Cochabamba se desdibuja al ritmo de tormentas de polvo arracimadas a la vereda del tránsito que, mortuorio pero desafiante, desgarra con sus ojos como faros ciegos la neblina despertada por las obras incompletas. Aceleran furgones desafiantes, piruetean autos carentes de frenado digital de ése que con los dígitos de la mano derecha gustan de alardear los taxistas, atraviesan fugaces un cerco de polvo motocicletas heridas de ruido y velocidad...
Salgo tarde del trabajo. La culpa la tiene una cerveza, quizás también el vino de después, tal vez la grata compañía y la carencia de perspectiva. Me asomo a la orilla del tráfico rodado para sorprenderme ante su tumultuoso cauce de formas indefinidas. Cochabamba se encuentra reventado, con sus tripas de aguacero y tubería expuestas a la mirada obscena de un atardecer sin prisa. Comenzaron las obras públicas para abastecer de gas a los vecinos de amplias zonas de la ciudad hace tiempo, casi cuando yo recién amortiguaba mis pasos en esta tierra bendecida por la pausa y la rebelión. Hoy, dos meses después, continúa el tráfago de excavadoras antediluvianas y trabajadores cubiertos de polvo y cansancio acuchillando hormigón y despedazando empedrados.
Los trabajos para dotar a la ciudad de gas (sí: ese producto que con tanta profusión, casi obscenidad, habita las digestiones insalubres de la Pacha Mama boliviana y cuyos efluvios mercantiles tanto ansían aspirar aquellos a quien nada importa la vida de quienes, para su propia suerte o desgracia, aquí nacieron) se eternizan al ritmo de los martillos pilones y los bostezos provocados por el excesivo consumo de cerveza en que han apurado las horas de asueto dominical los operarios a sueldo de la empresa a sueldo de la alcaldía que subsiste con el sueldo que amablemente le proporciona el aparato estatal. Y por las calles se extiende una niebla de polvo que suspende, por un momento, mis pensamientos y provoca que pierda el hilo de la realidad.
Escuecen los ojos, lloriquea el paladar al mascar el chicle amarillento de la polución. Ante el primer arrebato de expectoración descontrolada recuerdo que tengo que ir a casa, y tomo conciencia de la incapacidad para distinguir los números de las trufis que mordisquean el terrado. Tan soberbia es ya la nube de polvo que me circunda. Ya sólo espero que un taxista amable apriete el cláxon al pasar cerca mío. Si no lo hace así seré incapaz de distinguirlo y continuaré por los siglos de los siglos amén aquí varado, a la orilla de un caos de tráfico polvo residuos ruido...
Pero llegará el taxi, yo arribaré al cuarto que me hace las veces de hogar, pasará el día, oscurecerán las horas, volverán a casa los operarios, enmudecerán las apisonadoras, se estancará el libre fluir de partículas, arreciará la lluvia, enmudecerán las calles ante su vértigo húmedo, el lodo todo lo cubrirá y, mañana, al reiniciar las obras, baldes rebosantes de agua replicarán a los que hoy, mientras yo espero un taxi que no se decide a llegar, rebalsan arena polvo cemento, suciedades todas, de ésas que nos incomodan la vida ciudadana. No importa. Llegará la lluvia (ya lo predijo Dylan y ya lo repliqué yo en numerosas ocasiones) para llevarse todo. Y olvidaremos las molestias. Y yo seguiré soñando con trocar mi palabra violenta llovizna que todo lo arrase.
La lluvia todo lo limpia, ya digo. Incluso, a veces, hasta la memoria...como ahora, que ya no acierto a recordar que pretendía escribir.
Salgo tarde del trabajo. La culpa la tiene una cerveza, quizás también el vino de después, tal vez la grata compañía y la carencia de perspectiva. Me asomo a la orilla del tráfico rodado para sorprenderme ante su tumultuoso cauce de formas indefinidas. Cochabamba se encuentra reventado, con sus tripas de aguacero y tubería expuestas a la mirada obscena de un atardecer sin prisa. Comenzaron las obras públicas para abastecer de gas a los vecinos de amplias zonas de la ciudad hace tiempo, casi cuando yo recién amortiguaba mis pasos en esta tierra bendecida por la pausa y la rebelión. Hoy, dos meses después, continúa el tráfago de excavadoras antediluvianas y trabajadores cubiertos de polvo y cansancio acuchillando hormigón y despedazando empedrados.
Los trabajos para dotar a la ciudad de gas (sí: ese producto que con tanta profusión, casi obscenidad, habita las digestiones insalubres de la Pacha Mama boliviana y cuyos efluvios mercantiles tanto ansían aspirar aquellos a quien nada importa la vida de quienes, para su propia suerte o desgracia, aquí nacieron) se eternizan al ritmo de los martillos pilones y los bostezos provocados por el excesivo consumo de cerveza en que han apurado las horas de asueto dominical los operarios a sueldo de la empresa a sueldo de la alcaldía que subsiste con el sueldo que amablemente le proporciona el aparato estatal. Y por las calles se extiende una niebla de polvo que suspende, por un momento, mis pensamientos y provoca que pierda el hilo de la realidad.
Escuecen los ojos, lloriquea el paladar al mascar el chicle amarillento de la polución. Ante el primer arrebato de expectoración descontrolada recuerdo que tengo que ir a casa, y tomo conciencia de la incapacidad para distinguir los números de las trufis que mordisquean el terrado. Tan soberbia es ya la nube de polvo que me circunda. Ya sólo espero que un taxista amable apriete el cláxon al pasar cerca mío. Si no lo hace así seré incapaz de distinguirlo y continuaré por los siglos de los siglos amén aquí varado, a la orilla de un caos de tráfico polvo residuos ruido...
Pero llegará el taxi, yo arribaré al cuarto que me hace las veces de hogar, pasará el día, oscurecerán las horas, volverán a casa los operarios, enmudecerán las apisonadoras, se estancará el libre fluir de partículas, arreciará la lluvia, enmudecerán las calles ante su vértigo húmedo, el lodo todo lo cubrirá y, mañana, al reiniciar las obras, baldes rebosantes de agua replicarán a los que hoy, mientras yo espero un taxi que no se decide a llegar, rebalsan arena polvo cemento, suciedades todas, de ésas que nos incomodan la vida ciudadana. No importa. Llegará la lluvia (ya lo predijo Dylan y ya lo repliqué yo en numerosas ocasiones) para llevarse todo. Y olvidaremos las molestias. Y yo seguiré soñando con trocar mi palabra violenta llovizna que todo lo arrase.
La lluvia todo lo limpia, ya digo. Incluso, a veces, hasta la memoria...como ahora, que ya no acierto a recordar que pretendía escribir.
Afortunadamente, queda la música...
Pretendías...escribir...¿no es suficiente?. Pretendias caminar de regreso con las palabras...y pediste, además, un poco de lluvia. Para ese continente que avanza hacia el progreso, lentamente, aprovechando el calor de su propia tierra, esperando que el polvo de diluya detrás de la Historia y de los sueños.
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