sábado, 26 de marzo de 2022

cuando los trenes de cercanías equivocan su itinerario

Antes que llegues,
un monje tiene que soñar con un ancla,
un tigre tiene que morir en Sumatra,
nueve hombres tienen que morir en Borneo.
Jorge Luis Borges


Hay mañanas que descuelgan de un alfiler el disfraz de noches sin cuna para vestir calendarios marcados y marcas de piel que ovaciona un desfile exacto de dientes como curvas sorteando todos los accidentes geográficos. 

Mañanas que danzan un vals amparadas en la invisibilidad errónea de un orfeón ebrio de metales como pétalos y cuerdas como cabellos y percusiones de astilla bajo el quiosco de la música de una capital de provincias. 

Mañanas de luz sin sol y desayuno sin más hambre que la saciada la noche anterior sobre una piel de tambor incendiada en aullidos que le nacen a la tráquea de todos los muelles sin quicio. 

Mañanas de arañarse el espanto para suturarse los prodigios. 

Mañanas en que todas las ventanas son una mujer que da la espalda a los pinceles de Munch antes de tatuarse el cráneo con un grito azul. 

Mañanas pasivas e incapaces de seguir el dictado de líricas erigidas para derruir los planetas de todos los catedráticos. 

Mañanas de bisturí con maneras de nube que le sueña paralelas a la dúctil extensión de mis párpados cual sangría perpetrada en todas las noches sin pañuelos que entorpezcan el tacto. 

Mañanas que le inventan andenes a los trenes de cada uno de los días en que fuimos asesinados. 

Mañanas como palacios infartados de princesas que calzan botas de Peter Punk y rompen el cuello a los pájaros. 

Mañanas como poemas que inmiscuyen en sus versos palabras como whatsapp o instagramer o facebook para aparentar rompedores o enigmáticos o modernos y bohemios. 

Mañanas oreadas en la bonhomía de una rodaja de queso centrifugada en el paladar del más oscuro objeto de deseo. 

Mañanas para comprender la función del gotelé y la aritmética del albañil cuando las uñas me gritan improperios arañando las paredes en que tu negativo hizo de mis besos todo lo que fui antes de recluirlo tras el cristal y la sabiduría añeja de una estantería que perdió el perfil. 

Mañanas en que adecentar los crucigramas sin solución de este hogar que ya no te contempla es la más indecente de las batallas. 

Mañanas con traje de rayas que sueñan evadir condenas sospechando de un teléfono asfixiado de cadenas y silencios como candados. 

Mañanas en blanco y negro como sábados travestidos de domingo con olor a cerrado en que una cadena de televisión programada por el martirio repite en bucle sin esquinas y hasta el infinito la segunda parte de El Padrino.

Hay mañanas como esta que son autopsia del desgarro y extrarradio de corazones que solo bombean barro.








2 comentarios:

te escucho...