluido el conductor) que habitualmente aglomera dichos vehículos. Por supuesto se habría elegido uno moderno, nada de tomar un taxi de esos llegados de Japón, habilidosamente trucados para su correcta conducción pero carentes de todo parecido razonable con lo que podríamos considerar un vehículo. En algún semáforo, de seguro, nos hubiese asaltado un breve fárrago de niños desorientados por el excesivo consumo de clefa (2), con aviesas intenciones de limpiar el parabrisas del taxi, o incluso haciendo gala de su desastrada habilidad ejecutando malabares con varias botellas de refresco vacías o un puñado de achatadas pelotas de goma. Creo que hubiese permitido a Su Majestad que, con su real y límpida mano, depositase una mínima limosna en el bolsillo de uno de los chavales. De seguro eso le hubiese hecho sentirse más humana que durante su visita al Conjunto Misional de de San José de Chiquitos, fundado en el siglo XVIII por la Compañía de Jesús y a cuya reconstrucción España destina un millón de Euros (aprox.) de los muchos con que se asegura la Cooperación al Desarrollo. Me pregunto quién decide que la citada ayuda se destine a la reconstrucción de monumentos religiosos. Lo ignoro, pero intuyo que no lo hacen los ciudadanos que voluntariosamente aportan parte de su exiguo capital a tan loables actividades. Y casi seguro que tampoco es la Reina de España, así que mejor, como decía, dejarla sentirse como una auténtica cooperante al regalar una moneda y una sonrisa al niño clefero. Tal vez el niño, honrado por la dádiva Real nos hubiese invitado a cenar una sopita fría en el perímetro delimitado por tres sábanas, una menoscabada pared de ladrillo visto y un tambaleante tejadillo de chapa y que hace para él, sus cinco hermanos, su madre y los dos hijitos de su hermana mayor, las veces de vivienda.
Ya, ya veo venir a más de uno tildándome de demagogo. Disculpen si me he puesto dramatico y, sí, para aquellos que aún siguen leyendo, y en especial para los más avispados de tan exiguo grupo, explicaré por qué entre la numerosa familia que acabo de nombrar no aparece la figura paterna. Seamos sinceros y evitemos dramatismos: no ha muerto, el padre, ni sufre incurable enfermedad en alguna cama de hospital. Simplemente comprendió, tras una noche envenenada de chicha (3), que su trabajo de albañil no le daba para mantener tantas bocas, y que la de su esposa estaba ya agriada por las penurias y le prematura vejez. Así que buscó otra boca, más joven, más tierna, y en una noche sin delatora luna llena marchó agarrando con una mano la cintura de su joven amante y con la otra el cuello de una botella de aguardiente, para no volver jamás a dar señales de vida a la que en otro tiempo constituyese su amada familia.
Creo que el pequeño periplo turístico que hubiese ofrecido un servidor a Su Majestad la Reina de España habría sido de su Real agrado. Pero si, por un acaso, hubiese percibido en su soberana efigie alguna mueca de disgusto tened por seguro que me habría apiadado de ella ,y la hubiese conducido a alguno de los numerosos Cementerios de Elefantes (4) que se esconden en los más lóbregos vericuetos de la ciudad de La Paz. Tal vez, una vez allí, hubiese decidido Su Alteza encerrarse en uno de los infectos cuartuchos en que los más desfavorecidos, tristes o desgraciados de los ciudadanos bolivianos se confinan, con la puerta cerrada por fuera, a beber hasta morir, para mejor olvidar sus penas...o para mejor expiar sus culpas, nunca se sabe, ya digo que de esos cuartos sólo se sale cadáver.
Puede que no, pero tampoco es imposible que tan majestuosa personalidad hubiese decidido encerrarse a beber, arrepentida (por ejemplo) de no andar corriendo por las calles de Atenas lanzando piedras contra aquellos que han logrado que la cuna de la democracia (y de su persona, no olvidemos que Doña Sofía es griega) haya mutado hoy en mecedora del fascismo, en vez de perder el tiempo en viajes solidarios por tierras extranjeras con la intención de prestar ayuda económica a un puñado de indígenas andinos.
