Fue a mediados de los años 30 del pasado siglo (si la memoria, ingrata, no me falla) que Tod Browning llevó a las pantallas las desdichas y alegrías de una heterogénea troupe de personas cuya constitución física les situaba, a ojos de la sociedad, más cerca del animal o la anomalía que del ser humano.
Esta joya del séptimo arte llevaba el título de Freaks, palabra que el mundo anglosajón comenzó a utilizar para denominar a aquellas personas con apariencia o comportamiento sorprendentemente inusuales.
Si bien en su origen la palabra se utilizó como un apelativo mayormente despectivo, bien es cierto que en la actualidad puede llegar a convertirse en elogio. Esto sólo puede ser muestra de la esquizofrenia galopante del ser humano "moderno" que se inmiscuye vulgarmente incluso en los irracionales vericutos del lenguaje.
Independientemente del cariz con que se pronuncie la palabra de marras, a nadie se le escapa la certeza de su estrecha vinculación con los "fenómenos" que comenzaron a ser mostrados, allá por el siglo XVI, bajo carpas y tenderetes, junto a buhoneros, magos, trapecistas, embaucadores y malabaristas.
Podemos afirmar, pues, que fue ya por aquellos lejanos años cuando el circo comenzó a incorporar a su caravana de sorpresas y milagros, todo aquello que pudiese alimentar la gana que atesora el hombre (al menos el que vive en sociedad) por lo inusual y grotesco, por doloroso que pueda llegar a ser. El paralelismo actual más fiel serían los "circos" televisivos en que asistimos al evidente desequilibrio mental de personajes que no tienen el mayor reparo en exponer ante las cámaras su carencia de raciocinio y sus intimidades más vergonzosas, sólo por obtener a cambio un puñado de monedas. La diferencia de estos con los freaks que fueron paseados por pueblos de medio mundo, bajo la circense carpa del hambre y la miseria, es que aquellos eran bien conscientes de que sólo podían, para subsistir, convertir su monstruosa condición en fuente de ingresos.
Así se exhibieron durante siglos el hombre de dos cabezas, la mujer barbuda, las siamesas unidas por el mentón, el hombre sin brazos ni piernas, la mujer de múltiples senos y un largo etcétera de desdichados seres humanos a los que Madre Natura había decidido jugar una mala pasada.
El bueno de Tod Browning realizó su imprescindible largometraje como un acto de justicia poética que reintegrase la dignidad a estas personas, y tuvo que enfrentar la censura y recriminación de los mismos ciudadanos que se agolpaban aún a las puertas de una carpa en que se exhibían las vergüenzas del avergonzado Hombre Elefante, por ejemplo. Pensarían los magnates de Hollywood que bien estaban estos seres deformes recluidos tras las celdas del espectáculo pueblerino, pero que jamás deberían aparecer en sus rutilantes pantallas de dólar y postiza belleza...o que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.
En la actualidad continúa el Circo deambulando el globo terráqueo para sorprender a propios y extraños con su arsenal de florituras y desconciertos, pero tiempo hace ya que fue prohibida la lucrativa exhibición de aquellos cuerpos que habían tenido la desgracia de nacer contra la norma.
Pienso en Freaks y en Tod Browning, no obstante, y mi cinefilia (imagino) me hace pensar que, hoy día, cualquier circo que de tal se precie, debe seguir contando entre sus filas con algún que otro freak, alguna anormalidad...
Vivo rodeado de niños que realizan espectaculares piruetas, tragan y escupen fuego, se desplazan en monociclo, por calles mal adoquinadas y terrados irregulares, con la habilidad que lo hace el astronauta veterano por las cavidades abdominales de su cápsula espacial. Vivo rodeado de magia e ilusión, a la sombra de un circo que aún no lo es, junto a unos poetas de la acrobacia de la edad (y menos) de ese otro poeta que con su furia adolescente y sabia vino a poner patas arriba la Historia de la Literatura...sí, hablo del joven Rimbaud, ¿cómo no? Vivo inundado de sorprendentes anomalías, a la deriva en una marea de geniales rarezas: las de unos niños que en edad de jugar con canicas lo hacen con fuego y cuchillos, y exhiben con orgullo, bajo la carpa inconsciente del cielo metropolitano, sus lenguas de lumbre y sus brazos de vértigo y filo, le deliciosa anomalía de su diestra habilidad. El público presta atención, más sorprendido por el hecho de que sean niños, de su talla breve y su sonrisa desaseada, que por la profesional ejecución de sus números circenses. El público se acerca y descubres en su mirada una mezcla de admiración y desprecio...la misma, supongo, con que se asomaba el público de antaño al abismo doloroso de un rostro aquejado de elefantiasis.
¿Es admiración o morbo lo que genera los aplausos? ¿Son estos niños los nuevos freaks? No tengo respuestas, sólo muchas dudas, y la certeza de que cuando los chicos actúan frente a un público infantil, frente a un nutrido grupo de niños tan niños como ellos lo son, desaparece esa mirada ambivalente en los ojos de quien admira el espectáculo. Los niños ven a estos jóvenes poetas como lo que son: profesionales de la magia y la fantasía.
Igual Tod Browning, que enfrentó a su troupe de actores deformes con la límpida mirada del igual. Eso era demasiado pedir a los hipócritas espectadores de la época, tal vez también lo sea para los hipócritas espectadores de hoy día. Porque sí, aún existen los freaks en el circo, yo los conozco y son tan humanos como usted. Claro, son quizás demasiado pequeños para andar ganándose la vida de manera tan arriesgada, pero es que no todos nacen bajo el signo de la opulencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
te escucho...