jueves, 27 de junio de 2024

paladar de leche recién mugida

Envenenada mordedura del alcohol cuando sólo ansías otra dentadura. Qué fácil abandonarse a la derrota, sentarse a ver girar las herraduras saludando desde el balcón a la dúctil tropa de la melancolía y ensalivar de sal otra copa sin tequila, masticar otro vidrio como permitiendo el paso, de rondón, a escarchas de carmín que cristalizaron en todo el vino que ya no. 

La derrota es un páramo en que se parapetan los cuerpos de todos los ejecutados.

Ya ningún asesino puede engrandecer su arte con el cable de un teléfono.

Pero hay ondas, también radiales y, ambas, unidas, se ensartan violentadas en el postrer gemido que queda reverberando córneas cuando la noche nos convoca. Ondas radiales y ondinas desgarrando las fechorías que aún nos prometemos cometer. A ellas me agarro. En su engreída belleza me daño.

¡Ánimo, exploradores!

lunes, 17 de junio de 2024

ocaso es un reptil sin verbo

Quiero vivir con una chica canela con ella podría ser feliz el resto de mi vida, canta Neil Young y todo es suburbio en mi paladar, extrarradio de una cosecha en que la luna envidia piernas de matemática imposible, compás a lo Da Vinci, aritmética de lo eterno soñado por escolapios y otros feligreses del encierro que, recluidos, empitonaban su mundano deseo de fiesta de pueblo. Rezaban al murmullo azul de las ciudades que rehuyeron. Y a nosotros todas las ciudades se nos antojan universo que languidece pequeño, sí, pequeño que también puede ser un nombre, un hombre, pero pequeño para regalarle el eco de una carcajada que no hiere a nadie pero amortaja la farsa en que otros sueñan realidad mientras yo la pronuncio infierno. Que siempre son los otros, lo dijo alguien infinitamente más sabio que uno mismo. Que la vida no es bella ni noble ni sagrada, Federico y, de serlo, sólo en las catedrales a las que salvaron tus pupilas del incendio en que habrían estallado los cristales de sus vidrieras de haber decidido verlas desde dentro. Cristales como esos que sostenemos entre los dientes para eviscerar el dormir que no importa porque ya perdió el reloj cuando Alicia desorientó al conejo, olvidando su chistera y su chaleco. Que la vida no es bella, Federico, y el tiempo corre que te corre te corretea mientras otros que no saben de alas aseguran que vuela. Luna de cosecha, te canta Neil entre los muslos mientras otro sol de ayer incendia las esquinas en que los edificios se hacen perfil de colmena y yo sólo deseo vivir con una chica canela. Perversiones de la música popular. Cuchilladas del poema. Alfileres rescatados del vertedero de páginas en que naufrago olvidando el tocón de madera hinchada como cuerpo a la deriva porque una sirena me canta y es más válida su voz que la de las mil vírgenes lascivas ante las que se harían cruces los y las abanderadas de los tiempos modernos. Decapito entre mis dedos otro sueño en que todo es charco sin sentido, y cruje un chapoteo mientras sueño y recuerdo que no lo estoy, porque sueño.


domingo, 2 de junio de 2024

curándose con sal

a Nacho García
que aún se atreve a presentarse como el último hombre sobre la tierra

Paseo, desnortado, mediodías norteños. Acunado por la melodía industrial de una ría que se carcajea de mis pasos, contemplo una estación de tren de cercanías. Y una estación de autobuses en cuyos urinarios regurgitan lascivia bocas que se sueñan soñadas por Duchamp. Aún acribillado por las miradas de quien nada mira más allá de su propia ilusión de mañana, por más que carezca de latido y sonría, aplaudiendo, al lanzador de cuchillos de este circo que llamamos vida. Algo sangra en mí. Pero sangra hacia dentro, y la brisa me regala apósitos de sal.

Un filo de sonrisa a medio hornear me saja la soledad y me conduce por vías que ya no regresarán, mientras patas de centollo juegan al te quiere no te quiere quién te quiere devorar. Asfalto roto por las raíces con que el sol regala herrumbre a los vigías del futuro que ya es hoy y a la sinrazón de la meteorología. Una cantata ebria de voces que se llaman a otro trago mientras miedos de fin de mes les llaman al tajo. Orfeón de botellas al medio día, marcando el compás de las horas perdidas mientras yo las gano y al desorden, en un brindis, amigo, le ganamos la partida.

Después, en el tren, saco fuerzas, me armo y me afilo, soy consciente, se aproxima el frío. Los vagones como corredor de hospital y yo deseando que sus lumbares sientan el calor de mi vientre incendiado. Que no despierten eco a las baldosas sus pasos de madrugada. Que la lágrima, cuando fea, permanezca funámbula en la turbia belleza del párpado. Que la sonrisa amanezca como niebla tramontana, pesarosa pero presta a agasajar las calles con el ritmo imperceptible de un innumerable caminar. Que siga siendo sueño, caricia y hogar. 

En el vagón bar las cervezas inventan espumas al ritmo trepidante de montañas que quedan atrás. Y el primer trago, siempre, como dedicatoria en la primera página de un libro que dista de ser el mejor pero es el que has decidido leer. Dan ganas de pedirle otra a ese barman que ejerce de oficial. Y otra nueva, y otra más. 

Afuera las ciudades, corriendo en sentido inverso, como corceles que nunca aprendieron a navegar. Los caballos locos, de la espuma, sólo entienden la mar cuando es tinta que sabe sangrar. Nosotros, del día a día, sólo rescatamos el abrazo, el pulso, la fiebre y también, sí, claro, la adicción que otros llaman enfermedad.