Creo que tengo que dejar de escribir, o al menos dejar de verbalizar todo lo que se me pase por la cabeza. Luego me tachan de excesivo, rebuscado, barroco e incluso, releyendo lo que antecede, puede que también de demagogo.
(1) llajua: vocablo quechua para nombrar una salsa compuesta básicamente por locotos (un tipo de pimiento) y tomate y que se caracteriza por ser excesivamente picante y por acompañar de manera ineludible cualquier comida boliviana.
(2) clefa: tipo de alucinógeno barato a base de gasolina, depresor del sistema nervioso central y altamente adictivo, muy utilizado por los niños de la calle de Bolivia a efectos de mejor ausentarse de su dura realidad.
(3) chicha: vocablo que se utiliza en numerosos países suramericanos para nombrar diversas bebidas alcoholicas derivadas de la fermentación de cereales y que, en Bolivia, hace referencia a un fermentado no destilado de maíz, cuyo consumo es verdaderamente elevado en ciertas zonas del país.
(4) Cementerio de Elefantes: nombre dado, en Bolivia y otros países de sur y centroamérica, a una serie de cuartos aledaños a un boliche de bebidas alcohólicas donde, de manera voluntaria, se encierran personas que desean pasar en soledad sus últimos días bebiendo baldes de alcohol de ínfima calidad hasta morir. Si aún hay alguien que ha seguido leyendo hasta aquí y alberga ciertas inquietudes cinéfilas le recomiendo encarecidamente que visione la película boliviana del mismo nombre: dura, feroz, agria, bella...
Hablo, pues, de hoy y ahora, más bien hace unos días. Hablo de la actualidad, esa víbora insidiosa que nos envenena el futuro. Y en la actualidad la Reina de España ha visitado Bolivia en viaje de negocios (perdón: de representación) para poder observar de cerca el provecho con que utiliza el dinero de los más solidarios de entre los ciudadanos españoles.
Lástima. Me cogió de improviso. Andaba yo preparando los diferentes cachivaches que se utilizan en una actuación de circo a la que asistirían apenas una docenas de transeúntes. Afortunada la reina que, por lo leído, parece que estuvo acompañada en todo momento por un séquito de más de 30 personas (incluidos los orgullosos indígenas que hoy hacen las veces de mandatarios en el país andino). En la actuación circense que ayudé a preparar participaban al menos 20 niños/artistas, mientras que el público acompañante no pasaba, ya digo, de la docena.
De haberlo sabido hubiese variado mi estrategia del día y, en vez de acompañar a los niños a la plaza principal, hubiese invertido mi tiempo en acompañar a la reina en un agradable paseo por Bolivia.
De haber podido, hubiese dirigido los pasos de la real y sumisa comitiva hacia el Mercado de la Cancha, en Cochabamba, donde de seguro hubiese disfrutado Su Alteza con el indígena exotismo de los mil y un comerciantes que, llegados de las montañas cercanas en busca de más factible oportunidad de desarrollo, extienden por el enrevesado entramado de callejas y soportales de lata sus no menos enrevesados entramados de prendas textiles usadas, cachivaches electrónicos desgastados por el paso del tiempo, irregularmente geométricos baldes y cuencos de plástico de la peor calidad, lustrosos y aromáticos ramilletes de frutas y verduras, y un largo etcétera de productos de primera o postrera necesidad. Bien es cierto que hubiesen quedado los majestuosos zapatos de la reina algo desmejorados por el zarpazo anacrónico de charcos milenarios y restos orgánicos de dudosa procedencia, pero podría haberlos cambiado por unas cómodas zapatillas de pura goma, usadas, sí, pero a años luz en cuanto a precio de lo que los lacayos de Su Majestad habrán desembolsado por los zapatos originarios de su jefa.
