sábado, 23 de marzo de 2013

Angie

PRÓLOGO PARA LECTORES INTELIGENTES

La canción está al final.

ANGIE

Angie apenas alcanza los dos meses de vida y ha descansado su pelaje de electricidad y hambre, entre mis brazos, no más de un par de días. Pero considero ya que merece la pena dedicarle unas palabras, al igual que hiciese Mick Jagger, en aquella memorable canción de los Stones, con la hija recién nacida de Keith Richards, su compañero de filas y filias, fatigas excelsas y excesos divinos. Aunque yo siempre he preferido la otra versión, la que afirma que la canción estaba dedicada a quien fuese primera fémina oficial de un afeminado David Bowie, por mucho que lo desmintiese el propio Jagger, pasados los años.

La cuestión es que la Angie que hoy desenreda mis días como enreda su ferocidad de peluche en un ronroneo de caricia, no es humana, y sólo dispone de una escueta ráfaga de uñas para defender su vida, y de un maullido afónico y gris para reclamar su alimento. El mismo que llamó nuestra atención cuando, a la vera de una noche sin luna ni alimento, la descubrimos, toda cabeza y pupila, arropada por una fragante vaharada de desperdicio que olvidaron los encargados del servicio de limpieza a la sombra de su bostezo. Angie, lógicamente, se vino a casa con nosotros.

Nada de lírica, al menos lo intentaré: acoger a Angie en casa no responde a ningún caduco instinto paterno, tampoco a la ególatra y ancestral necesidad macho de tener un animal más inteligente que uno mismo viviendo entre las mismas cuatro paredes, por supuesto nunca a la mordida de la edad invitándote a retrotraerte a la más pura niñez. No. Creo que sólo responde a esto que pervierte mi madurez desde que aterricé en Bolivia: el ánimo alevoso de albergar en el alma algo más álgido y arrebatado que la aberrante avaricia en que avanza el abandono del amor...

o sea: ofrecer regalar dar entregar...
más que tener atrapar tomar arrebatar robar acumular...

y...

qué mejor que ofrecerme (no sólo de ofrendar a los demás hablaba antes, disculpen la ambigüedad)...

decía: qué mejor que regalarme darme entregarme a mí mismo el voluptuoso placer de volver a escuchar Angie mientras embriago el dorso de mi mano con el licor aterciopelado de su vientre...

mientras acaricio a mi gata y decido cómo puedo llamarla

                                   

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