a Juamba d'Estroso (Lõbison)
Vierto inviernos entre mis manos estigmatizado por una instantánea sepia. Contemplo como venado en pánico la trampa de mi mano izquierda. Me desgajo las pupilas y las coloco en una bandeja de piel, frente al espejo en que todo se relata. La longitudinal presencia de un ayer hace nido en las sombras que se sueñan los párpados cuando, hinchados, esculpen ojeras. Para qué invocar al miedo si ya terror es tu envés y los picapedreros del salario incierto te desgajan los omoplatos a ritmo de despeñadero.
Vierto inviernos entre mis dedos.
Primavera es el apellido de todos los sueños. Y pronto torna verano para elogio de cuervos y cementerios. Siempre acaba mal prensado en pasaportes y en los calendarios de las estaciones que tienden a derramarse hacia el país de cuando jamás. Como una lágrima en pleno estallido de hipertensión arterial.
Primavera se apellida el deseo.
Ascendí Machu Picchu y mis falanges sembraron, entre los matorrales, garabatos de plasma tritón. Tiritón ante la premonición del frío contemplé el Illimani y mis pupilas se escanciaron en copas de barro. Esquivé el gargajo de la llama andina y olvidé las manos intentando no despeñarme montaña abajo. Regalé églogas a diosas con rímel de sangre en los párpados y quise hacer de un saludo oriental todo un vendaval de excesos que quedaron en la cuneta inventada de una playa brasilera curtida en turismos de espanto. Paseé el extrarradio y agoté alcohol adulterado en todos los bares que cerraban pestañas para que la policía no lograra amenazarnos. Dentro sólo los ritmos mudos del serrín, el timbre de una botella balbuceando el destino, la premonición de otra noche sin tinta y la mirada rota del camarero.
Ascendí carótidas insomnes en/sueños.
Ya no sé escribir, y qué más da si un día pude tiznar con mis dedos el titular que todos los noticiarios soñarían publicar. Aún las sílabas enjalbegando de saliva contorsionista mi paladar. Aún el martirio, el aspa, la madera, los clavos y los huesos recién tronchados por la presencia de un teclado que aún duerme a mi lado respirando un, dos... y es así que, sin embargo, se mueve.
Siempre viva la escritura aun si no.
Olvidado el escalpelo. Bajo la almohada. Como el picahielo en aquella película que pretendía escandalizar sin saber que aún estaba por llegar el escándalo de las ropas llevadas y traídas, de las estancias impregnadas de aromas que se mastican, de las terrazas que dan a la mar, de las pupilas que lodazal cuando garganta las balbucea, de los brindis alados y las copas prietas, de la sonrisa punto de ebullición, de la música, siempre, y de la bomba de racimo virgen extra que emascula el corazón.
Perdido entre las sábanas el escalpelo.