Pasear por La Cancha es cansado, no lo niego, y de seguro que no está la musculatura de la homenajeada acostumbrada a tamañas maratones. Por tanto me hubiese permitido invitarla, para reponer fuerzas, a devorar un suculento pedazo de carne en alguna de las innumerables churrasquerías de la ciudad. En ella hubiésemos podido departir al hilo de la calma y la gastronomía, y ella habría exihibido, ante su séquito, las numerosas baratijas que a tan exiguo precio, sin duda, a pesar de su delator acento extranjero, habría adquirido en el Mercado, y alabaría, de seguro, la fastuosa técnica a las cuerdas del charango de ese cantante cuya voz atrona el ambiente de humo y trago de la churrasquería. Evidentemente estará, Su Majestad, más acostumbrada a finos filetes de solomillo que a opulentos cortes de chuletón pero no me hubiese importado rebanar en pedazos su pieza para mejorar su deglución, y haber sido taimado con el uso de la llajua (1) para evitar una incómoda digestión Real o cualquier otra desavenencia culinaria que pudiese provocar malestar en la invitada. Cierto es que, al día siguiente, Doña Sofía hubiese precisado renovar su tocado glamrock para desprenderlo de aromas a leña y lírica ebria, pero eso le habría posibilitado gozar de un tumultuoso baño de espuma, supongo.
Para evitar la incomodidad del paseo tras tan opípara pitanza hubiese invitado a la Soberana a un viaje en taxi por la ciudad. Aunque soy consciente de que no precisa ella de portar dinero, ni metálico ni plástico, tampoco dudo de la versatilidad económica de su séquito, por lo que hubiésemos tomado un taxi sólo para nosotros, en vez de formar parte del grupo de siete personas (incluido el conductor) que habitualmente aglomera dichos vehículos. Por supuesto se habría elegido uno moderno, nada de tomar un taxi de esos llegados de Japón, habilidosamente trucados para su correcta conducción pero carentes de todo parecido razonable con lo que podríamos considerar un vehículo. En algún semáforo, de seguro, nos hubiese asaltado un breve fárrago de niños desorientados por el excesivo consumo de clefa (2), con aviesas intenciones de limpiar el parabrisas del taxi, o incluso haciendo gala de su desastrada habilidad ejecutando malabares con varias botellas de refresco vacías o un puñado de achatadas pelotas de goma. Creo que hubiese permitido a Su Majestad que, con su real y límpida mano, depositase una mínima limosna en el bolsillo de uno de los chavales. De seguro eso le hubiese hecho sentirse más humana que durante su visita al Conjunto Misional de de San José de Chiquitos, fundado en el siglo XVIII por la Compañía de Jesús y a cuya reconstrucción España destina un millón de Euros (aprox.) de los muchos con que se asegura la Cooperación al Desarrollo. Me pregunto quién decide que la citada ayuda se destine a la reconstrucción de monumentos religiosos. Lo ignoro, pero intuyo que no lo hacen los ciudadanos que voluntariosamente aportan parte de su exiguo capital a tan loables actividades. Y casi seguro que tampoco es la Reina de España, así que mejor, como decía, dejarla sentirse como una auténtica cooperante al regalar una moneda y una sonrisa al niño clefero. Tal vez el niño, honrado por la dádiva Real nos hubiese invitado a cenar una sopita fría en el perímetro delimitado por tres sábanas, una menoscabada pared de ladrillo visto y un tambaleante tejadillo de chapa y que hace para él, sus cinco hermanos, su madre y los dos hijitos de su hermana mayor, las veces de vivienda.
Ya, ya veo venir a más de uno tildándome de demagogo. Disculpen si me he puesto dramatico y, sí, para aquellos que aún siguen leyendo, y en especial para los más avispados de tan exiguo grupo, explicaré por qué entre la numerosa familia que acabo de nombrar no aparece la figura paterna. Seamos sinceros y evitemos dramatismos: no ha muerto, el padre, ni sufre incurable enfermedad en alguna cama de hospital. Simplemente comprendió, tras una noche envenenada de chicha (3), que su trabajo de albañil no le daba para mantener tantas bocas, y que la de su esposa estaba ya agriada por las penurias y le prematura vejez. Así que buscó otra boca, más joven, más tierna, y en una noche sin delatora luna llena marchó agarrando con una mano la cintura de su joven amante y con la otra el cuello de una botella de aguardiente, para no volver jamás a dar señales de vida a la que en otro tiempo constituyese su amada familia.
