Se celebró hace unos días, en Cochabamba, la ciudad que hoy me habita, uno de las cuatro jornadas anuales con que la ciudadanía pretende hacer gala de su gratitud hacia la Pacha Mama, la Madre Tierra. No son sólo cuatro, si hemos de ser justos. Los cochabambinos, como los bolivianos todos, justan de festejar a menudo el inapelable vínculo que todo humano mantiene con la materia orgánica que, bajo pavimentos y asfaltos, aún batalla para producir los alimentos que a todos nos deberían dar sustento. Ahí las célebres coas, en que el sinbcretismo religioso alcanza paroxismos que algunos considerarían psicodélicos, cuanto menos, con tanto litro de chicha de alta gradación derramada sobre el terrado y hacia los más profundo de las gargantas de los congregantes.
Pero no quiero hablar, hoy, de coas. Quiero hacerlo del Día del Peatón que, como indicaba, se celebra al menos en cuatro ocasiones a lo largo del año. Un día en que los habitantes de la ciudad sustituyen el uso de cualquier vehículo a motor por el de bicicletas, triciclos, carritos, empujados todos ellos por tracción humana, y en que la atmósfera, libre de fumarolas y poluciones automovilísticas, se engalana de claridades y destellos que dotan a las andinas cordilleras circundantes de la belleza que debería tener cualquier novia camino de la Iglesia de no estar ésta, como es habitual, atorada de nerviosidades broncas y mentales recolecciones de comensales y réditos.
Ignoro el origen de tan festiva jornada. Ignoro si es que todos los cochabambinos salen a pasear las calles por orgulloso sentir ecológico, o si lo hacen en cambio por obligatoriedad al ser prohibido, en tales fechas, el tráfico automovilístico. ¿Vino primero la prohibición, o la devoción por el paseo, el aire limpio y el gimnástico pedaleo a lomos de bicicleta? No sé, ya digo, ni siquiera me he molestado en preguntarlo.
Lo mismo en mi ciudad natal, cuando el Día de la Bicicleta o similares. Tampoco intenté detener a ninguno de los velocistas que regodeaban el vertebrado movimiento de sus piernas al son de los pedales de bicicletas de competición para preguntarles si tan sano resulta el hacer pública gala de tan denodado esfuerzo por el puñado de callejas con que la municipalidad tiene la condescendencia de habilitarles el paso. Que pedalean por cuatro calles durante unas horas para reivindicar su lucha contra el motor de combustión mientras cientos de automovilistas aceleran por las calles adyacentes, o sea.
En Cochabamba, el Día del Peatón, como he explicado, está prohibido el uso de automóviles, motocicletas y etcéteras. Como puntilla, puedo asegurar que las calles están impracticables al caminar, a partir de cierta hora, debido a la afluencia en ellas de personas que marchan a pie o en bicicleta entre millares de puestos de comida y bebida, pequeños pabellones reivindicativos de causas tan dispares como la conservación del murciélago y la desobediencia civil, tropeles de participativos grupos enfrentados en infantiles juegos, o puñados de atrios desde los que modernos deejays pinchan los últimos éxitos de la música dance.
Un servidor, ante tal evento y a pesar de ser poco o nada afecto a las prohibiciones, se pregunta si, de tanto en tanto, no es mejor hacer gala de cierta autoridad para vetar aquello que sabemos perjudica a la población, en vez de tolerarlo permitiendo a los perjudicados pequeñas migajas de conciencia. Sí, que el Día del Peatón, en Europa, sólo sería una nueva astracanada que permitiese a un puñado de ciudadanos concienciados pasear durante unas horas por unas cuantas avenidas, mientras cuatro calles a derecha e izquierda, la industria del automóvil, los combustibles fósiles y la ostentación sigue amordazando espacios que hace no demasiados años bailaban al ritmo del viento las tonadas silbadas por arbustos y arboledas.
O quizás debiese replegarme en mis firmes convicciones, despreciar las prohibiciones, y pensar que los ciudadanos bolivianos abrazan alborozados las causas que defiende la festividad de marras, y que igual harían en caso de no estar prohibida la circulación de automotores.
Claro, que había automóviles en movimiento en Cochabamba, ese día. Curiosamente eran de juguete, y se encontraban amarrados a un improvisado carrusel infantil. Quizá los adultos bolivianos hayan tomado conciencia de lo urgente y necesaria que es la defensa de la Pacha Mama pero, seguros de que su inevitable declive, opten por adoctrinar a sus hijos en la conducción de vehículos a motor, para más rápido escapar cuando ya no quede nada.
En Europa solo tenemos sentido de lo colectivo cuando toca a nuestros bolsillos...esa es la realidad. Hispanoamérica todavía está virgen respecto a ideas y sueños. Y las efemérides colectivas se siguen y se valoran. Vamos, como aquí (!). Y es que el desarrollo conlleva siempre un mayor individualismo y un..."ande yo caliente". Gracias, Pablo, una vez más, por recordarnos lo que ya señalé el otro día: hay otro mundo, con menos ruido, pero con más, probablemente, horizonte.
ResponderEliminar