Eso gritaría si pudiese articular, sin que mordiesen, las palabras que escupo contra las paredes de un hogar que es trucho, eso. Tal cual brotaría de mi garganta esta hemoglobina de laceraciones disfrazada de esperanza en la noche sin esquinas que tiende brazo de limosna Munch hacia todas las pesadillas. Eso, pero no puedo, porque me agrieto en los confines del hueco que dejas entre estas paredes como costillas que no se entienden porque no te encuentran.
Mira mis labios: otomano palimpsesto de salivas, vertedero de noches y aguacero de colillas consumidas a mayor gloria de un pulmón escabechina. Para qué pestañear cuando los párpados son cuchillas, me digo. Un insecto en el ámbar de mis carcajadas más breves se mueve coleopterando anaqueles y desbrozando calendarios.
Y tú ahí, tan cerca/lejos como las miradas en que escabullen ojeras de noches sin sueño todos los espejos.
Después, el viaje profundo por el filo de una navaja de afeitar. Y un aguacero tropical devorándote en reverso esa piel hogar y riesgo en que hacen manada otros lobos y otros tiempos, otros espacios en que no me encuentro. Otros lugares, fuera de mí, que te retratan para que vengas, con maneras de látigo, a encharcarme las amígdalas de un sabor metálico. El germen de tu sonrisa. La cianotipia cibernética de todos los rincones en que tu piel reinventa la brisa.
Pero ruge el viento más hostil. Y la vida es un escenario. Y me pregunto cuál es mi papel. Y me mira tu mirada detenida entorpeciendo los fogones mientras reinvento centímetros cuadrados a la cocina. Y la música pastando, dócil, entre tus manos. Y el silencio de las sillas. Y la complicidad de los cuadros. Y el cascabel que pongo al gato de las pesadillas. Y las voces de uva tinta atropellada contra todos los cristales del extrarradio.
Solo los edificios y el conticinio. Nunca el horizonte mar. Siempre este reducto breve que es infierno cuando no se incinera entre velos, piel de milagro, sonrisa voraz y jauría de labios.
Este es mi torrente carmesí. Este es mi reino. Desde aquí te escribo a ritmo de trepanación para acertar mis apuestas a corcel perdedor o liberar, de una vez por todas, a esos caballos que tornaron cabellos desdeñando todas las herraduras con que domestica rabia la faz oscura de la fortuna.
Separo mis párpados mientras te miro tan otra, y clamo por un bisturí. Desearía decir, como cuando en el mercado entrego el cartón de bingo errado, que no me hace falta copia. Pero me falla la dicción. Así que, sin que me mires, te miro con frustración de adorno roto al finalizar la navidad y clamo por la siguiente.
Y tus pies derrochando verano sobre las teclas de un piano ebrio de barrios que se hacen pan entre tus manos.
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te escucho...