días de recordar momentos,
infalibles estallidos de lucidez
y efímera gloria,
instantes a la sombra de una charla amiga,
segundos como tormentas
que humedecieron por siempre
nuestro latido
antaño, noches de rock'n'roll
en que lo más importante
no era la música, no,
sino quien a tu lado respiraba
idénticos acordes
hoy esos mismos,
lejanos
pero tan aquí,
sufren latrocinios y tristezas,
y yo sufro sus lamentos,
puedo escucharlos,
a ritmo de rock'n'roll
perdido en la jungla de pixel y fugacidad de "la red" quedó este absurdo articulo con que inauguraba yo mi gratuito recorrido por publicaciones online, a la búsqueda de una identidad que aún hoy sigo sin reconocer como mía...la publicación desapareció y el artículo quedo en nada...hoy recuerdo a los buenos amigos, los buenos conciertos, la cerveza y el hachís, los abrazos, las gargantas gangrenadas de exceso decibélico y ganas de apurar la vida...hoy puedo sentir sus lamentos acariciando el oleaje de los océanos que quisieron disponer, como un ajedrez enfermo, el tablero inconcluso de nuestras emociones...van a conciertos pero ya no sé lo que sienten...miran las noticias y sé muy bien cómo se sienten...nada cambia, todo permanece, para bien...y para mal...brindo por vosotros
IT'S ONLY ROCK'N'ROLL...BUT I LIKE IT!
De nocturno regreso al hogar,
tras una noche de rock’n’roll. Con todo lo que ello implica, ya sabéis: música,
ruido, euforia, adrenalina desatada, drogas (blandas, de momento), alcohol de
alta gradación y…el sexo lo dejamos para más tarde (uno ya no tiene edad para
determinadas mezclas).
El caso es que acabo de asistir a
un concierto de uno de los personajes más controvertidos, musicalmente
hablando, de este bendito país. Realmente, no sé si podría situar la controversia
con respecto a Enrique Bunbury en el
campo estrictamente musical. Quizás no, tal vez sí. La realidad es que el
mencionado cantante se ha ganado, año tras año, trabajo tras trabajo, una fama
rebosante, a partes iguales, de ciega pasión y odio desmedido. Yo, que me hallo
más cerca del bando de los apasionados defensores, siempre me he preguntado qué
hubiese ocurrido de haber nacido el orgulloso bardo en geografías más lejanas
de estas en que se ubica nuestra madre patria. De haber desarrollado su carrera
profesional en, digamos, Detroit, o Manchester, quizás no hubiese sido acicate
para la crítica musical su desaforada avidez por aglutinar y devorar influencias,
su estudiada pose de rock’n’roll star, sus premeditadas prepotencias y salidas
de tono. Seguramente se le consideraría, únicamente, como a otro representante
del show business, con todos los
aderezos que a los mismos les son propios. Pero nos hallamos en la ibérica
península, en la zona de la misma que consideramos, de manera prepotente e
inmisericorde, como mejor y más desarrollada. Y es por tanto preciso que
hagamos gala de nuestra bien merecida fama de envidiosos, denostando la fama y
merecidos aplausos del artista maño.
No tendría mayor importancia la
reflexión que antecede, de quedarse ahí, en una mera alabanza de las bondades
musicales del cantante conocido como Enrique Bunbury.
Pero a toda noche de exceso, a
cierta edad, y previo a la añorada sesión de sexo suave y adormecedor, antecede
un estado de seminconsciencia en que uno gusta de abandonarse a las televisivas
interferencias nocturnas. O sea, que veo la tele antes de ir a la cama. Puedo
prometer que lo hago por si el concierto de esta noche ha sido de alguna manera
glosado por los informantes patrios. Pero es evidente que yerro: la música no
interesa ya en este país, salvo si va acompañada de cifras de muchos ceros (y
no me refiero al número de asistentes al recital, no). Hace mucho que dejó de
interesar, al menos como fenómeno cultural y posiblemente subversivo.
Y es en el noticiario de pasada
la medianoche dónde tengo el honor de asistir a ese otro recital con que nos
agasajan los políticos nacionales.
Mientras el presidente del
gobierno aún juega al aprendizaje de los tiempos modernos intentando adoptar
poses de certero y seguro adalid del progreso, los candidatos a opositarle
ejecutan extraños pasos de un baile que se me antoja, cuanto menos, grotesco.
Resulta que ahora no permanecen impertérritos, tras un atril, frente a un
público entregado a cada una de sus obviedades verbales. Ahora gustan de
sentirse estrellas, y se pasean arriba y abajo de un escenario dispuesto como
si de una entrega de premios musicales se tratase. Pasean, ya digo, por un
escenario circular, situado en el centro del recinto a efectos de que podamos
observar los rostros embelesados de sus acérrimos seguidores. El presidente,
mientras tanto, haciendo gala de su espíritu de sacrificio y capacidad de
trabajo, agacha la mirada sobre toneladas de documentos que se pretenden
imprescindibles para el avance económico del país y, posiblemente, no escondan
más que garabatos e insensateces, páginas en blanco al fin y al cabo. Pero no
pueda culparse al presidente de ser un perroflauta dedicada a la risa, la
chanza y la algarabía, ¡no!: hay que trabajar duro para conseguir que todos los
ciudadanos puedan trabajar duro, conseguir mucho dinero, consumir mucho y
pensar cero o nada.
