aviso para almas inquietas o poco dadas a la lectura: imágenes al final de la entrada
Arani es un reducido pueblito del departamento de Cochabamba, Bolivia, que se honra de ser la "tierra del pan y el viento". Lo dice wikipedia, esa bitácora de falacias urgentes y realidades a medio hornear, como el pan de Arani, creo que ahí reside su fama bien merecida, y eso lo aseguro yo, que he podido degustar durante una larga noche todas las exquisiteces que las manos centenarias de sus mujeres modelan al ritmo de la quietud y el tiempo perdido (sí, como el de Proust y sus magdalenas, que poco o nada tienen que ver con el pan de Arani salvo, quizás, en la ineludible capacidad que tienen ambas para retrotaer el sentido del gusto a décadas ya perdidas, ésas en que el pan sabía a pan y la leche a leche, por ejemplo).
Lo de aquella noche ya lo dejé dicho, de alguna manera. Hoy recuerdo sin saber por qué y sin gana de explicarme el motivo, las horas en que aquella noche dejó paso al caluroso y estático mazazo de un sol insobornable (y ahí, lo lamento,parece equivocarse, para mí, la wikipedia, porque poco o ningún viento pudo evitar el acartonamiento que en mi piel produjo aquel estallido de luz remitido, con copia oculta saben Dios o el Diablo a quién Demonios, por el mediodía de Arani).
Era la mañana que servía de desorientada continuación a la ebria noche de muertos de Arani, y regueros de bulliciosos paseantes comenzaron a degollar la calma de los panteones y alumbrar de festejo la sombra fresca de los nichos. No digo que no hubiese pesadumbre por el recuerdo de los familiares fallecidos, pero sí que salpicaron su recuerdo, los deudos, con inacabables tragos de chicha que (costumbre obliga) terminó empantanando las tímidas baldosas del cementerio municipal.
Como en cualquier día de difuntos acudieron los familiares al camposanto para adecentar las tumbas de los que ya habían partido.
De inicio mujeres silenciosas como espátulas humedeciendo de apócrifo riego las paredes de los nichos. Al poco racimos de niños escanciando el vino clarete de su juego entre los montones de arena que indicaban que ahí debajo, a pocos metros, descansaban los cuerpos de las almas que decidieron dejar de luchar en un mundo que no tenía lugar para ellos. Porque en Arani los niños jugaban entre las tumbas, mientras otros niños más niños que ellos (ya niños por siempre) descansaban su lamento de caballito de madera roto bajo el cielo inverso de las raíces del ciprés.
El caso es que paseé yo por entre los túmulos lanzando indisimuladas miradas a las inscripciones que me hablaban de vidas como la mía antes de alcanzar la edad que ahora soporto. Vidas que decidieron hacer un stop en medio del camino, demasiadas apenas iniciado el mismo. Y nadie me miraba mal. Y nadie se ofendía ante el click terrorífico de mi cámara fotografica.
Después llegarían las familias, aún ebrias de la noche anterior, y tras deshollinar de tiempo transcurrido los receptáculos en que habitan los cuerpos sin vida de sus seres queridos, comenzaron a congregar frente a los mismos a niños que ganan un par de bolivianos por tararear un breve y afónico responso, a músicos que ganan un poco más por interpretar al borde de la afonía las canciones que el fallecido más amaba, a extraños como yo que sólo paseaban para intentar comprender el sentido final de este extraño culto a lo desaparecido.
Así pude compartir con ellos tragos de chicha y oraciones que no conocía (ni aún), y breves historias de exilio, migración y añoranza (es lo que tiene ser extranjero y hablar con personas que han hecho del camino su necesidad y no su aventura). Entre trago y trago pude disponer el ojo ficticio de mi cámara fotográfica y disparar disparar disparar como si estuviese defendiendo mi vida para evitar que acabase haciendo compañía a quienes, unos metros bajo tierra, húmedos de chicha, adulterados de recuerdos feroces, mascando con rancia mandíbula raíces de flores que se niegan a vivir más de un par de días, no podían por más que deseasen escuchar las voces de aquellos que alrededor de su nueva morada se daban cita para brindar por los tiempos en que compartían palabra, alegría y daño.
Y a pesar de que no pretendía escribir hoy, de que sólo deseaba dejar que una o varias imágenes tuviesen mayor valía que un puñado de palabras...ya está dicho, ya está escrito, y a buen entendedor pocas palabras bastan. Así que toda esta absurda perorata está de sobra, tal vez como las imágenes que ahora les dejo esperando puedan olvidar de inmediato...
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te escucho...