Para subsistir sin sentirse una especie de otra galaxia. Insecto del vértigo, gusano remendando la seda falsa de unas sábanas en el exacto extracto bruno en que la luz afilaba las papilas gustativas. Epicentro del incendio.
Apurar este calmo crujido que respira tan en lo hondo y tan desde adentro.
Cuando todo existe nada se quiebra. Pespuntes de vermú para tricotar el certificado del corazón que no resiste una vida comprimida en horas de a 1 gramo la pieza.
Tampoco los cuchillos carecen jamás de filo. Aunque ajados y antiguos e incapaces de cortar fueron los primeros de la clase aprendiendo a desgarrar.
Carne.
Un escondite sin guarida
en que recitar sílabas
que pronuncias como
te pronuncia el respirar.
Un aguijón.
Una posibilidad.
Todo cambia, y cuando quieres regresar al espejo ya no estás o permaneces ligeramente desenfocado, a lo Capa pero como Gerda Taro.
Vampirizado por el ayer que es el ya siempre. Coágulo en tu vientre y una jungla danzando pupilas como maromas sin atar cabos, soñando poder echar la vista atrás para dilucidar una grieta en el armario que nunca se quiso cerrar. Por algún mordisco deberá entrar la luz en jirón, ya va siendo hora, en algún momento manifestarse la poesía.
Azul de gas alumbra este silencio, y pies que no encuentran la rima al baile en que gritábamos sabiendo que no era en balde aquella forma de respirar e inexistir los pulmones cuando embriagados de aliento.
Gastado.
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© Marion Post Wolcott |
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te escucho...