miércoles, 22 de julio de 2020

la poética tangerina del mercurio

No creo en las casualidades. Si algo hay digno de ser recordado será fruto de la causalidad, nunca de la casualidad.

Que José Ramón Da Cruz naciese en Tánger no es casual. La ciudad marroquí lleva decenios siendo faro de quimeras y escollera de emociones. Sobreviviendo al fragor de dos mareas e innumerables nacionalidades. Incólume a la violencia de su fluir tectónico. Fijada en la memoria histórica como cartografía de mitos culturales. Los mitos más profundos, los de más intensa huella, esos que nos intentan sobornar, hoy, al hilo de mercados en que cotizan al alza enfermedades y/o pandemias que no sabemos si son y a la baja las visitas al mercado de los que sí nos sabemos un poco más pobres que ayer, esos mitos culturales, quería decir, que permiten al Arte florecer con la obscenidad selvática de las pocas selvas que aún nos quedan.

Que José Ramón Da Cruz naciese en Tánger no es casual, a pesar de que él mismo apenas recuerde los pocos años que vivió aquella ciudad. A pesar de haberla retratado y deconstruido (o viceversa) como nadie en su Mapa Emocional de Tánger revolucionando, de paso, un género cinematográfico tan áspero como lo es el documental. A pesar de haberse trasladado con su familia, aún niño, demasiado temprano, a un Madrid feo y gris que sabría iluminar, en los años 80 del pasado siglo, con su obra videoartística. A pesar de ser considerado pionero del cine de vanguardia en aquella época. A pesar de haberse incluido dos de sus videocreaciones en la inauguración del Centro de Arte Reina Sofía (sí, la mujer del campechano ese). A pesar de ser reconocido como autor de referencia en más de una treintena de países y festivales audiovisuales. A pesar de haber recorrido con su mirada el largo camino tecnológico (sí, no todo corre como pensamos) que transcurre del formato Súper 8 a la resolución 8K. A pesar de haber cosechado innumerables éxitos que a él parecen no importarle.

Fotograma de «Madrid-Cochabamba», documental de José Ramón Da Cruz
Que el mercurio sea el único elemento metálico que se presenta como líquido, sometido a la presión atmosférica y temperatura propias de un laboratorio, no es casual. Mercurio, además, fue el dios romano protector de los poetas. Y en mercurio se transmuta la sensibilidad del poeta. Porque este, encerrado en su laboratorio de juego y algoritmo, dispersa su sensibilidad dejando que tome la forma exacta de los senderos que recorre. Una sensibilidad que no detiene frontera ninguna. Férrea sensibilidad que, en estado líquido, violenta las cavidades más recónditas del sentimiento humano. Como el mercurio, o sea, inaprensible e insobornable, único metal que contrapone a la épica del desguace la lírica de la imaginación. Así fulge: exacta como el metal o las matemáticas, fluida como la Poesía o el mercurio.

Que el verdadero Arte perdure no es casual. Los mercados devoran todo atisbo de Belleza y España, tan mercantil, ya devoró su pasado tangerino. Pero los verdaderos artistas esquivan los dictados del comercio, los academicismos y el compás de tres por cuatro. Compás que desconoce la música de Tánger. Donde Mediterráneo y Atlántico sortean fronteras y nacionalismos como el mercurio sortea la sólido. Donde nació el artista José Ramón Da Cruz.

Cuando explico cómo conocí a José y gané la fortuna de colaborar con él, suelo escuchar, a modo de contrapunto, el tan manido «¡qué casualidad!». Yo publicaba mi novela Los Cuadernos del Hafa casi a la par que él estrenaba su película Tangernación. Al leer su sinopsis descubrí que podría ser la de mi propia novela. Descubrí que ambos entendíamos que el caos telúrico de Tánger se reflejaba magistralmente en las extremas vivencias de William S. Burroughs. En Tangernación, inauditas atmósferas narrativas devoran el metraje sublimando el aliento poético con que el cineasta ha erigido una de sus obras. Con Tangernación, José demuestra (como ya lo hiciese con Púbol) que el cine como arte no admite etiquetas, y que los géneros son disfraces bajo los que ocultar la ausencia del único ingrediente imprescindible en toda creación artística: el estilo. Un estilo que ha transformado su obra en un ser vivo tan monstruoso y exacto como cualquier virus (incluido ese que, hoy, nos impone distancia social... pura y obtusa antinomia, la maldita expresión que, adocenados, hemos adoptado). No es casual que Burroughs afirmase que «la palabra es un virus»... la obra de José confirma que también lo es el medio audiovisual.

La mirada del cineasta tangerino sorprende con una lírica que pudiese parecer producto de la casualidad, incluso al propio autor. Pero para permitirse dichos hallazgos es necesario haber buscado mucho, acumular mucha sabiduría fílmica, tener la mirada y la sensación adiestradas en lo líquido, en lo poético. Y haber nacido en Tánger, al albur de las mareas. Luego, los amigos de las etiquetas, afirmarán que es uno de los mejores videoartistas que ha dado este yermo país. Pero sólo es un Artista que, en Tánger, nació al mercurio. 

Que yo me enfrente si n saber por qué a la difícil tesitura de glosar uno de los más virulentos corpus audiovisuales que existen, quiero pensar que no es casual. Por eso lo hago, ya lo decía al inicio: no creo en las casualidades. Las casualidades no existen.

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