lunes, 29 de mayo de 2023

orgullo de barrio

No importa lo lejos que vayas
No importa de donde vengas
Esperarán para cuando vuelvas
buzones llenos de propaganda
Quique González

Vallecas no duerme. Vallecas se diluye en extrarradio mientras la espuma de cerveza le recorta los labios y poetas que nadie quiere hacen hogar entre sus brazos de vidrio 25 cl. y sus besos moribundos cual en boca de quien se sabe más tajo cada vez que amanece con la obligación de ir al tajo.

Vallecas es el hermano que no tuviste y es el orgullo de barrio. Es una librería atrincherada tras la corona de espinas de un futuro que fue pasado y por el que pasé sin temer mancharme los pies de barro. Un poema mal dicho y un gorjeo de pájaros redundantes, un volumen asimétrico que se hace uno en tu mirada cuando no la escabulle el miedo y las miradas ajenas no la aplacan.

Vengo tarde, como siempre, de recitar insensateces en la noche vallecana, de moldear con labios fuertes el nudo de las miradas anudadas en la sed de todos los grifos que ya se duelen de tu distancia. Vengo de recorrer desiertos en que te soñaba duna acribillada en húmedo, como manglar o tormenta, por las yemas de mis dedos cuando tortilla de garras.

Vallecas es el ardor, como la Ada de Nabokov, y un sinfín de vidrios verde hueco en que se afilan tierno todas las miradas en eterno. Un colofón de terraza sin sillas siquiera de plástico, un velero sin quilla, un vendaval de caricias como pupilas vertidas en ese volumen de gata que diseña, tras doblar una esquina, todas las aristas de la melancolía.

Vallecas es abrazo partido dentro de la urna en que ansían acumular ceniza de porvenir esas alimañas que edifican futuros adosados al ayer de una historia que, como rancios propietarios, siguen considerando propia.

Vengo tarde, ya lo sé, pero vengo y no me vengo sino de todo aquello que no amarré entre los dientes, de todas las caricias, de todos los adioses que son hasta mañana y hasta siempre, de todos los senderos que nos surcamos en la piel soñando que aún queda tiempo para recorrerlos aun certeros de ser tan sólo el tiempo en lo más hondo del recuerdo. 

Allí donde anidan las ratas que me traes para evadir telequinesis de caverna cuerpo retruécano, ciega y dura de ausencia, soplada su longitudinal oscuridad como velas de un cumpleaños que se apaga en milagro. 

Y te paseo maltratando empedrados maltrechos solo por sentirme en casa, como allá en los juegos del parvulario. Pulso de todo lo que es mío, músculo de todos los mitos, sonrío hasta la mueca del cretino, me siento rodeado de ti y no entiendo de qué me río.

Y mi corazón, palpitando en cualquier esquina, no importa el mapa ni el daño. Por eso soplo las velas, en Vallecas, en ti, de un nuevo cumpleaños. Y eso es latido, y eso es orgullo de barrio.




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