miércoles, 22 de agosto de 2012

rancias razas modernas

Apenas acabo de abandonar (¿hasta cuándo?) una tierra/país/nación/etecé que se vanagloria denigrando su propio pasado, la sabia savia de su Historia, salvo que ésta vista el oropel ensangrentado de feria popular glosada por animal sacrificio, por ejemplo.

Es así que el español, en todo aquello que alguien medianamente informado considere cultura, gusta de elevar pública proclama de lo rancio de propuestas que el dictatorial transcurso de los tiempos y el comercio ha clausurado en el infecto nicho de lo provinciano. De esta forma, se carcajea, el español de a pie, hasta del gusto musical de sus propios abuelos, alegrándose del retiro de verdugos travestidos de enfermera y drogas potenciadoras de la demencia que suponen los asilos de la tercera edad. Encerrado el abuelo en la residencia ya nadie me obliga a visitarle y soportar el canturreo de sus malditas coplas. La copla, un suponer, ese vergonzoso recuerdo. Así piensan, así les he escuchado. Luego elevan, los mismos, al pulcro y perfumado Olimpo de la modernidad y el buen gusto, informatizadas musiquillas de barraca de feriante en paro, pergeñadas allende los mares, en que robotizadas voces escupen palabras que el oyente no comprende (claro, el tema de hablar idiomas distintos del que parió el páramo castellano no es cosa de buen español - curioso, sabido esto, el cruel olvido al que deciden exiliar la lengua de Cervantes, los peninsulares, cada vez que abren la boca o aporrean el teclado-).

Está bien eso de la modernidad, ya lo proclamó Rimbaud al escupir aquello de "hay que ser absolutamente moderno". Aunque temo fuese otra la modernidad a que aludía mi amado poeta. En caso contrario no alcanzaría a comprender, un servidor, el agresivo encono del español "moderno" contra cualquier manifestación artística de esas que portan el indeleble gen de lo hispano (salvo, of course, el flamenco, quintaesencia, hoy, de la modernidad de terraza de Serrano y descapotable a la puerta).

En España la única opción de defensa de lo propio consiste en alabar las gestas de aquellos que, portando los aleatorios colores con que alguien ensuciara el trapo que se erigiese en imperial insignia (bandera, lo llaman), se hacen fuertes en los céspedes futbolísticos de medio mundo y en las campañas propagandísticas del otro medio que nos resta: el mercado...perdón: los mercados.

En Bolivia se estrujan, entre el tráfico rodado y los paseos insensatos de los viandantes, gruesos racimos de niños enjalbegados de sudor y hambre. Su único sustento se oculta tras las grandilocuentes sonrisas de los poderosos, alojado en las sucias migajas derramadas de su almuerzo de ambición y miedo. Hasta ese mal sagrado que cauteriza la sacrosanta libertad de los hijos de occidente, la educación, les ha sido arrebatada a los niños de la calle de este otro lado del Imperio. En España los niños menosprecian la cálida covacha de la educación. En Bolivia algunos niños, los más afortunados, corretean entusiasmados al escuchar la llamada a clase. La cultura española se aferra a las piernas de los futbolistas y crece el orgullo de raza ante cada victoria balompédica (o halterofílica incluso, si es que las Olimpíadas han desgarrado el pecho de un fiero nacional con el breve resplandor de una medalla). La cultura boliviana crece en sus calles y no consiguen acallarla la pobreza ni las mordidas del librecambio.

Asisto a la grabación de una maqueta, en el escueto estudio de grabación que posee una ONG, de un nuevo tema de hip-hop creado por niños que nunca han asistido a la escuela. Hip-hop, música moderna, cierto, pero en las letras adivinas la cerbatana furiosa del gélido altiplano, un murmullo indígena en que chapotean siglos de una cultura que se niega a ser desaparecida. Es tan sólo una canción carente de alardes tecnológicos y cantada en español, para más inri. Signo de atraso, lo consideran muchos de los que germinan en estadios cosechas de alaridos, vítores e insultos y acuden embriagados en pos de grandilocuentes espectáculos musicales pergeñados en los laboratorios de la mercadotecnia. Son los mismos que se ríen de la copla que tarareaba su propio abuelo al calor del brasero y la cena familiar, los que se mofan de las ancestrales costumbres de esos inmigrantes andinos que por un puñado de €uros les adecentan el hogar y alimentan a sus hijos. Porque ellos son los modernos, y no el boliviano ni el abuelo.

Pienso que ser moderno, en estos tiempos, es relamer el jugo dionisíaco de la raíz que aún nos atenaza a esta tierra que nos vomitó tras nefasta digestión. Ser moderno es enredar los cables de la luz como si fuesen lianas, y hacer de la ciudad jungla.
Rimbaud lo sabía. Por eso huyó y tornó salvaje cuando los hipócritas profetas de la cultura moderna comenzaron a embadurnar de parabienes y halagos la salvaje lucidez de sus versos.

Ser moderno, hoy, para mí (como ayer para el poeta), es ser indígena. Afortunadamente, estoy seguro, son mayoría los españoles que de igual manera lo entienden, pero si no generalizo no escribo lo que antecede.

2 comentarios:

  1. Estoy segura de que, afortunadamente, somos, y lo espero de corazón, que una gran mayoría sea la que lo entendemos igual que tú.
    Maica

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  2. Increible el Hiphop... una letra llena de realidades... Te lo dije, te esperan muchas cosas diferentes de este lado del mundo, estamos atentos y apoyando

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te escucho...