Quien no conoce el insomnio no conoce el pánico. Sí, lo sé, el común de los mortales aquejados de insomnio sólo piensan en la terrorífica jornada laboral del día siguiente, en las ojeras como bolsa de la compra reventona de productos caducados, en el escocor de la luz de la oficina cual neón antediluviano y cruel, en tener que regresar a la cama, cuando finalice la jornada y, tal vez, encontrarse de nuevo con la pesadilla de no poder conciliar pesadillas... ni mucho menos placenteros sueños en que una odalisca desvista tules y revista salivas en dedicación exclusiva a la propia polución nocturna. Pero el insomnio es también esa frontera sobre la que vuelan los proyectiles de un futuro cosido en derrotas, ese mendrugo de pan duro en que escarban las hormigas del azar menos azaroso, esa autopsia de tropiezos con víscera de zapato malgastado, ese duelo sin gloria en que batirse contra la mentira en que el reflejo nos reconstruye de amianto y cinismo... el insomnio como cruz de esa moneda que la vigilia lanza al aire para ganarnos la partida, siempre.
Y el insomnio, a pesar de todo, atesora maravillas, como las atesora el dolor en las cicatrices del masoquista, o el látigo que sujeta férreamente el sádico entre sus garfios... garfios: una de las múltiples y tenebrosas imágenes con que Vicente Muñoz Álvarez desgarra la psique del lector de esa joya que ha debido parir en el más oscuro Averno de su propio insomnio. Del fondo, se llama esta crisopeya que maneja nuestros más abismales terrores para proporcionarles áurea textura de ambrosía sensorial, este nuevo artefacto literario que, cual demiurgo enajenado, ha modelado Vicente con los barros del espanto, ayudado en esta ocasión por otro alquimista (del trazo, este): Andrés Casciani. El resultado es un sensacional viaje a los abismos del ser humano.
Prosa poética, poesía cruel, relato de horror, aullido atávico... un viaje, al fin, a lo más profundo del ser humano, ese abismo en que pierde lo único que (por más que se jacte de poseer, además, inteligencia) tiene: la carne. Porque la mente ya está perdida, y el predicador lo evidencia arrastrándolo más y más al fondo, en una espiral violenta de llanto y desesperación que parece no tener fin y logra que el insomnio mute en juego infantil. Así es Del fondo, así nos lleva Vicente, agarrando con mano firme nuestros intestinos, al fondo de nuestros terrores más ancestrales, así descompone nuestro cuerpo por el camino, así lo recompone en aullidos el trazo delirante de Andrés, el grafismo despiadado y convulso con que ilustra esta, nuestra más deliciosa pesadilla.
Del fondo puede ser la obra definitiva en que Vicente ha volcado, con inigualable maestría, gran parte de sus filias cinematográficas, literarias, culturales, las más oscuras de ellas, a la par que sus fobias más filosóficas. Porque la nueva carne no nacerá de una evolución, sino de esta involución que ya vive la sociedad occidental y en que, felices como cerdos en charco, chapoteamos... pero el charco es de sangre, y por mucho que nos acostumbremos a ello no deja de resultar aterrador. Difícil superar este libro/joya/artefacto, ya. Porque, además, esta es, sin duda, la obra definitiva en que Vicente ha plasmado los abismos/delicias del insomnio, cuando ya todo es carne mancillada porque la mente no te pertenece.
Un libro objeto de una delicadeza bizarra y dolorida, una deliciosa cartografía del abismo en que perderse por horas (todas las que aún restan hasta que nos asuste la luz del día)... un viaje del que es imposible salir ileso.
Decía al inicio que quien no conoce el insomnio no conoce el pánico. Aquí tiene una oportunidad única de acercarse a él, de la mano de Vicente y Andrés, porque el insomnio, lo sé, viene Del fondo.
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