Caer para volverse a levantar y levantarse sabiendo que la próxima caída está más cerca y que quizá no la soporten tus rodillas. Creer y soñar que el simple acto de creer logrará salvarte de la realidad. Construirte un palacio mental de poemas y temblores, referencias y estertores, clarividencias y soflamas que será mejor te ahorres. Pero no lo haces, y declamas y clamas ante un público que, bajo la arena, mastica las raíces secas del poema. Urdir con mimbre los sueños a la espera de que una incendiaria secta los convierta en pasto más que estos que, a través de la pantalla, nos proclamamos, alegremente, humanos.
Vicente Muñoz Álvarez decide hacer borrón para no para hacer cuenta nueva. Simplemente deja buena cuenta de un período de su noche en la tierra y continúa adelante, siempre, como Rimbaud que evitó morir en Adén, como profesor de emociones subido a una mesa bajo la que embriones de cantores cantamos «oh, capitán, mi capitán». Whitman hunde los dedos de un lebrel entre sus machiembradas barbas, blancas como la piel, lo más profundo que tenemos, ya lo dejó escrito Valéry. Y Vicente abre las puertas al cantor de la democracia clamando, como él, por la verdadera democracia. Tan anarquista ya en estos tiempos. Tan revolucionario al retratarse ácrata. Y pone en limpio su memoria sucia y nos la regala en esta Antología que, no podía ser menos, viene con bola extra, ya tallados todos los tapetes de los bares de extrarradio con la ecografía de la ilusión y el estilete del llanto por lo que no nos dejaron vivir. Pero lo vivimos, y aún estamos vivos.
No olvidaré, nunca, que gracias a Vicente, como tantos, no me avergüenzo de escribir. No lo olvidaré y hoy lo dejo por escrito ya que, parece, es lo único que medianamente sé hacer. Mientras tanto, me sumerjo de nuevo en el ritmo furioso de los tiempos que el bardo, desde hace años, nos ha venido narrando con su voz de rapsoda alucinado.
Esto, sí, es sólo un pedazo de su noche en la tierra (me repito, lo sé, pero, cuando vivo y todo sangre, recuerdo que en la repetición habitan todos los mundos que soñamos aprehender). A quien se asome a su vértigo de manos que abrazan el vacío y huesos que abrazan el abrazo corresponde comprender si la noche acaba cada mañana o simplemente se alarga en una lánguida y hermosa deflagración de piel contra piel cuando bien regulados todos los termostatos.
Este volumen es un delicioso mordisco propinado a tantos sueños que, que por no atrevernos a hacer realidad, decidimos aniquilarnos. Leer es un verbo zafio cuando abres estas páginas, y siempre preferiré hablar del sentir que te provoca de que, como que tan bien cantó mi amado Nacho Berrio, «Sísifo releva Sísifo en cada cima».
Gracias, siempre, hermanito mi drugo, por esta nueva cima que me empujas a alcanzar. Ya, de regreso, nos vemos abajo. Tu abrazo nunca se cansa de esperar. He ahí la Poesía. Ya, de nuevo abajo, me recompongo y cuento hasta mil para seguir subiendo hasta la siguiente cima, con tu pulso de poeta recordándome que soy «humano demasiado humano».
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te escucho...