Creo que el pequeño periplo turístico que hubiese ofrecido un servidor a Su Majestad la Reina de España habría sido de su Real agrado. Pero si, por un acaso, hubiese percibido en su soberana efigie alguna mueca de disgusto tened por seguro que me habría apiadado de ella ,y la hubiese conducido a alguno de los numerosos Cementerios de Elefantes (4) que se esconden en los más lóbregos vericuetos de la ciudad de La Paz. Tal vez, una vez allí, hubiese decidido Su Alteza encerrarse en uno de los infectos cuartuchos en que los más desfavorecidos, tristes o desgraciados de los ciudadanos bolivianos se confinan, con la puerta cerrada por fuera, a beber hasta morir, para mejor olvidar sus penas...o para mejor expiar sus culpas, nunca se sabe, ya digo que de esos cuartos sólo se sale cadáver.
Puede que no, pero tampoco es imposible que tan majestuosa personalidad hubiese decidido encerrarse a beber, arrepentida (por ejemplo) de no andar corriendo por las calles de Atenas lanzando piedras contra aquellos que han logrado que la cuna de la democracia (y de su persona, no olvidemos que Doña Sofía es griega) haya mutado hoy en mecedora del fascismo, en vez de perder el tiempo en viajes solidarios por tierras extranjeras con la intención de prestar ayuda económica a un puñado de indígenas andinos.
Creo que tengo que dejar de escribir, o al menos dejar de verbalizar todo lo que se me pase por la cabeza. Luego me tachan de excesivo, rebuscado, barroco e incluso, releyendo lo que antecede, puede que también de demagogo.
Para que no queden dudas...os dejo una "sutil" ración de demagogia
(1) llajua: vocablo quechua para nombrar una salsa compuesta básicamente por locotos (un tipo de pimiento) y tomate y que se caracteriza por ser excesivamente picante y por acompañar de manera ineludible cualquier comida boliviana.
(2) clefa: tipo de alucinógeno barato a base de gasolina, depresor del sistema nervioso central y altamente adictivo, muy utilizado por los niños de la calle de Bolivia a efectos de mejor ausentarse de su dura realidad.
(3) chicha: vocablo que se utiliza en numerosos países suramericanos para nombrar diversas bebidas alcoholicas derivadas de la fermentación de cereales y que, en Bolivia, hace referencia a un fermentado no destilado de maíz, cuyo consumo es verdaderamente elevado en ciertas zonas del país.
(4) Cementerio de Elefantes: nombre dado, en Bolivia y otros países de sur y centroamérica, a una serie de cuartos aledaños a un boliche de bebidas alcohólicas donde, de manera voluntaria, se encierran personas que desean pasar en soledad sus últimos días bebiendo baldes de alcohol de ínfima calidad hasta morir. Si aún hay alguien que ha seguido leyendo hasta aquí y alberga ciertas inquietudes cinéfilas le recomiendo encarecidamente que visione la película boliviana del mismo nombre: dura, feroz, agria, bella...
Impresionante el escrito, solo llege a certificado escolar, lo he leido despacio para empaparme de los detalles y no tiene desperdicio, directísimas inderectas que claman a donde este Dios... pues que venga Diós y lo vea... yo cada día me sorprendo más de la hipocresia que nos representa... precioso el lexico que utilizas, y una escritura creativa admirable...Gracias!!!
ResponderEliminarCerezal, no me he enterado de lo que en realidad hizo la jefa real, pero sí de que tú has estado o vivido por allí y te conoces el asunto.
ResponderEliminarGOD SHAVE THE QUEEN... JAJAJA
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