Es observando estas imágenes
cuando me asalta el cortocircuito.
Resulta que los políticos actúan
como estrellas del rock’n’roll, bien absortos en sus papeles, y como a tales
les apluadimos.
Mientras tanto, las estrellas del
rock’n’roll son denostadas por falta de humildad, por no comportarse como el
vecino del 5º. Discúlpenme, para ver al vecino del 5º no tengo más que bajar un
tramo de escaleras, y posiblemente lo haga para ver como solucionamos el
problema de las humedades. Pero para ver a un artista de la música me tengo que
desplazar a una sala de conciertos (sí, alguna queda) o un estadio, y ni quiero
ni pretendo saber nada de su vida y sus sinceras ilusiones, de su capacidad de
trabajo o su compromiso con los pobres: necesito música y actitud que me hagan
olvidar por unos momentos las inclemencias de los tiempos que corren. Soñar,
cantar, entregarme a la euforia, aposentarme en el exceso.
No ha mucho tiempo que Roger Hodson decidió titular uno de los
más sonados trabajos de su grupo Supertramp,
con el título de “Crisis? What crisis?”
Y, hoy, podríamos llamarle visionario. No sólo por el título, sino por el
conjunto que este hacía junto a la foto de portada del vinilo en que, un
supuesto veraneante disfrutaba de un momento de solaz y reposo en las inmediaciones
de un complejo fabril, amparado bajo una sombrilla de la lluvia ácida que
arrasaba sus inmediaciones.
Viendo las imágenes de nuestros políticos, escuchando sus palabras, estudiando su estudiada coreografía sobre el escenario de la falsedad y la carencia de escrúpulos, me encomiendo a Roger Hodson, y me sonrío ante el recuerdo de aquel disco de Supertramp.
Así que decido olvidar que, a
pesar de la huelga general, en Bélgica, contra las medidas de austeridad y el
castigo que estas ejercen contra los más desfavorecidos de la sociedad, todos
los Jefes de Estado de la Unión
han llegado sanos y salvos a la capital del país para participar en la Cumbre (atención al nombre)
de la Unión Europea,
de la que se esperan decisiones que nos saquen a todos a flote de esta ausencia
de valores y medios en que irremisiblemente nos vemos sumergidos.
Se han movilizado todos los
efectivos precisos para que un aeródromo militar asegure el cómodo (y gravoso,
desde el punto de vista económico) aterrizaje de los distintos potentados.
Se han cortado las calles para
evitar que los que salvarán nuestro futuro tengan que ver de cerca el rostro de
aquellos a los que ya ningún futuro les queda.
Se han habilitado medios
excepcionales para que puedan degustar un suculento menú compuesto por manjares
elaborados por los más renombrados (y mejor pagados) chefs de cocina del
continente.
Pero ha merecido la pena. Se han
trazado las líneas maestras y han conseguido convertir la Cumbre en lo más parecido a
un concierto de rock (jet privado en aeropuerto cerrado al tráfico aéreo,
cordón policial abriendo paso a la limusina, arrogantes poses frente a los
fotógrafos, champagne del caro…¡vamos!, ni los Rolling Stones) mientras en España, y otros países de la Unión y el Desconcierto,
quedaban definitivamente varados ciudadanos de tercera que sólo querían
desplazarse a sus lugares de origen, o a tramitar los documentos
administrativos que les permitiesen continuar disfrutando de la quimera del
sueño económico europeo (dígase los ciudadanos de Malí, o Senegal). ¿El motivo?
El cese repentino de actividad de una compañía aérea que se había cuidado
mucho, con anterioridad, de cobrar los pasajes de los vuelos que no llegarían a
realizarse. Los políticos de uno y otro bando (vencedores o vencidos, según si
gobiernan u opositan) recogen de su público vítores y alabanzas al prometer
castigar a los culpables, o clamar que los contrarios no harán nada por
castigar a los culpables. The Song
Remains the same, proclamaban Led
Zeppelin.
¿Puedo permitirme un último
alarde de indignación? Yo escribo gratis por ver si algún día puedo alimentarme
(no engordar) con el esfuerzo que a tan gratificante labor dedico. Los
discursos preparados para nuestros insignes políticos, las asesorías de imagen,
los preparativos de la actuación ante “su” público, etc. se pagan bien, muy
bien, me consta. Pero me alegra saber que lo hacen con la filántrópica
intención de sacarnos de la crisis, ya ven. Yo, al fin y al cabo, no
solucionaré jamás nada con las palabras que tecleo.
Creo que a partir de ahora no
asistiré a más concierttos. Me bastará esperar las noticias de la noche, en
compañía de una botella de whisky de marca blanca. El exceso está servido.
¿Y Bunbury? Pues lo siento por
él, que se hubiese dedicado a la política.
Hola, Pablo.
ResponderEliminarCinco minutos de lectura me han sabido a una tarde de cervezas con amigos, has tocado casi todos los palos de una conversación de calidad con gente de confianza. Tal vez con tu tecleo no soluciones nada de este maltrecho sistema en el que aún pataleamos, pero estoy segura de que, como sucede con el aleteo de la mariposa, alguna conciencia habrás agitado, motivado o incluso sublevado.
P.D. Sin presentarme y sin llamar, he comentado creyéndome totalmente lo de la mesa con los colegas. :)
Un abrazo.
Lele