México aún permanece en mi horizonte como una inexpugnable fortaleza cuyo asalto me atemoriza emprender. Desde hace años, antes aún de que la suela de mis zapatos comenzase a malbaratarse en caminos y senderos, el mapa de México (como todo mapa, creo) se me antojaba refrescante regato en que calmar mi sed de sensación y vida. Recorría con la mirada absorta la amarillenta orografía de un mapa avejentado por el uso y abuso de manos, lapiceros y horas de sueño robado al sueño intentando memorizar nombres de ríos, ciudades, cordilleras que tan imprescindibles parecían ser para nuestra correcta educación.
Ahora México está más cerca. Ahora precisaría menos horas de vuelo para aterrizar en el mullido sofá azteca de su tierra sabor a tequila y peyote...los tópicos...siempre...quizás por eso, premeditadamente, alargue las horas esperando la propicia para que las gentes de allá me cierren la puerta en las narices y derriben de un guantazo los castillos de naipes de mis sueños trotamundos.
En cada viaje, de cada lugar que he visitado, he marchado siempre sin pisar un popular enclave, un monumento imprescindible, una calle que imaginé en sueños. ¿Por qué? Tan sólo, quizás, por engañarme con "una razón para volver". Hay sin duda otros lugares, para qué negarlo, en que he agotado el empedrado, he maltratado el asfalto. Ciudades de cartón piedra, metrópolis de postal, impostadas cunas de culturas que a nadie importan pero que todos deben declarar haber conocido: Brujas, Florencia...cuánto arte, qué delineación perfecta en sus calles, en sus museos...a ésas no temo no regresar ya nunca, en ellas todo lo he visto. Pero hay ciudades, países, geografías, pueblos, caminos en que he deseado perderme por siempre. Éstas no las agoté, apenas quizás fuí más allá del más popular de sus barrios, siquiera llegué a internarme en su Centro Histórico. Por tener una razón para el regreso, o por miedo a hallar la decepción al doblar aquella esquina como quien dobla una servilleta con apariencia de haber sido usada hace escaso tiempo...sólo para encontrar aún más sucio su reverso.
Igual con ciertos países que dibujaban los mapas de mi infancia. Mejor, aún, no visitarlos. Por no decepcionarme, tal vez. Por miedo a querer quedarme, es posible.
Llegará, a su tiempo, llegará. Llegaré a México en el instante preciso. Lo sé. Lo presiento.
Por lo pronto un pedacito de México ha llegado a mí para recordarme que no es tan distante
su pulso de calor y nervio,
su nervio de tabaco y riesgo,
su riesgo de lujuria y sueño,
su sueño de alarido y beso,
su beso de traición e incendio...
Mis colaboraciones escritas, como mi vida, parecen haber comenzado a tomar tierra en América. Y espero recibir, algún día, si no se extravía el correo, la primera Revista Cultural impresa en glorioso papel (llanto de amazónica floresta) que osa contener un breve artículo mío.
La Revista Cultural Onomatopeya, editada por la Universidad de Guanajuato (México), acaba de inaugurar andadura con su primer número temático, dedicado al OLVIDO. Entre sus páginas se encuentra un breve, escrito por un servidor y de título "Tocata y Fuga del Recuerdo", y aunque me desvelo esperando el momento de acariciar con mis manos el papel que lo contiene, he de conformarme, de momento, con esta borrosa fotografía que se erige en prueba única del delito.
Inauguro así estrecho vínculo (más certero que el de los mis acaudalados sueños de recorrer sus terrenos) con esa nación. Porque el vínculo es con lo que de ella más ansío conocer: su gente, su sentimiento.
TOC-TOC ... (onomatopeya) ... México llama a mi puerta...
Tocata
y Fuga del Recuerdo
por Pablo Cerezal
Duele
comprobar cómo los que, a día de hoy, se han hecho dueños de la
traicionera tarea de proporcionarnos información ignoran con
tremenda celeridad aquello que tan sólo ayer fue flamante y novedosa
noticia. Intentamos retomar el hilo de un acontecimiento, un apunte
televisivo, una escueta cuestión que nos resulta interesante, y nos
perdemos irremediablemente en una marea insomne de datos, cifras y
estadísticas en que, muy a duras penas, y con notable esfuerzo,
daremos con la continuidad del hecho que nos importa. Ya caducó la
primicia, la noticia ha dejado de serlo, la información ha sido por
siempre olvidada por los voceros de la información. Que la vida va
deprisa, parece.
