Abreva la tormenta entre tus vértebras y arraiga, en la piel de tus muslos, un trueno. Mientras, en su encrucijada, hace banquete la tormenta que inundará la ciudad embistiendo melodías parapetadas contra los charcos eco del batir palmas flamencas tus tacones cuando, al mediodía, diseñan el compás del tiempo que no tenemos. Hoy, que la luna no entiende de gatos castrados y riela caballos de fiebre tronando desfiladeros atlánticos como tropelía de mareas en que, sin herraduras, tocan fondo sombras chinas con nuestros cuerpos acribillados. He aquí la función sin tercer acto de labios moribundos de flor, espuma y nervio, mientras Robert Plant y Tori Amos copulan al filo de un verso. La noche y este calor que, con cada ocaso, me estrena, erecto y parado frente al espejo en que enloquece, semilla mala, eterna y verde, la jungla de tu reflejo. La noche, los muslos y el freno. La fiebre del anhelo. La debacle de tu voz quebrando todos los huecos. La arritmia, la dicción y el verbo. La carne y este pantano de plasma tendido a los pies de la calma sucia que olvidan los vecinos en clarear de coladas la mañana que no sabe llegar porque tú no la quisiste o no la supiste estrenar. Engendramos costillas y lo dejamos todo roto, intacto y desquiciado. Costillas, verbos, tu vulva y bulbos raquídeos extirpados sobre la mesa de disección de este nuevo otoño que te ve amanecer en horizontes tan otros. La beneficencia es un nido en que engendran poesía, como tacto en un cartón de leche recién estrenado, los embriones de tu rostro.
Mastico las raíces crudas del daño a la sombra del último cirio que lamió con su perfil de lumbre la ingravidez de tus costillas, allí donde pierden pie para naufragar la sensatez de mis caricias. De la garganta me brota una orquídea que te deletrea on the rocks, pero sin hielo, cuando las persianas se deflagran en un aquelarre de versos.
Mastico las raíces crudas del daño a la sombra del último cirio que lamió con su perfil de lumbre la ingravidez de tus costillas, allí donde pierden pie para naufragar la sensatez de mis caricias. De la garganta me brota una orquídea que te deletrea on the rocks, pero sin hielo, cuando las persianas se deflagran en un aquelarre de versos.
Y la luz ejerciendo cabriolas mientras sobrevuela tu aliento.
Y mi piel teñida del último crimen perpetrado en el funambulismo de tus besos.
Y el equilibrismo erróneo de este mundo dispuesto a tropezar contra los tejados de tu voracidad, sintiéndose menos falso si, definitivamente, tropieza o confunde el paso.
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te escucho...