En
noctámbulas charlas y espaciadas comidas opinamos sobre este hecho
de la fugacidad informativa, y acabamos resumiendo que estamos
manipulados. Nos manipulan los medios informativos, nos manipulan los
jerifaltes de la noticia, nos manipulan los gobiernos y los mercados,
nos manipulan quienes damos en llamar los amos del mundo y, ¡ay!,
son muy otros de aquellos a quienes éste legítimamente pertenece.
De
esta manera consiguen que cualquier hecho, por mínimo o grave que
sea, que pueda llamarnos la atención, comience a borrarse en nuestra
memoria ante la ausencia de continuidad. La tragedia de ayer
(devastadora inundación en una recóndita provincia china, por
ejemplo) es hoy ignorada y no podemos, a pesar de intentarlo,
recordar la magnitud de la misma, el vendaval de llanto y sufrimiento
que produjo. Sólo queda, flotando como el envoltorio maltratado de
un caramelo ya deglutido, el recuerdo inexacto de que ocurrió una
terrible catástrofe en algún rincón perdido del mapamundi. No más.
Regresado
al hogar, acomodado ya en el silencio de las horas venideras, las que
sibilinamente anteceden al sueño, reflexiono y me pregunto si no
será que la información, simplemente, es fiel reflejo de nuestros
días.
Es
muy probable que se trate sólo de una burda copia, sí, lo que
escuchamos en televisión, lo que leemos en la prensa, de nuestras
propias y esforzadas vidas. Tal vez sólo un estético reflejo
pixelado de esa marcial y gélida calendarización en la que hemos
decidido, hace ya demasiado tiempo, transformar los latidos de
nuestros corazones.
¿Acaso
recuerdas el rostro de aquella persona que abrazaste una noche, al
amparo tibio de la madrugada?
Sí,
¡haz un esfuerzo!, ¡recuerda!
Me
refiero a esa romántica aventura, aquel fugaz encuentro aderezado de
alcohol y promesas de goce insensato y oblicuo. Aquella suave caricia
de piel de luna, aquél lúbrico suspiro de eternidad coagulada al
amparo de una noche a la que no deseabas, por nada del mundo,
engalanar con la diadema obtusa del amanecer.
Recuerdas,
¿cómo no?, que fue aterciopeladamente bello, dolorosamente intenso,
sucio quizás, y sabroso sin duda. Pero, por más que lo lamentes, te
descubres ya incapaz de recordar su rostro, e incluso dudas si no
será la malévola intención de la memoria trocar en plena dicha
algo que no fue más que un momentáneo desorden de los sentidos, un
encuentro no esperado, un atropellado desahogo del deseo.
El
caso es que, aunque lo pretendas, has perdido ya la capacidad para,
al menos, recordar su rostro y, mientras miras las noticias,
anestesiado por la monótona y hueca sonoridad de el/la presentador/a
de turno, tomas conciencia de que mañana habrás olvidado, también,
la feroz hambruna africana, o el imprevisto terremoto que, en un
lejano país de ignoradas geografías, ha cauterizado miles de
futuros, dejándolos inservibles, rotos.
"Tempus fugit" Pablo...y la memoria se difumina...a pesar de mantenerse, con algún regreso momentáneo, una fotografía, escuchar una música, la sensación de lo vivido dentro de nosotros. Me ha gustado mucho esa última reflexión tuya, dentro de un texto variado y denso, sobre el tema. Me han gustado también esos versos...yo que conozco bien México, al menos Ciudad de México ( México D.F ) te puedo asegurar que reflejan bien la esencia de ese gran, gran país. Un país al que le espera un inmenso futuro en el concierto de las naciones. Un país con historia antigua e historia moderna. Fusión de tradiciones y modernidad, México - tan hispano, tan terriblemente hispano gracias al idioma y a que nos hemos quedado allí desde hace cinco siglos y con el broche de ser el país, junto a Argentina, que más nos abrió los brazos después de la Guerra Incivil española - es una caja de sorpresas. Y con una economía, gracias a su enorme riqueza de materias primas, incluso de petroleo, en crecimiento. No te lo pierdas.
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